CAPÍTULO VEINTICUATRO
—ENTONCES ¿CUÁNDO OS VAIS A FLORIDA? —ME PREgunta Sarah tranquilamente, como si estuviera hablando de unas vacaciones que hubiera estado planeando.
Estoy destrozado. Sin embargo, se trata de un tipo de cansancio agradable: hoy ha sido un día productivo. No he pasado ni un minuto huyendo, ni escondiéndome, no ha habido ni un segundo perdido. Hemos catalogado el contenido de nuestros cofres, Sam ha conseguido imprimir carnés de identidad falsos bastante pasables y me he pasado un buen rato entrenándome en la recién reequipada sala de entreno.
—Espero que dentro de dos días —le respondo, echándome al suelo para hacer algunas flexiones antes de meterme en la cama—. Mañana quiero reunir a todo el mundo en la sala de entrenamiento, para ver cómo funcionamos como equipo. No creo que tengamos muchos problemas para recuperar el Cofre de Cinco, pero nunca se sabe. Nos vendrá bien tener algo de experiencia juntos. Y luego nos iremos.
Sarah se ha quedado en silencio. Levanto la mirada y la veo sentada en el borde de la cama, de nuestra cama —aún me parece extraño cuando lo pienso—, con las piernas dobladas. Ya lleva puesto el pijama: una camiseta gris de cuello en V y unos calzoncillos míos. Me está mirando, pero no presta atención a lo que le digo. Me aclaro la garganta, y entonces parpadea y me ofrece una sonrisa torcida.
—Perdona, me has distraído con tus flexiones. ¿De qué estábamos hablando?
Me siento en la cama, a su lado, y paso los dedos por sus cabellos recién cepillados. Me sonríe, y, de pronto, ya no me siento tan cansado. Mentiría si dijera que no he pensado en lo que podría pasar entre nosotros ahora que compartimos cama. Entre las pesadillas de Ella, el mensaje de Cinco y mi insomnio, no hemos tenido ni un momento de tranquilidad desde que llegamos a Chicago. Además, con tanta gente durmiendo en las habitaciones de al lado no me ha parecido correcto.
—De Florida —le recuerdo.
—Ah, sí —repone Sarah—. Viviste allí durante un tiempo, ¿verdad?
—Sí, unos meses. ¿Por qué?
—Nada, trataba de despejar algunas incógnitas. Aún hay muchas cosas que desconozco de ti, John Smith. —Me pone la mano en la mejilla, y desliza los dedos por mi cuello y luego a lo largo del hombro—. Además, hablar me ayuda a distraerme de lo que realmente me apetecería hacer.
Le paso la mano por los cabellos, le acaricio el cuello y, a continuación, recorro lentamente su espalda con los dedos. Sarah se estremece y yo me acerco un poco más a ella e inclino la cabeza para apoyarla en la suya.
—Oye, parece que esta noche la cosa está tranquila… Creo que todos duermen.
Y, justo entonces, alguien llama a nuestra puerta. Sarah abre mucho los ojos y se echa a reír, muy sonrojada.
—¿Acaso uno de vuestros legados es elegir el momento menos oportuno?
Abro la puerta y me encuentro a Seis con el abrigo puesto, como si acabara de llegar de alguna parte. Mira a Sarah por encima de mi hombro y, al ver mi cara de exasperación, insinúa una sonrisa traviesa y me dice:
—Uy, ¿interrumpo algo?
—¡No pasa nada! —respondo, ironizando—. ¿Qué ocurre?
—Tienes que venir al tejado a ver esto. BK se ha vuelto loco.
Nos ponemos algo de ropa encima del pijama y recorremos el pasillo a la carrera, detrás de Seis. Oigo a BK incluso antes de empezar a subir la escalera que conduce al tejado: parece la mezcla de un lobo aullando y un elefante haciendo sonar la trompa. Es un sonido fuerte y conmovedor, nada desagradable, pero que sin duda no pertenece a la Tierra.
—No se calla —protesta Nueve en cuanto pongo los pies en el tejado.
Se frota las sienes, probablemente exhausto de tanto usar la telepatía para tratar de calmar al animal.
BK aún sigue conservando la forma de beagle, pero su contorno se extiende y se agita erráticamente, como si fuera a convertirse en algo distinto en cualquier momento. Tiene el cuerno que sacamos del Cofre de Ocho cogido entre los dientes, pero eso no mitiga en absoluto sus aullidos. La saliva de BK recorre la superficie del asta y acaba goteando en su pelaje. BK está en pie, apoyado en sus patas traseras, con el hocico levantado hacia la luna, mientras sigue emitiendo ese sonido melancólico. Es como si estuviera en una especie de trance.
Ocho se teletransporta desde los pies de la escalera.
—Les he pedido a Sam y a Malcolm que controlen los canales de emergencia, por si algún vecino llama a la policía —anuncia—. No sé qué mosca le ha picado, John, pero creo que tiene algo que ver con ese cuerno.
—¡Mierda! —exclama Seis. Chasquea los dedos justo delante de BK y le grita—: ¡Ya basta, Bernie Kosar!
BK ni siquiera parece oírla. Veo a Marina en el borde del tejado, sirviéndose de su visión nocturna para controlar que nadie nos vea. Por suerte, estamos muy arriba, y Chicago es tan ruidosa que dudo de que nadie pueda oír a BK. A pesar de ello, no quiero correr ningún riesgo.
—¿Habéis tratado de arrebatarle el cuerno? —pregunto.
—Sí —responde Nueve—. Y no le ha gustado nada. Se ha puesto a gruñirme como un loco y no lo ha soltado. No he querido hacerle daño.
—Esto no es propio de BK —observa Sarah con los ojos muy abiertos; está visiblemente preocupada.
—¿Y si tiene algún tipo de pesadilla de quimera? —sugiere Seis.
Sacudo la cabeza. BK empezó a comportarse de forma extraña cuando cogió el cuerno. Y no parece que nada en el contenido de nuestros cofres pueda perjudicarnos. Incluso mi brazalete, que al principio me dolía a horrores, acabó siendo útil. Tiene que haber una explicación racional para esto.
—¿Dónde está Ella? —pregunta Sarah—. ¿Y si esto es lo mismo que le ocurre a ella, pero para quimeras?
—Está descansando —responde Marina—. Y esto parece totalmente diferente.
Trato de emplear la telepatía (Bernie Kosar, debes calmarte ahora mismo), pero no obtengo respuesta. Al no encontrar otra opción salvo la de tratar de arrebatarle el cuerno, doy un primer paso hacia él. Antes de que dé el segundo, Bernie se echa al suelo y suelta su botín. A pesar de que todo ha terminado, sus aullidos siguen resonando en mis oídos durante unos segundos. Cojo el cuerno cubierto de babas recurriendo a la telequinesis y lo sostengo en el aire. BK jadea alegre, mirando a todo el mundo.
Establezco contacto visual con Nueve, y los dos conectamos telepáticamente con BK.
—Es como si no supiera lo que ha pasado —digo.
—¿Has bebido, BK? —pregunta Nueve, desconcertado.
BK se acerca a nosotros corriendo y agitando la cola. Parece tan eufórico como cuando hemos vuelto de alguno de sus mejores paseos.
—Nos has asustado —le digo—. ¿Sabes que estabas aquí soltando todo tipo de ruidos?
BK se sienta a mis pies, y Sarah se agacha para acariciarle las orejas.
—¿Podéis preguntarle qué estaba haciendo? —nos pide Sarah a mí y a Nueve.
—Puedo intentarlo —respondo. Nueve también asiente, mirando a BK con los ojos entornados—. Empleo un montón de imágenes y sentimientos, ¿sabes? No exactamente palabras.
—Ladridos telepáticos —observa Ocho.
—Algo así —responde Nueve.
—Dice… —Hago una pausa para asegurarme de que interpreto correctamente los pensamientos de BK—. Dice que estaba llamando a los otros. —Sostengo el cuerno en alto—. Supongo que es para lo que debe de servir esto.
—¿A los otros? —pregunta Marina—. ¿Quiere decir las quimeras que vinieron en la nave de Ella?
—Supongo —respondo, mirando a BK—. ¿Crees que te han oído?
BK se echa sobre el lomo con las patas al aire, esperando que Sarah le acaricie la barriga. Supongo que, para una quimera, eso debe de ser como un abrazo.
—No lo sabe —digo.
Nueve sacude la cabeza.
—Bueno, crisis superada —concluye—. Me voy a la cama. ¿Sería mucho pedir una noche sin gritos ni aullidos, por favor?
Todos lo siguen escaleras abajo. Los únicos que nos quedamos en el tejado somos Sarah, BK y yo. El aire nocturno es fresco y, ahora que BK ha dejado de montar tanto escándalo, todo está muy tranquilo. Me arrodillo junto a Sarah y la abrazo.
—¿Tienes frío?
—No mucho —dice, con una sonrisa—. Pero puedes seguir abrazándome. Ya veo por qué te gusta tanto subir aquí.
Nos quedamos así sentados durante un rato: Sarah entre mis brazos, mientras los dos contemplamos la ciudad de Chicago desde lo alto. Es uno de esos momentos perfectos, el tipo de momento que necesito guardar en mi memoria para recordarlo cuando las cosas vayan mal.
Y entonces, tal vez porque Sarah tiene razón y elegir el momento menos oportuno es uno de mis legados, una sombra oscura se descuelga del cielo nocturno y se precipita hacia nosotros.