San Martín apuró el ron de su vaso. Era el segundo. Con el último trago se diluyeron las consecuencias de unos hechos que se apartaban del camino recto. Y la verdad afloraba.
Alvear, dándole tiempo para que asimilara todo lo que acababa de contarle, se balanceaba al son de la mecedora de madera en la que estaba sentado frente a su anfitrión, del que se despedía. La expedición, con todo listo para la partida, aguardaba la incorporación de su comisario para abandonar Yapeyú.
No pudo considerar otra salida mejor que confesarle a San Martín la verdad. Al fin y al cabo se iba a saber nueve meses más tarde, y entonces escaparía a su control la versión que se pudiera dar. De esta manera asumía la responsabilidad de lo ocurrido. Asumía la culpa. No era hombre a la hechura de la deserción. La cara había que darla aunque se te cayera de la vergüenza. Esos eran sus principios. Pero lo cierto es que él no se avergonzaba de haber amado como lo había hecho. Hubiera preferido mil veces que Rosa no estuviera encinta. Pero lo estaba.
«Rosa…». El susurro de su nombre se le rompía ahora en los labios pidiéndole al teniente gobernador un juramento valiente que no cualquiera aceptaría.
—Se hará como me solicita, don Diego —respondió San Martín—, tiene mi palabra.
Y se habló de un asunto de apellidos, y de que iba a ser el quinto hijo, y de inscripciones legales, y se habló y se habló, aunque con frases cortas. Hasta que el teniente gobernador concluyó:
—Dispondremos todo para que mi esposa pase una larga temporada —dijo con énfasis— en Buenos Aires. Todo saldrá bien.
Diego, a su vez, adoptó un compromiso importante que ayudó a que San Martín aceptara.
—Puede contar con que me encargaré en todo momento de mantener económicamente al fruto de mi sangre, pues solo mía es la responsabilidad y la carga que conlleva, y le aseguraré estudios y una buena formación.
No se prodigó en más explicaciones. Pocas palabras bastan para zanjar lo importante y definitivo.
—Esto únicamente se puede hablar de hombre a hombre, ¿verdad, San Martín? —le dijo queriendo cerciorarse de que el gobernador no iba a fallarle.
—Guarde cuidado. Usted y yo somos hombres de honor y sabemos lo que eso significa.
—Ah, y le pido por favor que no tomen represalias contra ella. Si hay algún responsable de lo ocurrido, insisto, ese soy yo.
—Por favor… —El gobernador, ciertamente incómodo por el asunto, intentó que Diego no siguiera.
—Una última cosa…
—Usted dirá, teniente. —San Martín quería disimular su impaciencia por concluir la embarazosa despedida.
—Manténganla como niñera, no la separen de su hijo.
—Querrá decir de mi hijo —corrigió rotundo y cortante San Martín, metiéndose de lleno en el papel asignado.
Un estremecimiento atravesó el cuerpo de Alvear como un sable al oírle decir eso. La boca se le secó y no fue capaz de añadir nada más.
Los dos hombres se estrecharon la mano, sellando un pacto que desdibujaba para siempre la débil frontera entre la verdad y la mentira.
Meses más tarde, en medio de la selva, los peligros mantenían intacta su naturaleza. La caravana de españoles prosiguió sus trabajos de exploración convirtiendo en un hecho normal trabajar en un entorno con unas condiciones excepcionales.
A punto de ordenar la acometida de una nueva picada, Diego de Alvear se detuvo en seco al sentir una profunda punzada en el corazón que privó de aire sus pulmones. Era el 25 de febrero de 1778. En ese preciso instante en el que su respiración se cortó en seco, el grito de una criatura viniendo al mundo rasgó el silencio de la alborada en Yapeyú, a muchas millas de donde él se encontraba.
Rosa Guarú paría en un lugar apartado de todos, asistida nada más que por una comadre, y por el miedo. Se trataba de un varón de tez oscura que empujaba con tal violencia que Rosa creía romperse por dentro. Agotada por el esfuerzo, con el último resoplido se dio cuenta de que el verdadero desgarro de ese parto lo había sufrido mucho antes, al despedir a su teniente español. Quién sabía cuándo volvería a verlo.
José Francisco de San Martín y Matorras le pondrían por nombre, hijo del teniente gobernador de España en Yapeyú.
A Diego le seguía faltando el aire. Su espalda se encorvó y el estómago se le descompuso en partículas de angustia. No respiraba. Los ruidos de la selva se fundieron en su cabeza con el llanto nervioso de un recién nacido alzándose en el tiempo como los golpes de un martillo.
Las orillas de un río no son las de la vida, pero se le parecen. Es poco probable conseguir pasar de una a otra sin que haya devastación en ese tránsito.
Tendría que aprender a olvidar. Tendría que hacerlo para poder seguir adelante.
Juan de San Martín cumplió con su palabra. Sin embargo, las cosas no le fueron bien. Una nebulosa definió su gobierno en Yapeyú, de modo que resultó imposible adivinar lo que sucedió para que fuera destituido sin una razón oficial aparente. Tampoco él reclamó nada, por lo que es fácil imaginar que lo que se expuso como «conflictos insuperables» debió de ser algo así como un turbio asunto que quedó sepultado, como tantas otras realidades, bajo la tierra de Misiones.
Primero partieron hacia Buenos Aires doña Gregoria y los niños, llevándose consigo cualquier rastro que quedara de la culpabilidad de Diego. Más tarde la siguió el esposo, faltando, con su partida, a una parte importante de la promesa que le hizo a Alvear, porque a Rosa la dejaron abandonada en Yapeyú, donde el olvido acabaría por devorarla del todo. Pero ya se vio que verdad y mentira quedaron confundidas con el pacto de silencio que sellaron los dos hombres de honor. De un honor verdaderamente indescifrable.
También Diego, decidido a no dejarse vencer por la añoranza, anhelaba llegar a la ciudad bonaerense. Y cuando por fin la alcanzó, respiró tranquilo. En la metrópoli se sintió renacer. Atrás quedaban muchos meses de duro trabajo. Y muchas situaciones vividas a contramano.
Como ocurre con casi todo en la vida, de igual manera que aprendemos a andar, comer o amar, a olvidar también se aprende. A pesar de que haya experiencias empeñadas en quedarse a vivir para siempre en el corazón, decididas a no ser desalojadas nunca.