CAPÍTULO CATORCE

SEIS ME ABRAZA TAN FUERTE QUE CASI ME HACE TRAStabillar. Me ha rodeado el cuello con sus brazos y yo he extendido mis manos en su espalda. Acaban de librar una batalla y tiene la camiseta sudada, pero me da lo mismo. Estoy más concentrado sintiendo la suavidad de sus cabellos rubios en mi mejilla. ¿Esos sueños con los que fantaseaba siendo prisionero? Muchos de ellos incluían una escena como esta.

—Sam —suspira Seis, estupefacta, agarrándome como si yo fuera a desaparecer—, estás aquí.

Le respondo estrechándola entre mis brazos aún más fuerte. Nos quedamos así abrazados más tiempo del que probablemente es apropiado, teniendo en cuenta que no estamos solos. Oigo que mi padre se aclara la garganta, justo a mi lado.

—Eh, Seis, ¿por qué no dejas que los demás lo abracemos también?

Es Sarah, acercándose a nosotros. De repente, Seis me suelta con timidez. No recuerdo haber visto nunca que su dura máscara exterior se viniera abajo hasta este punto. Siento que me sonrojo. ¡Menos mal que está todo muy oscuro!

—Hola, Sam —me dice Sarah, dándome también un abrazo.

—Hola —respondo yo—. Es curioso encontrarte aquí. Estamos muy lejos de Paradise.

—¿No me digas? —bromea Sarah.

Por encima de su hombro, veo a John corriendo hacia nosotros. Lo acompaña un tipo bajo de cabello castaño que supongo que debe de ser Número Cinco, el que colgó ese mensaje on-line. Es lo que nos llevó a papá y a mí a Arkansas: ese programa suyo que busca en Internet seleccionó la noticia. Condujimos sin parar desde Texas para llegar aquí a tiempo de asistir al final de la batalla.

Mientras Cinco se queda rezagado, visiblemente incómodo de encontrarse de pronto con tanta gente, John se acerca a mí. Una gran sonrisa me ilumina la cara: no es solo que me encuentre de nuevo con mi mejor amigo, sino que además me embarga la sensación de que juntos formaremos parte de algo grande. Vamos a salvar el mundo.

John me devuelve la sonrisa, claramente emocionado de verme aquí; sin embargo, hay algo en sus ojos que no consigo descifrar.

—Solo respóndeme una pregunta —me dice, agarrándome la mano con fuerza, sin soltarme—. ¿Recuerdas ese día en tu habitación, ese en el que pensaste que yo podía ser un extraterrestre?

—Oh, sí.

—¿Qué hiciste?

Miro a John entornando los ojos, sin saber muy bien por qué me hace esa pregunta. Me vuelvo hacia mi padre, que está contemplando este intercambio de miradas con curiosidad, esperando que le presente a los lóricos.

—Bueno, te apunté con una pistola. ¿Te refieres a eso?

—Oh, Samuel —susurra mi padre con cierto reproche, pero al oír mi respuesta John me ofrece una sonrisa, e inmediatamente me estrecha en un abrazo.

—Lo siento, Sam. Es que tenía que asegurarme de que no eras Setrákus Ra camuflado —me explica—. ¡No sabes cuánto me alegro de verte!

—Lo mismo digo —repongo—. Echaba de menos luchar contra gusanos gigantes.

John se ríe alejándose un paso de mí.

Cinco levanta la mano, indeciso, y se nos acerca.

—Estoy un poco perdido. ¿Setrákus Ra puede cambiar de forma?

Eso también es una novedad para mí. Sin darme cuenta, me toco las cicatrices que me dejaron las quemaduras en las muñecas. Sé de primera mano lo depravado que puede llegar a ser Setrákus Ra.

—¿Cómo lo sabes? ¿Te has enfrentado a él? —insiste Cinco.

John asiente solemnemente.

—Sí. Yo diría que la pelea acabó en tablas. Enseguida os pongo al día, pero antes… —John mira a mi padre y añade—: Sam, ¿es quien creo que es?

Le sonrío de nuevo. Parece que haga años que espero presentar mi padre a mis amigos.

—Chicos —les digo con orgullo—, este es mi padre, Malcolm. Puedo aseguraros que tampoco es Setrákus Ra, si es eso lo que os preocupa.

Papá da un paso adelante y les estrecha la mano a todos los miembros de la Guardia allí presentes, así como también a Sarah.

—Gracias por su ayuda —dice John, señalando el rifle de mi padre—. Me alegro de que haya traído herramientas.

—Me ha parecido que lo tenías todo bajo control —le responde papá—. Pero la verdad es que llevo tiempo deseando dispararle a algo mogadoriano.

—Bajo control —murmura Seis entre risas, estrechándole la mano—. Pues yo habría jurado que ese bicho se te estaba a punto de tragar, John.

—Vale, no era mi mejor plan —repone mi amigo con una sonrisa mientras se encoge de hombros.

Sarah le da una palmadita en la espalda con aire alentador.

Mientras, Cinco no deja de estudiarnos a mi padre y a mí.

—Vosotros no sois lóricos —observa con total naturalidad, como si acabara de deducirlo—. Había dado por sentado que al ser tan mayor, y eso, eras un cêpan.

Mi padre se echa a reír.

—Siento decepcionarte. No soy más que un viejo humano que espera poder ayudar en algo.

Cinco se vuelve hacia John, asintiendo con la cabeza, y dice:

—Ya veo que tienes aquí formado un auténtico ejército.

Seis y yo intercambiamos miradas. No sé muy bien si el chico nuevo está siendo sarcástico o si simplemente es un poco estúpido. A juzgar por la cara que pone Seis, ella tampoco está muy segura.

—Estamos nosotros seis, y luego cuatro más que nos esperan en Chicago —dice John pacientemente—. No creo que diez personas puedan calificarse de ejército, pero gracias de todos modos.

—Supongo que no —masculla Cinco.

—Quiero que me cuentes cómo os encontrasteis, hasta el último detalle —me dice John. Y luego mira a mi padre con cautela, como si hubiera llamado a la puerta de nuestra casa y le hubiera preguntado si yo podía salir a jugar a la invasión alienígena—. Antes que nada, señor Goode, quería que supiera que nunca pretendí mezclar a Sam en todo esto. Siento mucho haberlo puesto en peligro, pero no creo que hubiéramos llegado tan lejos sin él.

—Puedes estar seguro de que no —coincide Seis, sonriéndome.

Aparto la mirada: siento que las mejillas empiezan a arderme.

Mi padre parece conmovido.

—Ponernos en peligro para salvar la Tierra es una tradición de la familia Goode. Pero gracias por tus palabras. —Luego posa la mano en mi hombro y añade—: Me alegro de que os encontrarais el uno al otro. Y no me llames «señor Goode»; con Malcolm basta.

Se oye el sonido de sirenas acercándose. Puede que estemos en una zona rural de Arkansas, pero a las autoridades locales no se les habrá pasado por alto que una nave espacial se ha estrellado en pleno bosque. No tardarán en estar aquí.

—Deberíamos marcharnos —se impacienta Seis.

John asiente y arranca a correr hacia los árboles mientras grita:

—Tenemos el coche aparcado cerca de la autopista.

John, Sarah y Cinco se dirigen a la autopista. Las calles de Fouke no tardan en iluminarse con luces intermitentes, y mi padre, Seis y yo corremos hacia el Rambler. Cuando papá se encarama al asiento del conductor, Seis me acerca la mano al brazo.

—Oye, perdona si antes te he incomodado con ese abrazo. Delante de tu padre y eso. Espero que no haya sido muy raro.

—En absoluto —me apresuro a decirle con la esperanza de hacerle entender que ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo—. Me ha gustado mucho.

—No te acostumbres a verme tan emocional —me advierte Seis, mirándome a los ojos. Creo que me está tomando el pelo—. Tu aparición me ha pillado con la guardia baja.

—¿Quieres decir que tendré que desaparecer de nuevo si quiero otro de esos abrazos?

—Exacto —responde, disponiéndose a acomodarse en el asiento trasero. Pero entonces se detiene, como si estuviera pensando algo, y de pronto me estrecha entre sus brazos de nuevo—. Está bien. Uno más.

La aprieto con fuerza contra mí mientras mi padre pone en marcha el coche. Su cara se ilumina con las luces del salpicadero y, aunque finge no vernos, estoy convencido de que nos está mirando. Si de mí dependiera, no la soltaría jamás: nos quedaríamos así abrazados hasta que la policía local viniera a detenernos.

Seis se separa de mí y me mira directamente a los ojos. Trato de controlar la expresión de mi rostro, pero creo que no lo consigo.

—Por cierto —me dice—, no he creído ni por un momento que fueras Setrákus Ra. He sabido que eras tú desde el primer momento.

—Gracias —respondo débilmente, tratando de encontrar algo mejor que decir, como lo mucho que la he echado de menos o lo maravilloso que es volver a verla.

Antes de que se me ocurra nada, Seis ya se ha sentado en el asiento de atrás.

Cuando se está abrochando el cinturón de seguridad, Cinco se aclara la garganta y dice:

—Esto… ¿Qué era esa piedra que me has dado?

Todos nos volvemos para mirarlo.

—¿Te refieres a la piedra Xitharis? —pregunta Seis.

—Sí —responde Cinco—. Eso. Creo que la he…, bueno, tirado.