El mismo decorado. De ocho a nueve de la noche.
Las luces están encendidas
(Al levantarse el telón vemos a Pili y a Niní, que están sentadas junto a la mesa redonda de la derecha. Y a Rufi, que se sienta en el sofá de la izquierda. Las tres son compañeras de trabajo de Maribel, pero quizá un poco más baratas que esta última. Y las tres son —entre sí— bastante diferentes. Niní, la más jovencita, es también la más ingenua. A veces parece un poco tonta, pero es que la pobre va de buena fe. Rufi, la de más años, es la más tranquila y serena. Y al presumir de experiencia, presume igualmente de sabiduría. También presume de piernas bonitas y por eso lleva la falda más corta y más estrecha que sus amigas. Y Pili, es la descarada y contestona. La del genio. La que se las da de mala, sin llegar a serlo.
Las tres están calladas, y desde el sitio que ocupan, miran con curiosidad los muebles y objetos que hay en la habitación. En el mirador hay cierto barullo producido por los canarios, que cantan, todos a la vez, y por la cotorra, que dice algo que no se entiende.
(Hay una pausa larga, con este ambiente, antes que Pili empiece a hablar.)
Pili:
¡Pues vaya follón que se traen los animalitos! ¡Ni que estuviéramos viendo una película de Tarzán!
Niní:
¡Y a mí que ese ruidito que hacen me gusta mucho!…
Rufi:
No es ruido, Niní… Son las aves que cantan.
Pili:
¡Pues vaya un cante! ¡Qué barbaridad! ¡Para mis nervios es ese soniquete!
Rufi:
Como no salís de la Gran Vía no sabéis lo que es lo bucólico.
Pili:
Déjate ahora de bucolismos y bájate un poco la falda, que estarás mejor.
Rufi:
¡Hija! ¡Jesús! ¡Qué pesada estás con la faldita!
(Y se las estira todo lo que puede.)
Niní:
¡Es que hay que ver cómo te sienta, Rufi!
Rufi:
¡Pues no sé cómo me voy a sentar, caramba!
Pili:
¡Pues como las personas decentes, nena!
Rufi:
Entonces aprenderé de ti, ¿verdad, guapa?
Pili:
Mejor te iría, digo yo…
Rufi:
¡Ay, qué gracia! ¿Desde cuándo me va a mí mal?
Pili:
Desde que te dieron el primer biberón.
Rufi:
Mira, Pili. A mí no me hables con retintín, porque me quito un zapato y te lo meto en la cabeza.
Niní:
¿Queréis callar? ¡Pues sí que empezáis bien para venir a una visita de cumplido!
Pili:
Ésta, que se está poniendo muy impertinente.
Rufi:
Ni impertinente, ni narices, Pili. Pero si vienes invitada a una casa, como hemos venido nosotras, hay que comportarse como una señora; vamos, digo yo.
Pili:
Quien debe comportarse como una señora es Maribel. Porque si nos ha dejado un recado para que vengamos, lo menos que debe hacer es salir pronto a recibimos y no tenernos media hora en esta habitación con el ruido ese de la selva. (Se refiere a los pájaros, que siguen cantando.)
Rufi:
Ya nos ha dicho la que nos ha abierto la puerta que Maribel estaba en la alcoba, dándole una friega a la que está enferma; pero que en seguida vendría…
Pili:
Pues ya se podía aligerar, porque una no está para perder el tiempo. Y a mí, a las ocho, me espera un señor que ha venido de El Escorial.
Niní:
Bueno, pero que yo me entere… La que está pachucha, quién es, ¿la madre o la tía?
Pili:
¡La madre del conde!
Rufi:
¡Pero si no es conde!
Pili:
¡Y qué más da, caramba!… ¿No estamos de visita? Pues a ponernos finas…
Niní:
Entonces, la vieja esa que nos ha abierto quién es, ¿la tía o la asistenta?
Rufi:
¡Pero hija! ¡Es que no te enteras nunca de nada! Pues lo ha dicho bien claro: «Aquí, servidora, la tía de Marcelino. Doña no sé qué de no sé cuántos». Yo lo he entendido perfectamente.
Niní:
Pues a mí me parece simpática, ¿verdad?
Pili:
A ti te parecen simpáticos hasta los gatos.
Niní:
Y así soy más feliz… ¿Hago daño con eso?
Rufi:
¿Y aquí se podrá fumar o estará prohibido?
Pili:
Si estuviera prohibido lo pondría en un cartel.
Rufi:
Pues entonces, dame un pitillo… (Y Pili le da un cigarrillo.) Lo que no me explico es por qué se le ocurre llamarme a mí para que le ponga una inyección a la que está mala. Porque si tienen dinero, como Maribel dijo, lo natural es que llamen a un practicante…
Pili:
Eso digo yo.
Niní:
Bueno, pero que yo me entere… ¿El recado a quién se lo dejó?
Rufi:
A la chica de la pensión. A la Justina. Y también encargaba que os trajera a vosotras. A Pili y a Niní.
Pili:
A mí todo esto me da muy mala espina, la verdad… Yo creo que aquí hay tomate.
Rufi:
Tampoco hay que ser tan pesimista… La chica es cariñosa y querrá vernos…
Niní:
Pues claro está que sí… Yo no la veo hace la mar de tiempo. Lo menos siete días.
Pili:
A mí me pasa igual. Desde que nos contó lo del novio este…
Rufi:
Yo la veo más, pero de refilón… Como se viene aquí a eso de las tres, cuando nosotras estamos durmiendo todavía, y vuelve a casa cuando ya estamos en la calle…
Niní:
¡Pues en la pensión están buenas con ella!
Pili:
Me lo vas a decir a mí…
Rufi:
Como que la quieren echar a la calle.
Niní:
(Que está cerca de la puerta del foro.) Callar, que viene alguien.
(Por la puerta del foro entra Maribel haciendo una labor de ganchillo. Lleva un vestido diferente al del acto anterior, que quiere ser más correcto, pero que no lo llega a ser del todo. Se muestra desenvuelta y anda por la casa como si fuera suya. Y se expresa y habla en un tono muy diferente a como hablaba cuando por primera vez la conocimos.)
Maribel:
(Va besando a cada una de sus amigas.) Hola, Rufi. Hola, Pili. Muchas gracias, Rufi, por haber venido.
Rufi:
De nada, chica. No las merece.
Maribel:
Claro que sí… Has sido tan amable… Hola, Niní.
Niní:
Hola, Maribel.
Maribel:
Sentaos, por favor. (Y todas se sientan.) Debéis perdonarme que os haya hecho esperar este poquito, pero es que estaba dándole una friega de alcohol alcanforado a mi futura madre y, como siempre, se ha puesto a hablarme de su pequeña enfermedad y de sus múltiples dolencias y no me dejaba moverme de su dormitorio… ¡Es tan atenta y tan deliciosamente cariñosa!… Y como Marcelino ha tenido que ir al mecánico para arreglar el coche, cuyo cicler estaba obstruido, se encontraba la pobre un poco decaída y solitaria… También debes disculparme, Rufi, por haberme tomado la libertad de llamarte, pero como aquí no conocemos a ningún practicante y el médico de cabecera está de veraneo, he pensado que no te importaría nada hacerme este pequeño favor… ¡Y qué alegría que hayas traído a Niní! ¡Y a Pili! ¡Hacía tanto tiempo que no tenía el gusto de verlas! ¡Estáis guapísimas!… ¡Realmente seductoras!… (Y de repente se levanta.) ¡Ah! ¡Perdón! ¡Qué olvido imperdonable! Disculparme un momento… Os voy a traer una caja de aquellas chocolatinas de las que os hablé, para que comprobéis que realmente son exquisitas… Es sólo un instante… (Y hace mutis por el foro. Sus tres amigas, como desde el primer momento que Maribel se puso a hablar, siguen mirándose asombradas. Y ahora exclaman atónitas.)
Rufi:
¡Atiza!
Pili:
¡Pero bueno!
Niní:
¿Y por qué habla así ahora?
Rufi:
Eso digo yo… ¡Pero qué estrambótica!
Pili:
Pero si parece un poeta.
Niní:
(Mirando extrañada la labor de ganchillo que Maribel ha dejado sobre la mesa.) ¿Y por qué le estará haciendo agujeros a este trapito?
Rufi:
NO es un trapito, nena. Es un crochet…
Niní:
Sea lo que sea, se pasa de finolis.
Pili:
Déjate de finolis. Lo que ocurre es que aquí hay algo raro. Que te lo digo yo. Que esto termina mal…
Rufi:
Bueno, raro tampoco es… Lo que sucede es que Maribel es lista, y el trato con esta familia la ha ido afinando.
Pili:
¡No digas tonterías! En quince o veinte días que los lleva tratando no se afina ni el cutis… Yo lo que creo es que está hipnotizada.
Niní:
¿Ah, sí?
Pili:
O a lo mejor, que le han dado una droga.
Niní:
Es verdad… Pero si parece una sonámbula.
Rufi:
¿Queréis no empezar con vuestras fantasías?
Pili:
(Que escucha algo.) Callar, que viene aquí otra vez.
Maribel:
(Y vuelve a entrar Maribel con una caja de chocolatinas.)
Maribel:
Aquí traigo la caja… Ya veréis qué ricas… Prueba una, Rufi. Y tú, Pili. Toma, Niní, criatura…
Rufi:
Gracias.
Pili:
Gracias.
Niní:
Gracias.
Maribel:
¿Veis la marca? «Terrón e Hijo». El hijo es Marcelino. Mi amor… El que va a ser mi esposo.
Pili:
¡Qué bien!
Niní:
(Intentando ser fina.) Muy sabrosas.
Pili:
(Igual.) Y qué elaboración, ¿verdad?
Rufi:
(Igual.) Sí. Se ve que dispone de muy buenas materias primas.
Maribel:
Excelentes. De momento, no podemos quejamos.
Rufi:
Bueno… Y a tu futura madre, ¿qué es lo que le acontece?
Niní:
¿La reuma, tal vez?
Maribel:
No. Nada de cuidado… Un catarrillo sin importancia… Sólo lleva tres días en cama… ¡Ah! Y no sabes cómo se ha puesto de contenta cuando le he dicho que por fin has venido para ponerle la inyección. La tía está preparándolo todo, y ahora vendrá a avisarte para que pases a la alcoba. ¡Los deseos que tenía de conocerte! ¡Como les he hablado tanto de ti, y de tu niño!…
Rufi:
¿Pero también le has hablado del chico, oye?
Maribel:
Sí, claro… ¿Por qué no? ¿Es que tener niños es pecado?
Rufi:
Depende de cómo se tengan.
Maribel:
¡Qué tontería!… Los niños se tienen siempre de la misma forma… Y, sobre todo, que en esta casa somos todos muy modernos y no damos importancia a estas pequeñeces… Además, como es lógico, les he dicho que estás casada con el padre, que es ingeniero de Minas.
Rufi:
¿Tanto?
Maribel:
¿Y es que no es verdad? ¿Es que ya no te acuerdas, mujer? ¡Un hombre tan simpático y con una carrera tan brillante! (Las tres amigas no salen de su asombro. Y Rufi decide que se explique.)
Rufi:
¡Bueno, oye, Maribel!
Maribel:
(Cortándola, fríamente.) ¿Decías algo?
Rufi:
(Acobardada.) No. Nada.
Maribel:
(Vuelve a cambiar de tono.) ¡Ah! También les he hablado de vosotras, que sois compañeras de pensión y que estáis estudiando en la Universidad… (A Niní.) Y que tú, en este curso, has sacado sobresaliente en latín.
Niní:
¿En latín?
Maribel:
¿Pero no te acuerdas cuando llegaste a casa con tu diploma?… ¡Qué alegría nos diste a todas!… ¡Fue un día inolvidable!
Pili:
(Lo mismo que antes hizo Rufi.) ¡Bueno, oye, Maribel!
Maribel:
¿Decías algo?
Pili:
NO, no; nada.
Maribel:
¿Y qué? ¿Qué os parece la casa? Muy hermosa, ¿verdad? (Se ha levantado para mostrar todo.) ¿Habéis visto la cotorra? Se llama Susana. Y los canarios son preciosos… ¡Siempre con sus trinos!… Y fijaros la vista que tiene el mirador. Se ve toda la calle de Hortaleza… ¡Tan linda! ¡Y en esta butaca se está más bien!… Yo me paso aquí muchas tardes haciendo labor de ganchillo… ¡Ah! Y con esta caracola se escucha todo el ruido del mar… Y éste es el piano. Doña Paula lo toca muy bien… ¡Si vierais el cariño que le tengo yo a doña Paula!
Pili:
Claro, claro, es natural… Todo es muy natural.
Maribel:
No sé por qué hablas con ese tono, Pili.
Pili:
No hablo con ningún tono. He dicho que es natural. ¿O es que no se puede decir eso delante de la cotorra?
Niní:
¡Cállate, Pili!
Maribel:
¿Por qué va a callarse? Puede hablar cuanto quiera. Porque estoy segura de que si yo les he tomado cariño, vosotras se lo vais a tomar también. ¡Y vendréis a pasar aquí muchas tardes!
Pili:
Igual que tú, ¿verdad?
Maribel:
SÍ. ¿Por qué no?
Rufi:
(Ya cansada.) Bueno, Maribel, ya está bien.
¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué hablas así?
Maribel:
No sé. ¿Cómo hablo?
Pili:
NO te hagas la tonta. ¿O es que nos está escuchando alguien?
Maribel:
No. ¿Por qué? Están las dos hermanas en el dormitorio… Y no hay más gente en casa.
Rufi:
Por si acaso, mira por ahí, niña… (Y Niní se asoma a la puerta del foro.)
Niní:
No se ve a nadie. Sólo hay un pasillo la mar de largo.
Rufi:
Entonces vamos a hablar claro… ¿Por qué dices tantas cosas raras? ¿Te has vuelto loca o qué te sucede?
Maribel:
NO me sucede nada.
Pili:
NO me digas que no… Si pareces otra.
Niní:
Como si te hubieran cambiado.
Maribel:
(Se sienta abatida y preocupada.) ¡Cambiarme!… Sí. Eso sí es posible… Yo no sé lo que me ha ocurrido, pero me encuentro tan distinta… Y no lo hago por presumir, de verdad, os lo juro. Ni por darme importancia… Yo, en el fondo, quisiera ser como era, como sois vosotras, pero ya no puedo… Aquello terminó.
Niní:
¡Pues vaya un plan!
Pili:
¿Y estás segura que no te han echado unas gotitas en el vaso del agua?
Maribel:
¡Cómo puedes pensar una cosa así!
Rufi:
Y, sin embargo, tienes que volver a la realidad, ¿te enteras? ¿Sabes lo que debes de pensión?
Maribel:
(Avergonzada.) Sí. Mucho.
Rufi:
Desde que te pasas aquí casi todo el día no haces nada. No ganas dinero.
Maribel:
¡Pero me voy a casar!… Debéis comprenderlo.
Pili:
Y mientras que te casas, ¿qué? ¿Vas a vivir del aire?
Niní:
La patrona me ha dicho que te va a poner en la calle.
Pili:
Y ya sabes cómo las gasta.
Rufi:
¿Por qué no le pides cuartos a tu novio?
Maribel:
No. No puedo hacer eso. Estaría muy feo.
Pili:
Pero ¡caray!, ¿es que él no se da cuenta de nada?
Maribel:
De nada. Nunca habla de estas cosas. Supone, por lo visto, que mi familia me envía algún dinero.
Rufi:
Pero eso, por lo menos, lo debías aclarar.
Maribel:
¿Aclarar?… (Maribel las mira. Y antes de contestar va también a observar por la puerta del foro, por si alguien la escucha. Después se sienta junto a sus amigas. Y se muestra sincera y preocupada.) ¿Sabéis que he intentado aclarar todo desde el primer momento, desde el primer día que puse los pies en esta casa? ¿Que he tratado por todos los medios que ellos lo comprendiesen? Pero no comprenden nada. Nadie comprende nada aquí. Me han tomado cariño, me respetan, me miman… Me invitan a almorzar aquí, con ellos. Voy al cine con Marcelino, que cada día está más cortés y más tímido, y que me convida a bombón helado en los descansos, y me besa la mano al despedirse.
Y lo malo es que me encuentro aquí a gusto; que también, por mi parte, le he tomado cariño a él y a las viejas. Que he descubierto de pronto que esta vida es la que me gusta, y no la otra. Y que, de repente, sin darme cuenta, me salen palabras que no había dicho nunca, y me expreso de otro modo más fino, y hasta olvido totalmente lo que he sido hasta ahora.
Pili:
¡Que ya es tener poca memoria!
Maribel:
No digas impertinencias, porque a vosotras os pasaría igual. En mi mismo caso, ¿qué ibais a hacer? ¿Pregonarlo a los cuatro vientos? Por otra parte, ¿es que llevamos un letrero en la espalda diciendo lo que somos? ¿Y si fuera verdad, como piensan ellos, que en lugar de ser unas mujeres malas sólo somos unas chicas modernas? ¿Unas jóvenes de nuestro tiempo?
Rufi:
En eso llevas un poco de razón.
Niní:
Claro que sí… Unas cabecitas locas, como dice mi «mami».
Rufi:
Y, sobre todo, ¿no querían casar al hijo con una chica moderna? Pues que tomen modernas…
Maribel:
Y os quiero ser franca. Si os he traído aquí esta tarde, aparte de lo de la inyección, es para hacer una última prueba.
Pili:
¿Una prueba de qué?
Maribel:
Vamos a suponer, por lo que sea, que a mí no se me nota lo que soy. Bueno, lo que he sido. Pero que no es os note a vosotras ya es difícil; porque, hijas, hay que ver cómo vais…
Pili:
Oye, guapa, sin ofender.
Maribel:
No es ninguna ofensa, porque la faldita que llevas, se las trae… Y, sin embargo, ya habéis visto cómo os ha recibido doña Paula cuando habéis entrado… Ahora, en el cuarto, me ha dicho que parecéis unas muchachas encantadoras y muy cultas.
Niní:
¿Muy cultas?
Maribel:
Sí. Muy cultas. Y esto quiere decir que no se dan cuenta de nada. Que son buenas, que son inocentes, que no tienen maldad… ¿Por qué les vamos a causar una desilusión? ¿Y por qué vamos a prescindir nosotras de esa poca ilusión que siempre nos queda?
Rufi:
¿Y tú estás segura que de locas, nada?
Maribel:
Hablé con el médico de cabecera. Y dijo que ni hablar… Y él también me trató como a una señorita.
Pili:
¡Pues vaya ojo clínico!
Rufi:
¡Calla, Pili!
Maribel:
Y yo estoy empezando a creer que, en efecto, lo somos. Es decir, casi he llegado a convencerme… Es cuestión de pensarlo, de decidirlo… Y ya no tengo ningún complejo, porque ellos me han quitado todos los que tenía. ¡Y es como empezar a vivir otra vez! ¡Si vierais lo maravilloso que es sentirse nueva, diferente! ¡Con una familia! ¡Con un novio que te besa una mano con respeto!
Niní:
Y debiendo un mes de pensión.
Pili:
Quince días. Porque hoy le he pagado la mitad, a cuenta.
Rufi:
¿Es verdad?
Pili:
No vamos a dejar que la echen a la calle.
Maribel:
(Conmovida.) Gracias, Pili. ¿Por qué presumes de mala si eres más buena que ninguna?
Pili:
Para defenderme.
Maribel:
Te devolveré muy pronto ese dinero.
Pili:
Eso no debe preocuparte. En cambio, todo esto…
Maribel:
¿Qué?
Pili:
No sé. Esta situación tuya. ¿Para qué vamos a andar con tapujos…? A mí todo esto me da muy mala espina. Yo no creo en la inocencia de la gente.
Maribel:
La portera me dijo un día que son de muy buena familia, y que ella los conoce de toda la vida… Estos cuadros son de sus antepasados… Mirad. Este señor era el abuelo materno.
Pili:
Tiene una cara rara…
Rufi:
¿Qué cara quieres que tenga, si se ha muerto?
Pili:
Y esa puerta, ¿adónde da? (Por la de la izquierda.)
Maribel:
Creo que hay un despacho que era del marido de doña Paula. Pero nunca lo utilizan y siempre tienen la puerta cerrada.
Pili:
ES raro que la tengan cerrada.
Niní:
Hija, a ti todo te parece raro…
Pili:
Si me vas a decir que el caso de ésta se está dando todos los días entre las mejores familias…
Niní:
Callad, que viene alguien.
Maribel:
(Se asoma a la puerta del foro.) Es doña Paula.
(Y entra por el foro doña Paula. El mismo vestido del acto anterior. Y siempre sonriente.)
Doña Paula:
Ustedes me perdonarán que las tenga tan abandonadas, pero me estaba ocupando de la merienda de mi hermana Matilde. Como por las tardes no viene la asistenta, pues me encuentro yo sola para todo, aunque si he de serles franca, prefiero estar sola que mal acompañada… Y, en el fondo, el trajín de la casa me entretiene muchísimo… Pero siéntense, siéntense.
Maribel:
Claro, sentaos.
Rufi:
Muchas gracias.
Niní:
Con permiso.
(Y se sientan todas.)
Doña Paula:
Por otro lado, estaban ustedes con Maribel y Maribel es ya como si fuera de la familia… Qué buena es Maribel, ¿verdad?
Rufi:
Muy buena.
Niní:
Mucho.
Pili:
Muchísimo.
Maribel:
¿Qué van a decir ellas? ¡Son tan amigas mías!
Rufi:
Sólo decimos la verdad.
Doña Paula:
¡Si vieran ustedes el cariño que la tenemos en esta casa!… ¡Y no digamos nada Marcelino! ¡Está tan enamorado de ella!… (A Maribel.) Por cierto, me choca mucho que no esté ya en casa, ¿verdad?
Maribel:
¿A qué hora se marchó?
Doña Paula:
Hace más de dos horas.
Maribel:
Entonces no tardará en volver, no debe preocuparse…
Doña Paula:
Como tiene un coche tan antiguo se pasa las tardes enteras en los talleres de reparaciones… ¡Pobrecillo! ¡Es tan bueno! ¡Y el automóvil es tan malo! ¡Ah! Además he estado hirviendo la jeringuilla y preparando el inyectable para que cuando tu amiga quiera, Maribel, pase a ponérsela a mi hermana.
Maribel:
Cuando usted diga, doña Paula.
Rufi:
YO estoy aquí a su disposición.
Doña Paula:
Pregúntale a Matilde si le parece bien que vayamos ya.
Maribel:
Sí. Voy en seguida.
(Y hace mutis por el foro.)
Doña Paula:
(A Rufi.) Ha sido usted muy amable viniendo, señorita. Digo, señora… Porque ya nos ha dicho Maribel que tiene usted un niño muy rico.
Rufi:
Sí, eso sí. No me puedo quejar.
Niní:
El nene es muy hermoso.
Doña Paula:
Pues a ver cuándo lo trae usted para que le regalemos unas cajas de chocolatinas… Y también tendremos mucho gusto en conocer al padre del niño.
Pili:
ESO mismo quisiera ella.
Doña Paula:
¿Cómo ha dicho?
Pili:
NO, nada.
Niní:
ES que siempre está de broma.
Doña Paula:
Tiene cara de ser muy traviesa. (A Rufi.) ¿No es cierto?
Rufi:
Sí que lo es, sí. ¡Si viera usted qué café tiene!
Doña Paula:
¡Ah! ¿Pero tiene un café?
Pili:
YO no. Mis padres…
Rufi:
En su pueblo, ¿sabe?
Doña Paula:
Muy bien, muy bien… (A Rufi.) Y usted lleva una falda muy bonita.
Rufi:
¿Verdad que sí? Pues ya ve usted, éstas siempre se están metiendo con mi faldita.
Doña Paula:
¡Por Dios! ¡Pero si le está divinamente! Bueno, las tres van ustedes preciosas y muy modernas, como a mí me gusta. (A Niní.) Y usted es muy guapita… ¿Cómo se llama?
Niní:
Niní.
Doña Paula:
¡Huy, Niní! ¡Qué cortito!
(Y entra Maribel por la puerta del foro.)
Maribel:
Cuando quieras, Rufi. Doña Matilde te está esperando.
Doña Paula:
(Se levanta.) ¿Pasa usted a ponérsela?
Rufi:
Encantada.
Maribel:
YO iré también para presentar a mi amiga.
Doña Paula:
Pasaré delante, para enseñarle el camino
(Y hace mutis por el foro.)
Maribel:
Pasa Rufi.
Rufi:
Gracias.
(Y hace mutis detrás de doña Paula.)
Maribel:
(A Pili y Niní.) Vuelvo en seguida.
(Y hace mutis también. Quedan solas Niní y Pili.)
Pili:
Bueno, ¿pero tú estás viendo?
Niní:
¿Qué es lo que estoy viendo?
Pili:
Pues todo… ¿Qué va a ser? Si la señora ésta prefiere estar sola a mal acompañada, ¿cómo es que nos deja estar aquí?
Niní:
Porque somos amigas de Maribel.
Pili:
Pero de todos modos es muy raro que si la otra vieja está mala no llamen a un médico.
Niní:
NO será nada de cuidado.
Pili:
¿Pero y si lo es? A la edad de estas señoras todo es de cuidado. ¿Y cómo estando la madre mala, el hijo no está aquí y se pasa la tarde arreglando el coche? ¿Para qué lo quiere arreglar?
Niní:
Será para tenerlo arreglado, hija.
Pili:
Y esa puerta ¿por qué no la abren?
Niní:
¡Chica, qué manías!… ¡A todo le tienes que poner defectos!
Pili:
Mira, Niní. Hazme caso a mí. Siempre que en una casa hay una puerta que no se abre, es que en esa casa hay gato encerrado.
(En ese momento se abre la puerta de la izquierda y, silenciosamente, sale por ella don José. Es un hombre de unos sesenta años, un poco extraño, vestido de luto y con un aire triste. Se dirige hacia la puerta del foro, pero al ver a Niní y Pili las saluda.)
Don José:
Buenas.
Pili y Niní:
(A las que apenas les salen las palabras del cuerpo.) Buenas…
(Y una vez que las ha saludado, sigue su camino, abre la puerta que da a la escalera, sale y deja cerrado. Pili y Niní no salen de su asombro. Están inquietas y asustadas.)
Pili:
¿Qué dices ahora?
Niní:
Nada. No puedo hablar.
Pili:
Conque no había nadie en esa habitación, ¿eh?
Niní:
Pues ya ves…
Pili:
Conque estaba siempre la puerta cerrada…
Niní:
Oye, tú. Yo me voy.
Pili:
Espera.
Niní:
Es que a mí esto no me gusta nada. Aquí hay fantasmas.
Pili:
Ha dejado la puerta abierta. Anda. Mira a ver lo que hay dentro.
Niní:
¡Narices! Mira tú si quieres.
Pili:
Pues claro que miro. (Y entreabre la puerta y observa dentro.) Es un despacho. Con una mesa, y muchos estantes… Y la luz de la mesa está encendida.
Niní:
(Que nunca está cerca de la puerta del foro.) ¡Cierra! ¡Que viene!
(Y las dos se reúnen cerca de la mesa redonda, y se quedan de pie. Por la puerta del foro entra doña Paula.)
Doña Paula:
Le ha puesto la inyección maravillosamente… Desde luego mucho mejor que el médico… ¿Pero qué hacen ustedes de pie?
Pili:
NO, nada…
Doña Paula:
Y yo ahora les voy a hacer a ustedes una taza de té para que merienden aquí con nosotras… ¿Les gusta el té, o prefieren un cóctel?
Niní:
NO preferimos nada.
Pili:
No se moleste. Nos vamos a ir porque a mí me está esperando un señor…
(Y entra Maribel que se sorprende de ver a sus amigas tan asustadas.)
Maribel:
¿Pero qué os pasa?
Doña Paula:
Eso digo yo… ¿Cómo están ustedes tan serias? ¿Les ha ocurrido algo?
Pili:
SÍ. Nos ha ocurrido que de esa habitación ha salido un hombre y se ha marchado por la puerta de la escalera.
Maribel:
¿Estáis locas? ¿Cómo va a salir un hombre de esa habitación?
Doña Paula:
Bueno, sí. No tiene importancia… Habrá salido a tomar café, porque el café le gusta mucho. Pero volverá en seguida. (Y se dirige a la puerta del foro.) En fin, con el permiso de ustedes, me voy a ir a preparar la merienda. Tú puedes quedarte, Maribel y así haces compañía a tus amigas…
Maribel:
(Seria, va hacia el foro cuando doña Paula va a salir.) ¡Oiga, doña Paula!
Doña Paula:
(Volviendo.) ¿Qué quieres, hija?
Maribel:
¿Quién es ese hombre que han visto mis amigas?
Doña Paula:
Es don José, mi administrador. Viene todos los meses y se encierra en ese despacho, en donde me pone los papeles en orden y me lleva las cuentas. Y en cuanto me descuido, se va a la calle a tomar café a un bar de aquí al lado, pero vuelve en seguida. Como tiene llavín, porque es un hombre de toda confianza, entra y sale cuando le da la gana… ¡Y si vierais lo bueno que es! ¡Un bendito! Callado, humilde y trabajador como nadie. Para él sólo existe su trabajo, su mujer y sus hijos.
Maribel:
(Sería.) No me había dicho usted nada de todo eso.
Doña Paula:
NO creí que te interesase.
Pili:
¡Pero a nosotras nos ha asustado!
Doña Paula:
NO comprendo cómo puede asustarles a ustedes el que yo tenga un administrador… Bueno, les voy a ir preparando un cóctel… El Manhattan cóctel, que yo lo preparo muy bien… Y de paso estaré al cuidado de Matilde… Pero cómo tarda Marcelino, ¿verdad, Maribel?
Maribel:
Sí, tarda ya bastante.
Doña Paula:
Este chico un día terminará por damos un disgusto… Hasta ahora mismito, señoritas.
(Y doña Paula hace mutis por el foro. Maribel, Pili y Niní se sientan preocupadas.)
Niní:
¿Por qué dice que el chico terminará por daros un disgusto?
Maribel:
(Cada vez más preocupada.) No sé: no sé nada. Pero lo más chocante es que no me hayan dicho que en la casa habla un hombre.
Pili:
¿No te decía yo que aquí había tomate? Para que te fíes de los inocentes.
Maribel:
¿Y qué aspecto tenía?
Niní:
Un tipo ya mayor, y bastante triste. Y con toda la facha de un fantasma…
Pili:
Era así como muy alto.
Niní:
NO, hija. ¡Pero si era bajito y encorvado!
Pili:
¡Te digo que era alto!
Maribel:
Bueno, fuese como fuese, ya habéis oído que es el administrador. Y los administradores los hay de todos los tamaños… Al fin y al cabo, todo es muy natural.
Pili:
(Se levanta indignada.) Mira, Maribel. Ya está bien de bromas. Si a ti te parece todo natural, allá tú. Pero yo me marcho de esta casa…
Niní:
¡Pero no seas loca!
Maribel:
¿Por qué vas a irte?
Pili:
Porque no quiero verme mezclada en ningún lío, ¿comprendes? Y porque tengo miedo de que te pase algo.
Maribel:
¿Pero qué me puede pasar a mí?
Pili:
¿Tú eres tonta o qué? Sabes perfectamente que se han dado casos de chicas como nosotras que se van con hombres y no vuelven a aparecer más por ninguna parte.
Niní:
Pero eso es porque las retiran.
Maribel:
O porque se casan, lo mismo que me voy a casar yo. No es la primera vez que sucede. Y tú y yo conocemos a algunas…
Pili:
¿Pero estás segura de que se casaron? ¿Nos invitaron a la boda? No, hija. De pronto llegó un fulano al bar, casi siempre con cara de mosquita muerta, empezó a salir con una de las chicas y un buen día la chica nos dijo que se iba a casar. ¿Pero llegó a casarse? ¡Cualquiera lo sabe!… Porque la cuestión es que después no volvimos a saber más de ella. Ni una postal, ni unas líneas a su mejor amiga. Ahora, según tú dices, este hombre se va a casar contigo y va a llevarte a un pueblo donde tiene una fábrica. ¿Pero sabemos dónde está ese pueblo y esa fábrica?
Maribel:
Pues claro que sí. La fábrica existe. Y las cajas de chocolatinas con su nombre. (Le enseña la caja.) Mírala: «Terrón e Hijo». Y el pueblo también lo pone aquí. Y la provincia. ¿Es que todavía quieres más detalles?
Pili:
Bueno, ¿y qué? ¿Es que si tú desapareces va a ir alguien a preguntar por ti a «Terrón e Hijo»? ¿Dejas aquí familia? ¿Dejas a alguien que se vaya a interesar por tu paradero?
Niní:
En eso tiene razón ésta.
Maribel:
¡Pero éste no es un hombre de esos de los que no se sabe nada! Lo primero que ha hecho es presentarme a su madre y a su tía. Y al médico. Y la asistenta también me conoce.
Niní:
En eso tiene razón ésta.
Pili:
¡TÚ, cállate, niña!
Maribel:
¿Por qué vamos a empeñarnos en pensar mal de todo el mundo? ¿Por qué no creer que existe gente buena y normal y que pueda ser feliz? ¿Es que no tengo derecho a serlo? Y, sobre todo, no creo que porque el administrador de doña Paula haya salido por la puerta del despacho vaya yo a deshacer una boda.
Niní:
En eso tiene razón ésa.
Maribel:
Porque todavía si hubiera salido por la pared o por el piano, podría una asustarse; pero vamos, creo que ha salido por la puerta. Y para eso están las puertas. Para que se salga y se entre.
Pili:
Cállate ya y dime una cosa. ¿Vosotros cuándo os vais a casar?
Maribel:
Él quiere cuanto antes. Los papeles ya están casi arreglados. Pero nos vamos a casar en el pueblo donde tiene la fábrica.
Pili:
¡Ah, vaya!
Maribel:
Y lo hemos retrasado un poco hasta que la madre se ponga buena.
Pili:
¡Claro! ¡Ya está!
Niní:
¿El qué ya está?
Pili:
Que si no llaman a un médico, como sería lo natural, es porque la madre no está mala, sino que lo finge.
Maribel:
¿A santo de qué?
Pili:
Para retrasar la boda.
Maribel:
¿Y qué sacan con eso?
Pili:
¿Cómo que qué sacan? Pues que a lo mejor te dice que le acompañes a la fábrica antes de casarte, para ver la casa, o para cualquier otra cosa… Y entonces, allí solos, pues va y…
Maribel:
¿Pues va y qué?
Pili:
Pues va y te mata.
Maribel:
Pero ¿por qué me va a matar? ¡Mira que es manía!
Niní:
ES verdad, hija. Tú te has empeñado en que se la carguen.
Pili:
Porque los hombres matan ahora mucho. Porque están muy sádicos…
Maribel:
¿Pero no comprendes que si me quisiera haber matado no hubiera tenido necesidad de tanta historia? Porque a cualquiera de nosotros nos invita un señor a pasar dos días en el campo, y vamos tan contentas, sin que nos hablen de matrimonio ni nos inviten a chocolatinas en casa de su madre.
Pili:
(Convencida.) Sí, claro. En eso también tienes razón.
Niní:
Pues claro que la tiene.
Maribel:
¿LO estás viendo? Mira, Pili. Yo te agradezco mucho que te preocupes tanto por mí; pero debes estar tranquila, como lo estoy yo. Y si me quieres, no me amargues la vida cuando empiezo a ser tan dichosa…
Pili:
(Entra Rufi por el foro con una gran bandeja, en donde lleva unas copas de cóctel. Viene muy contenta.)
Rufi:
¡Simpatiquísima!… Pero vamos, ¿cómo te diría yo?… ¡Que es una señora simpatiquísima! Te doy la enhorabuena,
Maribel:
Yo en tu caso también estaría encantada. Aquí traigo el cóctel que ha hecho doña Paula, para que yo lo sirva…
Maribel:
Yo te ayudaré.
(Y colocan las copas sobre la mesa.)
Rufi:
¡Hay que ver qué gente tan amable, y qué cocinita tan limpia! Y, además, tenías mucha razón. Yo también voy a venir aquí a pasarme las tardes enteras haciendo labor… Y es que se encuentra una tan a gusto, ¿verdad? ¡Como si de repente entrase una en el Cielo!… (Se bebe, de un trago, una copa del aperitivo.) Esto está muy rico, ¿sabéis? Ya me he tomado otra en la cocina… ¿Qué os parece?
(Niní y Pili beben.)
Niní:
SÍ que está bueno.
Pili:
Demasiada ginebra.
Maribel:
No beber mucho.
Rufi:
NO tengas cuidado… ¡Ah! Y ya me ha contado el susto que os ha dado el administrador cuando ha salido del despacho. ¡Pero cuidado que sois tontas! Doña Paula se estaba riendo con todas sus ganas… ¡Mira que asustarse por eso!
Pili:
ES que salió así, tan de repente…
(La puerta de la escalera se ha abierto y ha entrado don José que, después de volver a cenar, se dirige hacia el despacho. Al pasar dice:)
Don José:
Buenas.
Todas:
Buenas…
Rufi:
(Que está de espaldas a don José.) ¿Quién es?
Pili:
El administrador.
Don José:
Adiós.
Rufi:
(Se vuelve y lo ve cuando don José va a entrar por la puerta de la izquierda.) ¡Anda! ¡Pero si es Pepe! ¡Pepe!
(Don José se vuelve extrañado. Ve a Rufi. Y evidentemente la reconoce. Se muestra azorado y confuso, y seguirá así durante toda la escena.)
Don José:
¡Ah! Hola, Rufi… (Y mira también a las demás.) ¿Pero qué hace usted aquí?
Rufi:
(Las copas la han alegrado un poquito.) Oye, guapo… ¿Desde cuándo me hablas tú de usted?
Don José:
(En voz baja.) Perdona; pero es que aquí soy el administrador, ¿sabes?
Pili:
Bueno…, eso ya nos lo ha dicho doña Paula.
Don José:
(Cada vez más extrañado.) ¡Ah! ¿Conocen ustedes a doña Paula?
Rufi:
Claro, hijo… ¿Qué íbamos a hacer aquí entonces?
Don José:
Eso me estoy yo preguntando.
Rufi:
Pues que hemos venido de visita a tomar una copa… ¿Quieres un cóctel? Está de miedo…
Maribel:
¡Vamos, Rufi! ¡Calla!
Rufi:
¿Por qué voy a callarme? ¡Pero si le conozco de toda la vida! Anda, toma.
Don José:
NO, no. Gracias. Acabo de tomar café ahora en un bar de abajo… (Siempre sin salir de su asombro.) Entonces, ¿están ustedes aquí de visita, tomando una copa?
Niní:
Pero hijo, ¿es que usted no nos vio antes, al salir?
Don José:
Sí; pero no presté mucha atención… Sólo vi que había dos señoritas… Pero ahora veo que hay cuatro. ¿Es que va a venir alguna más?
Pili:
No. Por ahora, no.
Rufi:
Cuando tú saliste, nosotras estábamos en el dormitorio de doña Matilde.
Maribel:
¿Por qué le extraña?
Don José:
NO, no. Por nada.
Rufi:
¡Pero si somos íntimas amigas!
Don José:
¡Ah! No sabía…
Niní:
¿Y desde ese despacho no oyó usted lo que estábamos hablando?
Don José:
Estaba trabajando. Oí hablar, pero no presté atención… Como doña Matilde está un poco enferma, pensé que era alguna visita que había venido a interesarse por su estado de salud.
Rufi:
Pues éramos nosotras.
Don José:
¿Y dónde están ellas ahora? Porque como soy el administrador, no me gustaría que…
Rufi:
NO te preocupes. Están las dos hermanas en la alcoba… Creo que doña Matilde se quiere levantar un poquito, y doña Paula la está ayudando… Yo le acabo de poner una inyección en un muslito…
Don José:
¡Ah!
Maribel:
¿Y lleva usted mucho tiempo trabajando aquí?
Don José:
Unos quince años… Administro los bienes de doña Paula. Y como esta casa es tan seria…
Maribel:
¿Y conoce también a doña Matilde?
Don José:
Naturalmente. Una persona excelente, como todos ellos… Por eso no me explico…
Maribel:
¿Y al hijo?
Don José:
¡Ah! Don Marcelino es un santo… Muy buena persona… Y muy listo para los negocios… Su fábrica de chocolatinas la lleva divinamente… Y eso que desde que se quedó viudo…
Maribel:
(Asombrada, como todas ellas.) ¿Viudo, dice usted?
Don José:
Sí, hace unos cinco años… Su mujer también era una santa y de muy buena familia… Se llamaba Susana… Pero la pobre murió muy joven, ahogada en un lago próximo a la fábrica… Un accidente estúpido, según parece… Tengo entendido que ahora va a volverse a casar… Me ha dicho doña Paula que ha conocido a una señorita muy formal y muy buena, de la que está verdaderamente enamorado.
Rufi:
(Queriendo presentar a Maribel) Pues la señorita esa es…
Maribel:
(Cortando, enérgica.) ¡Calla, Rufi! ¡Y no bebas más!
Rufi:
(Comprendiendo su indiscreción.) Perdona.
Don José:
(Volviendo a mirarlas a todas.) Pero lo que yo no entiendo, nenitas…
Maribel:
No tiene usted que entender nada… ¿No estaba usted trabajando? Pues continúe con lo que estaba haciendo.
Don José:
Sí, claro… Pero…
Maribel:
Doña Paula nos ha dicho que para usted sólo existe su trabajo, su mujer y sus hijos… (A las otras.) ¿Es verdad o no?
Pili:
Sí. Eso ha dicho.
Maribel:
Pues entonces no pierda el tiempo con nosotras y váyase a lo suyo…
Don José:
Será mejor, claro… Ustedes perdonen. Buenas tardes…
Rufi:
Adiós. Pepe.
Don José:
Adiós, Rufi.
(Y don José hace mutis por la puerta de la izquierda, que deja cerrada.)
Maribel:
(A Rufi.) ¿Por qué le llamaste? Ahora dirá quiénes somos. Y has estado a punto de decirle también que yo era la novia.
Rufi:
No sabía bien lo que decía… Pero no debes preocuparte. Por la cuenta que le tiene, no dirá nada.
Niní:
Tampoco a él le conviene.
Maribel:
Ahora todo puede terminar… Este tipo sabe perfectamente con quién se juega los cuartos.
Pili:
(Pensativa.) Y también sabe que Marcelino es viudo. ¿Lo sabías tú?
Maribel:
(Cada vez más preocupada.) No. No sabía nada. ¿Por qué me lo ha ocultado?
Niní:
Y su mujer se ahogó en un lago…
Pili:
Y se llamaba Susana… Como la cotorra…
Rufi:
Eso sí que es raro… ¡Porque mira que ponerle a ese pajarraco el mismo nombre que tenía la ahogada!
Pili:
(A Maribel.) ¿Tenía yo razón o no? Y sobre todo, el Marcelino ese, ¿dónde está? ¿Jugando a hacerse el misterioso?
(Igual que en el acto primero, la entrada de Marcelino pilla de sorpresa a las figuras que están en escena y que hablan de espaldas a la puerta del foro. Marcelino ha entrado silenciosamente por la puerta de la escalera y ha cerrado después. Trae una gran caja de cartón debajo del brazo. Cruza el vestíbulo y entra.)
Marcelino:
Hola, buenas tardes. (Maribel, al verle, va hacia él, emocionada. Sus amigas se levantan y quedan a la derecha, en pie, observándole.)
Maribel:
¡Marcelino!
Marcelino:
(Cariñoso y dulce.) ¿Cómo estás, Maribel? ¿Te ocurre algo?
Maribel:
Estaba ya intranquila.
Marcelino:
¿Por qué?
Maribel:
NO sé… Por todo… Por lo que tardabas en volver.
Marcelino:
He preferido esperar un poco y que me dejaran el coche completamente terminado para no tener que volver al taller mañana… Ahora ya está todo a punto… ¡Ah! Y además he ido de compras, ¿sabes?
(Y le muestra la caja.)
Maribel:
¿Qué traes ahí?
Marcelino:
Me he permitido comprarte un vestido, Maribel… Lo he visto en un escaparate y me ha parecido precioso y de muy buen gusto… Y yo espero que de medidas te esté bien.
Maribel:
Muchas gracias, Marcel… Eres muy bueno.
Marcelino:
Tú sí que eres buena, Maribel.
Maribel:
(Por la caja del vestido.) Déjame que lo vea.
Marcelino:
Pero… ¿no me presentas antes a tus amigas?
Maribel:
Sí, claro… (A sus amigas.) Perdonad… Ésta es Rufi, la que ha venido a poner la inyección a tu madre. La que tiene el niño, ¿sabes? Y éstas son Pili y Niní.
Marcelino:
Me alegra mucho conocerlas, señoritas…
Rufi:
LO mismo digo.
Niní:
Encantada.
Pili:
Encantada.
Marcelino:
Le agradezco muchísimo su atención por haberse molestado en venir…
Rufi:
NO faltaba más. Lina está aquí para servirles.
Marcelino:
Tus amigas parecen muy simpáticas y muy amables, Maribel.
Rufi:
¿Verdad que sí?
Marcelino:
(Sincero.) Claro…
Rufi:
(A Maribel.) Para que te vayas dando cuenta, guapita…
Maribel:
(Haciendo una seña a sus amigas para que la dejen sola con Marcelino.) ¿No teníais prisa por marcharos?
Niní:
Sí. Una poca.
Maribel:
Pues cuando queráis…
Pili:
Bueno, pues yo me voy.
Niní:
Y yo también.
Rufi:
(Mirando a Marcelino que le ha caído simpático.) ¿Tan pronto?
Pili:
SÍ. Es un poco tarde ya.
Rufi:
Pero nos tendremos que despedir de la familia, ¿no?
Maribel:
Ya os despediré yo, no os preocupéis.
Niní:
(Y va hacia la puerta de la escalera. Nini, Pili y Rufi van despidiéndose de Marcelino que les estrecha la mano.)
Niní:
Pues mucho gusto en haberle conocido.
Marcelino:
LO mismo digo.
Pili:
Encantada de saludarle.
Marcelino:
Es usted muy amable.
Rufi:
Pues hasta otro día.
Marcelino:
Muy agradecido por todo, señoritas.
Niní:
(Cuando se han despedido, Marcelino pasa al mirador. Y Maribel dice a Rufi, que es la última que hace mutis…)
Maribel:
¿Qué te ha parecido?
Rufi:
Mañana hablaremos, Maribel.
Niní:
(Y cuando Rufi ha hecho mutis, Maribel cierra la puerta y vuelve junto a Marcelino.)
Marcelino:
Parece que tenías prisa porque se fueran…
Maribel:
ES que necesito hablar contigo.
Marcelino:
¿De qué?
Maribel:
NO me habías dicho que eras viudo.
Marcelino:
¿NO te lo había dicho?
Maribel:
¡Claro que no!
Marcelino:
¿Estás segura?
Maribel:
¿Cómo no voy a estarlo?
Marcelino:
Bueno, en ese caso es que se me habrá olvidado.
Maribel:
¿Y a tu madre y a tu tía se les ha olvidado también?
Marcelino:
Es muy posible. Pero no creo que esto tenga demasiada importancia, Maribel…
Maribel:
¿Tampoco tiene importancia que tu mujer se ahogase en un lago?
Marcelino:
(La mira. Y hace una pausa antes de hablar.) Quizá por eso no te lo haya dicho. Ni ellas tampoco… ¡Fue todo tan triste y tan inesperado…! Y a ninguno nos gusta hablar de aquello, la verdad… (Cambia de tono.) Y menos ahora, que ya todo pasó y vamos olvidándolo gracias a ti… Porque tú has vuelto a llenar la casa de alegría y yo estoy enamorado de nuevo, como si fuera la primera vez.
Maribel:
¿Pero es cierto que me quieres? ¡No me engañes, Marcel!
Marcelino:
¿Cómo puedes dudarlo? No creí que te llegase a querer tanto.
Maribel:
(Casi a punto de echarse a llorar.) ¡Es que yo no comprendo…! ¡Yo no comprendo nada…! ¡Y yo quisiera comprender!
Marcelino:
Estás muy nerviosa, cariño… Te encuentro siempre muy excitada desde el primer día que entraste aquí… ¿Por qué todo esto? ¿No te convendría una temporada de descanso?
Maribel:
¡En esa habitación está un hombre! ¡El administrador! ¡Yo no sabía que estaba! ¡Y él ha sido quien me ha dicho que tú eras viudo!
Marcelino:
ES natural. Él está al corriente de toda nuestra vida. Es muy buena persona, además… Ahora voy a entrar a saludarle.
Maribel:
(Con miedo.) ¡No! ¡No entres! ¡No quiero que le veas! ¡No quiero que le hables!
Marcelino:
¿Pero a qué viene todo esto, Maribel?
¡Ya está bien de tantos nervios y tantas tonterías!
Maribel:
Sí. Tienes razón. Debes perdonarme.
Niní:
(Y ahora, por el foro, entra doña Matilde seguida de doña Paula.)
Doña Matilde:
¡Hijo mío! Pero ¿cómo no has entrado a verme?
Marcelino:
¿Pero te has levantado, mamá?
Doña Matilde:
Sí, claro. Me encuentro muchísimo mejor.
Doña Paula:
Como no tiene fiebre considero una majadería que esté perdiendo el tiempo en la cama. ¿No te parece Maribel?
Maribel:
SÍ. Claro que sí.
Doña Matilde:
¿Pero y tus amigas, hija?
Maribel:
Se han ido ya, y me han encargado que les diga a ustedes adiós… No han querido pasar por no molestarlas.
Doña Matilde:
¿Y esa caja qué es?
Maribel:
Marcelino me ha traído un regalo.
Doña Paula:
¿Ah, sí?
Marcelino:
ES un vestido.
Doña Matilde:
¡Mira qué bien!
(Y tiene una sonrisa de complicidad con Paula.)
Doña Paula:
¿A ver? ¡Sácalo de la caja!
(Maribel saca el vestido de la caja. Un vestido blanco, de novia. La sorpresa apenas la deja hablar.)
Maribel:
¡Pero Marcel!
Marcelino:
¿Te gusta?
Maribel:
¡Un vestido de boda!
Doña Matilde:
¡Te reservábamos esa sorpresa, Maribel!
Doña Paula:
Todo lo hemos llevado en el mayor secreto.
Marcelino:
Hace ya unos días que lo tenía encargado.
Maribel:
¡Un vestido blanco!
Doña Paula:
Es sencillo, ¿sabes? Pero como la boda será en el pueblo, no conviene que sea muy rimbombante.
Marcelino:
¿Qué te parece a ti?
Maribel:
NO sé qué decir… Estoy emocionada… Y tengo ganas de llorar…
Doña Matilde:
¡Pobrecita!
Doña Paula:
¡Es como una niña pequeña!
Marcelino:
¿Pero qué te pasa? ¿No notáis que está un poco excitada?
Doña Paula:
Sí. Un poquitín quizá.
Doña Matilde:
Necesitaba un poco de descanso…
Marcelino:
(A Maribel.) Estoy pensando que ya que acaban de repararme el coche, podríamos probarlo haciendo un viaje los dos juntos… Y antes de casarnos pasar unos días en nuestra casa de la fábrica.
Maribel:
(Se levanta aterrada.) Dices… ¿que nos vayamos de viaje antes de casamos?
Marcelino:
Te sentará bien un cambio de aires, y así podrías ver tú misma las cosas que hacen falta en la casa, para después, al volver, comprarlas en Madrid.
Maribel:
¿Al volver?
Marcelino:
¡Claro!
Maribel:
Entonces…, ¿quieres que nos vayamos allí los dos solos?
Marcelino:
Sí. ¿Por qué no? ¿Te parece mal?
Doña Paula:
Las chicas modernas ahora van solas con sus novios a todas partes.
Maribel:
(Mirando con miedo a Marcelino.) Y sin embargo…
Doña Matilde:
YO estoy segura de que lo vas a pasar muy bien.
Doña Paula:
Verás la casa…
Marcelino:
Y verás la fábrica…
Maribel:
(Apenas con un hilo de voz.) Y también veré el lago, ¿no es eso?
Marcelino:
¿Y por qué no?
(Al referirse al lago, doña Matilde y doña Paula quedan tristes. Pero esta última continúa hablando.)
Doña Paula:
A mí me han dicho que es muy hermoso… Y además tiene un bonito nombre. Le llaman «El lago de las niñas malas»…
Maribel mira a todos, cada vez más inquieta. Y ellos hacen un esfuerzo por sonreír. Y rápidamente cae el
TELÓN