CAPÍTULO VEINTICINCO
—¿QUÉ ES ESO? —GRITA Sarah.
—No lo sé —respondo dando un salto y plantándome de manera instintiva entre Sarah y la mancha negra que se acerca peligrosamente hacia nosotros desde el aire.
Enciendo mi lumen y el calor me hace sentir cierto consuelo: estoy listo para lo que sea.
La forma oscura reduce la velocidad. No cabe duda de que es una persona. La silueta aterriza graciosamente al otro lado del tejado, levantando los brazos en señal de paz.
—Es Cinco.
—Eh, tíos —grita él—. Estáis despiertos. ¿Os he asustado?
—¿A ti qué te parece? —le espeta Sarah señalando las bolas de fuego que aún tengo en las manos.
Todavía nervioso, dejo por fin que se apaguen. Cinco, que lleva puesta una sudadera y unas medias negras, se quita la capucha y entonces veo aparecer su rostro arrepentido.
—Otras, perdonad. No creía que nadie fuera a darse cuenta.
Por unos segundos, he creído que alguien iba a atacarnos, así que le digo con más dureza de la que pretendo:
—¿Se puede saber qué demonios estabas haciendo?
—Volando por ahí. A veces me gusta comprobar lo alto que puedo llegar.
Trato de encontrar una respuesta que no parezca demasiado autoritaria. Estoy completamente a favor de que nos entrenemos, y cuanto más, mejor, pero volar por la ciudad de Chicago me parece una idea totalmente estúpida. Esconderse de todos es una cosa; esconderse mientras hay adolescentes planeando por el aire cerca de tu base es otra.
—¿No te preocupa que alguien pueda verte? —pregunta Sarah, quitándome las palabras de la boca.
Cinco sacude la cabeza.
—No te ofendas, Sarah, pero te sorprendería saber lo poco que tu gente se molesta en mirar hacia arriba. Además, es de noche y voy vestido de negro. Creedme, chicos, soy muy precavido.
—Aun así, hay que pensar también en las cámaras, los aviones, o qué sé yo que otras cosas —insisto, conteniéndome para no sermonearlo.
Cinco suspira hondo y levanta las manos, como si estuviese harto de discusiones. Después de la pelotera que ha tenido con Nueve, supongo que no quiere más problemas.
—Si me lo pides, pararé de hacerlo —me dice—. Pero tienes que saber que estoy mejorando mucho. Cubro cada vez más distancia en menos tiempo. De hecho, podría plantarme en un abrir y cerrar de ojos en los Everglades, recoger mi Cofre y estar de vuelta antes de la hora del desayuno.
Me gusta esta actitud colaboradora de Cinco; de pronto, no me parece el tipo de chico del que tenga que preocuparnos que prefiera los videojuegos al entrenamiento. A pesar de ello, sacudo la cabeza y le digo:
—No, iremos como un equipo, Cinco. A partir de ahora, nadie tendrá que hacer las cosas solo.
—Estaremos más seguros. Tienes razón. —Cinco bosteza y estira los brazos—. Está bien. Me voy a acostar. Mañana por la mañana, lo primero la sala de entrenos, ¿vale?
—Vale.
En cuanto Cinco ha desaparecido escaleras abajo, me vuelvo hacia Sarah. Está contemplando el cielo nocturno con una sonrisa tímida en los labios. La cojo de la mano.
—¿Qué piensas de esto? —le pregunto.
Sarah se encoge de hombros y me responde:
—Si pudieras volar así, ¿no harías como él?
—Solo si tú volaras conmigo.
Sarah levanta la mirada, dándome un golpecito en las costillas con el hombro.
—Venga, tío cursi. Vámonos a la cama antes de que suceda otra locura.