CAPÍTULO DOS
La fuerza de todo mi peso me mandó a trompicones a la habitación que había al otro lado de la puerta. Tropecé con algo y acabé chocando con un montón de capas de tela. Di un traspié, caí y me di contra el suelo con la cabeza.
Y entonces oí una voz. Una voz de chica.
—Vaya, ¡qué gracioso!
Echado ahí en el suelo, me di cuenta de que aquello contra lo que había chocado era un perchero cargado de vestidos. Vestidos de mujer. Y ahora estaba allí, encima del montón de trajes. Es como si una explosión de brillantes y lentejuelas me hubiera pillado en medio.
De pie junto a mí, un chico vestido con unos pantalones de un negro metalizado y una camisa sin cuello trataba de cerrar la puerta que yo acababa de abrir a golpes.
—Sí, sí, muy gracioso —iba repitiendo con sarcasmo—. Me encanta que niñatos pelagatos irrumpan en el camerino.
Me puse en pie, rojo de vergüenza, y traté de recoger todos los vestidos que había tirado por el suelo. No era así como creía que iba a evolucionar la noche.
—Vaya, muy, muy gracioso.
Me volví y vi a una chica con el pelo de color platino, en un rincón de la habitación. Llevaba unos shorts diminutos y estaba como en cuclillas, sentada en un taburete bajo. Se estaba adornando las pantorrillas desnudas con una especie de bolígrafo, dibujando elaborados estampados de florituras y arabescos.
—No —dije.
Probablemente debería haberme disculpado. O al menos debería haber dado alguna explicación. Pero no pude. Estaba demasiado deslumbrado. Y todo lo que pude decir fue: «No».
—Oh, sí —insistió ella, aún con el bolígrafo en la mano.
Se inclinó un poco más para acercarse a los arabescos y, frunciendo los labios, se sopló la pierna de arriba abajo para secar la tinta.
No podía ser. Pero era.
Era Devektra.
La gran mayoría de la gente de Lorien no sabía quién era. Pero yo no formo parte de la gran mayoría y llevaba meses escuchando su música. Para las personas que estaban al tanto, ella era la artista de la Guardia más genial de Lorien. Con su belleza deslumbrante, la sabiduría de sus letras —asombrosas para su edad (porque casi era una niña, solo un poco mayor que yo)— y ese legado tan poco usual que le permitía crear juegos de luces hipnóticos y deslumbrantes, no cabía duda de que iba a convertirse en una gran estrella en poco tiempo. Ya estaba en camino.
—¿Qué pasa? ¿No habías visto nunca a una chica maquillándose las piernas? —me preguntó, guiñándome un ojo.
Traté de mantener la compostura.
—Debes de ser la artista top-secret —conseguí articular finalmente, no sin tropezar en casi cada palabra—. Yo soy… esto… un gran fan tuyo.
Me encogí al decirlo y creo que parecí un auténtico perdedor.
Devektra evaluó sus piernas, se puso en pie, y luego me miró, como si no supiera muy bien si enfadarse o echarse a reír. Al final, se quedó a medio camino de ambas cosas y me dijo:
—Gracias. Pero ¿sabes una cosa? Cierran esa puerta por una razón: dejar fuera a los fans.
Dio un paso hacia delante y, después de echarme teatralmente los brazos a los hombros, me tiró de la oreja para acercarla a sus labios y me susurró:
—¿Vas a decirme qué haces en mi camerino? No me obligarás a avisar a seguridad, ¿verdad?
—Esto… —tartamudeé—. Bueno, mira es que…
Rebusqué en mi mente alguna explicación, pero no encontré ninguna. Supongo que soy mucho mejor pirateando softwares que hablando con chicas. Sobre todo si están buenas y son famosas.
Devektra dio un paso atrás y me miró de arriba abajo con un brillo travieso en los ojos.
—¿Sabes lo que creo, Mirkl? —preguntó.
—¿Qué? —repuso apáticamente el tipo del que casi me había olvidado. La verdad es que parecía algo harto de ella.
—Creo —empezó a decir con parsimonia— que este muchachito es demasiado joven para estar aquí. Me da que estaban a punto de echarle a patadas del local por no tener la edad requerida y se ha colado aquí en busca de un escondite. Tenemos a un delincuente entre nosotros. Y ya sabes lo que pienso de los delincuentes…
Miré al suelo. Ahora sí que me habían pillado. No era la primera vez que me metía en problemas por algo así. Ni la segunda. Sin embargo, en esta ocasión, las consecuencias iban a ser graves.
Pero Devektra me sorprendió.
Me mostró una sonrisa de oreja a oreja y se echó a reír. Estaba empezando a sospechar que esa chica estaba un poco loca.
—¡Me encanta! —exclamó. Entornó los ojos y meneó un dedo amonestador delante de mí. Sus uñas brillaban con todos los colores del arcoíris—. ¡Qué cêpan más travieso!
Por segunda vez en pocos segundos, me pilló por sorpresa.
—¿Cómo sabes que soy un cêpan? —le pregunté.
Como la mayoría de los personajes públicos de Lorien (atletas, artistas, soldados), Devektra era una guardiana. Yo, en cambio, era un cêpan. De entre todos los cêpan, había un grupo electo que se dedicaba a educar a los guardianes, pero la mayoría éramos burócratas, profesores, hombres de negocios, tenderos, granjeros… No sabía en qué tipo de cêpan iba a convertirme en cuanto terminara los estudios, pero no creía que ninguna de mis opciones fuera a ser muy memorable. ¿Por qué no había nacido siendo un guardián? ¡Así podría haber invertido mi tiempo en hacer algo divertido!
Devektra me sonrió con suficiencia y me dijo:
—Mi tercer legado. El aburrido, ese del que no me gusta hablar. Sé detectar quién es guardián y quién cêpan.
Como todos los guardianes, Devektra tenía el poder de la telequinesia, así como la habilidad de doblar y manipular las ondas sonoras y lumínicas, capacidades que usaba en sus actuaciones y que la habían convertido en la estrella en alza que era. La verdad es que se trataba de un poder muy poco común, pero el de ser capaz de detectar la diferencia entre guardián y cêpan no lo había oído en mi vida.
Por alguna razón, estaba cohibido. No sé por qué: no hay nada malo en ser un cêpan, y, aunque a menudo pensaba que la vida de los guardianes debía de ser mucho más divertida, hasta entonces nunca me había sentido inseguro por lo que era.
En primer lugar, no soy una persona insegura. Y, en segundo lugar, las cosas no funcionaban así por aquí. A pesar de que los guardianes eran un colectivo venerado (un regalo muy preciado para nuestro planeta), en Lorien había la convicción, bastante extendida y compartida tanto por los cêpan como por los guardianes, de que las habilidades asombrosas de los guardianes no les pertenecían solo a ellos, sino que eran un bien de todos.
Pero estando ahí de pie, delante de la chica más hermosa que había visto jamás, una chica que estaba a punto de subir al escenario para demostrar sus asombrosos talentos a todos los clientes del Quimera, de pronto me sentí vulgar. Y ella se dio cuenta. Era Devektra, y yo no era más que un cêpan estúpido y menor de edad que no tenía nada que valiera la pena. Ni siquiera sabía por qué estaba ella perdiendo el tiempo conmigo.
Me volví, dispuesto a marcharme. Esa situación no tenía sentido. Pero entonces Devektra me agarró del hombro.
—Vamos, anímate —me dijo—. No me importa que seas un cêpan. Además, gracias a los Ancianos, estaba bromeando. ¡Menudo tercer legado más aburrido sería ese! Mi auténtico tercer legado es mucho más emocionante.
—¿Qué es? —le pregunté con recelo.
Estaba empezando a tener la sensación de que Devektra me estaba atolondrando.
Le brillaban los ojos.
—¿No te resulta obvio? Hago que los hombres se enamoren de mí.
Esta vez, supe que me estaba tomando el pelo. Me sonrojé, y entonces de pronto me di cuenta de cuál era la verdad.
—Lees la mente de los demás —respondí.
Devektra sonrió, impresionada, e, inclinándose hacia Mirkl, que no parecía nada satisfecho, dijo:
—Creo que ya ha empezado a pillarlo.