CAPÍTULO DOCE

YA ES DE NOCHE CUANDO CRUZAMOS LA FRONTERA DEL estado de Arkansas. Por suerte, sabemos exactamente adónde vamos. Las vallas publicitarias han empezado a aparecer hace ya treinta kilómetros: la cara peluda y descomunal del Boggy Creek Monster nos invita a visitar el incomparable Monster Mart. Ya estamos cerca y apenas hay un alma en la autopista de tres carriles, de modo que rompo mis propias reglas y piso el acelerador.

Sarah mira por la ventanilla y estira el cuello al pasar junto a una de las señales descoloridas de Monster Mart.

—Solo un par de kilómetros más —dice en voz baja.

—¿Estás lista? —le pregunto al detectar cierta aprensión en su voz.

—Supongo que sí —responde.

Aparco el coche justo antes de alcanzar la salida hacia Fouke. No es lo que se diría un destino turístico muy solicitado. Se parece más bien a uno de esos pueblecitos del montón en los que las familias suelen detenerse para hacer un par de fotos e ir un momento al baño cuando están cansadas del viaje.

—Creo que lo mejor será que a partir de aquí vayamos andando —digo, mirando a Seis—. Nos haremos invisibles.

—Sí —coincide Seis, asintiendo con la cabeza.

Salimos todos del coche y nos adentramos en los bosques oscuros que separan la autopista del pueblo. Bernie Kosar se detiene un momento para estirar las patas y, a continuación, adopta la forma de gorrión y aterriza en mi hombro a la espera de instrucciones.

—Vamos, ve a explorar el terreno, BK —le digo—. Ve a ver qué hay ahí fuera.

En cuanto BK ha desaparecido en la oscuridad de la noche, Sarah, Seis y yo nos preparamos. Me coloco la pulsera en la muñeca; la verdad es que no echaba nada de menos ese doloroso hormigueo que me recorre el brazo cada vez que me la pongo, pero me sentiré más protegido llevándola. Sarah me mira, se saca la pistola de la mochila y se la mete en la cinturilla del pantalón. Todas esas historias de viajes con las que fantaseábamos hace solo unas horas se han desvanecido. Ha llegado el momento de la acción. Nos adentramos en el bosque, adivinando entre los árboles las luces de Fouke, que brillan débilmente a un kilómetro de distancia. Sarah me coge del brazo con fuerza.

—¿Crees que veremos al Boggy Creek Monster? —me pregunta con los ojos abiertos como platos, fingiendo ser presa del terror—. A juzgar por las imágenes, se parece mucho a Bigfoot. Tal vez nos podamos hacer amigos de él.

Seis escudriña con cautela los bosques que nos rodean.

—No es precisamente el monstruo de esa estúpida leyenda el que me preocupa —comenta.

—Además —añado, tratando de sacarle hierro a la situación para que Sarah se sienta más cómoda—, ¿quién necesita a Bigfoot teniendo a Nueve esperándonos en Chicago?

Como Seis, yo también me concentro en los bosques en busca de alguna señal de una posible emboscada de los mogadorianos. Reina un silencio siniestro ahí fuera, y el sonido de las ramas secas que se rompen bajo nuestros pies resulta tan escandaloso como el de los fuegos artificiales. Espero que lleguemos a localizar a Cinco antes que los mogos, que hayan tardado más que nosotros en descifrar su extraño acertijo. De momento, no me ha salido una nueva cicatriz en el tobillo, y el pueblecito que tenemos delante no está siendo pasto de las llamas de una batalla reciente; ambas cosas me parecen una buena señal. A pesar de ello, no podemos bajar la guardia. No sabemos lo que nos espera en ese pueblo.

Cuando ya estamos más cerca, Seis nos coge a los dos de la mano y Sarah tiene que soltarme el brazo. Me gustaría tener tiempo para darnos un último abrazo, aunque fuera breve, solo para tranquilizarla. Mientras le estrechamos cada uno una mano, Seis nos vuelve invisibles, y seguimos avanzando.

Cuando ya estamos en el corazón del bosque, lejos de la autopista, percibo a BK volando en círculos entre los árboles.

—Aquí abajo —lo llamo.

Suelto la mano de Seis para que BK pueda vernos. Aletea hacia nosotros y se convierte en una ardilla en cuanto llega al suelo.

—BK dice que hay un tipo algo más adelante —les cuento—. No parece peligroso.

—Genial. Vamos allá.

Vuelvo a coger a Seis de la mano y retomamos el camino: no tardamos en dejar atrás los bosques y adentrarnos en el pueblecito de Fouke. La verdad es que es poco más que un lugar en el que repostar. La carretera que lleva a la salida de la autopista prosigue hacia el este. Veo algunas casitas diseminadas en esa dirección y doy por supuesto que deben de constituir el pueblo propiamente dicho. Hay una gasolinera con dos surtidores junto a nosotros y, al otro lado de la calle, está correos. No se ve luz en ninguna de las ventanas; ya es de noche y todo está cerrado.

Y entonces nos fijamos en Monster Mart.

No cabe duda de que las vallas publicitarias que lo anunciaban de camino al pueblo exageraban. En realidad, no es más que una tienda con el escaparate lleno de camisetas y sombreros de Boggy Creek Monster en oferta. La mayor atracción es la estatua de madera de Boggy Creek Monster de tres metros y medio de alto, una bestia peluda que tiene parte de humano, parte de oso y parte de gorila. Incluso a esta distancia, puedo ver que está prácticamente cubierta de caca de pájaro.

—¡Ahí! —susurra Sarah, con entusiasmo.

Yo también lo veo. Unos pasos más adelante, hay un chico sentado con las piernas cruzadas al pie de la estatua. Está desenvolviendo un sándwich con aire aburrido. Junto a él, en el suelo, descansa una mochila, pero no veo ni rastro de un Cofre lórico. Había esperado que al menos tuviese eso. Claro que, de haber sido así, le habría puesto las cosas aún más fáciles a los mogadorianos.

Doy un paso hacia delante, pero Seis se queda plantada, sin soltarme de la mano.

—¿Qué pasa? —susurro.

—No lo sé —responde tranquilamente—. ¿Está ahí solo? Me parece demasiado fácil. Como una trampa.

—Tal vez —le digo, escudriñando de nuevo los alrededores.

No hay señales de vida, salvo por nosotros y el chico que sigue sentado al pie de la estatua. Si los mogadorianos están al acecho, han hecho un trabajo excelente escondiéndose.

—Puede que haya tenido suerte —susurra Sarah—. Me refiero a que se las ha arreglado para mantenerse oculto más tiempo que los demás.

—¿Cómo sabemos que es quien dice que es? —prosigue Seis.

—Solo hay un modo de averiguarlo —digo yo.

Le suelto la mano a Seis y me dispongo a cruzar la calle.

No trato de ocultarme cuando me acerco. Se da cuenta de mi presencia en cuanto me alejo un paso de Seis y penetro en el cerco iluminado por la luz amarillenta de las farolas de la calle. El muchacho suelta el sándwich que tenía en la mano y se pone en pie de un salto, metiéndose las manos en los bolsillos. Por un momento, tengo la sensación de que va a apuntarme con algún arma y noto que mi lumen empieza a calentarse anticipando mi defensa. Sin embargo, en lugar de un arma, se saca dos bolitas de los bolsillos: una es una pelotita de goma y la otra, una bola de metal, como un cojinete. Se las pasea hábilmente por los nudillos, observándome, ansioso, mientras me acerco. Debe de ser como una especie de tic nervioso.

Me detengo a un par de metros de él.

—Hola.

—Eh… Hola —me responde.

A esa distancia por fin puedo echarle un buen vistazo a nuestro supuesto Cinco. Tiene más o menos mi edad, y es más bajito y más fornido; no es que esté gordo, pero recuerda un poco a un tonel. Tiene el cabello castaño y lo lleva corto, al estilo de los militares. Va vestido con una de esas camisetas de Boggy Creek Monster y unos tejanos holgados.

—¿Me esperabas a mí? —le digo.

No quiero preguntarle directamente si es lórico. Supongo que también podría ser un chico de pueblo algo raro que se estaba comiendo un bocadillo a solas en plena noche.

—No lo sé —responde—. Déjame ver tu pierna.

Dudo unos instantes y, a continuación, me agacho y me arremango los pantalones. El chico deja escapar un suspiro de alivio al ver mis cicatrices. Luego se levanta la pernera del pantalón y me enseña las suyas. Con un gesto hábil, hace desaparecer las dos bolas en los bolsillos; después, Cinco avanza hacia mí extendiendo la mano con la que había jugueteado con una de las bolas.

—Soy Cinco —dice.

—Cuatro —respondo yo—. Pero mis amigos me llaman John.

—Un nombre humano —observa—. Tío, he tenido tantos de esos que ni siquiera los recuerdo.

Nos estrechamos la mano. Me la agarra con la fuerza de un torniquete. Por un momento, temo que no vaya a soltarme nunca. Me aclaro la garganta y trato de retirar la mano discretamente.

—Lo siento —dice, soltándome con torpeza—. Es que estoy fuera de mí. He esperado tanto este momento… No estaba seguro de que nadie llegara a ver mi mensaje. No es fácil hacer un círculo en medio de un campo, ¿sabes?, y no quería tener que repetirlo.

—Ya. No ha sido muy buena idea, la verdad —le digo.

Vuelvo a mirar alrededor, aún preocupado por que los mogadorianos aparezcan en cualquier momento. Se oyen grillos cercanos y, a lo lejos, el ruido de los coches de la autopista. Nada por lo que ponerse nervioso, pero, aun así, no puedo quitarme de encima la sensación de que estamos expuestos.

—¿Que no ha sido muy buena idea? —repite Cinco, con entusiasmo—. ¡Pero si me habéis encontrado! Ha funcionado. ¿He hecho algo mal?

Parece muy ansioso por caerme bien, como si estuviera esperando que lo felicitara por esa treta suya del campo quemado. Es como si en ningún momento hubiera considerado la posibilidad de que podía atraer una atención indeseada, y esa actitud me parece muy ingenua. Tal vez lo esté juzgando con excesiva dureza, pero tengo la sensación de que es un poco blando. Como si estuviera sobreprotegido. Claro que quizás es que he pasado demasiado tiempo con casos extremos como Seis y Nueve.

—No te preocupes —le digo—; todo va bien. Deberíamos irnos.

—Oh —murmura, con la cara desencajada. Mira detrás de mí, escudriñando el área—. ¿Solo estás tú? Esperaba que hubieses venido con alguno de los demás.

Al oírlo, Seis y Sarah se hacen visibles junto a mí. Cinco retrocede al instante y a punto está de tropezar con su mochila y caerse al suelo.

Seis da un paso adelante.

—Soy Seis —dice, más cortante que nunca—. John es demasiado amable al decirte que tu numerito del círculo quemado podría haberte costado la vida. Ha sido una estupidez. Has tenido suerte de que hayamos sido los primeros en encontrarte.

Cinco frunce el ceño y aparta la mirada de Seis para posarla en mí.

—Vaya. Lo siento. No era mi intención causar problemas. Es que… es que no sabía qué otra cosa hacer.

—No te preocupes —lo tranquilizo y, señalando su mochila, añado—: Recoge tus cosas. Ya hablaremos de todo por el camino.

—¿Adónde vamos?

—Te llevaremos con los otros —le explico—. Ahora ya estamos todos juntos. Es hora de empezar la pelea.

—¿Estáis todos juntos?

Asiento con la cabeza.

—Tú eres el último.

—¡Oh! —exclama Cinco, casi avergonzado—. Siento llegar tarde a la fiesta.

—Vamos —le digo, señalando de nuevo su mochila—. Tenemos que irnos ya.

Cinco se inclina para coger sus cosas y entonces se vuelve hacia Sarah, que se ha quedado allí de pie, en silencio.

—¿Qué número eres tú?

Sarah niega con la cabeza.

—Yo solo soy Sarah —responde con una sonrisa.

—Una aliada humana —suspira Cinco, sacudiendo la cabeza—. Tíos, estoy alucinando.

Seis me lanza una mirada de desconcierto. Yo tengo la misma sensación. Tal vez hayamos pasado por demasiadas peleas y vivido momentos realmente difíciles, pero la verdad es que Cinco parece excesivamente tranquilo. Ya deberíamos estar en camino, lejos de este lugar, y él parece empeñado en quedarse ahí plantado, de cháchara.

—Oye —le suelta Seis—, no podemos estar aquí, charlando. Podrían lle…

Seis es interrumpida por un ruido repentino procedente de algún lugar por encima de nuestras cabezas, un ruido que no está producido por ninguna maquinaria terrestre. Todos levantamos la mirada justo cuando la nave plateada de los mogadorianos nos ilumina con sus faros, cegándonos momentáneamente. Cinco se vuelve hacia mí, protegiéndose los ojos con las manos.

—¿Es esta vuestra nave? —pregunta.

—¡Son mogadorianos! —le grito.

Ya veo las siluetas oscuras que descienden de la nave: son la primera oleada de guerreros mogadorianos, listos para el ataque.

—Oh —dice Cinco, parpadeando con aire confuso sin dejar de mirar la nave—. Así que ese es el aspecto que tienen.