CAPÍTULO VEINTISIETE

EN CUANTO SALGO DE LA DUCHA, DESPUÉS DEL ENTREno, Sam me está esperando en el pasillo, junto a la puerta del baño. Frunce el ceño, y veo en sus ojos la misma mirada que ha tenido desde que nos han arrebatado la bandera: en lugar de cometer un error en una práctica de entreno, parece que hubiera perdido una guerra él solito.

—He metido la pata hasta el fondo —dice—. Ahora entiendo por qué no me llevas contigo a los Everglades.

Una vez todos curados, el grupo se ha reunido y ha votado por unanimidad que viajaríamos a los Everglades mañana mismo. El hecho de que Sam se quede no tiene nada que ver con su actuación en la sala de entreno; simplemente resulta más útil que esté con Malcolm en Chicago, pendiente de la tableta, para poder coordinar si debemos separarnos y establecer nuevas transmisiones en caso de que surjan problemas. Se trata de una labor importante, pero no voy a poder convencer a ninguno de los demás de que la haga. Nadie se quiere quedar fuera en nuestra primera misión como grupo completo de la Guardia.

—Ya sabes que no ha sido por eso, Sam.

—Ya, ya —responde, con poco entusiasmo.

—Vamos, no era más que un juego. Olvídalo —le digo, dándole un golpecito en el brazo.

Sam deja escapar un suspiro.

—Ha sido muy embarazoso, tío. Y delante de Seis.

—Oh… —replico, al captar la idea—. Así que has disparado a la chica que te gusta en la espalda. ¡Menudo problema!

—Es un problema —insiste Sam—. He quedado como un idiota que ni siquiera sabe protegerse a sí mismo. O, aún peor, como alguien que acaba haciendo daño a la gente que le importa.

No sé qué decirle. Nunca ha tenido novia, y decidirse a salir con Seis es como querer aprender a escalar y empezar con el Everest.

—Mira, me gustaría poder decirte algo que te ayudara, tío. De verdad. Pero es que Seis me desconcierta la hostia. Si realmente te gusta, simplemente sé sincero con ella. Ella valora la sinceridad. Bueno, la franqueza. La brusquedad.

—La brusquedad me hace pensar en los hombres de las cavernas.

Le doy a Sam una palmadita en la espalda y le digo:

—Mira, sé directo, pero no le des con el garrote en la cabeza ni nada de eso. No sobrevivirías.

Estoy bromeando, pero Sam frunce el ceño, preocupado.

—¿Qué posibilidades tengo, John? Probablemente dentro de nada empezará a salir con Nueve. Al menos él sabe pelear.

—¡¿Nueve?! —No puedo evitar echarme a reír. Le doy con la mano en el hombro y añado—: Vamos, tío, ¡si Seis no lo soporta!

—¿En serio? —Sam me mira fijamente. Ahora me sonríe más relajado, pero aún descubro en su rostro un atisbo de vergüenza—. Siento molestarte con todo esto… Supongo que necesito una inyección de confianza o algo así.

Ahora estamos los dos delante de la puerta de mi habitación. Le planto las manos en los hombros y, mirándole directamente a los ojos, le digo:

—Sam, tú ve a por ello. No tienes nada que perder.

Dejo a Sam en el pasillo para que considere su siguiente movimiento. Espero que le funcione. De hecho, creo que él y Seis pueden entenderse muy bien, pero no quiero invertir más tiempo tratando de hacer de casamentera. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme. Por no hablar de una novia que atender.

Sarah me espera en la habitación, secándose el cabello con una toalla. Me mira con complicidad cuando cierro la puerta detrás de mí, y una sonrisa pícara le ilumina el rostro.

—Ha sido un buen consejo —me dice.

Vuelvo la cabeza hacia el pasillo y me pregunto cuánto de nuestra conversación habrá escuchado.

—¿Eso crees?

Asiente con la cabeza y añade:

—Sam se ha hecho mayor. A Emily se le rompería el corazón.

Tardo unos instantes en recordar a la amiga que Sarah tenía en Paradise, esa que tanto le gustaba a Sam cuando hicimos juntos ese viaje en camión. Me parece que ha pasado mucho tiempo.

—Espero no haberle preparado el camino para que acaben rompiéndole el corazón. ¿Crees que tiene alguna posibilidad con Seis?

—Es posible —responde Sarah, acercándose a mí—. Debajo de esa coraza tan dura, sigue siendo una chica. Sam es mono y divertido, y está claro que ella le importa. ¿Por qué no iba a gustarle?

Sarah me rodea el cuello con sus brazos y yo la acerco a mí.

—Tal vez podrías darle algún consejo sobre cómo encandilar a los lóricos. Se te da muy bien.

—¿En serio? —responde levantando las cejas.

Me besa en los labios, mientras hunde sus dedos entre mis cabellos. En ese momento, me olvido por completo de Sam y de todos los problemas a los que debemos enfrentarnos. Es asombroso; me gustaría pasarme la vida en ese beso. Sarah se separa de mí lentamente y me mira a los ojos, sonriéndome.

—Esto es por haberte disparado.

—Entonces puedes dispararme cuando quieras.

—Bueno, ¿qué es lo siguiente que toca hacer hoy? —me pregunta, enumerando con los dedos mis tareas habituales—. ¿Más planificación? ¿Trazado de mapas? ¿Salvar el mundo?

Sacudo la cabeza.

—Estaba pensando en que podríamos salir de aquí.

Sarah y yo acabamos paseando por el Lincoln Park Zoo. Me he pasado muchas horas en el tejado del John Hancock Center desde que volvimos a Chicago, de modo que no tengo la sensación de haber estado todo este tiempo enjaulado. De todos modos, es distinto vivir la ciudad desde aquí abajo. A pesar del humo de los coches y el olor a basura que suele haber en todas las grandes ciudades, el aire parece más fresco. Tal vez solo sea que aquí me siento libre, más vivo que cuando estoy en el tejado, absorto en mis problemas. Teniendo a Sarah cogida del brazo, me imagino que somos una pareja normal, disfrutando de una cita.

Con esto no quiero decir que no sea cauteloso. Llevo mi brazalete debajo de la manga de la chaqueta, por si detecto cualquier señal de peligro. Nos detenemos delante de la jaula del león, pero lo único que vemos es el trasero dorado de un felino enorme que duerme la siesta detrás de un neumático mordisqueado.

—Esto es lo que me molesta de los zoos —dice Sarah—. Los animales se vuelven tan perezosos que están siempre medio dormidos y a veces ni siquiera llegas a verlos.

—Esto no debería ser un problema para nosotros —le aseguro.

Empleo mi telepatía para despertar al león. El animal se pone en pie, sacudiendo su melena, y luego se nos acerca con parsimonia. Levanta la cabeza para mirarnos, plantado junto a su abrevadero. La curiosidad brilla en sus ojos negros.

Le pido que ruja y lo hace: suelta un rugido afable que revoluciona a algunos de los niños que estaban cerca, y todos salen huyendo a la carrera, entre gritos y risas.

—Buen chico —le susurro.

—Eres un auténtico doctor Doolittle —me dice Sarah, estrechándome el brazo—. Si alguna vez tienes que ocultarte de nuevo, el circo sería un lugar perfecto.

Empleo mi telepatía animal en otras jaulas. Animo a una foca de aspecto aburrido a que represente un show improvisado con una pelota de playa. Les pido a los monos que se nos acerquen y peguen la cabeza en el cristal para que Sarah pueda chocar con ellos los cinco. Es genial poder practicar un legado que generalmente solo uso para comunicarme con BK.

El zoo cierra sus puertas al anochecer. Cuando nos dirigimos tranquilamente hacia la salida, Sarah apoya la cabeza en mi hombro y deja escapar un suspiro. Está claro que algo le preocupa.

—Necesito pasar contigo más días como este —me dice.

—Lo sé. A mí también me gustaría. Te prometo que en cuanto haya acabado con los mogos tendremos todo el tiempo del mundo.

Veo en sus ojos una mirada distante, como si se imaginara ese futuro y no le emocionara especialmente.

—Pero ¿qué va a pasar luego? Volverás a Lorien, ¿verdad?

—Si todo va bien… Aún tenemos que encontrar el modo de regresar. Y esperemos que Malcolm esté en lo cierto acerca de esas Piedras Fénix que contienen nuestros cofres, que haya suficientes y que realmente puedan recuperar nuestro planeta.

—Y ¿quieres que me vaya contigo?

—¡Por supuesto! —me apresuro a responder—. Sin ti no quiero ir a ninguna parte.

Sarah me sonríe con una tristeza que no me esperaba.

—Eres muy dulce, John, pero esto no será como el viaje en coche que hicimos con Seis. Esto es real. ¿Volveremos alguna vez? —me pregunta—. ¿A la Tierra?

—Sí, claro —respondo; sé que es justo lo que debería decir en una situación así, pero no estoy muy seguro de que sea verdad. Bajo la mirada y añado—: Estoy convencido de que volveremos.

—¿De verdad? Son años de viaje, John. No me malinterpretes, hay una parte de mí que se muere por ir. No es común que una chica tenga un novio que le pida que lo acompañe a otra galaxia. Pero yo tengo una familia aquí, John. Ya sé que no pesa sobre sus espaldas la responsabilidad de devolver a un planeta a su anterior gloria, pero son muy importantes para mí.

Ahora frunzo el ceño: mi buen humor está empezando a transformarse en algo distinto. Es un sentimiento triste, de pérdida.

—No quiero separarte de tu familia, Sarah. Se supone que volver a Lorien es algo bueno: será una situación victoriosa. —Dudo, tratando de encontrar las palabras exactas para expresar lo que siento—. Siempre he pensado en ello como lo que sucedería al final de esta aventura, ¿sabes? Después de tanta lucha, regresaríamos allí y encontraríamos un modo de volver a empezar. Es como el destino, pero nunca he tenido la sensación de que pudiera hacerse realidad… No sé si eso tiene mucho sentido. Nunca he dejado de pensar en los detalles. Tal vez debería hacerlo.

Nos detenemos y Sarah alarga la mano para acariciarme la cara.

—No quiero apartarte de tu destino. Por favor, no creas que es lo que pretendo.

—No, por supuesto que no. Pero no quiero volver a Lorien sin ti.

—Y yo no sé si querría quedarme en la Tierra sin ti —responde ella.

—Entonces ¿dónde nos deja esto?

—No sé lo que nos deparará el futuro —confiesa Sarah—, pero yo te quiero, John. Ahora mismo es lo único que importa. Ya pensaremos el resto cuando llegue el momento.

—Yo también te quiero —respondo, acercándola a mí para besarla.

Y justo entonces el brazalete empieza a activarse.