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Un acertijo resuelto

«En el principio Dios se hizo los cielos y la tierra… Y dijo Dios: “Sea yo la luz”, y Él se hizo luz».

WINSTON NILES RUMFOORD

Biblia autorizada y revisada

«Si quiere hacer deliciosos bocadillos para el té, arrolle harmoniums tiernos y rellénelos con queso blanco de Venus».

BEATRICE RUMFOORD

Libro de cocina galáctica

«En lo que respecta a sus almas, los mártires de Marte no murieron al atacar la Tierra sino cuando fueron reclutados para la máquina bélica marciana».

WINSTON NILES RUMFOORD

Breve Historia de Marte

«Me encontré un lugar donde puedo hacer el bien sin hacer daño».

BOAZ, EN EL LIBRO DE SARAH HORNE CANBY

Unk y Boaz en las cuevas de Mercurio

EL LIBRO DE MÁS VENTA EN LOS ÚLTIMOS tiempos ha sido la Biblia revisada y autorizada de Winston Niles Rumfoord. Le sigue en popularidad esa falsificación deliciosa que es el Libro de cocina galáctica de Beatrice Rumfoord. El tercero es la Breve Historia de Marte, por Winston Niles Rumfoord. El cuarto, un libro para niños, Unk y Boaz en las cuevas de Mercurio, por Sarah Horne Canby.

En la solapa del libro de Mrs. Canby, el editor da una explicación lisonjera de su éxito: «¿A qué chico no le gustaría embarcarse en una nave espacial con un cargamento de hamburguesas, salchichas, salsa picante, artículos de deportes y bebidas gaseosas?».

El doctor Frank Minot, en ¿Son adultos los harmoniums? ve algo más siniestro en el gusto de los niños por el libro. «¿Diremos, pregunta, cuán cerca están Unk y Boaz de la experiencia cotidiana de los niños, cuando Unk y Boaz tratan solemne y respetuosamente con criaturas que en realidad son obscenamente gratuitas, insensibles y estúpidas?». Minot, al trazar un paralelo entre los padres humanos y los harmoniums, se refiere a las relaciones de Unk y Boaz con los harmoniums. Los harmoniums deletrearon para Unk y Boaz un nuevo mensaje de esperanza o velada irrisión cada catorce días terrestres, durante tres años.

Naturalmente, los mensajes eran escritos por Winston Niles Rumfoord, que se materializaba brevemente en Mercurio cada catorce días. Manoteaba unos harmoniums aquí, recogía otros allá y formaba con ellos las letras de imprenta.

En el cuento de Mrs. Canby, la primera insinuación a propósito de que Rumfoord se da una vuelta por las cuevas de vez en cuando, aparece en una escena muy próxima al final, escena en la cual Unk encuentra las huellas de un gran perro en el polvo.

En ese punto de la historia es forzoso que si un adulto está leyéndola en voz alta a un niño, le pregunte con voz deliciosamente ronca: «¿Quién ela el pelo?».

El pelo ela Kazak. El pelo ela de Winston Niles Rumfoord, el gran perrazo infundibulado cronosinclásticamente.

Hacía tres años terráqueos que Unk y Boaz estaban en Mercurio cuando Unk encontró las huellas de las patas de Kazak en el polvo del piso de una cueva. Mercurio había llevado a Unk y Boaz doce veces y media alrededor del sol.

Unk encontró las huellas en un piso a diez kilómetros por encima de la cámara donde estaba la mellada y abollada nave espacial incrustada en la roca. Unk no siguió viviendo en la nave y Boaz tampoco. La nave espacial les servía simplemente de base común de abastecimientos a la que volvían en busca de provisiones más o menos una vez por mes terrestre.

Unk y Boaz rara vez se encontraban. Se movían en círculos muy diferentes.

Los círculos en que se movía Boaz eran pequeños. Tenía una residencia fija y bien provista. Estaba al mismo nivel que la nave espacial, a sólo medio kilómetro de distancia.

Los círculos en que se movía Unk eran vastos e inquietos. No tenía casa. Viajaba ligero y lejos, trepando cada vez más alto hasta que lo detenía el frío. Cuando el frío detenía a Unk, detenía también a los harmoniums. En los niveles superiores por los que erraba Unk, los harmoniums eran desmedrados y escasos.

En el confortable nivel inferior donde vivía Boaz, los harmoniums eran abundantes y crecían rápido.

Boaz y Unk se habían separado después de pasar juntos un año terrestre en la nave espacial. En ese primer año habían llegado a la conclusión de que no saldrían de allí si algo o alguien no venía a buscarlos.

La conclusión era clara aunque las criaturas continuaban deletreando en las paredes nuevos mensajes, insistiendo en la corrección del test al que estaban siendo sometidos Unk y Boaz, en la facilidad con que podían escapar, si sólo pensaran un poco más intensamente, y con un poco más de sutileza.

«¡PIENSA!», decían las criaturas.

Unk y Boaz por separado se volvieron locos temporalmente. Unk había tratado de asesinar a Boaz. Boaz había entrado en la nave espacial con un harmonium que era exactamente igual a los demás y había dicho: «¿No es una cosita encantadora, Unk?».

Unk le había saltado a la garganta.

Unk estaba desnudo cuando encontró las huellas del perro. El uniforme verde liquen y las botas de fibra negra de la Infantería Marciana de Asalto se habían hecho trizas y polvo en contacto con la piedra.

Las huellas del perro no entusiasmaron a Unk. Ni la música de la sociabilidad ni la luz de la esperanza llenaron su alma cuando vio las huellas de una criatura de sangre caliente, las huellas del mejor amigo del hombre. Y tuvo muy poco que decirse a sí mismo cuando las huellas de un hombre bien calzado se unieron a las del perro.

Unk estaba en guerra con su medio ambiente. Había llegado a considerarlo o malévolo o cruelmente mal administrado. Su respuesta era combatirlo con las únicas armas a mano: la resistencia pasiva y muestras francas de desdén.

Las huellas le parecieron los movimientos iniciales de otro juego estúpido que quería hacerle su medio. Seguiría las huellas, pero sin entusiasmo, perezosamente. Las seguiría sólo porque no tenía nada más previsto para ese momento.

Las siguió.

Vio a dónde llevaban.

Su marcha fue terca y desordenada. El pobre Unk había perdido mucho peso y mucho pelo también. Envejecía rápido. Los ojos le ardían y tenía el esqueleto desvencijado.

Unk nunca se había afeitado en Mercurio. Cuando el pelo y la barba le crecieron hasta estorbarle, se cortó unos mechones con un cuchillo de carnicero.

Boaz se afeitaba todos los días. Dos veces por semana terrestre se cortaba el pelo con un equipo de peluquero que tenía en la nave espacial.

Boaz, doce años menor que Unk, nunca se había sentido mejor en su vida. Había aumentado de peso en las cavernas de Mercurio, y además había ganado en serenidad.

La bóveda donde vivía Boaz estaba amueblada con un catre, una mesa, dos sillas, un púnchinbol, un espejo, unas palancas de gimnasio, un grabador y unas cien obras musicales grabadas en cinta magnética.

La bóveda donde vivía Boaz tenía una puerta y un canto rodado con el que podía cerrar la boca de la bóveda. La puerta era necesaria, pues Boaz era Dios Todopoderoso para los harmoniums. Podían localizarlo por los latidos del corazón.

De dormir con la puerta abierta, se hubiera despertado cubierto de cientos de miles de admiradores, que sólo lo hubieran dejado levantarse cuando cesara de latir su corazón.

Boaz, como Unk, estaba desnudo. Pero aún tenía zapatos. Sus zapatos de cuero auténtico habían resistido magníficamente. En realidad, Unk había caminado setenta kilómetros por cada uno de Boaz, pero los zapatos de Boaz no se habían limitado a resistir. Parecían nuevos.

Boaz los cepillaba, enceraba y lustraba regularmente.

En ese momento los estaba lustrando.

La puerta de su bóveda estaba bloqueada por la piedra. Sólo cuatro harmoniums favorecidos estaban con él. Dos se le habían subido a los brazos. Uno estaba adherido al muslo. El cuarto, un harmonium inmaduro de sólo siete centímetros de largo, colgaba del interior de su muñeca izquierda, alimentándose del pulso de Boaz.

Cuando Boaz encontraba un harmonium que le gustaba más que todos los otros, hacía eso: dejaba que la criatura se alimentara de su pulso.

—¿Te gusta? —le decía mentalmente al afortunado harmonium—. ¿No es lindo?

Nunca se había sentido mejor físicamente, nunca se había sentido mejor mentalmente, nunca se había sentido mejor espiritualmente. Se alegraba de que él y Unk se hubieran separado, porque a Unk le gustaba dar vuelta las cosas de manera que todo el que fuera feliz pareciera estúpido o loco.

—¿Qué es lo que hace que un hombre sea así? —preguntaba mentalmente Boaz al pequeño harmonium—. ¿Qué es lo que cree ganar comparado con lo que desecha? No es de extrañarse que parezca enfermo.

Boaz meneó la cabeza.

—He tratado de que se interese en ustedes, muchachos, y casi se vuelve loco. De nada sirve volverse loco.

»No sé lo que está pasando —dijo Boaz mentalmente—, y es probable que no sea lo bastante inteligente para entenderlo si alguien me lo explica. Todo lo que sé es que en cierto modo nos están poniendo a prueba, alguien o alguna cosa muchísimo más inteligente que nosotros, y todo lo que puedo hacer es mostrarme servicial y mantener la calma y tratar de pasarlo bien hasta que se termine.

Boaz asintió.

—Es mi filosofía, amigos —dijo a los harmoniums que tenía pegados—. Y si no me equivoco, es también la de ustedes. Supongo que por eso hemos llegado a entendernos tan bien.

La punta del zapato de cuero auténtico que Boaz estaba lustrando brilló como un rubí.

—Vaya, vaya, vaya —se dijo Boaz a sí mismo, contemplando el rubí. Cuando se lustraba los zapatos, imaginaba que podía ver muchas cosas en los rubíes de la punta.

Ahora Boaz miraba un rubí y veía a Unk estrangulando al pobre Stony Stevenson, en la picota de piedra, en la pista metálica de los desfiles, allá en Marte. La imagen horrible no era un recuerdo casual. Era el punto muerto de la relación de Boaz con Unk.

—No me digas la verdad —decía Boaz en sus pensamientos— y yo no te la diré. —Era un argumento que había expuesto varias veces a Unk.

Boaz había inventado el argumento y su significado era el siguiente: Unk dejaría de decirle a Boaz verdades sobre los harmoniums porque Boaz los quería y era lo suficientemente bueno como para no decir verdades que hicieran desdichado a Unk.

Unk no sabía que había estrangulado a su amigo Stony Stevenson. Unk creía que Stony estaba aún maravillosamente vivo en algún lugar del Universo. Unk vivía soñando que se reunía con Stony.

Boaz era lo suficientemente bueno como para callar la verdad a Unk, por grande que hubiera sido la provocación de éste.

La horrible imagen del rubí se desvaneció.

—Sí, señor —dijo Boaz en sus pensamientos.

El harmonium adulto que Boaz tenía en el brazo se movió.

—¿Le estás pidiendo un concierto al viejo Boaz? —preguntó mentalmente Boaz a la criatura—. ¿Eso es lo que estás tratando de decir? El viejo Boaz no quiere pasar por ingrato, porque sabe el gran honor que es tenerlos tan cerca del corazón. Sólo que sigo pensando en todos mis amigos de afuera, y sigo deseando que lo estén pasando bien, también. ¿Eso es lo que estás tratando de decir? —dijo mentalmente Boaz—. Estás tratando de decir, «Por favor, papá Boaz, pon un concierto para todos los pobres amigos que están afuera». ¿Eso es lo que estás tratando de decir?

Boaz sonrió.

—No tienes por qué adularme —dijo al harmonium.

El pequeño harmonium que tenía en la muñeca se dobló hacia arriba y después volvió a extenderse.

—¿Qué estás tratando de decirme? —le preguntó—. Estás tratando de decir: «Tío Boaz, tu pulso es demasiado suculento para un mocoso como yo. Tío Boaz, pon alguna música bonita, suave, fácil de comer». ¿Eso es lo que estás tratando de decir?

Boaz volvió la atención al harmonium que tenía en el brazo derecho. La criatura no se había movido.

—¿No eres tú el tranquilo? —preguntó mentalmente Boaz a la criatura—. No hablas mucho, pero piensas todo el tiempo. Apuesto a que piensas que el viejo Boaz es bien malo, que no hace sonar la música todo el tiempo, ¿eh?

El harmonium que tenía en el brazo izquierdo se movió de nuevo.

—¿Qué estás diciendo? —dijo Boaz mentalmente. Alzó la cabeza, hizo como que escuchaba aunque no podía circular ningún sonido en el vacío en que vivía—. Estás diciendo: «Por favor, Rey Boaz, tócanos la Obertura 1812». Boaz demostró sorpresa, luego severidad. —Porque algo parezca mejor que todo lo demás —dijo mentalmente— no significa que sea bueno para ti.

Los eruditos especializados en la Guerra Marciana suelen pasmarse ante la extraña irregularidad de los preparativos bélicos de Rumfoord. En algunos sectores, sus planes eran terriblemente endebles. Los zapatos que proveyó a sus tropas ordinarias, por ejemplo, eran casi una sátira de lo transitorio de la sociedad de pacotilla de Marte, una sociedad cuyo único propósito era destruirse a sí misma uniendo a los pueblos de la Tierra.

Sin embargo, en las grabaciones musicales que Rumfoord eligió personalmente para las naves abastecedoras de la compañía, se comprueba un gran capital cultural, un capital preparado como para una civilización monumental que fuera a durar mil años terrestres. Se dice que Rumfoord empleó más tiempo en las inútiles discotecas musicales, que en la artillería y en la sanidad militar combinadas.

Como ha dicho un ingenio anónimo: «El ejército de Marte llegó con trescientas horas de música continuada y no duró lo suficiente como para escuchar hasta el final el Vals de un Minuto».

La explicación de la extraña importancia dada a la música que llevaban las naves abastecedoras de Marte es sencilla: Rumfoord era loco por la buena música, locura, dicho sea de paso, que le dio sólo después de que el infundibulum crono-sinclástico lo hubiera desplegado a través del tiempo y del espacio.

Los harmoniums de las cuevas de Mercurio también eran locos por la buena música. Se habían alimentado de una sola nota de la canción de Mercurio sostenida durante siglos. Cuando Boaz les dio a probar la música por primera vez, con Le Sacre du Printemps, algunas de las criaturas murieron en éxtasis.

Un harmonium muerto se encoge y se vuelve anaranjado en la luz amarilla de las cuevas de Mercurio. Un harmonium muerto parece un damasco seco.

En esa primera ocasión, que no se había planeado como concierto para los harmoniums, el grabador se hallaba en el piso de la nave espacial. Las criaturas que murieron en éxtasis estaban en contacto directo con el casco metálico de la nave.

Ahora, dos años y medio más tarde, Boaz demostraba la manera adecuada de dar un concierto para las criaturas sin matarlas.

Boaz dejó la cueva donde vivía, llevándose consigo el grabador y las selecciones musicales para el concierto. En el corredor exterior había dos tablas de planchar de aluminio con punteras de fibra en las patas. Las tablas de planchar estaban a dos metros de distancia, y tendido entre las dos había un bastidor con un cañamazo de fibra de liquen sostenido por estacas de aluminio.

Boaz puso el grabador en el medio del bastidor. El propósito del aparato montado era diluir en lo posible las vibraciones del grabador. Antes de llegar al piso de piedra, las vibraciones debían luchar con el cañamazo muerto, las manijas del bastidor, las tablas de planchar y por último las punteras de fibra de las patas de las tablas de planchar.

La dilución era una medida de seguridad. Garantizaba que ningún harmonium recibiría una dosis excesiva y letal de música.

Boaz ponía entonces la cinta en el grabador y lo hacía funcionar. Durante todo el concierto montaba guardia junto al aparato. Su deber era vigilar que ninguna criatura se acercara demasiado. Su deber, cuando una criatura se había acercado demasiado, era sacarla de la pared o el piso, reprenderla y trasladarla a unos cien metros por lo menos de distancia.

—Si no eres capaz de ser más juicioso, —decía mentalmente al temerario harmonium—, terminarás aquí tres días. Piénsalo bien.

En realidad, una criatura situada a cincuenta metros del grabador seguía consiguiendo música abundante para comer.

Las paredes de las cuevas eran tan buenas conductoras, que los harmoniums pegados a las paredes de otras cuevas, a kilómetros de distancia, recibían bocanadas de los conciertos de Boaz a través de la piedra.

Unk, que había seguido las huellas en las cuevas, ahondando cada vez más, podía decir por la forma en que se comportaban los harmoniums, que Boaz estaba dando un concierto. Había llegado a un nivel cálido donde los harmoniums eran espesos. Su esquema regular de diamantes alternados amarillos y aguamarina se iba rompiendo, degenerando en melladuras que empalmaban, en ruedas de engranaje, en relámpagos fulgurantes. La música los ponía así.

Unk dejó sus cosas en el suelo y se tendió a descansar.

Soñaba con colores que no fueran el amarillo y el aguamarina.

Después soñó que su buen amigo Stony Stevenson lo estaba esperando a la vuelta del próximo recodo. Se reanimaba pensando en las cosas que él y Stony dirían cuando se encontraran. En la mente de Unk no había una cara que correspondiera al nombre de Stony Stevenson, pero eso no importaba demasiado.

—Qué dos —se dijo Unk a sí mismo.

Con eso quería significar que él y Stony, trabajando juntos, serían invencibles.

—Te lo digo —se decía Unk a sí mismo con satisfacción—, son dos que aquéllos quisieran mantener separados a toda costa. Si el viejo Stony y el viejo Unk llegan a encontrarse de nuevo, será mejor que aquéllos se cuiden. Cuando el viejo Stony y el viejo Unk se juntan, puede ocurrir cualquier cosa, y así pasa a menudo.

El viejo Unk lanzó una risita.

Las gentes presuntamente asustadas de que Unk y Stony se juntaran vivían en los grandes, hermosos edificios de arriba. La imaginación de Unk había trabajado mucho en tres años con los atisbos que había tenido de los supuestos edificios, que eran en realidad, sólidos, muertos, fríos, inertes cristales. La imaginación de Unk estaba ahora segura de que los amos de toda la creación vivían en aquellos edificios. Eran los carceleros de Unk y quizá de Stony. Hacían experimentos con Unk y Boaz en las cuevas. Escribían los mensajes con los harmoniums. Los harmoniums no tenían nada que ver con los mensajes.

Unk daba por seguras todas estas cosas.

Daba además por seguras muchas otras cosas. Hasta sabía cómo estaban amueblados los edificios de arriba. Los muebles no tenían patas. Flotaban en el aire, suspendidos por el magnetismo.

Y las gentes no trabajaban y no se preocupaban.

Unk los odiaba.

Odiaba también a los harmoniums. Arrancó uno de la pared y lo partió en dos. El harmonium se encogió en seguida, se puso anaranjado.

Unk lanzó al techo el cadáver en dos pedazos. Y mirando al techo vio un nuevo mensaje escrito. El mensaje se estaba desintegrando a causa de la música. Pero aún era legible.

En cinco palabras le decía cómo escapar con seguridad, facilidad y rapidez de las cuevas. Cuando encontró la solución del acertijo que había sido incapaz de resolver en tres años, Unk se vio obligado a admitir que era sencillo y claro.

Unk bajó por las cuevas hasta llegar al concierto de Boaz para los harmoniums. Unk llegaba desolado y con los ojos desorbitados por las grandes noticias. No podía hablar en el vacío, así que llevó a Boaz a empujones hasta la nave espacial.

Allí, en la atmósfera inerte de la cabina, Unk le dijo a Boaz el mensaje que significaba salir de las cuevas.

Ahora le tocaba a Boaz reaccionar lentamente. Boaz se había estremecido ante la menor ilusión de inteligencia de parte de los harmoniums, pero ahora que había oído la posibilidad de liberarse de su prisión, mostraba una extraña reserva.

—Eso, eso explica otro mensaje —dijo Boaz suavemente.

—¿Qué otro mensaje? —preguntó Unk.

Boaz levantó la mano para describir un mensaje que había aparecido en la pared exterior de su cueva cuatro días terrestres antes.

—Decía, «¡BOAZ NO TE VAYAS!» —dijo Boaz. Miró para abajo, semiconsciente—. TE QUEREMOS, BOAZ, eso es lo que decía.

Boaz dejó caer las manos a los lados del cuerpo, se apartó como quien se aleja de una belleza intolerable.

—Lo vi —dijo— y tuve que sonreír. Miré a esos personajes dulces, buenos, allí en la pared, y me dije: «Muchachos, ¿cómo va a hacer el viejo Boaz para ir a ningún lado? ¡El viejo Boaz, se queda clavado aquí por mucho tiempo todavía!».

—¡Es una trampa! —dijo Unk.

—¿Es qué? —dijo Boaz.

—¡Una trampa! ¡Una triquiñuela para retenernos!

El libro de historietas llamado Tweety y Sylvester estaba abierto sobre la mesa delante de Boaz. Boaz no contestó directamente a Unk. Pasó las páginas del libro destartalado.

—Así lo espero —dijo al fin.

Unk pensó en el descabellado llamamiento en nombre del amor. Hizo algo que no hacía desde largo tiempo atrás. Se rió. Pensó que era un final histérico de la pesadilla, eso de que las membranas sin cerebro que había en las paredes hablaran de amor.

De pronto Boaz agarró a Unk y sacudió sus pobres huesos descarnados.

—Me gustaría —dijo Boaz severamente—, me gustaría que me dejaras pensar lo que tenga que pensar del mensaje de que me quieren. Quiero decir… —dijo—, sabes… —dijo—, no tiene por qué tener sentido para ti. Quiero decir… sabes… no hay ningún llamamiento dirigido a ti, ni en un sentido ni en otro. Quiero decir… —dijo— sabes… —dijo—, esos animales no son necesariamente cosa tuya. No tienen por qué gustarte, no tienes por qué entenderlos, no tienes por qué decir nada sobre ellos. Quiero decir… —dijo Boaz—, sabes… —dijo Boaz— el mensaje no te estaba dirigido. A mí me dicen que me quieren. Tú te quedas afuera.

Se apartó de Unk, volvió nuevamente la atención hacia el libro de historietas. La espalda ancha, morena, musculosa, sorprendió a Unk. Unk se había halagado a sí mismo pensando que era físicamente comparable a Boaz. Ahora veía que había sido un patético engaño.

Los músculos de la espalda de Boaz se deslizaban unos sobre otros lentamente, haciendo contrapunto al rápido movimiento de sus dedos al pasar las hojas.

—Tú que sabes tanto de trampas y triquiñuelas —dijo Boaz, ¿cómo sabes que no nos espera una trampa peor si salimos volando de aquí?

Antes que Unk pudiera contestarle, Boaz se acordó que había dejado el grabador solo y funcionando.

—¡No hay nadie cuidándolos! —exclamó. Dejó a Unk y corrió a rescatar a los harmoniums.

Entre tanto, Unk hacía planes para dar vuelta la nave espacial. Ésa era la solución del acertijo acerca de cómo salir. Por eso los harmoniums habían escrito en el techo:

UNK, DA VUELTA LA NAVE

La teoría de dar vuelta la nave espacial era sensata, desde luego. El equipo sensible de la nave estaba en el fondo. Al darla vuelta, la nave podría aplicar para salir de las cuevas la misma gracia fácil y la misma inteligencia que había aplicado para entrar.

Merced a una poderosa palanca y a la débil fuerza de gravedad de las cuevas de Mercurio, cuando Boaz volvió, Unk ya había dado vuelta la nave. Todo lo que quedaba por hacer era apretar el botón de encendido. La nave invertida tropezaría entonces contra el piso de la cueva, cedería, se retiraría del piso bajo la impresión de que el piso era un techo.

Haría salir para arriba el sistema de chimeneas bajo la impresión de que lo hacía hacia abajo. E inevitablemente encontraría la salida, bajo la impresión de que buscaba el agujero más profundo.

El agujero que llegado el momento encontraría sería el pozo sin fondo y sin paredes del espacio eterno.

Boaz entró en la nave invertida, los brazos cargados de harmoniums muertos. Llevaba por lo menos cinco kilos de damascos secos. Inevitablemente dejó caer algunos. Y al detenerse para recogerlos, reverente, se le cayeron más.

Las lágrimas le bañaban la cara.

—¿Ves? —dijo Boaz. Estaba loco de dolor y furioso contra sí mismo—. ¿Ves, Unk? ¿Ves lo que pasa cuando uno se va y se olvida?

Boaz meneó la cabeza.

—Estos no son todos —dijo—. Ni mucho menos. —Encontró una caja vacía que había contenido caramelos. Puso en ella los cadáveres de los harmoniums.

Se enderezó, las manos sobre los muslos. Así como Unk se había asombrado de la condición física de Boaz, así se asombró ahora de su dignidad.

Erguido ahora, Boaz era un Hércules sabio, digno, lloroso, moreno.

Por comparación, Unk se sintió escuálido, desarraigado, resentido.

—¿Quieres hacer el reparto, Unk? —dijo Boaz.

—¿El reparto?

—De bolas de aire, comida, agua mineral, dulce —dijo Boaz.

—¿Dividirlo todo? —dijo Unk—. Dios mío, hay bastante de todo para quinientos años. Nunca se había hablado hasta entonces de dividir las cosas. No había habido escasez de nada, ni amenaza siquiera.

—La mitad te la llevas, y la otra mitad me la dejas —dijo Boaz.

—¿Te la dejo? —dijo Unk, incrédulo—. ¿No… no vas a venir conmigo?

Boaz alzó su gran mano derecha en un tierno gesto de silencio, un gesto hecho por un ser humano realmente grande.

—No me digas la verdad, Unk —dijo Boaz—, y yo no te la diré. —Se secó las lágrimas con el puño.

Unk, nunca había sido capaz de dejar de lado el argumento de la verdad. Lo asustaba. Algo en el fondo le advertía que Boaz no fanfarroneaba, que Boaz sabía realmente una verdad acerca de Unk que podía hacerlo pedazos.

Unk abrió la boca y volvió a cerrarla.

—Grandes noticias las que me das —dijo Boaz—. «¡Boaz, me dices, vamos a ser libres!». Y yo me excito todo, y largo lo que estoy haciendo y me preparo a ser libre.

»Y empiezo a decirme a mí mismo cómo voy a ser libre —dijo Boaz—, y entonces trato de pensar cómo va a ser, y todo lo que veo es gente. Gente que me empuja para aquí, que me empuja para allá, y no está satisfecha de nada, y se vuelve cada vez más loca porque nada la hace feliz. Y hombres que me gritan so pretexto de que no los hago felices, y todos andamos a los tirones y a los empujones.

»Y entonces, de pronto —dijo Boaz— me acuerdo de todos esos animalitos disparatados a los que tan fácilmente he hecho felices con la música. Y me encuentro con miles muertos porque Boaz, tan excitado por liberarse, se había olvidado de ellos. Y yo podía haberles salvado la vida a todos los que murieron si hubiera seguido atento a lo que estaba haciendo.

»Y entonces me digo, nunca he sido bueno para nadie, y nadie ha sido nunca bueno para mí. ¿De modo que para qué quiero ser libre entre multitudes de personas?

»Así supe lo que ahora te estoy diciendo, Unk, al volver aquí —dijo Boaz.

Boaz añadió:

—Me encontré un lugar donde puedo hacer bien sin hacer ningún daño, y veo que estoy haciendo bien, y ellos saben que les estoy haciendo bien, y me quieren, Unk, lo mejor que pueden. Me encontré un hogar.

»Y cuando me muera aquí, algún día, podré decirme a mí mismo: “Boaz, hiciste millones de vidas dignas de ser vividas. Nadie desparramó jamás tanta alegría. No tienes un enemigo en el Universo. Boaz ha llegado a ser para sí mismo el papá y la mamá afectuosos que nunca tuvo. Ahora vas a dormir —se dijo a sí mismo, imaginándose en un sepulcro de piedra en las cuevas—. Eres un buen muchacho, Boaz. Buenas noches”.