Nota de la autora

La admiración de Sabina de Alvear y Ward por don Diego de Alvear trascendía la relación entre un padre y una hija. Al igual que la trascendencia del amor nos inmortaliza, de alguna manera, ella hizo perdurar la presencia de su padre en la historia de una España convulsa que transitaba de un siglo a otro, del XVIII al XIX. Y la mejor forma de hacerlo fue a través de la palabra.

Durante años se dedicó concienzudamente a reconstruir la vida de su progenitor para publicar su biografía, que vio la luz en 1892 bajo el título completo de Historia de D. Diego de Alvear y Ponce de León, Brigadier de la Armada, los servicios que prestara, los méritos que adquiriera y las obras que escribió, todo suficientemente justificado por su hija Doña Sabina de Alvear y Ward, (Madrid, 1891, Imprenta de Aguado, 592 páginas). Lejos de comportarse como una hagiógrafa permitiendo que la fuerza de la sangre nublara cualquier capacidad de discernimiento, elaboró una obra de notable altura intelectual que fue considerada de gran interés para entender la historia de España y de América, tierra donde Diego de Alvear pasó buena parte de su vida. La Academia de la Historia vio con tan buenos ojos la biografía escrita por Sabina, que encargó al historiador y erudito Cesáreo Fernández Duro un informe sobre la misma, leído en la sesión del 19 de febrero de aquel año de 1892. Por acuerdo unánime de los académicos, el elogioso texto acabó publicado después en el boletín oficial de la institución. Comenzaba así:

Digna es de notoriedad la vida que don Diego de Alvear y Ponce de León consagró al servicio de la patria en época azarosa de guerras y de perturbaciones políticas que ponían a prueba las condiciones de los hombres. Los que en cualquier tiempo se elevan por la inteligencia y la energía sobre el nivel ordinario, dejan memoria honrosa que es bueno conservar.

Fernández Duro alababa la aportación de Sabina a la hora de relatar historias particulares antes desconocidas, cuyos detalles pormenorizados suponen, por ejemplo, un esclarecimiento innegable de los primeros momentos de la defensa de la Isla de León contra el avance francés.

Los ecos de esta intensa personalidad plasmada por escrito llegaron hasta Nueva York a través de las reseñas de un autor insigne, Juan Valera, que destacó como virtud la unión perfecta de lo trágico y lo poético en la narración de la hija de Alvear.

A través de las páginas de esta novela he querido rendir un sincero homenaje a la dedicación y el esfuerzo de Sabina por dar a conocer, no solo la vida de su padre, sino también el retrato magnífico de una sociedad agitada de la que tendremos que seguir aprendiendo en los siglos venideros.

Por esa razón me he permitido, con el mayor respeto, mantener la literalidad de algunos pasajes de su biografía para trasladarlos al universo literario en el que posiblemente las estrellas del cielo que tanto amaba don Diego brillen con una intensidad distinta. Él, sin duda, brilló, por sus acciones y pensamientos. Y el presente ejercicio literario pretende contribuir a que ese brillo no se apague; a que permanezca presente en el vuelo de la imaginación. Perpetuado en la memoria.

En el último tramo de su existencia, un rey déspota y enloquecido por la soberbia propia de los necios, Fernando VII, le asestó el último duro golpe al expulsarlo de la Marina. Fue como expulsarlo de la vida. In extremis, muy poco antes de morir, el monarca se echó atrás en su delirante decisión. No puedo imaginar cuántas veces don Diego debió de leer el siguiente oficio de Capitanía General del Departamento de Cádiz, emitido por el excelentísimo director general de la Real Armada. Un escrito que le devolvió la poca vida que le quedaba:

He dado cuenta al Rey nuestro Señor de una instancia promovida por D. Diego de Alvear y Ponce, en que, exponiendo que se halla impurificado en segunda instancia y privado de los honores y distinciones adquiridos en sesenta años de servicios señalados, implora la soberana clemencia y justicia de S. M. para que, por medio de informes de personas respetables, se digne volver a su Real gracia.

Teniendo S. M. en consideración los informes que se ha servido pedir de este Oficial, y asimismo lo que Vuestra Excelencia tiene expuesto sobre sus distinguidos méritos y servicios, ha tenido por conveniente mandar que sea desde luego repuesto en su empleo de Brigadier de la Real Armada, así como en el goce de sus honores y distinciones.

Dios guarde a V. S. muchos años = San Fernando, 29 de junio de 1829 = José Quevedo = Sr. D. Diego de Alvear y Ponce

Restituido su honor militar, Alvear abandonó este mundo con la pena del merecido ascenso a almirante, que nunca llegó. Una gran injusticia.

Diego de Alvear falleció durante uno de los inviernos más fríos que se recuerdan en aquel siglo. La fecha de su despedida fue el 15 de enero de 1830. El azar, que le había arrebatado en el Cabo de Santa María cuanto era y tenía, quiso que fuera un viernes.

Él siempre había dicho que el viernes era el mejor día para morir.

MARI PAU DOMÍNGUEZ

Madrid, 2012-2014,

cerrando con esta novela

un largo capítulo de mi vida.