Esta historia está dedicada
a los corazones que al fin son libres.
Y a mi hija Berenice.
Con solo 9 años quiso conocer la historia que se narra
en la novela. Al hablarle de esta aventura de amor y valentía
de Diego de Alvear, ella la interpretó escribiendo lo siguiente:
«Entre lágrimas, el hombre miraba al mar y veía restos de madera que le inundaban su corazón salado.
El alma del pobre hombre se iba destruyendo. Las lágrimas que le caían de sus tristes ojos podrían formar un océano.
No podía con su soledad. Tan grande era su tristeza que se quiso tirar al mar. Pero una voz se lo impidió y le dijo:
¡No haga eso! Queda detenido.
Al oír esas palabras se le encogió el corazón.
Solo pidió que le dejaran ir a misa. Y así fue, le dejaron. Unas semanas después conoció a una chica y de repente sintió que la amaba de verdad».
BERENICE L. DOMÍNGUEZ
Madrid, julio de 2012