CAPÍTULO UNO

Esto es Lorien. Aquí todo es «perfecto». O al menos eso dicen.

Tal vez tengan razón. A lo largo de los años, la Agencia de Lorien para la Exploración Interplanetaria ha mandado misiones de reconocimiento a casi todos los planetas habitables del universo, y todos parecen horribles.

Tomemos por ejemplo ese lugar llamado Tierra: está contaminado, superpoblado y demasiado caliente, y cada día se calienta aún más. Según cuentan los exploradores, allí todo el mundo es desgraciado. Los terrícolas invierten un montón de tiempo tratando de matarse unos a otros por nada; y las horas que les quedan libres se las pasan intentando evitar que los maten.

Si echáis un vistazo a alguno de sus libros de historia (tenemos muchos en el Gran Depósito de Información de Lorien), veréis que ha habido una guerra inútil tras otra. Es para decirles: ¡terrícolas, a ver si pensáis un poco!

El caso es que, aparte de Lorien, la Tierra es el mejor lugar que hay en el universo. Ni siquiera me molestaré en mencionar Mogadore, un auténtico vertedero.

Aquí en Lorien no hay guerras. Nunca. El clima es siempre ideal, y hay suficientes ecosistemas como para que cada uno encuentre su versión climática predilecta. La mayoría de la superficie del planeta son bosques impolutos, playas impecables, montañas con vistas increíbles. Incluso en las pocas ciudades que tenemos hay espacio suficiente para moverse con holgura y en ninguna de ellas se sabe lo que es el crimen.

En realidad, la gente ni siquiera discute demasiado.

¿De qué iban a discutir? Como el lugar es perfecto, nadie está triste… Nunca. Cuando paseas por las calles de Capital City, ves a todo el mundo sonriendo, como un hatajo de zombis felices.

Pero tanta perfección no es posible, ¿verdad? Y, aunque lo fuera, yo diría: lo «perfecto» resulta bastante aburrido.

Yo no soporto aburrirme. Por eso siempre me esfuerzo en encontrar las imperfecciones, que es donde está la diversión.

Aunque, ahora que lo pienso, en opinión de mucha gente, los primeros, mis padres, la mayor de las imperfecciones soy yo.

Algo totalmente no-lórico.

El Quimera estaba a reventar la noche que por fin me pillaron. La música sonaba a todo volumen, el sudor flotaba en el aire, y (¡sorpresa!) todos estaban contentos y sonrientes mientras brincaban dando tumbos y chocando unos con otros.

Esa noche yo también estaba feliz. Me había pasado horas bailando, casi siempre solo, pero, de vez en cuando, topaba con alguna chica y acabábamos moviéndonos juntos encima de la pista durante unos minutos, los dos sonriendo, o riendo con ganas, pero sin tomarnos nada demasiado en serio. Y luego nos dejábamos atrapar por la música y seguíamos bailando cada uno por nuestro lado. No pasaba nada.

Vale, todo indicaba que sería una gran noche.

Casi estaba amaneciendo cuando me quedé sin aliento, listo para hacer una pausa. Después de horas de no parar, me apoyé en una hilera de columnas cerca del límite de la pista de baile y, al levantar la mirada, vi que tenía a Paxton y Teev al lado. No los conocía muy bien, pero eran habituales del Quimera y yo había acudido al bar lo bastante a menudo para que nos hubieran presentado un par de veces.

—¡Eh! —les dije, asintiendo con la cabeza, sin estar muy seguro de que fueran a acordarse de mí.

—Hombre, Sandor —repuso Paxton, dándome una palmadita en el hombro—. ¿No deberías estar ya en la camita?

Tendría que haberme molestado que se rieran de mí, pero la verdad es que me alegró que me reconocieran. A Paxton le parecía curioso que siempre me las arreglara para entrar en el local, a pesar de no tener la edad exigida.

El caso es que yo no veía que fuera tan importante eso de no tener la edad; al fin y al cabo, el Quimera solo era un lugar para bailar y escuchar música. Pero, en Lorien, las normas son las normas.

Paxton era solo algunos años mayor que yo y estudiaba en la Universidad de Lorien, mientras que Teev, su novia, trabajaba en una tienda de moda en East Crescent. Esos dos llevaban el tipo de vida que no me hubiera importado llevar en el futuro. Pasar el rato en cafés durante el día, bailar en sitios como el Quimera por las noches, y todo eso sin que nadie los criticara por ello.

Ya no me faltaba mucho… Pero tenía la sensación de que llevaba esperando ese momento toda la vida. Estaba cansado de ser un adolescente, cansado de ir a la escuela y obedecer a los profesores, y aún más de actuar conforme a las normas de mis padres. Muy pronto podría dejar de fingir que era un adulto: sería uno de ellos, y viviría mi vida tal como me viniera en gana.

Por el momento, el Quimera era el único lugar en el que podía ser yo mismo. En realidad, allí todo el mundo era un poco como yo. Llevaban ropas alocadas y peinados estrafalarios, e iban a la suya. Incluso en un planeta como Lorien, hay personas que no acaban de encajar del todo. Y esas personas iban al Quimera.

A veces (no a menudo, pero sí a veces), incluso podías pillar a alguien frunciendo el ceño. No porque fuera infeliz ni nada de eso, sino por diversión. Supongo que solo para ver qué se sentía.

Teev me miraba con una expresión divertida, y Paxton señaló la pulsera identificativa que llevaba en la muñeca y me preguntó, con una sonrisita de suficiencia:

—¿No se supone que estas cosas son a prueba de tontos? Cada vez que te veo te has inventado otro modo de colarte por la puerta principal.

Los escáneres instalados en las puertas del Quimera registran en la entrada a todos los clientes habituales, principalmente para evitar que se cuelen lóricos menores de edad como yo. En el pasado, en alguna ocasión me había colado por la puerta trasera y otras había entrado mezclado entre la multitud. Esa noche, sin embargo, fui un paso más allá: modifiqué la edad que aparecía en mi pulsera identificativa para que creyeran que era mayor. La verdad es que estaba bastante orgulloso de mí mismo, pero no pensaba ventilar mis secretos, así que lo único que hice fue encogerme de hombros con timidez.

—Ese soy yo. Sandor, mago de la tecnología y hombre misterioso.

—¡Olvídate del escáner de la puerta, Paxton! —exclamó Teev—. ¿Qué me dices del Registro de asistencia de la escuela? Porque aún vas al colegio, ¿no? Más vale que te des prisa o te van a pillar. Ya es un poco tarde.

—Dirás «temprano» —la corregí.

El sol saldría en cualquier momento. Pero llevaba razón. O la habría llevado.

Teev tenía un lunar encima del labio y una marca de nacimiento colorada en la mejilla, cerca de la raíz del cabello. Un tatuaje muy fino rodeaba el lunar y luego se prolongaba hacia arriba para terminar en una flecha que señalaba la marca de nacimiento. Era más bien bajita y bastante mona; había algo diferente en ella. Era quien era, y no pensaba esconderlo. La admiraba por ello.

Estuve tentado de contarle cómo había solucionado el problema del Registro de asistencia. En realidad era más fácil de solventar que el del escáner de la puerta… O tal vez es que yo era muy bueno. Todo lo que hice fue pedirle prestada a mi amigo Rax su pulsera identificativa e insertar en ella una copia de mi biofirma digital. Ahora, cuando me salto una clase, el escáner me detecta como «presente» siempre que Rax esté allí.

Esta solución se me ocurrió después de haberme metido en problemas hacía unos meses. Como castigo, tuve que pasar un tiempo trabajando en dirección y allí descubrí el fallo del sistema del Registro de asistencia: no detectaba las repeticiones. Así que cuando Rax y yo asistíamos a clase no saltaba la alarma. Era perfecto.

—No puedo desvelarte mis secretos —le dije insinuando una sonrisa.

—Bien hecho —respondió Paxton en un tono de admiración que viraba ligeramente hacia el desdén. Me sonrojé.

—Gracias —le dije, actuando como si no me importara.

Pero, antes de que se me ocurriera nada más que decir, me quedé paralizado. Al otro lado de la entrada, vi a alguien conocido. Alguien que hubiera preferido no conocer.

Era Endym, mi profesor de culturas interplanetarias en la Academia de Lorien.

Vale, Endym solía ser un tío guay, probablemente el único de los profesores que tenía que me caía bien. Pero, guay o no, si me veía en ese club, no le quedaría más remedio que dar parte: por un lado, todavía no tenía la edad, y, por otro, no iba a llegar a tiempo a clase.

Sonreí a la pareja con la que estaba hablando.

—Teev, Paxton, ha sido un placer —les dije, apartándome del campo de visión de Endym y mezclándome entre la gente que aún seguía bailando.

Protegido por la multitud de la pista de baile, me volví para echar un vistazo a la entrada y vi a Endym dirigiéndose a uno de los chicos de la barra. Luego, cogió la bebida que le sirvieron y se la llevó a los labios, mientras examinaba el interior del club. Entonces avanzó unos pasos, hasta la pista de baile. Estaba bastante seguro de que no me había visto (aún), pero venía directo hacia mí.

Mierda. Me oculté detrás de una columna.

El Quimera es grande, pero no lo suficiente. Si me quedaba allí, me pasaría el rato tratando de evitar a Endym, y la verdad es que las probabilidades de que acabara descubriéndome eran muchas.

Tenía que salir de allí, y tenía que aprovechar ese momento: Endym estaba distraído. Acababa de entablar conversación con una mujer en medio de la pista de baile, y flirteaba con ella descaradamente mientras bailaban. Levanté la mirada hacia el cielo, sin dar crédito. Ver a mi profesor en el Quimera lo hacía de pronto mucho menos guay.

El único modo de salir de allí era adentrarme aún más en el local. Nunca había estado en los camerinos de debajo del escenario, pero los artistas tenían que entrar por alguna parte. El problema era que Endym se había colocado en el peor lugar, teniendo en cuenta mis propósitos: no me quedaba más remedio que pasar por delante de él si quería salir por la entrada, y, encima, la escalera trasera quedaba dentro de su ángulo de visión.

Le eché un vistazo al local con la esperanza de encontrar una solución a mi dilema, tratando de no parecer demasiado desesperado para no llamar la atención. Y entonces caí en la cuenta: Teev y Paxton seguían ahí, a pocos pasos de mí, y tal vez podrían ayudarme. Al menos, esperaba que estuviesen dispuestos a hacerlo.

—¿Qué me diríais… —empecé a proponerles acercándome a ellos con una sonrisa conspiratoria plantada en la cara—, si os dijera que ese tipo de ahí es uno de mis profesores?

Los dos miraron a Endym y luego se volvieron hacia mí.

—Supongo que diría que este sitio ya no es lo que era —respondió Teev—. ¿Ahora dejan entrar a profesores?

—¡Mala suerte, tío! —exclamó Paxton, soltando una carcajada—. Tantos quebraderos de cabeza para entrar y ahora te van a echar.

—Vamos, tíos, no os riais. ¿Y si me ayudáis a salir? —Cuando los vi mirándose con escepticismo, me encogí de hombros con timidez y les supliqué—: Por favor…

Teev se echó la cabellera hacia atrás y, tras levantar la mirada hacia el techo, algo exasperada por mi petición, accedió.

—Vale, está bien. De acuerdo, pequeñín —me dijo, dándome una palmadita en la mejilla. Fue un poco humillante, pero ¿qué otra cosa podía hacer?—. Cuidaremos de ti —me prometió—. Vamos, saca tu culo fuera de aquí.

Me quedé un instante contemplando a Teev y a Paxton, mientras se acercaban a Endym y la mujer con la que estaba bailando. Los dos se plantaron en medio de la pareja: Teev se puso a bailar con Endym, y Paxton, con la mujer.

Cuando vi claro que ya habían captado por completo la atención de mi profesor, hice de tripas corazón y me mezclé entre la multitud con la cabeza bien gacha.

Ya creía que estaba fuera de peligro, cuando alguien me gritó:

—¡Eh!

Me volví, desconcertado, y vi el rostro furioso de un chico que se acercaba a mí. Al parecer, al pasar junto a él, le había tirado al suelo la botella que sostenía con la mano, y el muchacho no estaba nada contento.

Lo último que necesitaba era que me pillaran en medio de una pelea en la pista de baile. Así que eché a correr como un loco hacia la base del escenario, donde, en un rincón oscuro, encontré a tientas una puertecita.

Naturalmente, estaba cerrada con llave.

—¡Eh! ¡Tú! —gritaba el tío cuya bebida había echado a perder. Se me estaba acercando—. ¡Vas a tener que pagarme otra!

Zarandeé el pomo violentamente. Al ver que no se movía, dejé de andarme con tonterías y me arrojé contra la puerta, con la esperanza de que, con la fuerza suficiente (y un poco de suerte), acabara cediendo.

El tío estaba cada vez más cerca y no paraba de gritar. Menudo imbécil, ¡montar todo ese circo por una bebida de nada! La gente que llenaba la sala empezó a volverse hacia mí. Iban a pillarme de un momento a otro.

Un último intento. Me lancé de nuevo contra la puerta con todas mis fuerzas.

Esta vez, cedió.