Gabinete y alcoba en el viejo caserón de la familia «Terrón e Hijo», que está emplazada junto a su fábrica de chocolatinas. En el lateral izquierdo, una gran ventana con visillos que, al descorrerse, dejan ver un forillo de jardín. Bajo la ventana, una mesa que sirve de escritorio; y junto a ella, un viejo sillón. En el paño del foro, a la izquierda, una única puerta, por la que se entra a esta doble pieza. Y a la derecha del foro un gran hueco, con cortinas de encaje, por la que se entra a la alcoba, y en la que vemos parte de la cama y de la mesilla de noche. Se supone que, entrando a la alcoba, a la derecha, hay un posible cuarto de baño. Entre la puerta y la alcoba, un armario ropero. En el lateral derecho sólo hay —aparentemente— una salamandra con su tubo de humos que sale por el techo. Y una cómoda. Cerca de este término, un sofá y una butaca. Sobre la cama, una pequeña maletita, que está abierta, y de la que sobresalen algunas prendas femeninas Aunque todo está anticuado y viejo, el conjunto no debe resultar ni sombrío ni desagradable, y guardar cierta relación con el piso de la calle de Hortaleza, para no romper el clima de los actos anteriores. Lo que vemos del dormitorio es más bien coquetón y simpático. Y tanto en la alcoba como en el gabinete hay pantallas sobre la mesa, la mesilla de noche, etc., que dan a la escena una luz suave.
(Algunas de estas luces están encendidas al levantarse el telón. Sobre todo las de la alcoba. Y en la escena no hay nadie. Se escucha el sonido, muy próximo, de las campanas del reloj de una iglesia. Y por la parte derecha de la alcoba aparece Maribel. Al hombro lleva una toalla y en la mano un cepillo. Y va hacia el gabinete, llega hasta la ventana, levanta un visillo y escucha complacida las campanas que siguen sonando. En seguida dan unos golpecitos en la puerta.)
Maribel:
Pasa… (Y entra Pili con un vestido de excursionista. Maribel se vuelve.) ¡Ah! ¿Eres tú?
Pili:
(Va hacia la ventana, de donde no se ha apartado Maribel.) ¿Estás oyendo las campanas?
Maribel:
Sí. Resulta muy bonito, ¿verdad?… Más que por las campanas, por el silencio tan grande que queda después… Deben de ser del reloj de la iglesia del pueblo.
Pili:
(Siempre desconfiada.) ¿Y por qué tocan las campanas a estas horas?
Maribel:
Porque deben ser ya las nueve.
Pili:
No es verdad. Son las nueve y cuarto.
Maribel:
Pues tocarán también los cuartos.
Pili:
¡Déjate de cuartos ni de gaitas! A mí me parece muy raro que toquen tanto las campanas. Algo grave pasa. A lo mejor es que hay catástrofe.
Maribel:
¡Hija, Pili! ¿Vamos a empezar otra vez? ¿Quieres no ponerme nerviosa?
Pili:
¿Pero es que no puede haber catástrofe?
Maribel:
Puede haberla, pero no la hay.
Pili:
Bueno, pues si quieres, me callo.
Maribel:
Sí. Si te callas, será mejor.
Pili:
Bueno, muy bien. Ya estoy callada. Y Marcelino, ¿dónde está?
Maribel:
Ya nos dijo que iba a su cuarto, a arreglarse un poco. De manera que se estará arreglando y después vendrá, para enseñarnos la casa y dar un paseo.
Pili:
Y llevamos al lago, ¿verdad?
Maribel:
¡Al lago o a la porra! ¿Quieres callarte ya? ¡Por favor, te lo ruego!
Pili:
Está bien. Lo que quieras. Ya estoy callada. Oye…
Maribel:
¿Qué?
Pili:
Nada.
(La puerta del foro vuelve a abrirse y entra Rufi. También va vestida de excursionista. Se dirige a las chicas con aire misterioso.)
Rufi:
¡Maribel!
Maribel:
¿Qué?
Rufi:
He oído a Marcelino que bajaba muy despacito las escaleras.
Maribel:
¿Ah, sí?
Rufi:
Sí.
Pili:
Pero ¿cómo? ¿Es posible?
Rufi:
¡Como lo oyes! Me he asomado a la barandilla y le he visto bajar, pero muy despacito…, pero muy despacito…
Maribel:
Bueno… ¿Pero es que tampoco va a poder bajar despacio por las escaleras?
Rufi:
Yo te digo sólo lo que he visto, para que tengas cuidado. No olvides que si hemos venido aquí ha sido para defenderte.
Pili:
Pero si te molesta, nos lo dices y nos marchamos. ¡Porque, hija, hay que ver cómo te pones en cuanto se te dice algo de tu Marcelino!
Maribel:
No me pongo de ninguna manera, pero me molesta, porque creo que estáis exagerando… ¿Ha pasado algo en el viaje? ¿No ha estado con nosotras tan fino y tan simpático? ¿Os ha dicho alguna inconveniencia? ¿Se ha propasado en algún momento?
Pili:
Pues eso es lo chocante.
Maribel:
Es un hombre educado, no lo olvides.
Rufi:
A mí lo que me extraña es que si es tan educado, se venga al campo con unas chicas.
Pili:
Nos irá a dar paella.
Maribel:
Os ha traído porque vosotras os empeñásteis.
Pili:
No es verdad. No nos empeñamos. Lo que pasa es que cuando fue a buscarte a la pensión, mientras tú ibas a preparar la maleta, nosotras le dijimos que también nos gustaría pasar un día de camping, para respirar el oxígeno ese de los montes.
Rufi:
Y se lo dijimos, no por el oxígeno, que como comprenderás, ya no está una para esos vicios, sino para no dejarte venir sola con él.
Pili:
Y él entonces dijo que encantado, y que no había ningún inconveniente.
Rufi:
Y por eso vinimos, nena… Que si no, ¡de cuándo!…
Maribel:
Comprenderéis entonces que si me hubiera traído con intención de matarme, hubiera puesto algún pretexto para no traeros también a vosotras.
Rufi:
Querrá exterminar la profesión.
Pili:
Eso yo no lo creo. Pero puede ser una astucia. La prueba de que se trama algo es que a ti te ha dado esta alcoba y a nosotras nos ha metido en otra, allá lejos, al final del pasillo.
Maribel:
Porque ésta es la mejor, y yo soy su novia.
Pili:
Y para que desde allí lejos no oigamos los gritos.
Maribel:
¿Qué gritos?
Rufi:
Esos que se dan, caramba. Que a veces también pareces tonta.
Rufi:
(Ahora vuelve a abrirse la puerta y entra Niní muy emocionada. Viene en combinación.)
Niní:
¡Maribel!
Maribel:
¿Qué?
Niní:
Desde la ventana de nuestro cuarto le he visto salir al jardín.
Pili:
¿Al jardín?
Rufi:
¿Es posible?
Niní:
Y desde esta ventana, a lo mejor, le vemos también. Va muy despacito.
Rufi:
¿No te digo? ¿Pero por qué lo hará todo tan despacito?
Rufi:
(Todas miran desde la ventana.)
Niní:
Mírale.
Maribel:
Sí.
Pili:
Va andando por el jardín.
Niní:
Muy despacito…
Rufi:
Y ahora se aleja.
Pili:
¿Y adónde irá ahora?
Niní:
¡Yo tengo mucho miedo!
Maribel:
(Indignada.) ¿Pero cómo podéis tener miedo porque salga al jardín y se aleje muy despacito?
Pili:
Mira, Maribel. Cuando fuimos a la calle de Hortaleza y nos explicaste tu caso, yo te anuncié que antes de casarte te traería a esta casa de campo con cualquier pretexto. ¿Me equivoqué o no me equivoqué?
Maribel:
No. No te equivocaste, es verdad. Y después, cuando de pronto él me lo propuso, llegué a tener miedo…
Pili:
Y sin embargo, aceptaste.
Rufi:
Y por no dar tu brazo a torcer delante de nosotras pensabas venir sola como las reses van al matadero.
Niní:
¡Pobrecita!
Pili:
¡Cállate, niña!
Maribel:
¡Pero es que en ese momento me acababa de regalar mi vestido de novia! Y la madre y la tía, casi lloraban de emoción… Y todos me miraban dulcemente… Y ellas mismas, tan buenas, fueron las que me animaron a venir.
Pili:
Ésas deben de ser dos pajarracas. Porque a su edad y bebiendo Manhattan cóctel…
Maribel:
No debéis hablar así de unas señoras que os recibieron tan amablemente. Y que si os dieron aquel aperitivo fue pensando que unas chicas modernas lo prefieren al té o al chocolate.
Rufi:
Bueno, mira guapita. Si tú tienes disculpas para todo y todo te parece bien, nos podíamos haber ahorrado la molestia de haber venido. Porque no sé si lo sabrás, pero por venir a acompañarte he perdido una cita con un señor que me iba a llevar a pasar dos días a un parador de la Sierra…
Niní:
¡Hijas! ¡Que no presumís poco con vuestros señores! Como si una sólo saliera con el gato.
Pili:
Tú, cállate, niña, y mira por ahí a ver si viene el silencioso.
Maribel:
Dime una cosa, Rufi… A ti te parece mal y raro y peligroso que mi novio me traiga a su casa. Y en cambio no te da miedo que un señor casi desconocido te lleve a pasar dos días a un parador de la Sierra…
Rufi:
Pues claro que no. Porque ese señor no me ha dicho que se va a casar conmigo.
Maribel:
Entonces, según tú, lo peligroso de Marcelino es que me haya dicho que se va a casar.
Pili:
Pues naturalmente. Un señor que propone eso es siempre peligroso.
Maribel:
¿Por qué?
Rufi:
Porque puede ser un anormal. Una persona sana, que va de buena fe, no propone esas cosas raras.
Pili:
Lo que te pasa a ti es que tienes la mentalidad deformada.
Niní:
No se lo proponen a las chicas decentes, de modo que figúrate a nosotras. ¡Ja, ja!
Maribel:
Yo no soy como vosotras…
Rufi:
¡Oye, guapa!
Pili:
¡Atiza! ¡Otra vez se le subió el pavo!
Maribel:
Perdonarme, pero no sé lo que me digo.
Rufi:
A ti lo que te pasa es que estás enamorada de Marcelino. Confiésalo.
Maribel:
¡Pues sí! ¿Qué pasa? ¿Es que no tengo derecho a enamorarme? ¿Y él? ¿Es que no puede enamorarse también de mí?
Pili:
Total. Que éste te mata y lo pasas divinamente.
Maribel:
¿Para eso habéis venido? ¿Para amargarme? ¿Para entristecerme?
Pili:
Hemos venido para que no te pase nada, porque te queremos. Porque sabemos que eres buena…
Rufi:
Pero tienes muchos pájaros en la cabeza y eres demasiado decente.
Maribel:
Ser decente no es pecado.
Pili:
Pero siempre es mal negocio.
Niní:
(Que está mirando por la ventana.) ¡Callar! ¡Viene hacia la casa!
Pili:
¿Viene?
Niní:
Sí. Se dirige hacia la izquierda. Pero no… Ahora tuerce a la derecha.
Rufi:
¿No te digo? Ya cambió de opinión.
Maribel:
¿Pero también os parece mal que vaya por la derecha o por la izquierda?
Pili:
Sí. Porque la entrada de la casa está a la izquierda. Y a la derecha la de la fábrica… Que yo me he fijado muy bien.
Maribel:
Es mejor que os marchéis. Porque a lo mejor viene aquí para hablar conmigo. Y yo quisiera hablar con él.
Pili:
¿De qué?
Maribel:
De muchas cosas. Estoy decidida a saber todo lo que me oculta, y a confesarle todo lo que yo le estoy ocultando a él…
Rufi:
No debes hacer eso. También es peligroso.
Niní:
Y a lo mejor se lleva un disgusto.
Maribel:
¿Qué voy a hacer entonces?
Pili:
Espera que él se explique. Lo que sea sonará. Y nosotras estaremos al cuidado.
Niní:
Yo puedo esconderme en este armario.
Rufi:
Tú, cállate, niña. Y no digas más tonterías.
Pili:
Lo que haremos será entrar de vez en cuando con cualquier pretexto.
Maribel:
Pero hacerlo con disimulo. Que él no note que estamos asustadas. Tengo miedo de que se enfade.
Pili:
De que se enfade y de todo, Maribel. Porque tú tienes tanto miedo como nosotras. Lo que pasa es que tratas de disimularlo. ¿Es verdad o no?
(Se oyen unos golpecitos.)
Maribel:
Sí, adelante.
(Niní va a abrir la puerta del foro. La abre y no hay nadie.)
Niní:
¡Aquí no hay nadie!
Pili:
¿Quién ha llamado entonces?
(Todas están mirando hacia la puerta del foro. Pero en el paño de la derecha, donde aparentemente no hay nada, existe otra puerta forrada con el mismo papel con que está empapelada la habitación. Y por esta puerta entra Marcelino sonriente.)
Marcelino:
Hola.
(Todos se vuelven asustados.)
Rufi:
¡Mira!
Maribel:
¿Tú?
Marcelino:
¿Qué os sucede?
Pili:
No. Nada.
Maribel:
No sabíamos que había esa puerta.
Marcelino:
Sí. Comunica directamente con la fábrica. Y como he pasado por la fábrica para ver si había correspondencia, pues entré por ahí que es más cómodo.
Rufi:
Claro, ya…
Marcelino:
Siento que se hayan asustado.
Rufi:
No, por Dios. En absoluto.
Marcelino:
Pensé que sólo estaría Maribel.
Pili:
Pues ya ve. Estamos las cuatro.
Marcelino:
Sí. Ya lo veo.
Niní:
¿Y de dónde viene usted ahora? ¿De su cuarto?
Marcelino:
No. He ido a decirle a los guardas que nos preparen un poco de cena.
Pili:
¿Quiénes son los guardas?
Marcelino:
Los que nos han abierto la puerta cuando hemos llegado. La guardesa es la cocinera, y él es el criado y jardinero y todas esas cosas.
Rufi:
¿Y dónde están los guardeses? ¿En la cocina o subidos a un árbol?
Marcelino:
¿A un árbol? ¿Por qué?
Pili:
¡Como le hemos visto que ha salido al jardín…!
Marcelino:
He salido para encerrar el coche.
Pili:
¡Ah!
Marcelino:
Como no había nada preparado y la cena todavía tardará, podemos antes dar una vuelta por ahí… Si quieren ustedes terminar de arreglarse…
Maribel:
Sí, hija, Niní. Ponte ya un vestidito.
Niní:
¡Ay, es verdad! Que se me había olvidado…
(Y hace mutis por el foro.)
Maribel:
Vosotras también os podéis marchar.
Pili:
Bueno, sí. Pues hasta ahora.
(Y hace mutis.)
Rufi:
Bueno. Pues hasta ahora mismito.
(Y también hace mutis, dejando la puerta abierta, que Marcelino cierra.)
Marcelino:
¿Por qué están tus amigas tan asustadas?
Maribel:
No sé. Por lo visto esta casa las impresiona un poco.
Marcelino:
Sí. Indudablemente no es muy alegre. Pero de todos modos me molesta que estén así conmigo, como si les fuera a hacer algo malo… Si he de serte franco, no me gusta que tengas esta clase de amigas.
Maribel:
¿Por qué?
Marcelino:
No sé. Perdóname, pero no me parecen unas chicas demasiado serias.
Maribel:
¿Las encuentras diferentes a mí?
Marcelino:
¿Cómo puedes preguntar eso? Tú eres otra cosa.
Maribel:
Entonces… ¿soy distinta? ¿Parezco distinta?
Marcelino:
Tú pareces un ángel, Maribel. Y lo eres. ¿Qué dices tú?
Maribel:
Que ahora pienso que sí; que lo soy. Pero es porque tú me lo dices. Y cuantas más veces me lo digas, más me lo creeré. Y llegaré a serlo.
Marcelino:
(Con tono de contar un cuento.) Había en este pueblo una mujer muy fea, muy fea, y el marido la quería mucho y la encontraba guapa. Y se lo decía siempre: «Eres muy guapa, eres muy guapa.» Y ella se lo creyó y lo llegó a ser. Y se convirtió en una mujer bella que todos admiraban.
Maribel:
(Ingenuamente interesada.) ¿Y qué pasó?
Marcelino:
Que entonces le engañó con otro.
Maribel:
(Con desilusión.) ¡No!
Marcelino:
(Se ríe.) ¡Era una broma! Pasó que fueron muy felices… Porque ya sabes que uno no es como piensa que es, sino como le ven los demás.
Maribel:
Según eso…
(Marcelino que estaba sentado junto a ella, se levanta tratando de cambiar de conversación.)
Marcelino:
¿Te gusta la casa?
Maribel:
(Desconcertada.) Sí. Mucho.
Marcelino:
Ahora, de noche, resulta un poco triste. Pero mañana nos levantaremos temprano y ya verás qué sol y qué alegría… ¿Y esta habitación, qué te parece?
Maribel:
Muy hermosa.
Marcelino:
Al principio fue de mis padres. Después, al morir papá, fue sólo de mi madre. Y más tarde, cuando me casé, la ocupamos Susana y yo. Pero cuando Susana se ahogó en el lago, me volví a la pequeña habitación de soltero, que tenía antes, y que está al final del pasillo. Y en este cuarto ya nunca entró nadie. Pero ahora lo volveremos a ocupar nosotros cuando nos casemos.
Maribel:
(Con miedo y tristeza.) ¿Hasta que yo me ahogue?
Marcelino:
(Asombrado.) ¿Y por qué te vas a ahogar? ¿Por qué dices eso?
Maribel:
No sé… Lo he pensado de pronto.
Marcelino:
Pues no debes pensarlo, Maribel. Ni debes volver a repetirlo…
(Se abre la puerta del foro y entra Rufi.)
Rufi:
¿Se puede?
Maribel, nena, perdona, hija… Venía a ver si tenías un poco de polvos de la cara, porque con el aire que entraba por la ventanilla del coche se me ha pelado un poco la punta de la nariz.
Maribel:
Sí, creo que los tengo aquí en la maleta.
(Y pasa a la alcoba y busca en la maleta. Marcelino se ha levantado del sofá, un poco molesto por la llegada de Rufi y va hacia la ventana. Rufi aprovecha para hablar en voz baja con Maribel.)
Rufi:
¿Te está haciendo algo malo?
Maribel:
No.
Rufi:
Si te lo hace, grita.
Maribel:
Sí…
(Y Rufi habla ya en voz alta.)
Rufi:
Hija, siempre llevas de todo. Cuidado que eres ordenadita, hay que ver… Desde luego vas a hacer una esposa modelo. Y aquí don Marcelino también, porque es muy majo.
Marcelino:
Gracias.
Rufi:
No las merece.
Maribel:
Aquí tienes los polvos.
Rufi:
Bueno, gracias. Si necesito algo más ya vendré a pedírtelo.
Maribel:
Como quieras.
Rufi:
Bueno. Pues voy a ver si me arreglo y me pongo un poquito decente. En lo que cabe, ¿eh? Hasta lueguito.
Marcelino:
Adiós, muy buenas. (Rufi hace mutis y deja la puerta abierta. Marcelino la cierra.) ¿Sabes que tu amiga está un poco pesada?
Maribel:
No debes hacerle caso. Es su carácter.
Marcelino:
¿Qué es lo que creen? ¿Que quiero aprovecharme de ti?
Maribel:
No. No es eso.
Marcelino:
Entonces, ¿qué? ¿Que te quiero matar, tal vez?
Maribel:
(Y va, suplicante, junto a él.) Y tú no quieres matarme, ¿verdad?
Marcelino:
¿Pero cómo puedes decir eso? ¿Y cómo pueden pensarlo siquiera tus amigas? Ahora comprendo por qué insistieron tanto en venir… Si vieras lo que me duele todo esto, Maribel… Y si vieras lo que me preocupa… Si mamá llegara a enterarse…
Maribel:
¿Qué tiene que ver tu madre con esto?
Marcelino:
Es muy desagradable que piensen mal de mí.
Maribel:
Pero tienes que disculparlas. Son mis amigas y me quieren. ¡Y se han llevado tantos chascos en su vida y tantos desengaños, que desconfían de todo el mundo! Yo, en cambio, no. Creo en la gente. Y creo en mí. En mi suerte. No es que nunca haya tenido mucha, pero me basta con la que tengo… Y también creo en ti… Aunque a veces… Dime una cosa. ¿Cómo era Susana?
Marcelino:
Una señorita de aquí, de este mismo pueblo… Muy buena.
Maribel:
¿Guapa?
Marcelino:
Sí.
Maribel:
¿La querías?
Marcelino:
Mucho.
Maribel:
¿Cómo se ahogó?
(Se abre la puerta y aparece Niní.)
Niní:
Perdonad que os interrumpa. Pero como me ha dicho Rufi que en la maleta tienes de todo, venía a ver si me dabas una aspirina, unas tijeras y Nescafé.
Maribel:
De eso no tengo nada, ¿sabes? Y si después que tú va a venir Pili, dile que no se tome la molestia.
Niní:
No, Pili se está arreglando. Como aquí, el señor, nos ha dicho que vamos a dar una vuelta antes de cenar, se está poniendo guapa por si acaso.
Maribel:
¿Por si acaso, qué?
Niní:
No sé. Ella, siempre que se arregla, dice que por si acaso… Bueno, hasta después.
(Y hace mutis.)
Maribel:
Debes perdonarlas.
Marcelino:
Sí, Maribel.
Maribel:
Y seguir contándome…
Marcelino:
¿No te importa que eche el pestillo de la puerta?
Maribel:
No.
Marcelino:
Así no nos molestarán.
(Y echa el pestillo.)
Maribel:
Sí. Es mejor.
Marcelino:
¿Qué querías saber?
Maribel:
Todo. Lo de Susana. Lo del lago. Lo de la cotorra.
Marcelino:
¿Qué es lo de la cotorra?
Maribel:
¿Por qué se llama Susana, como tu mujer?
Marcelino:
Porque la cotorra era de Susana, que quería mucho a mi tía Paula. Y un día se la regaló y le dijo: «Te la regalo con la condición de que la llames Susana, como me llamo yo, para que así siempre te acuerdes de mí.»
Y mi tía Paula la llamó Susana. ¿Tiene esto algo de particular?
Maribel:
No, claro, pero…
Marcelino:
Hay barcas de pesca que se llaman Margarita, Nieves, Rosalía, igual que las mujeres o las hijas de los pescadores. Mi tía no tiene barcas y sólo tiene una cotorra.
Y la quiere. Y lleva el nombre de una persona que quería.
Maribel:
Yo pensé que le puso ese nombre por todo lo contrario. Por venganza… Porque aborrecía a tu mujer.
Marcelino:
¡Pobre tía Paula! Aborrecer ella a Susana… ¡Y Susana ser aborrecida!… ¿Por qué ese afán de pensar mal de todo? ¿De querer descubrir, aun en lo más sencillo y simple, un secreto, un pecado…? ¿Tú no comprendes entonces que en el mundo pueda haber gente buena?
Maribel:
Sí. Pero es raro, ¿no?
Marcelino:
¿Y gente inocente?
Maribel:
Sí. Puede ser.
Marcelino:
¿Y gente sencilla, sin malicia, que va de buena fe?
Maribel:
Yo creo que sí. Lo he pensado siempre… Pero después vienen las amigas y te empiezan a decir cosas, y te lo chafan todo… Y la poca ilusión que a una le queda, sé le va para siempre.
Marcelino:
¿Tú sabes por qué mi tía Paula alquila visitas para distraerse y poder hablar?
Maribel:
No. No lo sé.
Marcelino:
Porque las amigas que tenía dejaron de visitarla.
Maribel:
¿Porque las desilusionaba, a lo mejor?
Marcelino:
Al contrario. Porque a cada amiga que iba le daba veinte duros.
Maribel:
Bueno, hijo, es que eso no es normal.
Marcelino:
Las amigas de mi tía eran gentes de barrio, modestas, que tenían apuros, enfermedades y desgracias. Que se quejaban siempre de lo cara que está la vida. Entonces, la tía Paula se conmovía, se echaba a llorar y, disimuladamente, les metía veinte duros en el bolsillo. Este dinero a unas las humillaba, y a otras, en cambio, les parecía poco.
Y terminaron por decir que estaba loca. Y mi tía se quedó sola con sus pájaros en el mirador; y para que fuese alguien tuvo que poner anuncios en los periódicos y darles un sueldo.
Y lo que por bondad no se admitía, se admite y se comprende ahora como gratificación.
Maribel:
Es buena la tía Paula, ¿verdad?
Marcelino:
¿Buena? Mira, nunca quiere decirlo y a veces se burla de ella misma para disimular, y hasta inventa pretextos ridículos… Pero si no sale a la calle hace tantos años es porque se lo prometió a su marido, al que adoraba, cuando éste murió. Y lo ha cumplido.
Maribel:
(Emocionada.) Vas a hacerme llorar.
Marcelino:
No te importe. Eso es bueno.
Maribel:
Y tu mujer, Susana, ¿cómo se ahogó?…
Marcelino:
¡Porque la pobre estaba tan gorda!…
Maribel:
¿Qué tiene eso que ver?
Marcelino:
Ése fue uno de los motivos. Sin que ninguno de nosotros lo supiéramos, Susana decidió aprender a nadar en el lago, como lo hacen las chicas modernas en las piscinas. Y una tarde se fue sola al lago, se metió en el agua y se ahogó. El lago es peligroso, ¿sabes? En el pueblo le llaman «El lago de las niñas malas», para que las niñas no vayan a él. Y ella fue. No tenía agilidad. Pesaba mucho…
Y ocurrió la desgracia… Pero yo sé muy bien que todo lo hizo por mí.
Maribel:
¿Por ti? No comprendo.
Marcelino:
Yo soy una persona ridícula, Maribel. No he tenido amigos ni apenas he salido de casa. Tuve fracasos en mis pequeñas aventuras amorosas. Me casé muy joven y Susana era como yo, como mi madre, como mi tía. Una provinciana, una paletita sin malicia. Mi tía, desde Madrid, nos animaba: «Salir, viajar, distraeros, cambiar de ambiente… No podéis estar ahí siempre metidos…» Mamá y Susana, equivocadamente, creían que yo me aburría aquí con ellas, y también me animaban. Y entre las dos decidieron que hiciésemos un viaje al mar, que nunca habíamos visto… «Nos bañaremos juntos, en la playa; nos broncearemos al sol; tenemos que acostumbrarnos a la vida moderna», dijo un día Susana. Y en su primer intento de meterse en el agua, se ahogó la pobrecita. Yo quedé destrozado. Esta casa aún nos pareció más triste de lo que era. Decidieron que yo me debía volver a casar con una chica de Madrid, moderna, alegre, que me distrajera y me hiciera cambiar un poco de vida. Yo también creí esto necesario. Por mí y por ellas. Y sabiendo mi cortedad, trataron de ayudarme, y mi tía compró música de jazz, que la horroriza, y aprendió a hacer gin-Jizz para estar a la moda. Y yo me eché a la calle para buscar novia, temiendo que nadie me hiciera caso. Que las chicas se aburrirían conmigo. Y entré en un bar y te vi a ti. Y tú me sonreíste. Y ya no busqué más. Eras tú la novia que buscaba. (Maribel está callada. Pensativa. Emocionada.) ¿Qué te pasa?
Maribel:
¿Y si yo te dijera que no soy la novia que mereces?
Marcelino:
¿Por qué?
Maribel:
No sabes nada de mí.
Marcelino:
Según tus papeles, te llamas María Isabel González, hija de Ambrosio y de Guadalupe, mayor de edad, natural de Lanzarote, avecindada en Madrid, en una pensión de la calle del Pez, y de profesión costurera. ¿No es suficiente?
Maribel:
No.
Marcelino:
¿Por qué?
Maribel:
Porque si voy a casarme contigo y vamos a vivir aquí los dos juntos con tu madre, o con tu tía en Madrid, es necesario que sepas más cosas. Que lo sepas todo.
Y no sólo de mí, sino de mi manera de vivir, de mi ambiente, de mis amigas…
Marcelino:
Ya sé que Rufi tiene un niño muy mono y está casada con un ingeniero. Y que Niní en latín, ha sacado sobresaliente.
Maribel:
¿Y tú lo crees?
Marcelino:
¿Por qué no voy a creerlo? ¿Por qué no creer tampoco que tú eres costurera?
Maribel:
Lo fui al principio, pero después…
Marcelino:
Después, un día, entraste en un bar y me conociste a mí. Y ésa es toda tu historia. ¿No es verdad, Maribel?
Maribel:
(Nerviosa, acongojada.) Tú no quieres que yo te cuente nada, ¿verdad? ¡Tratas de evitarlo! ¿Por qué?
Marcelino:
Hemos venido aquí para que descanses y se calmen tus nervios… ¿Vamos a volver a empezar de nuevo?
Maribel:
¡Pero Marcelino…! ¡Escucha lo que voy a decirte!
(En la puerta del foro se oyen unos golpes que dan con la mano y la voz de Rufi que grita.)
Rufi:
¡Maribel!
Maribel:
¡Déjame en paz!
Rufi:
¡Maribel abre!
Maribel:
¡Esperad un poco!
Rufi:
¡Abre, Maribel!
Maribel:
¡No me da la gana de abrir!
Marcelino:
¡Pero Maribel…!
Rufi:
¡Si no es que tengamos miedo de don Marcelino! ¡Es que lo están llamando al teléfono!
Marcelino:
¡Ah! ¡Déjame que abra! Debe ser algún asunto de la fábrica.
(Y abre la puerta y entra Rufi ya arreglada del todo. Se muestra dócil y seriecita y mira a Marcelino con cierta admiración y simpatía.)
Rufi:
Hola, don Marcelino.
Marcelino:
Hola, Rufi.
Rufi:
Estábamos en la cocina con la cocinera y le llamaron al teléfono de la conserjería. Entonces yo subí a avisarle.
Marcelino:
Gracias.
Rufi:
De nada.
Marcelino:
Vuelvo en seguida, Maribel…
(Y hace mutis. Maribel está sentada en el sillón, pensativa y contrariada por la interrupción. Rufi también se sienta en el sofá.)
Rufi:
Hola, Maribel.
Maribel:
Hola.
Rufi:
Y perdona.
Maribel:
Sí. (Entra Pili, también arreglada, y lo mismo que Rufi, sumisa y con un aire bondadoso. Se sienta junto a Rufi.)
Pili:
Hola, Maribel:
Maribel:
Hola. (Y ahora entra Niní igual. Se sienta junto a Pili.)
Niní:
Hola, Maribel.
Maribel:
(Extrañada por el tono de sus amigas.) ¿A qué viene tanto hola? ¿Me queréis explicar?
Niní:
No. A nada. Perdona.
Maribel:
(Al verlas tan seriecitas.) Pero ¿qué os pasa? ¿Sucede algo?
Pili:
No. A nosotras, nada.
Rufi:
¿Y a ti?
Maribel:
A mí me sucede que he hablado con Marcelino, y ahora estoy segura de que es bueno y de que me quiere de verdad y de que yo también le quiero a él. Pero de lo que no estoy segura, en cambio, es de si sabe quién soy yo o no lo sabe. Porque cuando intento decírselo se escabulle y cambia de conversación… Pero lo sepa o no lo sepa, yo tengo que decírselo; yo misma. Y él lo tiene que oír.
Rufi:
No debes darle un disgusto así a una persona tan buenísima.
Pili:
Y no sólo por él, sino por su pobrecita mamá.
Niní:
Y por su tiíta.
Maribel:
¿Por qué pensáis ahora de ese modo? ¿No me decíais antes que eran una partida de locos?
Rufi:
Es que nos hemos ido a la cocina para sonsacar a la cocinera y nos lo ha contado todo…
Pili:
Y es que para enterarse de lo que pasa en el seno de una familia no hay nada como la cocina.
Maribel:
¿Qué os ha dicho? ¿Lo del lago, lo de Susana?…
Rufi:
Todo. Empezó el relato desde que Marcelino tenía cuatro años.
Pili:
Y como habla tan de prisa, le ha cundido mucho y hemos llegado a la época actual.
Niní:
¡Pero qué gente más buenísima, joroba!
Pili:
¡Mira que lo de la puerta!
Maribel:
¿Qué puerta?
Pili:
Esta puerta secreta que nos dio tanto miedo cuando apareció tu Marcelino.
Rufi:
¿Sabes quién la hizo?
Maribel:
¿Quién?
Rufi:
Doña Matilde. Entre ella, un albañil y un carpintero la hicieron en un día.
Pili:
Pero fue ella quien puso las bisagras…
Niní:
Y el pestillo.
Maribel:
¿Por qué?
Rufi:
Pues porque el pobre de su marido se acatarraba a cada momento. Y como para ir a la fábrica tenía que salir de la casa y dar la vuelta por el jardín, un día de esos de crudo invierno ella decidió hacer una puerta de comunicación para que no se acatarrase. Y como el carpintero se le puso malo en plena faena, ella terminó de rematarla.
Pili:
Tú dile a una esposa de las de ahora que te haga una puerta con sus bisagras y su pestillo, y el suceso sale en los periódicos…
Niní:
Y no es eso lo peor. Es que si te la hace, después no encaja bien.
Maribel:
¿Y qué más os ha dicho?
Pili:
Las obras de caridad que están haciendo constantemente. Pero en el mayor anonimato… Así, como a lo tonto…
Rufi:
Y que la mitad del chocolate se lo regalan a los pobres.
Niní:
Y que todos están deseando que te vengas a vivir aquí. Los guardeses también.
Rufi:
Y a nosotras nos ha dicho que vengamos de visita de vez en cuando, porque somos muy simpáticas y muy dicharacheras…
Pili:
Y también creen que somos chicas modernistas, que hemos venido de week-end, y están encantadas, porque dicen que a esta casa lo que le hace falta es mucho week-end.
Maribel:
¿Y vosotras os creéis que podemos seguirles engañando?
Rufi:
(Conmovida.) Sí, claro. Por un lado, está feo. Da así como vergüenza.
Niní:
Pero tú has dicho que no estás segura de si él lo sabe o no. Y si no te pregunta nada, a lo mejor es que es tan bueno que las cosas pasadas no le importan.
Pili:
Que, al fin y al cabo, es como debían ser todos los hombres y no andar fisgando en cosas que se las llevó el viento, y de las que una misma ni se acuerda…
Niní:
(Que está cerca de la puerta.) Callar. Me parece que sube las escaleras.
Rufi:
¿Muy despacito?
Niní:
No, no. De prisa. (Y entra Marcelino un poco serio, deprimido.)
Marcelino:
Perdona, Maribel. Y ustedes también señoritas… Tengo que salir.
Maribel:
¿Salir? ¿Adónde?
Marcelino:
Voy a ir hasta la entrada del pueblo.
Maribel:
¿Pero qué ocurre?
Marcelino:
Me acaba de llamar desde Madrid el administrador de la tía Paula.
Rufi:
¿Pepe?
Marcelino:
¿Conoce usted a don José?
Rufi:
Bueno, conocerle, no. Pero me habían dicho…
Maribel:
(Interrumpiendo.) ¡Calla! ¿Y para qué te ha llamado?
Marcelino:
Para decirme que mi madre y mi tía han tomado un taxi y vienen aquí.
Maribel:
¿Que vienen aquí? ¿A esta casa?
Marcelino:
Sí.
Maribel:
Es muy raro, ¿verdad?
Marcelino:
Sí. Y, además, no me ha dado más explicaciones. Dice que le encargaron que me telefonease en seguida, para que estuviese prevenido, pero que le han tardado mucho en dar la conferencia. Y ya deben de estar llegando, porque, según él, salieron de Madrid hace unas dos horas… Lo que más me extraña es que también venga tía Paula. Cincuenta años sin salir de su casa y ahora atreverse a tomar un taxi para venir aquí… ¿Qué puede haber pasado para que se lancen de repente a hacer este viaje?… Esperaremos que vengan ellas para cenar, ¿no les parece? (Las chicas están taciturnas y no hablan.) Por cierto, Maribel, que cuando vean a tus amigas se van a llevar una sorpresa. Como creían que veníamos solos y fue a última hora cuando decidieron acompañarte… Voy a ir a la entrada del pueblo para esperarlas… Vosotras, mientras tanto, podéis dar una vuelta por el jardín o por donde quieran… No tengo que volver a repetiros que estáis en vuestra casa… Me perdonan, ¿verdad? (Y hace mutis. Todas siguen sin hablar, taciturnas y mirando al suelo. Al fin habla Rufi.)
Rufi:
¡Pepe lo contó todo!
Pili:
¡El miserable!
Niní:
¡Y ahora vendrán aquí a armar la gorda!
Rufi:
¡Y pensar que yo he tenido la culpa! ¿Por qué se me ocurrió llamarle cuando entró en aquel despacho? ¡Con lo feo que es el condenado, además!
Pili:
¿Qué piensas tú, Maribel?
Maribel:
Que sí. Que tenéis razón. Y que sólo puede ser eso. Que el administrador les ha dicho quiénes sois vosotras y, sobre todo, quién soy yo. Y vienen a echarme a la calle.
Rufi:
¡Pues fíjate cuando nos vean aquí contigo!…
Pili:
¡Hace falta tener poca vergüenza para irles con un chisme así! ¡Y después dicen que no piense una mal de la gente! ¡Pero si por un hombre bueno que hay, a los demás había que degollarlos!
Rufi:
¡Pero cuando yo me lo encuentre! ¡La bofetada que le voy a pegar!…
Pili:
Ahora que a mí no me echan. Yo me voy, Maribel. ¿No te parece?
Maribel:
Sí. Creo que es lo mejor.
Niní:
Y yo también.
Rufi:
Pero este pueblo está muy lejos. ¿En dónde nos vamos a ir?
Niní:
Podemos aprovechar el mismo taxi en que vienen ellas.
Pili:
O si no, haciendo el auto-stop. La cuestión es largarse. Porque, en el fondo, tendrán razón en todo lo que digan y en ponemos la cara colorada.
Niní:
(Conmovida.) ¿Tú qué vas a hacer, Maribel?
Maribel:
Todavía no lo tengo decidido.
Pili:
Mientras lo decides, yo voy a preparar mis cosas.
Niní:
Y yo las mías.
Rufi:
Recoger lo mío también, que voy en seguida. (Y Pili y Niní hacen mutis.)
Maribel:
NO sé qué hacer,
Rufi:
Si escapar también con vosotras o afrontarlo todo. ¿Qué me aconsejas tú?
Rufi:
Es tan difícil aconsejar una cosa así… Desde luego tu situación no es muy agradable que digamos… Claro que también depende de en el plan que vengan. Porque si son tan buenas como dicen, a lo mejor te lo largan todo con suavidad y buenos modales… ¡Pero si se ponen farrucas!
Maribel:
¿Y si nos equivocamos de nuevo, como nos pasó con Marcelino? Porque también antes pensabais mal de él, igual que ahora pensamos mal de ellas y del administrador. Y puede ser que don José no les haya dicho nada, y que ellas vengan aquí a otra cosa distinta. Marcelino me ha dicho que no debemos pensar mal de la gente. Pero lo que pasa es que tenemos miedo, porque no tenemos la conciencia tranquila. ¡Y yo no quisiera ser así!
Rufi:
Si tú quieres quedarte, puedes hacerlo,
Maribel:
Pero yo, desde luego, me marcho. Porque si el mismo Marcelino está extrañado de que su madre y su tía hayan tomado un taxi de repente para plantarse aquí, no sé cómo no vamos a extrañamos nosotras, tengamos la conciencia como la tengamos.
Maribel:
Tienes razón, Rufi. Voy a guardar mis cosas. Anda, ayúdame… (Maribel y Rufi guardan algunas prendas en él maletín de Maribel mientras siguen hablando.)
Rufi:
Yo comprendo que para ti la papeleta se las trae. Y que ahora te duela más que nunca romper con todo esto… Figúrate; si es a mí, y me da pena… Pero hija, cuando una es como es, tiene que romper con tantas cosas…
Maribel:
Sí,
Rufi:
Es verdad.
Rufi:
(Por lo que han guardado.) ¿No te olvidas de nada?
Maribel:
No. Ya está todo.
Rufi:
Pues vamos a cerrar.
Maribel:
Pero puede ser que después vaya a buscarme al bar donde me encontró, ¿no te parece?… Aunque sea en otro plan, claro.
Rufi:
Pues sí. A lo mejor va. Él parece quererte.
Maribel:
Y yo podré tener con él una explicación. Y contarle todo…
Rufi:
Desde luego. (Entra Pili seguida de Niní. Llevan su pequeño equipaje y el de Rufi.)
Pili:
Ha llegado ya el taxi al jardín. Y van a entrar… Toma lo tuyo, Rufi.
Rufi:
¿Cómo salimos entonces?
Niní:
Si vamos por ahí, nos encontramos con ellos.
Pili:
¿Y por qué no salimos por esa puerta? Da a la fábrica. Y la fábrica tiene otra puerta que da al jardín… Y antes estaba abierta.
Niní:
¡Ya se les oye abajo!
Pili:
(Va hacia la puerta secreta y la abre.) Vamos, seguidme.
Niní:
Sí, vamos. (Y hace mutis detrás de Pili. Maribel, con su maletita en la mano, está indecisa.)
Rufi:
(Desde la puerta.) ¿Te decides o no, Maribel?
Maribel:
Sí. Es mejor. Vamos… (Rufi la deja pasar primero. Después sale y cierra la puerta. Inmediatamente se oye la voz de Marcelino por el foro.)
Marcelino:
¡Maribel! ¡Maribel! (Y entra Marcelino. Al no verla, se dirige a la alcoba.) ¿Pero dónde estás, Maribel?
(Y entra doña Matilde por la puerta del foro. Va con sombrero.)
Doña Matilde:
¿Es que se ha perdido?
Marcelino:
¡La dejé aquí!
(Y entra doña Paula, también con sombrero.)
Doña Paula:
A ver si se ha ido al otro cuarto que le has dado a sus amiguitas…
Marcelino:
Seguramente. Voy a ver…
(Hace mutis.)
Doña Matilde:
¿Qué te parece la casa, Paula?
Doña Paula:
Lo que he visto es muy hermoso. Yo pensé que iba a ser más tristona… Pero no. Me gusta bastante. Y el jardín es mucho más grande que mi mirador de la calle de Hortaleza.
Doña Matilde:
¿Y no te has mareado en el viaje?
Doña Paula:
Qué va. Ni mucho menos. Lo he pasado divinamente. Ahora que si llegamos a saber que las amigas de Maribel la habían acompañado, nos podíamos haber ahorrado tanto traqueteo…
Doña Matilde:
De todos modos hemos hecho muy bien en tomar esta determinación…
(Entra Marcelino preocupado.)
Marcelino:
Se han ido, mamá.
Doña Matilde:
¿Cómo que se han ido?
Marcelino:
Sí. Y se han llevado su equipaje. Y ahora que me fijo, tampoco está la maleta de Maribel…
Doña Paula:
¿Pero cómo es posible que se hayan marchado?
Marcelino:
No puedo comprenderlo.
Doña Matilde:
¡Pero debes buscarlas, Marcelino! No pueden haber ido muy lejos. En algún sitio tendrán que estar…
Marcelino:
Sí. Es posible que hayan ido hasta el pueblo a dar un paseo… Pero lo del equipaje es lo que no entiendo.
Doña Paula:
No te preocupes. Lo habrán metido debajo de la cama. Anda. Vete a buscarlas.
Marcelino:
Sí. Voy a ver si las encuentro. (Y hace mutis, sin demasiada alegría. Doña Matilde y doña Paula quedan tristes.)
Doña Matilde:
Tengo miedo, Paula.
Doña Paula:
Y yo también, Matilde.
Doña Matilde:
Ya me temía yo que todo esto le pareciese triste. El pueblo, la casa, la fábrica… Y hasta mi hijo, Paula.
Doña Paula:
¡Pero si Marcelino está cambiado desde que la conoce! ¿De cuándo acá, hace dos meses, se hubiera atrevido a venir de excursión con una chica…? ¡Pero si está hecho un calavera!
Doña Matilde:
Y, sin embargo, Maribel se ha marchado. Habrá comprendido que éste no es el ambiente apropiado para una muchacha joven y moderna, acostumbrada a otra clase de vida.
Doña Paula:
Yo estoy segura de que no se ha ido, Matilde. ¿Por qué ese afán de pensar mal? Conozco bien a Maribel y la considero incapaz de cometer una grosería semejante.
Doña Matilde:
Eso mismo pensaba yo de ella; pero ahora… (Se abre la puerta secreta y aparece Maribel con su maletita.) ¡Hija, Maribel!
Doña Paula:
¡Caray! ¿Pero por dónde sale?
Doña Matilde:
Es una puerta que da a la fábrica.
Doña Paula:
Pues por poco me asusto.
Doña Matilde:
¿Pero cómo entras por ahí?
Maribel:
Vengo a pedirles que me perdonen.
Doña Matilde:
¿Por qué?
Marcelino te ha ido a buscar. Creyó que habías ido hacia el pueblo.
Maribel:
He ido a acompañar a mis amigas, que se han marchado…
Doña Matilde:
¿Adónde?
Maribel:
Cuando se enteraron que venían ustedes, les dio un poco de apuro estar aquí… Yo también iba a irme. Pero después pensé que era mejor que si ustedes me tenían que decir algo, me lo dijeran.
Doña Matilde:
Pues claro que te lo tenemos que decir. Que en este pueblo hay mucho cotilleo.
Doña Paula:
Y que las costumbres modernas están bien en Madrid, pero que aquí no valen. Y por eso hemos venido.
Maribel:
No entiendo.
Doña Paula:
¡Pobrecilla! ¡Pero qué inocentona!
Doña Matilde:
Pues porque al principio creíamos que eso de que te vinieras aquí sola con Marcelino era muy normal y muy moderno y todo lo que quieras. Pero después nos quedamos las dos solas y nos pusimos a meditarlo.
Doña Paula:
Y pensamos que no está bien que una muchacha decente venga sola a casa de su prometido. No porque no nos fiemos de vosotros, claro, sino porque en el pueblo podían empezar a chismorrear. Y no nos da la gana que de ti chismorree nadie, Maribel:
Doña Matilde:
Y entonces decidimos que lo mejor era que viniéramos nosotras para acompañaros… Y animé a Paula para que viniese conmigo. Y aquí estamos las dos tan contentas… ¿Qué te pasa?
Maribel:
(Emocionada.) No. No. Nada. (Entra Marcelino. Va hacia Maribel. La abraza.)
Marcelino:
¡Maribel!
Maribel:
Perdóname… Me iba a ir con mis amigas, por si a tu madre no le gustaba que estuviésemos aquí tanta gente…
Marcelino:
Las acabo de despedir. Han tomado el taxi en que vino mamá. No he podido convencerlas para que se queden…
Doña Matilde:
Ya vendrán otro día, no preocuparos… ¿Quieres que te enseñe la casa, Paula?
Doña Paula:
Sí, hija, enséñamelo todo. Y a ver si cenamos pronto, porque a mí el aire ese de la carretera me ha abierto mucho el apetito.
Doña Matilde:
Pasa, pasa por aquí… (Y las dos hacen mutis por el foro.)
Marcelino:
¿Por qué tenías miedo?
Maribel:
No. No tenía miedo…
Marcelino:
Sí.
Maribel:
Lo tuve un momento, ¿sabes? Pero de pronto comprendí que no había motivo. Que no he hecho daño a nadie. Y que no tengo nada que temer.
Marcelino:
Tú antes ibas a hablarme de tu vida, y yo no quiero saber nada, Maribel.
Maribel:
(Alegre. Convencida de lo que dice.) ¿Pero por qué, si todo es tan vulgar? Yo era costurera en casa de una modista que se llama Remedios, ¿sabes?… Y yo vivía en casa de Rufi con su marido y con su hijo. Y con Niní, que tenía una habitación alquilada y estudiaba en la Universidad. Y yo trabajaba mucho. ¡Venga a coser! ¡Venga a coser!… Y un día, una amiga me invitó a un bar a tomar una cerveza. Y entré en ese bar por primera vez y te encontré a ti. Y eso es todo, ¿comprendes? (Y abraza, emocionada a Marcelino.) Y yo sé que todo esto es verdad. Que ni te miento a ti, ni me miento a mí misma. Que ha ocurrido, ¿sabes? ¡Y por eso no tengo ya miedo! (Maribel llora en los brazos de Marcelino.)
Y mientras tanto va cayendo el
TELÓN