PRÓLOGO

En ocasiones me han preguntado: «¿De dónde supones que proceden las leyendas? ¿Acaso existió un tiempo en que tales relatos eran ciertos…, cada cual quizás en una forma más simple, antes de que la imaginación de algún narrador lo embelleciera hasta dejarlo irreconocible?».

De esas preguntas se derivan otras: «¿Opinas que alguna vez hubo elfos, enanos y otros seres diminutos? De ser así, ¿qué fue de ellos? ¿Dónde están ahora? ¿Por qué desaparecieron? ¿Los ahuyentaron las armas de hierro?».

Yo soy un narrador. Responsable, quizá, de embellecer relatos hasta dejarlos irreconocibles, sí…, pero quizá no. A lo mejor, lo que hago es trabajar sobre un nivel primitivo, basándome inconscientemente en la ancestral memoria de mis genes irlandeses.

A veces, en pleno relato o en la quietud de la noche, surgen en mi interior antiguos fragmentos que llaman a mis lóbulos frontales para pedir entrada o saltan las paredes de la incredulidad como héroes que en la oscuridad quisieran rescatar algo atrapado en la monotonía de la rutina.

Si se trata de una memoria ancestral, tal vez en su día hubiese elfos, enanos, duendes, seres diminutos y otras cosas. Acaso vivieran en la superficie de la tierra… o en sus profundidades…, o en el aire o en los mares. Si así fue, ¿dónde están ahora? ¿Se integraron en nuestro mundo? ¿Se separaron de nosotros? ¿Viven escondidos? ¿O se extinguieron? Yo prefiero imaginarme que, simplemente, están escondidos, y que a veces podríamos verlos revoloteando junto al rabillo del ojo. En lo más profundo de mí corazón temo, empero, que se fueran. ¿Adónde? ¡Eso sí que no lo sé!

En ciertos momentos tuve la certeza de haber vislumbrado lo que mi memoria ancestral tenía bien guardado: visiones que aparecen en lo más oscuro de la noche, cuando el sueño ha alcanzado su máxima profundidad y las paredes están menos vigiladas. Quizá sean esos los fragmentos que luego ayudan a dar forma al relato, destellos de las visiones aparecidas en las honduras de las tinieblas.

Venid: exploremos juntos el último fragmento ancestral, este asaltante del bastión en la medianoche, porque, muy engastadas en El Ojo del Cazador, podemos hallar respuestas a nuestras preguntas, podemos resolver más de una duda.

Dennis L. McKiernan

agosto de 1991