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AFILANDO EL BORDE
De finales de 5E985 a finales de 5E986
(Dos años atrás)
El invierno siguió rápidamente al otoño, y no tardó en caer la nieve. De vez en cuando, los persistentes vendavales barrían las escarpadas pendientes del Muro Siniestro y azotaban los dominios de los elfos, ya que la larga quebrada del valle de Arden se hallaba al pie de la subida occidental al puerto de Crestan. Las nevadas eran incesantes, la blanca capa pesaba sobre la tierra y doblaba las ramas de los pinos del bosque, y así continuó la cosa durante días y semanas. Se heló la superficie del río Tumble, y la escarcha relucía en las verticales paredes de la profunda garganta. Aravan aprovechó la oportunidad del invierno para enseñar a los waerlings el arte de moverse sobre las raquetas de nieve, así como el modo de montar refugios mediante bloques de hielo o con flexibles ramas entrelazadas, hincadas en el suelo con ayuda de estaquillas o clavos de piedra, para cubrir finalmente el improvisado techo con nieve aislante. Además, los elfos entrenaron a Gwylly y Faeril en la escalada por la roca y el hielo. Los cuatro trepaban y descendían una y otra vez por las empinadas paredes de los riscos que bordeaban el valle. Los dos waerlings conocieron gracias a ellos el piolet para el hielo, los picos y los crampones, los distintos tipos de pitones, los cinturones de escalada y las cuerdas, a la vez que aprendían el modo de agarrarse, la escalada libre y cómo subir los efectos. Gwylly, Faeril, Riatha y Aravan practicaban la mutua ayuda en todo momento, y el elfo les enseñó una técnica llamada «trepa rápida» por el drimm que la había inventado, y mediante la cual un escalador bien sujeto podía subir por una cuerda, una mano sobre otra, al mismo tiempo que otros compañeros tiraban desde arriba, con lo que el escalador adelantaba el doble. Como era de esperar, esta técnica resultó muy eficaz si quien trepaba era un waerling y los de arriba eran elfos.
Después de tanta práctica, Gwylly y Faeril escalaban las rocas tanto de día como de noche, porque ¿quién sabía lo que la fortuna podía depararles? Y, aunque durante el entrenamiento pasaban frío, era sumamente necesario dado su objetivo y la época del año en que proyectaban llegar a él.
Los elfos confeccionaron ropas de invierno para Faeril y Gwylly, ligeras y prácticas a la vez que de suficiente abrigo, con botas y guantes haciendo juego, todo ello moteado de gris, blanco y negro, para que armonizase con un paisaje invernal. Mas no sólo eso: también para el verano equiparon los elfos a los dos waerlings, con prendas de suave cuero y gamuza, propias para su estatura, igualmente moteadas de gris, verde y marrón y otros tonos adecuados. Asimismo les hicieron unas capas impermeables y reversibles, marrones y de color canela por un lado, y grises y verdosas por el otro. Ni siquiera los propios elfos los distinguían desde lejos.
Se ejercitaron luego los waerlings en el lanzamiento de cuchillos y en el disparo de hondas, en la esgrima y en la lucha con lanzas. Aprendieron a apoyarse mutuamente en la lucha, estudiando tácticas útiles contra los rücks, los hlēoks, los vulgs y otros, porque el lugar al que se encaminaban estaba plagado de elementos del Horrible Pueblo. La menuda pareja empezó a familiarizarse con el arte de utilizar largos cuchillos en vez de espadas, aunque sólo debían emplear tales armas si entraban en combate, porque era mayor su habilidad en el lanzamiento de cuchillos y proyectiles.
Además, Gwylly continuaba recibiendo lecciones de lectura y escritura, y Faeril no sólo le enseñaba de manera regular y constante, sino que aprovechaba cualquier momento oportuno para proporcionarle nuevos conocimientos. Los progresos del buccan eran rápidos, porque parecía poseer una aptitud natural para ello. Y, al convivir con los lianes, los dos aprendieron la lengua de los elfos. En ocasiones, Gwylly se hacía un poco de lío con el idioma común, el sylva y el twyll, pero siempre acababa por hacerse entender, y su capacidad de expresión aumentaba de día en día.
Mas no todo era estudio, entrenamiento y práctica, dado que a los elfos les gustaba celebrar frecuentes fiestas, entre ellas la del Invierno. A veces, Gwylly y Faeril tomaban parte en las danzas y cantos y otras ceremonias, pero también colaboraban en las tareas de cocina y limpieza, o servían los manjares. Como los elfos, compartían tanto las cargas como las diversiones. Y en su propia casa hacían lo mismo: trabajaban juntos o se turnaban en las faenas, ya se tratase de cocinar o de fregar, porque habían adoptado por completo el sistema de vida de los elfos. Gwylly aprendió a coser, y Faeril, por su parte, a cortar leña. Ambos supieron preparar pronto una serie de platos. Cuando algo les salía bien, lo celebraban, y si lo pifiaban, se reían de sus fallos. Esto y mucho más compartían los warrows, y su terreno común crecía como su amor.
La primera velada de la Fiesta de Invierno —la Noche Larga del Año, la noche del solsticio de invierno— encontró a Gwylly y Faeril en la cocina, subidos encima de unos cajones puestos boca abajo, fregando platos y cacerolas mientras los sonidos de la música y los cantos y la alegría general les llegaban desde la gran sala de reuniones. Pero, a medianoche, todo trabajo y movimiento cesó y cada cual cogió una copa de agua pura y aguardó a que Inarion alzara la suya y pronunciara la invocación. A pesar de hablar en lengua sylva, también Gwylly y Faeril entendieron lo que decía:
[Darai e alorian Arden Val…]
Damas y caballeros del valle de Arden:
ha llegado la noche más larga.
Mañana volverá a comenzar
el largo camino hacia el sol.
Así como aumenta la luz de Adón,
¡que también aumenten los ánimos y el contento de todos!
Que el cambio de las estaciones
traiga renovada alegría a todo el mundo.
Confirmemos aquí nuestra defensa
de las creaciones de Adón:
la dulce tierra, el límpido aire, las puras aguas,
y todas las criaturas que lo pueblan
y se arrastran, vuelan y nadan.
No olvidemos ayudar con amor
a quienes debemos conducir
por las sendas de la sabiduría.
Pero recordemos también
que hasta los más humildes, jóvenes o inexpertos
pueden demostrar una sabiduría superior a su edad,
una sabiduría superior a la nuestra, cosa que
debiéramos agradecer.
Por eso hemos de proteger nuestros corazones del orgullo,
aunque defendamos al mundo de todo mal,
pues los conocimientos solos no son sabiduría.
Damas y caballeros del valle de Arden:
ha llegado la noche más larga.
Mañana volverá a comenzar
el largo camino hacia el sol.
Finalmente, Inarion alzó su copa y exclamó:
—¡Hai, guardianes lianes, protectores del mundo!
—Hai! —contestaron los allí reunidos, Faeril y Gwylly entre ellos.
Y todos los presentes vaciaron sus copas de pura y dulce agua.
Llegó la primavera y, con ella, el deshielo. Corría el agua por doquier, y el río Tumble rugía día y noche. La tierra se cubrió de verde, nacieron las flores y regresaron las aves para llenar el valle de cantos y emparejarse. Los animales grandes empezaron a moverse: osos y venados, alces y cabras monteses. También los pequeños salían de sus madrigueras invernales: el tejón y la liebre, la ardilla, la marmota y la nutria y muchos más. No todos ellos habían pasado dormidos los meses fríos. No la zorra, por ejemplo, ni el lobo ni el gato salvaje, ni tampoco otros que corrían por la nieve en invierno, pero la primavera renovaba las energías de todos, que preparaban con gran actividad sus guaridas, el nacimiento de sus crías y su interminable busca de alimento.
En el solsticio de invierno, los elfos celebraban el cambio de estación. Y, de la misma manera que tenía efecto el festival del otoño, también el de la primavera duró tres noches, con cantos, danzas, música y banquetes, pero igualmente compartiendo todo el trabajo. Para esta ocasión, las elfas confeccionaron para Faeril un precioso vestido escarlata y oro, con sólo un pequeño toque de negro. Y los sastres elfos le hicieron a Gwylly unos pantalones de raso verde oscuro y una camisa de seda, de color de jade. Las babuchas de Faeril eran de un tono rubí, mientras que Gwylly lucía zapatos negros, con hebillas de oro la damman y de plata el buccan. Él llevaba además un cinturón a juego, y Faeril se adornaba con cintas. ¡Cómo brillaban los ojos de ambos a la luz de la sala! Y, después del banquete, la pequeña pareja bailó sola, para deleite de toda la concurrencia.
Terminado el festival de la primavera continuó el entrenamiento de Gwylly y Faeril, de Riatha y Aravan, que practicaban sin descanso en la nieve, en el fango y en el agua, en las rocas y entre pinos y en el campo abierto, en cuestas y orillas, en suelo suave y áspero, en grietas y salientes de piedra, ya que nadie podía prever las circunstancias en que quizá se vieran. Por consiguiente se ejercitaban en las más diversas condiciones, de día y de noche, hiciera bueno o mal tiempo, acechando o escondiéndose, para dominar todas las artes de la cautela. Aprendían a pasar inadvertidos en el bosque y la pradera, o entre las piedras, y cómo coger desprevenido a un enemigo y, si era preciso, matarlo sin hacer el menor ruido. Preparaban emboscadas y practicaban una y otra vez la manera de arrojarse inesperadamente sobre alguien o poner trampas. Tan pronto escalaban una pared vertical como trepaban a los árboles o, incluso, pasaban la maroma enseñados por Faeril. Todo eso y mucho más hicieron mientras la primavera avanzaba hacia el verano.
Mas no sólo se entrenaban y aprendían, porque también había que cultivar los campos y cuidar de los animales: de las ovejas y del ganado vacuno, de los caballos y cerdos, patos, gansos y gallinas, así como de los ponis de los waerlings. Era la época de esquilar a las ovejas, para obtener lana, y varias yeguas parieron. Además hubo que conducir el ganado a los pastos elevados, y más arriba todavía a las ovejas.
Fue mientras Faeril y Gwylly se ocupaban de unos corderos cuando la damman volvió a hablarle de la profecía a Riatha, un tema tocado con frecuencia en los momentos libres. Pero, esta vez, Faeril se interesó por dara Rael y preguntó cómo había surgido la profecía.
Sentadas la elfa y la damman en una gran roca de uno de los pastos de altura, Riatha remeroró aquellos lejanos días.
—Nos hallábamos en las orillas del río Tumble, no lejos de la casa, y Rael tenía un largo cristal —explicó la elfa, separando el pulgar y el dedo índice unos siete centímetros—. Era muy claro, con seis caras y unos extremos de facetas planas. Yo también poseía un cristal, algo menor y que había preparado mucho antes.
»Rael había intentado enseñarme las artes de la magia, aunque parece ser que tengo poco talento para eso. Cierto es que, de cuando en cuando, creo ver un confuso resplandor, pero no percibo verdaderos mensajes. Sin embargo, estábamos entretenidas con nuestro juego cuando, de repente, Rael cayó en una especie de trance y pronunció la profecía. Yo acudí después a casa de tus antepasados, Pétalo y Piedrecilla, para hablarles del mensaje, pero… tú ya leíste eso en tu diario, ¿no?
—Sí. Pétalo escribió sobre ello —contestó Faeril.
Dicho esto, las dos permanecieron calladas, observando cómo las ovejas pacían entre los cantos rodados y los trozos de blanca roca que asomaban entre la hierba. A cierta distancia, Gwylly subía una empinada cuesta para recuperar un cordero que se había separado del rebaño. Al cabo de un rato insistió Faeril:
—¿Me enseñarás algún día tus artes, Riatha? La elfa abrió desmesuradamente los ojos:
—¡Ay, pequeña! Lo poco que yo sé, me fue explicado hace mil años. Puedes encontrar un maestro mucho mejor que yo. Faeril rio y estrechó las manos de Riatha. —Simplemente siento curiosidad por saber cómo se hace. Riatha le devolvió la sonrisa a la damman e hizo un gesto de afirmación.
Durante su estancia en la cabaña de los pastos de montaña, Gwylly hacía notables progresos en sus estudios y Faeril comenzó a utilizar con preferencia la lengua twyll, aunque con frases cortas y sencillas, traduciéndolas sólo cuando era imprescindible. Con la natural aptitud de Gwylly para los idiomas, este pasó a hablar twyll con la facilidad con que un pato se echa a nadar o, mejor dicho, como un akkle chinta vi.
Los días de primavera se alargaron y se acercó el verano. Una semana o dos antes del solsticio de verano les llegó el relevo, y el buccan y la damman pudieron regresar a la aldea de los elfos. Reanudaron el entrenamiento con Aravan y Riatha, aunque cada tres o cuatro días lo interrumpían para ayudar en otras tareas.
En una de esas ocasiones, concretamente el Día Largo del Año, Riatha y Faeril hicieron un alto en su tarea de escardar las hileras de hortalizas y se encaminaron a la orilla del río para tomar allí su almuerzo. Una vez instaladas, la elfa entregó a la damman una larga pieza de cristal muy diáfano y claro, de forma hexaédrica. Mediría unos dos centímetros de ancho y, quizá, diez de largo.
Faeril contuvo el aliento, impresionada por aquel cuerpo transparente. Lo alzó de cara a la luz del sol para darle vuelta y tratar de mirar a través de él.
—¡Qué maravilla! —exclamó.
—Es un regalo, pequeña —dijo Riatha después de observarla unos momentos.
—¡Oh, no! ¡Es algo demasiado precioso para una persona como yo!
Quiso devolverle el cristal a Riatha, pero la elfa no lo aceptó.
—¡Tú calla y quédatelo! Te valoras demasiado poco. A Inarion lo desconcertaría que lo rechazases.
—¿Cómo? ¿Alor Inarion? ¿Se trata de un regalo suyo?
Riatha sonrió.
—Fue para él un placer dártelo.
La damman contempló el cristal, en el que se quebraban los rayos solares al hacerlo girar.
—Supongo que sería un insulto despreciar un regalo del señor de Arden, ¿no?
Riatha dejó oír su argentina risa.
—Desde luego que sí, pequeña.
Juntas tomaron su almuerzo consistente en tortas de avena y bayas, que acompañaron con té. Faeril no podía dejar de mirar el bello cristal mientras, a sus pies, el río Tumble formaba ruidosas cascadas y gorgoteaba alrededor de redondas rocas. A lo lejos cantaban los pájaros. Por fin preguntó:
—¿Es el mismo cristal que tú y Rael utilizasteis cuando ella hizo la profecía?
—No. Aquel pertenecía a Rael. Estas piedras son bastante frecuentes, aunque es raro encontrar una de este tamaño y tan diáfana. En su mayoría presentan defectos. Alguna tiene hilos de oro o de plata, o de otros metales. También las hay rosadas, mientras que otras son de color de humo, o azules o verdes o rojizas, o incluso de un débil tono dorado. Rael me enseñó que los cristales de color tenían aplicaciones especiales, según el matiz —prosiguió Riatha, alzando el que había entregado a Faeril, de modo que centellease a la luz—, pero que los que son tan claros y limpios como este sirven para todo.
La elfa devolvió la preciosa piedra a la damman, quien la examinó con detención.
—¿Es…, es mágica? —quiso saber Faeril.
La elfa tardó en responder, como si tuviera que reflexionar sobre un enigma.
—No entiendo bien lo que significa esa palabra de «mágica». Lo único que sé es que se trata de algo especial, ya que permite que algunas personas desarrollen con ella sus…, sus propios poderes.
Faeril miró a dara Riatha.
—¿Crees que todo el mundo posee esos poderes?
La elfa suspiró.
—Quizás, aunque hay quien los tiene más destacados que otros. Al menos, eso suponía Rael. Y yo soy de una opinión parecida, porque yo misma, por ejemplo, nunca tuve habilidad para los encantamientos. Tal vez por no reunir los requisitos de Rael…
—¿Los requisitos?
—Sí. Ella diría que hay que vaciar la mente de toda distracción y concentrarse primero en la limpieza del cristal. Luego podemos cargarlo de luz: de luz solar, lunar o de las estrellas, de luz del alba o crepuscular, de luz de una vela o una lámpara, de la luz del fuego o de una fragua, de luz de antorchas, luz espectral o de gemas, así como de luces procedentes de otras fuentes… Cada cual tiene su objeto.
Faeril volvió a contemplar el cristal.
—¿Y cómo puede empezar una persona esa «limpieza»?
Riatha hizo memoria.
—Hay que someter el cristal a los cinco elementos: enterrarlo en tierra fértil, lavarlo en aguas transparentes, dejar que lo envuelva la brisa, pasarlo por una llama viva y, además, ponerlo de cara a los seis puntos cardinales del éter: norte, este, sur, oeste, arriba y abajo.
»Después, el cristal tiene que ser enrollado en un trozo de seda negra y guardado en una caja de hierro, para protegerlo de las fluctuaciones del éter hasta que llegue el momento de cargarlo de luz y buscar la visión.
Riatha sacó de su bolsillo un estuche de hierro y lo abrió. Había en su interior un rectángulo de seda negra, y resultaba evidente que la pequeña caja era para el cristal que Faeril sostenía en su mano. La elfa dio el estuche a la warrow.
—Una vez purificado por quien lo ha de usar, el cristal está… en armonía. No necesita ser limpiado de nuevo, salvo que haya sido tocado por otros o que alguien haya ejercido una gran influencia sobre él… Algo así dijo Rael entonces.
Faeril estudió el estuche de hierro, la seda y el nítido cristal.
—Bien. Ya entiendo cómo hay que limpiarlo, pero… ¿cómo se utiliza?
Riatha volvió a tomar el cristal y lo levantó a la luz del sol.
—Para cargarlo de luz, báñalo en la iluminación deseada. Mantenlo luego en alto delante de ti. Libra tu mente de todo lo que no sea el cristal y la luz, y procura penetrar en la piedra con la vista, y que tu conciencia se pierda en ella. Pregúntale lo que quieras, y quizás obtengas respuesta. No recuerdo todo lo dicho por Rael, pero sí esto:
Luz de luna para ver el futuro,
luz estelar para ver el pasado,
luz del mediodía para ver el presente,
luz del crepúsculo para ver el mañana,
luz del alba para ver el ayer,
luz del fuego para ver lejos,
luz de una vela para ver a los amados,
luz de fragua para ver a los aliados,
luz de antorchas para ver al enemigo,
luz espectral para ver el destino,
oscuridad para ver la muerte,
luz de sol para verlo todo.
»Rael también me habló de varias cosas que a veces pueden ser vistas a través de diversas joyas, pero no las recuerdo con detalle.
»¡Cuidado, sin embargo, porque hay que tener precaución con las visiones! Algunas no son más que simple imaginación, espejismos que pueden resultar peligrosos. Sólo pocas son ciertas. Únicamente de manera imprevisible aparecen las auténticas visiones o los mensajes o las profecías a través de los cristales, y hasta con estas hay que tener cautela, ya que no siempre se nos revela lo que de forma inmutable debe ser, sino que, a lo mejor, ves lo que simplemente debiera ser.
Antes de que Faeril pudiera hacer más preguntas, los trabajadores empezaron a regresar a los campos. Por consiguiente, la damman envolvió el cristal en el trozo de seda negra, lo introdujo en la caja de hierro y cerró esta con fuerza. Se la guardó en su propia bolsa y, al igual que Riatha, tomó su azada para volver a la tarea.
El verano llegó de lleno con la celebración del solsticio, y Aravan empezó a enseñar a los warrows, así como a Riatha, las voces de los pájaros, tanto nocturnos como diurnos, porque había estudiado el mundo de las aves y lo conocía a fondo. Poco a poco, adquirieron habilidad en la imitación de los diversos gorjeos, trinos y arrullos, aprendiendo a servirse de ellos para el envío de señales entre sí. Asimismo se ejercitaron en la simulación de los chillidos de los murciélagos, ya que estas voces eran tan perceptibles para los warrows como para los elfos. Riatha se encargó de enseñar a sus pequeños amigos, además, la forma de comunicarse mediante silenciosos movimientos de las manos. Y, antes de la llegada del otoño, Gwylly y Faeril eran capaces de mantener largas conversaciones sin pronunciar ni una sola palabra.
Por si todo eso fuera poco, Faeril aprendió a nadar en un remanso del río Tumble, ayudada por Aravan. Y, aunque Gwylly tenía ya cierta experiencia en el estilo de costado, en el pedaleo y en la zambullida por habérselo enseñado su padre humano, Orith, en el estanque de su granja, el buccan prestó la máxima atención a las lecciones de Aravan, para así perfeccionarse en los diferentes estilos y saber nadar debidamente bajo el agua.
Durante la larga temporada de entrenamiento y aprendizaje, Gwylly comenzó a leer su propia copia del diario de Pétalo, dado que sus progresos en la lengua twyll eran notables. Al principio iba despacio y se detenía con frecuencia a pensar en el significado de las palabras. Más de una vez necesitaba ayuda. Pero pronto adquirió rapidez y casi ya no hacía falta que nadie le indicara nada.
Cuando al anochecer estudiaba, Faeril hacía otro tanto. Pero la ocupación de la damman era muy distinta, ya que penetraba en caminos no trillados hasta ahora, ansiosa por dominar el conocimiento del cristal. Lo había «limpiado» con la máxima precaución, buscando «ponerlo en armonía», tal como le había indicado Riatha: había dejado enterrado el cristal un día entero en una tierra fértil, eligiendo para ello una rica marga; luego lo había lavado a fondo, durante otro día, en las límpidas aguas del cercano arroyo; lo había dejado secar durante el mismo espacio de tiempo en la suave brisa del norte que soplaba valle abajo, y seguidamente había pasado el cristal por la llama de una vela blanca de tal modo que bañara todas sus facetas, pero con la suficiente precaución para que el calor no pudiera agrietar la preciosa piedra. La operación final había consistido en colocar el cristal de cara a los puntos cardinales del éter: norte, este, sur, oeste, arriba y abajo, tanto a medianoche como al amanecer, en la hora del crepúsculo vespertino y cuando lucía la luna, siempre con el acompañamiento de una breve oración a Adón. Y cada vez, entre uno y otro rito, Faeril envolvía en seda negra el cristal y lo depositaba en la caja de hierro, donde lo dejó finalmente.
Así pues, mientras Gwylly se enteraba poco a poco del contenido del diario, Faeril sostenía el cristal de modo que le diesen los rayos de luna e intentaba apartar de su mente toda distracción y, con la vista fija en la valiosa piedra, hacía lo posible por penetrar en ella y descubrir el futuro y los acontecimientos que anunciaba.
Pero sin éxito.
Declinó el verano y se acercaba el otoño. Cuando no compartían las tareas de los elfos, los cuatro continuaban preparándose para los desconocidos peligros que podía encerrar su aventura.
Llegó el día en que Gwylly preguntó a Aravan acerca de su lanza de cristal. Se habían ejercitado hasta el agotamiento con los largos cuchillos, y ahora descansaban en un claro entre los pinos. La lanza estaba en el suelo, al lado del elfo, ya que este no se separaba nunca mucho de ella. La humosa hoja captaba uno de los rayos solares que penetraban a través de las ramas, quebrando su luz.
A Gwylly le llamaron la atención aquellos resplandores. Observó la curiosa hoja y el largo del negro palo, y sintió interés por saber cómo habrían hecho semejante arma. Estiró el brazo y, con cuidado, tocó el palo. Se notaba frío.
—Oye, Aravan… ¿Cómo conseguiste una pieza tan estupenda?
El elfo miró al waerling y, de momento, no respondió. Al ver que el silencio se prolongaba, Gwylly creyó que su amigo no iba a darle ninguna respuesta. Sin embargo, Aravan dijo al fin:
—Se trata de un regalo que, mucho tiempo atrás, me hicieron los Ocultos.
Y acarició, mientras hablaba, la piedra azul que llevaba colgada del cuello.
—¿Un regalo?
—Sí.
Gwylly contempló de nuevo la lanza y luego se volvió otra vez hacia Aravan.
—¿Un regalo de los Ocultos? ¿Quiénes son esos? ¿Y por qué…?
El warrow interrumpió la frase cuando descubrió en los ojos del compañero una chispa de angustia.
Hubo entre ellos otro largo silencio.
—Antaño fui navegante —explicó Aravan por último—. Tenía mi propio barco…
»En aquellos días existía una lejana isla llamada Rwn, morada de magos. Allí también vivían algunos Ocultos. Aquellos eran seres diminutos, menores todavía que los waerlings.
Aravan puso la mano a cosa de un palmo y medio del suelo, para indicar su estatura.
Gwylly estaba pasmado.
—¡Bromeas, Aravan!
—¡No, chico! Lo digo en serio.
—Yo creía que la existencia de esos seres tan minúsculos era un cuento…
Una triste sonrisa apareció en el rostro del elfo.
—Eso demuestra que oíste hablar de ellos. De los Jinetes de las Zorras. Viven en árboles, en montículos de tierra y en agujeros del suelo. Otros nadan por los pantanos y corretean por los bosques.
—Por las noches, junto al hogar, oí hablar de ellos, en efecto —admitió el buccan—. Pero estaba convencido de que se trataba de leyendas.
—¡Nada de leyendas, Gwylly! Nada de eso —replicó el elfo y, después de mirar largamente al waerling, añadió—: En el bosque de Weiun hay Ocultos, y no solamente aquellos tan pequeños.
—¡Pues yo pasé casi todos los días de mi vida en ese bosque —protestó Gwylly—, y jamás vi a uno de esos Ocultos!
Aravan sonrió de nuevo.
—¡Por eso, precisamente, se los llama los Ocultos!
Ahora fue Gwylly quien esbozó una sonrisa.
—Aunque así sea, Aravan, alguien debió de cruzarse alguna vez con ellos.
—Es posible, Gwylly. Pero, si esas personas lo dijeran, ¿quién daría crédito a sus palabras? Y quizá nadie haya visto nunca a esos seres minúsculos, ni a otros Ocultos, porque tienen muchas maneras de esconderse, así como de desanimar a cualquiera que se atreva a internarse en sus dominios.
De repente, Gwylly recordó cómo su perro Black había echado a correr detrás de una liebre para dejarse caer súbitamente, incapaz de meterse en uno de los «espacios cerrados» del bosque de Weiun, sólo abiertos a las criaturas salvajes.
—Tal vez yo sepa dónde viven algunos de esos Ocultos, Aravan —dijo entonces el warrow—, porque hay leyendas que hablan de seres sólo vistos a medias, gigantescos unos y pequeños y veloces otros…, seres de luz y de la oscuridad, seres de la tierra, de los árboles y de la vegetación en general, llamados Jinetes de las Zorras, Montículos Vivientes, Árboles Enojados y Piedras Quejumbrosas, y que también hacen referencia a otras criaturas de las tradiciones y de los mitos.
»La propia Faeril cabalgó a través de esos espacios extraños, que apenas parecían tolerarla, y por los que su poni se resistía a pasar. Ella me contó que eran lugares llenos de misteriosas sombras, de ojos que vigilaban y de constantes susurros. Y que, por el rabillo del ojo, le pareció ver cosas que revoloteaban y se movían con gran rapidez entre los árboles, pero que no había nadie cuando ella miraba con detención.
Aravan hizo un gesto afirmativo.
—Es muy probable, sí, que Faeril pasara por los dominios de los Ocultos.
Siguió otro silencio. Finalmente, Aravan tomó su lanza, se puso de pie y miró al buccan.
—Yo logré rescatar a un grupo de Ocultos, cuando se produjo la destrucción de Rwn, y como prueba de su gratitud me dieron esta lanza —declaró el elfo, y su rostro adquirió por espacio de unos instantes una expresión estoica—. Pero la verdad es que su salvación me costó casi más de lo que yo podía resistir.
Sin más palabras, Aravan dio media vuelta y se alejó. Gwylly comprendió que el elfo deseaba estar solo.
Aquella noche, cuando el waerling le comentó a Faeril la conversación mantenida con Aravan, la damman apenas contestó, pero una sincera tristeza llenó sus ojos, porque se daba cuenta de que en el corazón del elfo amigo se escondía algún profundo dolor.
Más tarde dijo:
—Por Boskydells también circulan leyendas referentes a seres como los Ocultos de Aravan. La gente afirma que viven en la Barrera de las Espinas. Como es lógico, nadie sabe si eso es cierto, porque hasta los pájaros tienen dificultades para penetrar en los zarzales.
Llegó el equinoccio otoñal, y la ceremonia celebrada por los elfos en el calvero pareció de un augurio especialmente bueno. Las danzas y los banquetes, los cantos y también las tareas compartidas resultaron aún más alegres que de costumbre, ya que Faeril y Gwylly festejaban el primer aniversario de sus votos y, además, el de su llegada al valle de Arden. La feliz coincidencia fue recordada en público por Inarion, y todos la aplaudieron.
Avanzó el otoño y el invierno ya se echaba encima, pero Gwylly, Faeril, Riatha y Aravan continuaron su preparación.
Empezó a caer la nieve, y los warrows pasaban más de una velada junto al fuego de su hogar. El buccan leía la copia del diario de Pétalo, y la damman estudiaba su cristal.
—Escucha esto —señaló Gwylly una noche, y comenzó a leer en voz alta, no sin alguna vacilación pero pronunciando el pasaje tal como estaba escrito, en lengua twyll:
[Ve din á lak dalle…]
Cuando estaba allí sentada en espera de que Tommy regresara con los caballos, sosteniendo a Riatha, que sangraba a causa del enorme trozo de hielo con que Stoke le había golpeado la cabeza, oí sonar a lo lejos las campanas de hierro del monasterio abandonado, como si tocaran a muerto por Urus o celebrasen el fin de Stoke. Me constaba, sin embargo, que era el gran terremoto lo que las agitaba, el terrible seísmo que había rajado el hielo y abierto la profunda grieta a la que Urus había hecho caer al barón. Y, aunque yo lloraba la muerte de Urus, el tañido de las campanas me hizo recordar, una y otra vez, que Stoke es una especie de hombre lobo (vulg, criatura voladora y ser humano al mismo tiempo) y que en cierta ocasión había anunciado que sólo la plata o algo por el estilo podía matarlo. Ahora yace bajo el hielo y la grieta ya no existe, cerrada por el mismo temblor de tierra que la había abierto, y dentro están atrapados, quizá para siempre, los cuerpos de Stoke y de quien acabó con él. No obstante, me pregunto si, en el caso de que sólo la plata pueda matarlo, el horrible monstruo estará realmente muerto…
Gwylly alzó la vista del diario.
—¡Brrr! Suena un poco escalofriante, ¿no? ¿Puede estar Stoke atrapado vivo entre los hielos desde hace siglos, incapaz de moverse?
Faeril dejó su cristal.
—Es posible que Pétalo acertara más de lo que se figuraba. Al menos, eso es lo que parece indicar la profecía.
Gwylly volvió la página.
—Cuando, dentro de año y medio, vuelva la primavera, quizá lo averigüemos, mi amor.
El buccan volvió a su lectura y Faeril a su cristal, cuyas centelleantes profundidades requerían toda su atención.