La rebelión

Muy magníficos señores: Los negocios del reino se van cada día más enconando, y nuestros enemigos se van apercibiendo. En este caso será nuestro parecer que con toda brevedad se pusiesen todos en armas. Lo uno para castigar a los tiranos; lo otro, para que estemos seguros, ¿dónde encontraste esta carta, Catilinón, quién te la dio, qué novedad es ésta, que no viene escrita a mano, sino con caracteres parejos, y frescamente entintados, que mis dedos los borran y se manchan?, interceptóla, mi señor don Guzmán, llegó dirigida al señor Comendador de Calatrava, que ya no es más, habiéndole atravesado el acero de mi señor Don Juan, e híceme pasar por criado del Comendador, que con gran sigilo me la encomendaron unos mensajeros apresurados que llegaron a caballo desde Ávila, y así díjeme aquí hay gato encerrado, y pues no puedo llegar hasta el rey, a vos la entrego, Y sobre todo es necesario que nos juntemos todos para dar orden en lo mal ordenado de estos reinos, porque tantos y tan sustanciosos negocios, justo es que se determinen por muchos y muy maduros consejos, apenas se juntan a cabildear, entonces cuanto antes debo yo actuar, Catilinón, cunda la voz entre los obreros, los cautivos moros y judíos liberados por el Bobo, corre por forjas, tejares, talleres y tabernas, la hora ha sonado, el Señor está petrificado ante su altar con una cabeza de Gorgona en la mano, las puertas están abiertas, la gente de guardia desapercibida, adentro creen que la borrasca ha pasado, afuera, Cato, afuera, picaro, haz lo tuyo, Bien sabemos, señores, que muchos nos lastimarán con sus lenguas, y después nos infamarán muchos con las péñolas en sus historias, acusándonos de levantamiento sedicioso. Pero entre ellos y nosotros a Dios nuestro señor ponemos por testigo, y por juez la intención que tuvimos en este caso. Porque nuestro fin no es alzar la obediencia al rey nuestro señor, sino suprimir a sus consortes la tiranía, pues nos tienen ellos por sus esclavos, que no el rey por sus súbditos, soy de los vuestros, sotamontero yo, Guzmán, sobrestantes, arquitectos y aparejadores vosotros, ¿y quién quedará a salvo de la locura y el capricho del Señor?, pues ved lo sucedido hace apenas unos días a uno de los vuestros, que salió de aquí con la lengua y las manos cortadas por orden del Señor, para no poder hablar ni escribir uno de los turbios misterios de cuanto ocurre allá adentro; ayer fue éste, hoy será otro, mañana ustedes o yo; ved el valor de nuestros compañeros de estamento, los burgueses de Ávila, Toledo y Burgos, dispuestos a tomar las armas para que estos reinos se gobiernen por leyes y no por caprichos; las puertas están abiertas, de ello doy fe; es el momento de actuar, Jerónimo, Martín, Nuño, se acumulan las injusticias, se acumulan los rencores, sí, el Señor, hace veinte años, tomó a la fuerza a mi joven novia, el día de nuestras bodas, la mancilló, la enloqueció, nunca fue mía, derecho llámase eso, derecho de la pernada, aquí llegué, hasta esta obra, aquí medí mi tiempo, mi tiempo ha llegado, Martín, Nuño, derecho, justicia, para escarmiento fue mandado matar mi hermano de hambre, sed y frío, abandonado desnudo en invierno y en un collado de Navarra, rodeado de tropas, a los siete días allí murió mi hermano, por órdenes de un señor inferior a este que nos gobierna, que si tanto hizo el chico, ¿qué no hará el grande?, Nuño, que para ser libres a medias y mudarnos de lugar, hubimos de entregar nuestras heredades al noble señor del lugar donde nacimos, y aquí me tienen, menos herido que ustedes, Jerónimo, Martín, Guzmán, pero no menos decidido, No penséis, señores, que nosotros somos solos en este escándalo, que hablando de verdad, muchos caballeros generosos y representantes de los tres estados se han unido a nosotros, ¿cuánto costó el entierro de los treinta antepasados del Señor, traídos aquí entre guardias, alabarderos, cánticos, palios y capítulos de todas las órdenes?, ¿cuánto hubiera costado el entierro del obrero sofocado bajo un derrumbe de tierra, y allí velado por su viuda, y allí dejado a pudrirse?, más seguro tienen el sustento los bueyes que nosotros, pues las bestias tienen provisión hasta para dos años de heno, paja, harina y centeno, pero ninguna provisión para nosotros cuando termine la obra, y nos comimos el salario, cinco ducados en libranzas de a cada tres meses, y así en Segovia como en León, en Valladolid como en Toledo, en Soria como en Salamanca, en Ávila como en Guadalajara, en Cuenca como en Burgos, en Medina como en Tordesillas, hablan con nuestra misma voz caballeros de mediano estado, regidores, jurados, alcaldes y síndicos, canónigos, abades, arcedianos, deanos y chantres, catedráticos, capitanes y maestros de campo, doctores, licenciados y bachilleres, médicos y físicos, mercaderes y cambistas, notarios y boticarios, seréis expulsados, judíos, perseguidos, moros, no habrá lugar para vosotros en el reino de la pureza de la sangre, cristianos viejos, limpios de sangre, ¿quiénes son?, ¿cuántos son?, hubo tiempo en que los cristianos mozárabes vivieron en tierra musulmana y los musulmanes mudéjares en tierra cristiana, y tolerábanse entre sí, y convivían con judíos, y decíanse los tres pueblos del libro y San Fernando rey de Castilla proclamábase rey de las tres religiones y moros y judíos aportaban a la barbarie goda, arquitectura y música, industria y filosofía, medicina y poesía, y la Inquisición era mantenida a raya para no sobrepasar el poder de los monarcas, y así prosperaron las ciudades, se gestaron las instituciones de I#, libertad local, mas ahora, ¿quién quedará a salvo de los nuevos poderes de la Inquisición?, ¿en qué acto inocente no se verá la sospecha, se leerá la culpa, se dictará el exterminio?, ¿qué podréis hacer para defenderos de la tortura, la cárcel, la muerte y la pérdida de vuestras vidas, familias y haciendas?, ¿a quién apelaréis?, ¿para qué apelaréis?, leed todos este decreto del Señor: todos son culpables mientras no prueben su inocencia; ¿probarás la tuya en el caballejo, moro, a la hora del garrote, hebreo, en el suplicio de la picota, peón?, y también la variedad de oficios de todas y cada uno de nuestras ciudades, tenderos, mesoneros, armeros, plateros, joyeros, azabacheros, cuchilleros, herreros, fundidores, horneros, aceiteros, carniceros, especieros, salineros, cereros, pellejeros, sombrereros, tundidores, lenceros, cordoneros, calceteros, boneteros, guarnicioneros, zapateros, sastres, barberos, silleros, carpinteros, entalladores, servilleros, no es hora de buscar consejo, es hora de actuar, sí, Guzmán, de actuar, aquí estamos, en el recinto mismo del Señor, las puertas abiertas, los habitantes del palacio dormidos, entregados a extrañas devociones, ajenos a cuanto ocurre, podemos atacar impunemente el corazón mismo de la opresión, atravesarlo, cortar la cabeza de un tajo, picas, palos, cadenas, los aceros forjados en tu fragua, Jerónimo, las armas de los pobres, pronto, las puertas están abiertas, de tal modo, señores, que podemos hablar de una voluntad general de este reino para deshacer los entuertos que a todos nos afectan, y así para lo que se entiende hacer, debería bastar para justificación nuestra que no os pedimos, señores, dineros para iniciar la guerra sino que os enviamos pedir buen consejo para buscar la paz, ¿dónde está la jara donde antes amparábamos nuestros ganados, eh?, aquí mismo había una fuente que jamás se secaba, y junto a ella crecía un bosque que era el único refugio de los animales en invierno y en verano; sólo rosas de negro crespón crecen hoy en este vergel devastado; y después, ¿qué?, ¿dudas, Jerónimo?, es que recuerdo, Martín, recuerdo, las puertas abiertas, así fue la anterior matanza, las puertas abiertas, precaveos, esperad, ya no es posible, Jerónimo, mira la turba, vamos todos, por las escaleras que conducen del llano a la capilla del Señor, ésa es la puerta abierta, que nunca se cerró, que todos respetamos, imbéciles, siempre estuvo abierta, ¿te das cuenta del agravio?, ¿tan poco nos han temido?, treinta escalones, del llano a la capilla, no hay más que bajar por ellos, a los sepulcros, todos, armados, lanzas, garrochas, picas, cadenas, aceros, azadones, hachas de fierro y hachas de fuego, obreros, árabes, judíos, herejes, mendigos, sobrestantes, putas, eremitas, Simón, Martín, Nuño y Jerónimo arrastrado por la turba y los relinchos de los caballos y los mugidos de los toros que rompen las cercas, corren espantados, nerviosos, sudorosos, por el llano de Castilla, los relinchos, los mugidos, el polvo, el vuelo de los cuervos, todos por la escalera, Muchos jóvenes de estas ciudades, alzados contra los últimos edictos del Señor, piden violencia inmediata y nos cuesta persuadirlos que tendemos a establecer una democracia, omnia eo consulta tendebant ut democratia, y ellos contestan que la conquista de la libertad no puede hacerse por caminos de la ley, de libértate nunc agitar quam qui procurant millas adiunt leges, omni virtuti pietatique renunciante ¿ley para quienes todo mancillan, piedad para quienes ninguna piedad ofrecen?, Simón, reúnanse todos, no cambien de ropa, vestidos de frailes y de monjas, reúnanse, mendigos, peregrinos, eremitas, prostitutas, adeptos de Pedro Valdo, contra los excesos de Roma, la sierpe coronada, el falso papa, el poder de la Inquisición, ahora, en marcha, perfectísimos cátaros, aquí habita el dios del mal, incendiemos su morada, ésta es la casa del diablo, adamitas, creyentes en la inocencia del cuerpo de nuestro primer padre y de todos sus hijos, al palacio, todos, las puertas están abiertas, seguidme a mí, Simón, que he visto la enfermedad y el dolor y la pobreza de los hombres, seguidme, desenfundad los viejos cuchillos, levantad las estacas, encended las teas, Será difícil contenerles si no obramos prontamente y por esto os pedimos, señores, por merced que vista la presente letra, luego sin más dilación enviéis vuestros procuradores a la junta de Ávila, y sed ciertos, que según la cosa está enconada, tanta cuanta más dilación pusiéreis en la ida, tanto más acrecentaréis el daño de España, y antes, Guzmán, de prisa, alejaos, Señor, de esta capilla, de vuestra alcoba, buscad refugio en la más honda mazmorra, mientras pasa la tormenta, ya descienden por las escaleras, ¿qué dices, Guzmán?, por esos escaños sólo se asciende, nadie ha bajado por ellos nunca, yo subí para conocer mi propia muerte y resurrección, ¿descienden ellos para conocer su propia vida y resurrección?, ni vida ni resurrección, Señor, que todo está listo para este momento, como lo estuvo hace veinte años, escondidos los guardias, todo con la apariencia de que nada se sospecha, pero todos listos para obrar como vos obrasteis hace veinte años, Guzmán, yo no te di órdenes, yo no he terminado de debatir este problema dentro de mi propio corazón y consultar con mi propia alma, ya es tarde, Señor, huid, escondeos, descienden por la escalera, armados, las hordas, sólo he seguido el ejemplo que vos mismo disteis hace cuatro lustros, soy fiel a vuestras lecciones, lejos, Señor, a las mismas mazmorras donde están el peregrino del nuevo mundo y vuestros acompañantes de los pasados siete días, el ciego flautista de Aragón y la muchacha vestida de paje, pronto, Señor, tomad esta carta, os lo dije siempre, otras, peores rebeliones os acechan, aplastad la de hoy para prevenir la de mañana, de prisa, lejos, Señor, dejadme obrar en vuestro nombre, que muerto aquel perro, Bocanegra, nadie os es más fiel que este hombre, Guzmán, y cuanto en la Junta tratemos será tratado en el servicio de Dios. Lo primero, la fidelidad al rey nuestro Señor. Lo segundo, la paz del reino. Lo tercero, el remedio del patrimonio real. Lo cuarto, los agravios hechos a los naturales. Lo quinto, el olvido de convocar a los concejos a reunirse en cortes. Lo sexto, las tiranías que han inventado algunos de los nuestros. Lo séptimo, las imposiciones y cargas intolerables que han padecido estos reinos, miren los sepulcros, ¿quién nos dará entierro igual?, miren los lujos de la falsa iglesia, el falso papa y el monarca de impúdica faz, levanten las laudas, a hachazos contra las figuras de mármol, arrojen fuera de las tumbas esos huesos viejos, tomen copones, beban el vino, desayunen con hostias, más pan hay en este tabernáculo que el que comieron todos nuestros padres en vida, con el azadón contra las pilastras, revuelvan los cajones, albas, dalmáticas, sobrepellices, cíngulos, vístanse con eso, derrumben en un día lo que se construyó en cinco años inútiles, cinco años de trabajo para levantar un cementerio real, coño, corran por todos los pasillos, patios, corredores, cocinas, establos, mazmorras, liberen a los presos, hártense de viandas, arranquen los tapices, incendien las caballerizas, a sus celdas, a rezar, hermanas mías en el Señor, atrancadas, con candados, a orar, Dios te salve, reina y madre, reina de misericordia, se cumplió la profecía, llegaron las hordas del Anticristo, Angustias, Clemencia, Dolores, ¿dónde se ha metido la Inesilla?, ¿dónde que ya no la vemos?, quién sabe, Madre Milagros, es tan bullanguera, tan curiosa, atranque la puerta, eche candado, Ave María Purísima, sin pecado concebida, a las alcobas, allí andarán, búsquenlos, el Señor, la Señora, el bobo, la enana, la vieja loca, escondidos, den con ellos, y luego, De manera que para destruir estos siete pecados de España, se inventasen siete remedios en aquella Santa Junta, parecenos, señores, y creemos que lo mismo os parecerá, pues sois cuerdos. Que todas estas cosas tratando, y en todas ellas muy cumplido remedio poniendo, no podrán decir nuestros enemigos que nos amotinarnos con la Junta, sino que somos otros Brutos de Roma redentores de su patria, corrió Martín con una antorcha en alto por los corredores de emplomados blancos, abriendo puertas, no viendo nada, el Señor, había que tomar al Señor, ésa era la orden, cortar de cuajo la cabeza de la tiranía, la Señora, tomar a la Señora, abrió la puerta, la alcoba de blancas arenas y azulejos arábigos y tapices del califato, la Señora hincada ante la cama, un fiambre en la cama misma, un muerto, una momia de retazos, inmóvil, y esa mujer que él vio y deseó tantas veces, él cargando la angarilla llena de piedras, ella caminando bajo el sol con el azor en el puño, esa visión de blanca dulzura, de inalcanzable belleza, aquí, a la mano, ahora, por fin, arrojó el hacha ardiente al suelo de arena, incendio del desierto, deseo, tomar lo que se quiere, no esperar, el cuerpo hambriento, la visión encarnada, tomó a la mujer de los puños, la levantó de su posición arrodillada, ella no gritó, ella no habló, unos ojos zarcos, brillantes, desafiantes, unos labios húmedos, entreabiertos, torcidos, un escote hondo, infernal, lechoso, la abrazó del talle, la besó con furia, ella lo rechazó, ella lo rechazaba, al fin, lo reconocía, la fiera, olía el sudor, el ajo, la mierda del cuerpo de hombre de verdad, le arañaba el velludo pecho, los curtidos brazos, la rebelión, ¿qué era?, ¿dónde estaba?, ¿para qué era?, aquí, ahora, tomar lo que tanto se ha deseado, eso era todo, arrancó Martín los ropajes de la Señora, le descubrió los pechos, chupó los pezones, la arrojó sobre la arena, metió una mano bajo las nalgas de la mujer, la dureza del pene le rompía el taparrabos, lo arrancó de entre sus piernas, se disparó como una flecha la verga erecta, pulsante, babeante ya, con la otra mano le tapó los labios a la mujer, apartó las piernas de la Señora, miró el tesoro, la selva, el fondo del mar, iba a entrar, iba a sumergirse en el océano de merluzas de plata, iba a entrar, la puerta, los pasos veloces sobre la arena, iba a entrar, la vasca de Guzmán, la daga entró entre las cuchillas de la espalda de Martín, el obrero cayó pesadamente sobre el guardainfante de la Señora, la mujer se mordió un dedo, su mirada de fiebre, Guzmán de pie, con el puñal en la mano, Martín bocabajo, muerto con el pene tieso, el peso del cuerpo de Martín, Guzmán lo levantó de los sobacos mojados, lo arrojó bocarriba sobre la arena, la arena se manchó de sangre, el silencio, por fin, ¿qué te debo, Guzmán, qué te debo?, el silencio, los ojos cerrados de Guzmán, la sangrienta vasca enfundada, nada, Señora, nada, tengo otras cosas que hacer, la carcajada de la Señora mientras Guzmán salía de la alcoba, la insultante, impía soberbia de la Señora, lacayo, belitre, Don Nadie, ¿por qué te atreviste a interrumpir mi sabroso coito con este macho?, Cansados estamos de obedecer sin ser consultados, y reunidos en Junta nacida de la voluntad general de los tres estados, restableceremos las leyes del reino, desvirtuadas por los decretos últimos del Señor nuestro rey, no pagaremos tributos extraordinarios que no sean aprobados por las asambleas de todo el pueblo, y en las cocinas hay ansarones, palominos duendos, pastelillos de angulas, vinos de Luque, de Toro y de Madrigal, toma tu, y tú, y tú, hártate, bebe, olvídate del platillo diario de garbanzos, tú, mendigo, tú, ramera, tú, ermitaño, deja que los orates oren, el monje Simón y sus carnestolendas de místicos, todos apeñuscados en la capilla, custodiando un tríptico que dicen fue pintado por uno de los suyos, impidiendo que se profane o destruya ese retablo, adueñados del templo, la nueva religión, la cristiandad restaurada, el inicio del tercer tiempo, la pureza, la destrucción de las falsas imágenes, no, la impureza, el cuerpo exhausto en la tierra para que el alma llegue pura al cielo, las disputas, las flagelaciones, los gritos, los adeptos desnudos, hombres y mujeres, trenzas de cuerpos fornicando ante el altar, igual que en el cuadro flamenco, Simón con los brazos en alto, pidiendo orden, orden, orden, los adamitas, los adeptos del libre espíritu, los alumbrados, los cátaros recostados sobre las tumbas de los príncipes, la endura, esperar la muerte, pasar pronto por la vida sin manchar el cuerpo, la perfección, los insabattatos valdenses, la pobreza, destruid el lujo, que no quede piedra sobre piedra, la disputa, los golpes e insultos entre valdenses y adamitas, destruir el cuadro, protegerlo, los árabes que se escurren hasta la alta torre del estrellero Toribio, no temas, hermano, nada romperemos, nada tocaremos, déjanos rezar desde aquí en lo alto, hace tanto que nos arrastramos como gusanos, déjanos cantar al cielo desde el cielo, y los judíos se sentaron en un patio, a esperar, y no serán más perseguidos los conversos que con su trabajo acrecientan la riqueza de España, ni los mudejares integrados a las comunidades cristianas ni se seguirá proceso alguno por origen de la sangre, y Jerónimo buscó solo, apartado de las turbas que invadían el palacio del Señor, descendiendo por las estrechas y húmedas escaleras de caracol a las mazmorras más hondas, donde goteaba el agua negra de los subterráneos, el agua que nunca llegó hasta el llano calcinado por donde corrían con rumores de tambor los caballos y los toros, y allí, en una celda, encontró, inmóvil, al Señor, sentado sobre un banquillo, ensimismado, ajeno a cuanto ocurría, y el viejo de barba rojiza como los fuegos de su forja le dijo, ¿no me recuerdas?, y el Señor le miró desde su ausencia y negó con la cabeza, Jerónimo, hace veinte años, la boda en la troje, he esperado largo tiempo, Señor Felipe, demasiado tiempo, pero ya estoy aquí, con mis cadenas entre las manos, forjadas por mí, para ti, para matarte como quiero, con el producto de mi trabajo, a cadenazos, y el Señor levantó la mirada, y sonrió y dijo, no me acuerdo de ti, no sé quién eres, pero te agradezco lo que me ofreces, espero la muerte, quiero la muerte, no me la he dado a mí mismo porque soy cristiano fidelísimo, dame tú lo que más he querido, tú un desconocido, tú un hombre sin realidad alguna para mí, y te lo agradeceré en la eternidad, y Jerónimo titubeó, miró la figura del Señor y dijo sí, tienes razón, tu tortura es tu vida, no te daré lo que quieres, dejó caer las cadenas a los pies del Señor, salió de la mazmorra sin luz, extrañamente aligerado, extrañamente seguro de su acto, y los guardias le apresaron afuera de la mazmorra, y Guzmán dijo, atadle con sus propias cadenas, debiste matarme a mí, Jerónimo, y Jerónimo rugió, luchó, fue sometido y luego, de pie, miró a los ojos de Guzmán, escupió el rostro de Guzmán, Judas, Judas, ni el rey tendrá derecho a otorgar puestos en perpetuidad, ni quedarán libres a su capricho los allegados y cortesanos de la corona, sino que serán fiscalizados, como lo será el mismo rey, de tal manera que quedará establecido el derecho de resistencia dentro de un nuevo orden constitutivo del reino, del cual el rey es sólo un elemento, capilla, pasillos, patios, caballerizas, cocinas, alcobas, celdas, torres, las alabardas del Señor, las flechas del Señor, los arcabuces del Señor, las lanzas del Señor, las espadas del Señor, las dagas del Señor, las hachas del Señor, apostadas en cada salida, bajo cada ventana, junto a cada resquicio del palacio en construcción interminable, tapados todos los agujeros por donde pudiesen escapar los ratones, fumigada la madriguera, el estallido de pólvora en la capilla, los flechazos en pechos y espaldas de quienes corrían por patios y cocinas, los hachazos en los cráneos de quienes yantaban en las cocinas, los puñales en los corazones de quienes dormitaban su amor y su gula en las alcobas, las espadas en los vientres de quienes oraban en la torre, las alabardas en las nucas de quienes esperaban en el patio, ni uno vivo, gritaba Guzmán, corriendo de un lugar a otro, incluso a los que parezcan muertos, denles segunda cuchillada, atraviesen con las tizonas todo lo que se mueve y también todo lo inmóvil, dos muertes para cada uno, tres muertes, mil, cunda el ejemplo, sepan los comuneros de la Junta de Ávila lo que les espera, córtese de cuajo la rebelión, arranquen los ojos a los muertos con los ojos abiertos, la lengua a los muertos con la boca abierta, las manos a los muertos con la mano abierta, la cabeza a todos, a hachazos, herejes, moros, mendigos, peregrinos, judíos, putas arrejuntadas a la blasfemia y la sedición, pronto, el palacio es una copa rebosante de sangre, levantadla ante el altar de la Eucaristía: ésta es mi sangre, éste es mi cuerpo, y ninguna decisión se tomará si no es conforme a la voluntad de todos y con el consentimiento de todos, y por la estrecha rendija abierta a la altura de sus ojos amarillos, la Dama Loca miraba la matanza en la capilla desde su nicho amurallado, tan cómoda, tan bien adosado su cuerpo sin brazos ni piernas a ese pedestal invisible, bien acogidos su puro tronco y su alucinada cabeza a ese eterno vientre de piedra, había vuelto a su seno, miraba la muerte de lo enemigo, lo numeroso, lo que intentaba negar las razones de vida y muerte de la vieja Reyna, muerta y viva, agradeciendo, Felipe, hijo mío, has demostrado otra vez ser digno de mi sucesión, regresa mi sangre a tu sangre, España es una, grande, fuerte, No dudamos señores, sino que os maravilléis vosotros, y se escandalizarán muchos en España de ver juntar Junta, que es novedad nueva. Pero pues sois, señores, sabios, sabed distinguir los tiempos, considerando que el mucho fruto que de esta Santa Junta se espera, os ha de hacer tener en poco que los malos nos tengan por traidores, que de allí sacaremos renombre de inmortales por los siglos venideros, Nuño sólo entendió una cosa, liberad a los prisioneros, se perdió en el enjambre de subterráneos del palacio, se acercó a una celda donde chisporroteaba una vela, con la pica que traía entre manos rompió la cadena y el candado, abrió la puerta, ea, sois libres, el ciego flautista aragonés, la muchacha vestida de paje y el joven llegado con ella hasta la forja de Jerónimo una noche no tan lejana, los abrazó, sois libres, hemos tomado el palacio, las puertas estaban abiertas, el Señor no ofreció resistencia, vengan conmigo, salgan de aquí, llévenme a la capilla, pidió Ludovico, allí volveré a ver, Felipe entendió, puedo abrir otra vez los ojos, salieron los tres, guiados por Nuño el hijo de áscaris de la frontera de moros, Ludovico tomado de las manos de Celestina y el peregrino del nuevo mundo, preguntando, y los otros dos, mis hijos, ¿sabes de ellos?, ¿quiénes?, el que disfrazaron de príncipe y llamaron Bobo, el que disfrazaron de burlador y llamaron Don Juan, no, no he visto a ésos, ¿cómo son?, iguales a éste, Nuño, exactos los tres, no, no les he visto, entonces éste es el heredero, mi hijo, el hombre libre llegado del mundo nuevo, el único que entró a la historia de España y no fue devorado por ella, el sobreviviente, mi hijo, salieron por la escalera de caracol a espaldas de la capilla, se detuvieron un instante detrás del altar, el silencio de la capilla era más profundo que el de las mazmorras, voy a ver, hijo, Celestina, Nuño, voy a abrir los ojos otra vez, perdí el espejo que podía reflejar al mundo entero, al principio creí que sin ojos no habría memoria y por consiguiente no habría imaginación; luego supe que todo lo había visto antes de cerrar los ojos y podía guardarlo para siempre; no habría visto más que otro hombre muerto a mi edad y ésa sería la medida de mi memoria y de mi imaginación; pude haberme rebanado los ojos; no lo hice, porque a pesar de todo mantuve la esperanza de volver a ver, un día, algo que mereciera ser visto, el milenio, el triunfo de la gracia humana, la muerte de Dios, el milenio del hombre, ese día ha llegado, voy a abrir los ojos, díganme cuándo llegamos a la capilla de Felipe, allí abriré los ojos, otra vez, Porque regla general es, que toda buena obra siempre de los malos se recibe de una guisa. Presupuesto esto, que en lo que está por venir todos los negocios nos sucediesen al revés de nuestros pensamientos, conviene a saber, que peligrasen nuestras personas, derrocasen nuestras casas, nos tomasen nuestras haciendas, y al fin perdiésemos todos las vidas, y ¡ay Lolilla, que hay más mal en la aldehuela que se suena!, y dime tu si no querías que en estas fiestas te tocara caramillo de hereje, moro o judío, no te quejes, Catilinón, que tú también querías cufro de puta inglesa o monja blasfema, y con mi coño debiste contentarte, como yo con tu mandragulón, pero no te quejes, que ya hicimos nuestro agosto, y bien forradas traigo yo las enaguas de joyas y yo el jubón de ducados, Lolilla, y ya tenemos con qué largarnos de este antro de dominguillos y establecer comercio en Valladolid, Ávila o Segovia, anda, tragasantos, ale, picacantones, vente, blasfemadora, a enlodar, balandrón, en esta celda, mira, y entraron a la cámara de espejos donde Don Juan follaba con Doña Inés, picaro, le gritó el amo al criado, ¿dónde estabas cuando más te necesité?, ¿no prometiste protegerme, adelantarte a mis aventuras, proteger mis fugas, suplantarme en caso necesario? Oh, mi señor Don Juan, que gustoso os suplantaría en este instante y os daría a la Lolilla a cambio de la Inesilla, se carcajeó Catilinón, y ayudó a Don Juan a separarse de la monja, ¿para qué quiero a esa injuina, faraute?, gimió Don Juan y Lolilla gritó al verle, ¡ay que vos sangra la punta de la picarazada, mi señor Don Juan, ay que la santa puta os despellejó!, y Don Juan cubrióse las partes heridas con el tapiz de brocados. Doña Inés se levantó llorando, Catilinón y Lolilla se maravillaron al verse reflejados en muros de espejo, techos de espejo, piso de espejo, ¿qué bultos traen allí, renegados, que parturienta pareces, matrera, y tetudo tú, don perico?; incendiáronse los rostros de los criados; ordenóles Don Juan que se desvistieran, que se acostaran en el piso de espejos, cubrió Inés a Lolilla con los trapos de la madre Celestina y Don Juan a Catilinón con el manto de brocado, y vistiéronse ellos con las ropas de los criados, métele el padre al pellejón de la Lola, Cato, gocen de cárcel de espejos, pendejos, huye conmigo, Inés, entre tus piernas recobré el sueño de mi hermano, nos espera un bergantín, echa candado y cadena a esta prisión, gran gresca huelo en palacio, huyamos, te cuidaré, amado mío, tu presencia me enajena, sanará tu sabroso micer, tus palabras me alucinan, viviremos lejos de aquí, juntos, tu aliento me envenena, ven, Don Juan, ven, Inés, llamemos juntos al cielo, y si el cielo no nos oye y sus puertas nos cierra, de nuestro paso en la tierra responda el cielo, y no yo, en tal caso diremos, que el disfavor es favor, el peligro es seguridad, el robo es riqueza, el destierro es gloria, el perder es ganar, la persecución es corona el morir es vivir. Porque no hay muerte tan gloriosa como morir el hombre en defensa de su república, retumban los tambores funerarios por el llano, más sordos que las pezuñas de bueyes y caballos acorralados de vuelta, apáganse los humos de las tabernas y las chozas, miran en silencio las mujeres enlutadas, embozadas, envejecidas, chillan, corren, permanecen agarrados a las faldas y a las manos de las mujeres los niños descalzos, legañosos, tostados por el sol, mechones rubios, teñidos por el sol, de las oscuras cabelleras, ojos negros y redondos, uñas rotas, merodean los perros tiñosos, vuelan en busca de sus nidos las cigüeñas, tres filas de soldados del Señor, lanzas en alto, negros pendones, arcabuces prestos, alabardas en reposo, cierran tres costados del espacio de polvo y al fondo, a los pies del alto lienzo del mediodía del palacio interminado e interminable, el Señor se sienta en trono de rosetones labrados en madera, bajo negro palio, él mismo vestido de negro, tan envejecido como las mujeres que han parido trece hijos desde que cumplieron trece años, el obispo de pie junto a él, tiara, dalmática y tunicela de carmesí y cenefas de brocado y báculo pastoral, y al lado el inquisidor de Teruel, el monje con la piel delgada untada al hueso y el hábito de San Agustín, y a cada lado de ellos los diáconos y subdiáconos con la cruz y los acólitos con sus candeleros altos muy ricos, y vestidos todos con dalmáticas y cordones de tela de plata, damasco y tela de maraña de seda, y detrás, inclinado cerca de la oreja del Señor, Guzmán, atuendo de ceremonia, corta capa de pieles, gorro de terciopelo, calzas negras, la mano posada sobre la empuñadura de la vasca, los tambores, el primer prisionero, Nuño, atado a una de las dos estacas clavadas sobre el polvo del llano, desnudo, sólo un taparrabos, los guardias le azotan con varas, cien veces, todo el cuerpo, herido, abierto, sangrante, luego le untan miel, le acercan un cabrón que comienza a lamer la miel con su áspera lengua, se lleva jirones de la carne, Nuño cierra los ojos, aprieta los dientes, carne y pellejo, sangre y nervio, la lengua áspera del cabrón, redoblan los tambores, el segundo prisionero, el cabecilla, el viejo de barba incendiada como los fuegos de su fragua, el caballejo, llega hasta la estaca, le atan alto, de modo que sus pies no toquen tierra, le amarran al dedo mayor de cada pie pesas de ciento cuarenta libras y esperan media hora, viéndole sufrir lentamente, mientras el agustino de Teruel exclama con la voz ronca, baluarte de la Iglesia, pilar de la verdad, guardián de la fe, tesoro de la religión, defensa contra herejes, luz contra los engaños del enemigo, piedra de toque de la pura doctrina: ¡maldita canalla!, ¡mueran los rebeldes!, con gusto les miro morir, ¡perros rebeldes, ministros somos de la Inquisición Santa!, y luego embarran el cuerpo desnudo de sebo, y ponen fuego a la estaca, y el inquisidor de Teruel grita, ¡atizad la llama!, Jerónimo gruñe como un león, han prendido el fuego sólo a los lados, para que sólo los costados se le asen, apagan el fuego, le ponen una camisa mojada con agua fuerte, y la encienden; chisporrotea la barba de Jerónimo, cierra los ojos, se le van las pestañas y las cejas, vuelven a apagar el fuego, le quitan la camisa, toman sus manos crispadas, las abren a la fuerza, le hincan profundamente agujas y clavos entre las unas de los dedos, mojan y lavan el cuerpo con orina ajena, hedionda, le apresan la mano derecha entre planchas ardientes, y aprietan, y queman, con tenazas de hierro le aprietan la muñeca, esperen, Guzmán ha pedido ser el verdugo, saca el puñal de la funda, camina hasta Jerónimo en la estaca, le corta la verga, se la mete al desgraciado en la boca, le estira hacia atrás los testículos hasta enfundarlos en el ano, le abre el vientre en forma de cruz, le arranca las entrañas y el corazón, corta el corazón en cuatro partes, arroja cada una a uno de los puntos cardinales, ríe, al Pater Noster, al Ave María, al Credo y al Salve Regina, da la orden final, córtenle la cabeza, pónganla en lanza a la entrada del palacio, hagan cuatro partes del cuerpo y cuelguen las partes en cuatro palos en las esquinas del palacio, tal es la voluntad del rey nuestro Señor, y tú, Nuño, hijo de áscaris de la frontera moruna, reconóceme al morir, soy hijo de aquel señor empobrecido de los reinos taifas que no tuvo dineros para retenerles cuando tú y los tuyos abandonaron nuestras tierras a la maleza y la sequía, nos condenaron a la miseria dejándonos sin brazos de labriego y creyeron ganar una pobre libertad convirtiéndose en villanos del rey y dejando de ser collazos de mi padre: mírate ahora, Nuño, me cobro tu esclavitud a la hora de tu muerte, y púdrase aquí tu cuerpo para ejemplo y escarmiento de rebeldes, Hemos querido, señores, escribiros esta carta para que veáis cuál es nuestro fin al hacer esta junta, y los que tuvieren temor de aventurar sus personas, y los que tuviesen sospecha de perder sus haciendas, ni curen de seguir esta empresa, ni menos de venir a la junta, porque siendo como son estos actos heroicos, no se pueden emprender sino por corazones muy altos, entrambos, la Señora y su mandrágora, el hombrecillo de lavadas facciones, cerezas por ojos, rábano por boca, migajas por pelo, nabo por cuerpo, oculta lo más posible su monstruosa apariencia por altos botines, gruesas calzas, ropilla enjoyada, flojo bonete de baja visera y largas orejeras, guantes cuajados de pedrería, holanes en los puños y alta golilla bajo la barba, levantaron del lecho de la alcoba arábiga a la momia de retazos reales, y el enanico dijo, Señora, ahora reina un gran silencio, ahora ha caído la noche, ahora es tiempo de hacer lo que te he recomendado, carga conmigo a tu Prometeo, tómalo tú de los sobacos y yo de los pies, bien unido está, bien pegadas sus partes por el alcoraque y la resina, en silencio, Señora, salgamos juntos, por galerías, claustrillos y patinejos se fueron, cargando a la momia, con los pies por delante, que cargaba el hombrecillo, y él guiaba, por los severos claustros de pilastrones fuertes y cuadrados, entre los bosques de arcos, bajo los artesonados techos de la lonja, a lo largo de una serie de once puertas, hasta entrar a una vasta galería que la Señora nunca había visto, larga de doscientos pies y alta de treinta, toda pintada por los lados, por los testeros y por la bóveda, y con columnas empotradas en las paredes, adornadas con fajas, jambas, dinteles y rejas boladas, a manera de salcones, y el techo y la bóveda labrada y ordenada con grutescos en estuque, donde había mil diferencias de figuras y ficciones, encasamientos y templetes, nichos, pedestales, hombres, mujeres, niños, monstruos, aves, caballos, frutas y flores, paños y colgantes, con otras cien bizarrías, y al fondo un trono godo, de piedra toscamente labrada y detrás del trono un muro semicircular, la pintura fingida de dos paños colgados de sus escarpias, con cenefas y franjas, mira Señora, tan al natural, que engañarán a muchos hasta llegar a levantarlos y asir de ellos; hasta el trono llevaron la Señora y su enanín el cuerpo inerte de la momia de retazos reales, fabricada con la nariz carcomida del rey arriano, una oreja de la reina que cosía banderas con los colores de su sangre y de sus lágrimas, la misma bandera que el Señor arrojó un día al putrefacto foso de la vencida ciudad flamenca, la otra del rey astrólogo quejoso de que Dios no le hubiese consultado sobre la creación del mundo, un ojo negro del rey fratricida y un ojo blanco de la infanta revoltosa, la lengua amoratada del rey cruel que a los cortesanos hacía beber el agua de baño de su barragana, los brazos momificados del rey rebelde levantado en armas contra su padrastro, asesino de su madre, el torso negro del rey violador de su propia hija, que murió incendiado entre sus sábanas, la calavera del Doliente y el sexo apasado del Impotente, una canilla de la reina virgen asesinada por un alabardero del rey mientras rezaba, otra canilla de la Dama Loca, reliquia del sacrificio de la madre del actual Señor, los labios torcidos del Emplazado, asesino de sus hermanos y hallado muerto en su lecho al pasar los treinta y tres días y medio del juicio de Dios, la sedosa cabellera de los infantes raptados y degollados por hebreos a la luz de la luna, los dientes podridos del rey que empleó todos los días de su reinado en asistir a sus propios funerales, y los pies de la castísima reina que jamás mudó de calzado y al morir hubieron de arrancárselo con espátula, en el trono le sentaron, corrió el hombrecillo detrás del trono, recogió una corona de oro incrustado en zafiro, perla, ágata y cristal de roca, un manto de púrpura opaca, un cetro y una esfera, díjole a la Señora, has invocado todas las artes diabólicas, a todo has apelado, mi ama, todo lo has intentado, menos lo más sencillo y aparente: hazlo tú misma, sentada está tu momia en el trono más viejo de España, corónala tú misma, así, envuélvela en el manto real, eso es, abre sus adoloridos dedos y luego ciérralos otra vez sobre este orbe y este cetro, así lo hizo la Señora y en el acto, la momia real pestañeó, llenáronse de turbia luz sus ojos, crujió su brazo al levantarse con el cetro en la mano, rechinaron sus corvas, apartáronse los torcidos labios, movióse la amoratada lengua, chilló de alegría el enanito, la momia coronada hablaba atropelladamente, decía palabras contradictorias, cierra, Santiago, y a ellos, vivo sin vivir en mí, plus ultra, plus ultra, en mi hambre mando yo, domina, Castilla, domina, dominadora, desprecia cuanto ignoras, y pues de España venimos, parezcamos lo que fuimos, cayó de rodillas la Señora y murmuró gracias, gracias, besó la mano del rey de reyes, ahora sí que tiene España un eterno rey, Sacra, Cesárea, Católica Majestad. No dudamos, señores, que en las voluntades acá y allá seamos todos unos; pero las distancias de las tierras nos hacen no tener comunicación las personas: de lo cual se sigue no poco daño para la empresa que hemos tomado de remediar el reino, porque negocios muy árduos tarde se concluyen tratándose de largos caminos, y no se diga de nosotros como dijo don Pedro de Toledo, que esperaba que la muerte le llegase de España, para venirle muy retrasada. No más sino que a los mensajeros que llevan esta letra, en je de ella se les dé entera creencia, magnánimo ha sido el Señor, demasiado benévolo, dijo Guzmán, pues no me he cansado de advertirle que el inocente, perdonado, no tarda en convertirse en enemigo y prestamente asume la culpa de su acusación, y para mí que todos ustedes culpables son, y aliados fieles de los sediciosos que ayer cayeron en nuestra trampa, pero más fiel soy yo a los deseos de mi Señor, queden libres, tú, ciego, y tú, muchacha, y tú, monje de las ciudades apestadas, fiebres de motín cunden por el reino y seguro estoy de que no tardaremos en encontrarnos de vuelta, ustedes con las manos en la masa, del lado de los comuneros insurrectos de las ciudades de Castilla, yo del lado de mi rey, Guzmán es paciente, entonces saldaremos cuentas, ¿y mi hijo?, suplicó Ludovico, nada ha hecho, es inocente, de nada se le puede acusar, ¿no quedará libre?, sí, rio Guzmán, pero no ahora, no con ustedes, yo le liberaré, a mi manera, el Señor me ha hecho esa bondad, besó Celestina la frente del peregrino del nuevo mundo, unió sus manos a las del muchacho, díjole en voz muy baja al oído, esperaremos, un día triunfaremos, esperemos el nuevo milenio, te doy cita, lejos de aquí, en otra ciudad, Ludovico me lo ha dicho, París, fuente de toda sabiduría, un catorce de julio, al morir este milenio, el catorce de julio de 1999, te buscaré, te encontraré, todas las aguas se comunican, sobre las aguas nos encontraremos, por las aguas llegaremos, hay un pasaje de agua del Cantábrico al Sena, del líber al Mar Muerto, del Nilo a los golfos del nuevo mundo, te buscaré, te encontraré, sobre un puente, pasaré mi memoria y mi vida a otra mujer, besándola en los labios, mis labios son mi memoria, haz por recordarme, te buscaré, Guzmán ordenó a los alabarderos sacar del forno a Celestina, Ludovico y Simón, llevarles al llano y abandonarles con vituallas para una semana, no entendía por qué les perdonaba el Señor, Guzmán íes hubiese pasado por el caballejo, igual que al cabecilla Jerónimo, miró con risa y desprecio Guzmán al muchacho cuando los dos se quedaron solos en la celda, Hacemos saber a vuestras mercedes que ayer martes, que se contaron once, vino Guzmán a esta villa con doscientos escopeteros y ochocientas lanzas, todos a punto de guerra. Y cierto no madrugaba más don Rodrigo contra los moros de Granada, que madrugó don Guzmán contra los cristianos de Medina. Ya que estaba a las puertas de la villa dijonos que él era el capitán general y que venía, por la artillería. Y, como a nosotros no nos constase que él fuese capitán general, pusímonos en defensa de ella. De manera que, no pudiendo concertarnos por palabras, hubimos de averiguar la cosa por armas. Guzmán y los suyos, desque vieron que los sobrepujábamos en fuerza de armas, acordaron de poner fuego a nuestras casas y haciendas, porque pensaron que, lo que ganábamos por esforzados, perderíamos por codiciosos. Por cierto, señores, el hierro de nuestros enemigos en un mismo punto hería en nuestras carnes, y por otra parte el fuego quemaba nuestras haciendas. Y sobre todo veíamos delante nuestros ojos que los soldados despojaban a nuestras mujeres y hijos. Pero demos gracias a Dios, y al buen esfuerzo de este pueblo de Medina, que a Guzmán enviamos vencido, hace veinticuatro años que fui traída, siendo una niña, a tu casa, Felipe, le dijo esa noche Isabel; una infanzona de tiesas enaguas y bucles de tirabuzón, ¿recuerdas?; llegué las vísperas de una terrible matanza; celebráronse el mismo día nuestras bodas y tu crimen; hoy, te pido que nuestra separación coincida también con esta nueva matanza que cierra perfectamente el círculo de tu vida, pobre Felipe mío, creo que ya sé cuanto es posible saber sobre ti, Felipe, y yo sobre ti, Isabel, ¿todo, pobrecito mío?, todo, Isabel, todos tus secretos, y el peor de ellos también, el secreto que es un crimen más grande que todos los míos, pues ya ves, los míos son repetibles y el tuyo, no: tendrían que resucitar los muertos para que volvieras a cometer ese crimen único, compartí el cuerpo de Celestina con mi padre, con Ludovico y quizás con el mismísimo Belcebú, y el de Inés con Don Juan; tu cuerpo, en cambio, Isabel, no podría compartirlo con tu primer amante, por eso jamás te toqué, por eso mi amor hacia ti será siempre ese ideal perfectísimo, intocable, incorruptible, por nadie dañado pues sólo mi mente lo sostiene y alimenta y sólo conmigo morirá: sólo mi vida y mi muerte lo compartirán; y sabiendo esto, crees, Isabel, que podrían importarme tus amores con el llamado Mijail-ben-Sama, que con gusto mandé a la hoguera, mas no invocando su verdadero crimen, sino el secundario; o tus amores con el llamado Don Juan, que en cárcel de espejos y con una sola hembra vive para siempre el infierno que tanto temió y la muerte que tanto aplazó; ¿siempre supiste la verdad, Felipe?; siempre, Isabel; ¿y me amaste así, Felipe, a pesar de mi primer amor?; te amaré siempre, Isabel: sólo yo, entre todos los seres vivientes, habrá sabido y amado lo que tú pudiste ser: mi amor, Isabel amada, ha sido el templo votivo de aquella preciosa niña que se entretenía en jugar con muñecas, despertar a las dueñas tardonas y sepultar huesos de durazno en los huertos: tú, mi niña Isabel, tú, mi amante eterna, tú, la que pudiste ser: lo que yo mismo pude ser, lo que pudimos ser juntos: el haz marchito de nuestras posibilidades, la hez viviente de nuestras realidades; Felipe, pobrecito Felipe mío, mucho te he dañado, mucho te dañaré aún, dejaré en tu tierra hondas semillas de rencor, viviré odiando a España hasta purgarme totalmente de España, conocerás mi mal aunque me vaya muy lejos; y a pesar de todo, Felipe, dado lo que hemos sido, siendo lo que somos, conociendo nuestras miserias y debilidades comunes, dime, Felipe, ¿aprendimos por fin a querernos?; yo siempre te he amado, Isabel, contéstate a ti misma, ¿al fin has aprendido a quererme?; sí, Felipe, mil veces sí, mi niño, mi santito covachuelero, mi cachorrillo encadenado, mi pajarillo herido, mi pobre hombre lacrado, vencido parejamente por la humildad y la soberbia, mi tierno, imposible amante, secuestrado por la piedra de la sacra prisión que has edificado, mi inocente víctima del poder que heredaste, ¿cómo no he de amarte con el tamaño mismo de mi odio?, quien tan intensamente odia, entrega, a veces sin darse cuenta, toda la intensidad de su amor a lo que cree detestar, sí, por eso te amo, por lo mismo que tú me amas: amo al que pudo ser; gracias, Isabel, gracias por venir esta noche, por primera vez, hasta mi alcoba, sin necesidad de que yo te lo pidiera, por tu propia voluntad, gracias, míralo, qué desnudo, pobre, fúnebre aposento, gracias por venir hasta mí por primera y última vez, lo sabemos, ¿verdad que sí?, no hables ya, Felipe, tómame de la mano, llévame a tu lecho, pasemos juntos esta última y primera noche, juntos, vestidos, sin tocarnos, Felipe, sobre tus sábanas negras, como un hermano y una hermana muertos, como dos esculturas más, yacentes en la cripta donde has reunido a tus antepasados, duerme, duerme, duerme… No os maravilléis, señores, de lo que decimos; pero maravillaos de lo que dejamos de decir. Ya tenemos los cuerpos fatigados de las armas, las casas todas quemadas, las haciendas todas robadas, los hijos y las mujeres sin tener do abrigarlos, los templos de Dios hechos polvos; y sobre todo tenemos nuestros corazones tan turbados que pensamos tornarnos locos. No podemos pensar nosotros que Guzman y la gente que trajo buscasen solamente la artillería; que, si esto fuera, no era posible que ochocientas lanzas y quinientos soldados no dejaran, como dejaron dé pelear en las plazas, y se metieran a robar nuestras casas. El daño que en la triste Medina ha hecho el fuego, conviene a saber, el oro, la plata, tos brocados, las sedas, las joyas, las perlas, las tapicerías y riquezas que han quemado, no hay lengua que lo pueda decir, ni pluma que lo pueda escribir, ni hay corazón que lo pueda pensar, ni hay seso que lo pueda tasar, ni hay ojos que sin lágrimas lo puedan mirar; porque no menos daños hicieron estos tiranos en quemar a la desdichada Medina, que hicieron los griegos en quemar la poderosa Troya. Pues tenemos, señores, en la demanda tanta justicia, no debemos de desistir de la empresa. Y si fuese necesaria, nosotros enviaremos más gente al campo y socorreremos con más dinero y artillería porque no pequeña afrenta sería a Medina, que no se llevase a cabo esta tan justa guerra. Buscamos primero el compromiso; Guzmán ha provocado el encuentro de armas. Lo que hizo en Medina lo repetirá, si se lo permitimos, en Cuenca, Burgos, Ávila y Toledo. Al portador deste, désele la entera fe en lo que os hablare de nuestra parte y creencia, tapizados de hiedra los húmedos muros de Galicia; de hojas muertas, su suelo frío; hízose a la mar el bergantín desde el puerto de La Coruña y la Señora miró por última vez las costas españolas; careció de voluntad el Señor para oponerse al anulamiento, aceptó que nunca había tocado a Isabel, no le importaba ya que se supiera esta verdad en los corrillos de San Pedro, algún cardenal chiflado habló de canonizarle, creía que la castidad era requisito de la santidad; a Julián, el fraile, diole el Señor la comisión de ir a Roma e iniciar el proceso ante la Sacra Rota; nadie quiso acompañar a la Señora en su exilio inglés, que para ella era sólo un regreso a la tierra de sus padres; la camarera Azucena lloró y discutió y se exculpó, ¿a la Inglaterra os volvéis, mi ama?, ¿y qué se habla allí?, ¿como tonta de la cabeza andaré, sin entender ni ser entendida?, ¿hablar inglés yo, la Azucena?, ¡Josú, ni lo mande Dios!, y mirad lo que sé, Ama, que estos hombrecillos como el vuestro nacen a los pies de los cadalsos, las horcas, las picotas, el caballejo, y son engendrados por las lágrimas de los supliciados, ¡ay el Jerónimo, tasajeado como venado prendido!, ¡ay el Nuño, dejado a desangrar y pudrirse, lamida su carne por la lengua de un cabrón!, que a sus pies de ambos, mi Señora, debe haber otros dos hombrecillos como el vuestro, dos mandrágoras, Ama, esperando que yo vaya a la luz de la luna, me corte las trenzas, las amarre a la cola de un perro negro, y el otro cabo a la raíz de la mandràgora, y hale, a taparme las orejas, que entre gritos tan horribles que no se oyen, saldrán arrancados de sus húmedas cunas de lodo y llanto nuestros hombrecillos, y les pondré cerezas en los ojos: verán, rábanos en las bocas: hablarán, trigo en las cabecitas: les crecerá la cabellera, y una gran zanahoria entre las piernas, mi Ama, hi hi hi, y tendré gran dinguilindón con que entretenerme mientras me hago vieja, que puta argüendera soy, y Dios así me guarde, aunque sin la Lolilla, mi Ama, ¿con quién he de argüendear y dedicarme al chichirimbache?, que se nos perdió la piltrofera de la Lola, no sé dónde se metió y me espanto pensando que en la matanza la confundieron con puta inglesa, excusando lo presente, mi Ama su mercé, y a la rufiana me la partieron de un hachazo, y así mire usté que si nos ha de llevar el diablo, igual dará aquí o allá, y mejor es diablo conocido que diablo por conocer, y la fregona lloró y se despidió, y el enanín dijo que no, él tampoco se iba, ¿quién iba a cuidar del verdadero monarca, la momia sentada en el trono godo de la galería de pinturas, columnatas y enyesados, quién iba a escuchar lo que decía, aplaudir sus extraños movimientos de brazos, duros y temblorosos gestos, celebrar sus decires, tan torpes y difíciles con esa vieja lengua amoratada, cuidar de su pulcritud, atender su vestimenta, cambiarla de acuerdo con el tiempo, la moda, las cambiantes costumbres, pues ese rey, el de verdad, en verdad se quedaría sentado en el trono por los siglos de los siglos, y el enanito sería su único paje, bufón, confidente, consejero y ejecutor?, y sólo Julián accedió a acompañarla, pero sólo hasta puerto inglés, y de allí seguiría a Roma a cumplir el encargo del Señor, ¿y luego, fraile, y luego?, se apoyó fray Julián en la banda de babor, miró alejarse las rías gallegas y dijóle, Señora, apenas sea puesto en paz el reino y sofocada la rebelión de las comunidades, todas las riquezas arrebatadas a los insurrectos, a los judíos expulsados y a los moros vencidos, serán empleadas en empresas de navegación y descubrimientos; el nuevo mundo debe existir, porque así lo desean tanto los vencidos, para huir a él, como los vencedores, para encauzar a tierras vírgenes todas las energías y el descontento que han aflorado desde la mitad del verano, y hacerlo en nombre de la unidad de España, la prueba del poder único y la misión evangelizadora; mil ambiciones se agitan debajo de estas razones, quienes nada podrán ser aquí, hijosdalgo podrán ser allá; veréis que en saliendo de su tierra todos los españoles se harán príncipes y soles, y en el nuevo mundo el porquerizo y el herrero y el labrador podrán alcanzar el linaje que, españoles en España, nunca alcanzarían; los tesoros del nuevo mundo llaman a vencedores y vencidos en el fratricidio español; y aquéllos, sometida España, tendrán energía de sobra para someter idólatras; iré con ellos; tengo algo que hacer allá; miraron juntos la verde y dorada costa del otoño gallego, recordó la Señora el humo y las llamas en las piras que consumían los cadáveres de las matanzas, en el palacio de hoy, en el alcázar de ayer, al llegar a España, al irse de España; luego dio la espalda a la tierra y miró la agitada pizarra gris del mar que se abría en pétreas olas ante el avance del bergantín, Inglaterra, su patria, salió tan tarde de allí, le dijo a Julián el fraile, regresaba tan tarde, no, no era tan tarde, no sería tan tarde, tendría tiempo aún, reina virgen, humillada, cargada de congojas y venganzas, así regresaría, así se presentaría, la esperaba el hogar de sus tíos, los Bolena, desde esos olvidados campos de Wiltshire urdiría la venganza, nadie como ella conocía la tierra española y sus hombres, nadie como ella sabría aconsejar a su propia raza, revelar los secretos y debilidades de la atroz España, Isabel, la reina virgen, rumbo a su patria, poblando ese mar que separaba a La Coruña de Portsmouth con poderosas escuadras de la venganza, armadas inglesas, pendones ingleses, cañones ingleses, y luego hacia el oeste, hacia el nuevo mundo, hijos de Albión, que no sea sólo de España el nuevo mundo, ella, otra vez Elizabeth, como fue bautizada, se encargaría de instigar, apremiar, intrigar, acosar, iluminar a Inglaterra para que sus hombres también pisaran las tierras nuevas y allí se enfrentaran, para siempre, a los hijos de España, desafiándoles, tan crueles como ellos, y más, tan codiciosos como ellos, y más, tan criminales como ellos, y más, pero sin justificación sagrada, sin sueños de hidalguía, sin tentaciones de la carne, sin considerar el mundo nuevo como un premio, sino como un desafío, exterminadores de naturales, como los españoles, pero sin mezclar su cuerpo con ellos ni vivir los tormentos de la sangre dividida, buscadores de tesoros que nunca hallarían, sino que deberían arrancar los frutos a la tierra hostil con el sudor y los callos, holganza para el español, industria para el inglés, enervamiento de los sentidos para el español, disciplina del esfuerzo para el inglés, espejismo de lujo para aquél, frugal realidad para éste, ah sí, que se invirtiesen los órdenes, que el español, abandonando penitencia, escasez, tristeza y puertas cerradas al ascenso en su tierra, encontrase demasiada holganza, demasiada opulencia y demasiada facilidad para su grandeza personal en el nuevo mundo, hundiéndose en un pantano de áurea molicie y confundiendo la realidad con su persona, y que el inglés, abandonando lo mismo en la suya, opresión, guerra y hambre, encontrase en el nuevo mundo ninguna holganza, ninguna opulencia, ninguna facilidad, sino el desafío de una nueva tierra virgen que nada le daría en compensación de su fuga, sino lo que conquistase el trabajo de las manos desnudas desde la nada trabajando: conquiste España las ciudades de oro, conquiste Inglaterra los bosques increados, la tierra intacta, los ríos solitarios, abra surcos donde España cave minas, construya cabañas de madera donde España levante palacios de cantera, pinte de blanco lo que España cubra de plata, decida ser donde España se contente con aparecer, exija resultados donde España proclame deseos, comprométase a acciones donde España sueñe ilusiones, sacrifique al trabajo lo que España sacrifica al honor, viva el consenso de la hora donde España vive la expectativa del destino, viva desabusada siempre mientras España pasa de la ilusión al desengaño y del desengaño a la nueva ilusión, prospere Inglaterra en el duro cálculo de la eficacia mientras España se agota en mantener la dignidad, la apariencia heroica y la gratificación del aplauso ajeno, sí, pedía cuanto la negaba, no sería para ella el sueño del placer y el lujo, los sacrificaba gustosa para que España reventara, envenenada, indigesta, primero del exceso que a su austeridad hambrienta le ofrecía el nuevo mundo, y luego del desencanto que sus sentidos haítos le procuraran; España: al pie del muelle de La Coruña, Julián, le ofrecí un ducado de oro a un mendigo; era mi regalo de partida; ¿sabes qué cosa me contestó?: «Búsquese otro pobre, Señora»; daréle el mismo ducado a un pordiosero de Londres, y diréle cómo multiplicarlo, invertirlo, reinvertirlo, prestarlo a interés y con condiciones, atraerse socios, cambistas, asentistas, la inteligencia judía expulsada de España, armadas de corsarios, provocaciones a la dignidad hispana, todos los medios, todos, Julián: el oro del nuevo mundo pasará como agua por las manos de España y terminará en las arcas de Inglaterra: te lo juro; ¿y para ti, Isabel, qué quieres para ti, Señora?, ¿esta mañana de otoño, embarcada de regreso a mi patria inglesa, Julián?, Elizabeth sólo pide la imagen de una niña, una infanzona con bucles de tirabuzón y tiesas enaguas de calicó, y a esa niña le pregunta, ¿llegaron bien tus muñecas?, ¿no se rompió ninguna en el viaje?, ¿dónde enterraste tus huesos de durazno?, ¡oh, el pobre azor, cómo vuela, cómo despliega sus alas de azabache!, ¿no has oído hablar de una recámara de blancas arenas, azulejos árabes, mullidos arambeles?, ¿vendrás conmigo a la corte del amor, donde una compañía de caballeros vestidos de blanco combatirá por tu mano contra una compañía de caballeros vestidos de negro?, ¿no escuchas cómo caen las pelotillas de bronce sobre una jofaina, marcando las horas?, vamos a jugar, ring a ring of roses, a pocket full of posies, a-tishoo, a-tishoo, we all fall down, Ayer jueves supimos lo que no quisiéramos saber y oímos lo que no quisiéramos oír; conviene a saber, que Guzmán ha quemado toda esa muy leal villa de Medina. Dios nuestro Señor nos sea testigo que si quemaron desa villa las casas, a nosotros abrasaron las entrañas. Pero tened, señores, por cierto que, pues Medina se perdió por Segovia, o de Segovia no quedará memoria, o Segovia vengará la su injuria a Medina. Hemos sido informados que peleastes contra Guzmán, no como mercaderes, sino como capitanes; no como desapercibidos, sino como desafiados; no como hombres flacos, sino como leones fuertes. Y, pues sois hombres cuerdos, dad gracias a Dios de la quema, pues fue ocasión de alcanzar tanta gloria. Porque sin comparación habéis de tener en más la fama que ganastes, que la hacienda que perdistes. Los desastres de la guerra nos mueven a mover la junta General de Avila a Valladolid, y desde allí proseguir la lucha por el remedio universal del reino, a causa de la mala gobernación e consejo que el rey nuestro Señor tuvo, vencido en Medina, vencido en Segovia, vencedor en Torresillas y en Torrelobatón, mis derrotas y victorias todas victorias son, pues provoqué y empujé a los comuneros a la guerra con el llanto en los ojos y la dignidad afrentada, malos consejeros del frío cálculo militar, mas, ¿qué me importan tales victorias y descalabros si aún no te venzo a ti?, le había dicho Guzmán al joven peregrino del nuevo mundo, llevado de regreso por Guzmán a los lugares de la primera caza, en las estribaciones de la cordillera cántabra, a vistas de la costa, mira que soy leal, muchacho, de aquí saliste, aquí mismo te traigo, en día claro desde esta altura se miran la playa y el Cabo de los Desastres, y el Señor me dijo, déjalo libre, uno de sus hermanos duerme para siempre, encamado, en Verdín, y el otro purga placer y herejía en cárcel de espejos, la profecía ha sido derrotada, ya no son tres, ni dos, sólo uno, déjalo ir en libertad, en nada puede dañarnos, y todas nuestras fuerzas deben dirigirse contra los comuneros rebeldes, que de verdad nos amenazan, y no contra un pobrecito infeliz que soñó un mundo nuevo, dice que eran tres, eso nos hicieron creer el flautista ciego y la muchacha de los labios tatuados, pero a Guzmán no se le engaña fácilmente, yo sé la verdad, fueron sólo uno, yo nunca vi a los tres reunidos, y ojos que no ven, cabeza que no entiende, vi siempre al mismo, en distintos lugares, con distintos atuendos y con distintas personas, mas todos son tú, tú eres los tres, pedíle al Señor, Sire, dejadme liberarle a mi manera, con tanta justicia y oportunidad como la que en cacería se da a venado, y él asintió, y por eso ahora tú, el último muchacho, rubio y acosado, tú, temblando de frío, con la ropilla rasgada, tú, que conociste los peligros del piélago, la playa de las perlas, el pueblo del río, la selva virgen, los pozos sagrados, las pirámides humeantes, el volcán nevado, las entrañas del infierno blanco, la ciudad de la laguna, los palacios de oro del nuevo mundo, corres, caminas, te caes, te levantas, desde ayer, Guzmán dijo que te daría una tregua de un día, luego saldría a cazarte, ha nevado todo el día, al principio el hecho te espantó, todos los pasos de tu paso por la sierra, hacia el mar, dejarían su huella, él te lo advirtió, nos llevarás un día de ventaja, pero está nevando, la nieve mata los rastros viejos, se halla bien el rastro fresco, el viento tira la nieve de las ramas, buen tiempo para correr caza nueva, los canes estarán bien encarnados, pero al atardecer el viento empezó a soplar con fuerza desde los cuchillares del monte y al mirar hacia atrás viste que se llevaba una capa de blanca nieve y con ella el rastro de tus pies; has ganado o perdido un día de ventaja: puedes ver la señal puesta en una lanza en el más alto lugar del monte por las armadas de atalaya, para que la vean todos, incluso tú: es el llamado a levantar venado; te detienes un momento, en medio de la tormenta que al sofocar el ruido de cuernos y bocinas parece imponer un ilusorio silencio al talar nevado por donde te escapaste de la montaña; pero en seguida se acalló la borrasca, Guzmán soltó una armada de perros, y luego otra, y luego otra más: cuentas cada oleada de ladridos que se sucede detrás de ti, Guzmán te lo dijo, libertad, libertad, tú viniste a hablar de libertad, libertad para el nuevo mundo de allá, libertad para el nuevo mundo de acá, verás cuánto dura tu libertad, aquí y allá, oirás el grito de España cada vez que le ofrecen libertad: ¡vivan las cadenas!, escuchas las bocinas cada vez más cercanas, Guzmán instruyó a los ballesteros, éstos son canes que no siguen si no huelen sangre, maten a ese jabalí para entusiasmarlos, eres un venado, peregrino, te lo dijo Guzmán, la manera fácil de herir al animal es a la larga, por la mayor longitud del cuerpo, pero lo más osado y mortal es herirle por lo delantero, meter la lanza hasta el fondo, revolverla, y luego dejar que el venado sea sojuzgado por los canes, corre, muchacho, corre, peregrino, corre, fundador, corre, primer hombre, corre, serpiente de plumas, no conoces las tretas de los jabalíes, que al salir del monte a pastar en los trigos, echan por delante a dos o tres chiquillos, y entrados en los trigos, dan dos o tres navajazos en ellos con los colmillos, haciendo ruido, y regresan a lo alto de donde divisan el campo; lo mismo hacen tres veces, hasta cerciorarse de que no hay cazador a la redonda, y la cuarta vez bajan sin cuidarse, y entonces son cazados: tú, ni instinto, ni treta, corres hacia el mar, las armadas de canes detrás de ti, Guzmán a caballo, con su azor preferido sobre el antebrazo, envuelto en pardillo y caperuza baja y sobrecalzados con abarcas de cuero, te lo dije, azor, bello azor, sañudo azor, llegaría tu hora, ahora es tu hora, yo te preparé para la gran caza, recuerda a Guzmán, animoso azor, tú eres mi arma, mi devoción, mi hijo y mi lujo, el espejo de mis deseos y la cara de mi odio, y el mar apareció ante tu mirada entre telarañas de niebla, el Cabo de los Desastres, la playa de los viejos sueños de Celestina y Pedro, Simón y Ludovico, la playa de los engaños de Felipe, la playa que los recibió a ti y a tus dos hermanos para apresurar la historia, los destinos, el milenio, en la tierra de las eternas vísperas, España, Vésperes, Hesperia, tierra de Venus, doble de sí misma, en angustiosa e interminable búsqueda de su otra faz, España, ahora corres de regreso a ese mar bienhechor, tu corazón te dice que ese mar te salvará, a pesar de todo, qué cercanas las terribles bocinas, los ladridos, las pezuñas, el jadeo, corres como el venado, la franja de desierto entre la sierra y el mar se angosta, una trinchera de galgos te cierra el camino a la derecha, otra de lebreles a la izquierda, los lebreles deben contener a los galgos para que no te hagan presa antes de tiempo, tú capturado entre las dos filas de perros amenazantes, Guzmán conoce bien su oficio, se estrecha el pasaje que te lleva hasta los arenales, te derrumbas entre las costras heladas de las dunas, caes de boca sobre la playa, con los brazos abiertos en cruz, te levantas, ladridos, bocinas, Guzmán en lo alto de los arenales, riendo, frente a ti el mar brumoso, detrás de ti Guzmán y la armada de montería, Guzmán suelta al azor, ve, azor, lindo azor, te lo prometí, no te defraudé, te lo juré, te ofrezco la carne más viviente, ésa es tu presa, elévate al cielo con la rapidez de una plegaria y desciende con la velocidad de una maldición, vuela el azor, corren los canes, no llegas al mar, el galgo te clava los colmillos en el brazo, los hunde, te rasga la carne, el lebrel aparta al galgo, estás libre, por un momento, caes, te levantas, tus pies se hunden en el fango de la orilla, las tormentosas olas se estrellan y mueren alrededor de tus rodillas, vuela el azor, rápido como una saeta, cae el halcón, veloz como un juramento, se traba a tu brazo, clava en tu carne sus aceradas uñas, se fija a tu brazo con sus largos tarsos, clava el pico en las heridas abiertas por los colmillos del perro, entras corriendo al mar, el ave no te suelta, luchas, te revuelcas, la azotas, el halcón te devora el brazo, tratas de nadar, no puedes con un sólo brazo, intentas ahogar al feroz falconcete, Guzmán ríe desde las dunas, a caballo, hundes el brazo apresado por el azor, te hundes, buscas en el cielo vedado la luz de tu estrella, Venus, guía de marineros, y en la hondura del mar el fuego de San Telmo, llama de los inseparables hermanos, Marqués pariente: Hagóos saber que el martes pasado, día de San Jorge, cerca del lugar de Villalar fue dada la batalla por el nuestro ejército, en que venían todos nuestros visoreyes y gobernadores de los nuestros reinos, contra el ejército de los rebeldes y traidores, en la cual plugo a Nuestro Señor y a su bendita madre de nos dar la victoria sin ningún daño de las gentes del dicho nuestro ejército, y les fue tomada nuestra artillería que nos tenían tomada y usurpada y fueron presos y muertos todos los cabecillas de la Junta General. Destacóse en esta acción el capitán don Guzmán, cabalgando, bermejo el rostro, sudosa la frente, atezado por la agitación del alma, enronquecido de gritar a los nuestros: —Matad a esos malvados; destrozad a esos impíos y disolutos; no perdonéis a nadie; eterno descanso gozaréis entre los justos si raéis de la tierra a esta gente maldita; no reparéis en herir de frente o por la espalda a los perturbadores del sosiego. Dos leguas y media duró el alcance de los comuneros fugitivos hasta cerrar la noche: cien hombres quedaron muertos en el campo, cuatrocientos heridos, mil prisioneros. Ni un solo soldado de los nuestros perdió la vida. De los comuneros salváronse los más ágiles, y algunos que tuvieron la precaución de cambiar por nuestras cruces blancas las cruces rojas que prendidas al pecho y a la espalda les distinguían de nosotros. Reina en Villalar, tumba de la rebeliém comunera, más silencio que en una aldea donde no viviesen más de tres villanos. Más cierto servidor yenado que sus manos besa, marqués pariente, y su más fervoroso, seguro y humilde adepto, etc., etc., etc., pidió Guzmán un solo favor al rey don Felipe en recompensa de sus actos, y fue el de encabezar expedición que cruzara el gran océano en busca del mundo nuevo y cerciorarse así de su existencia o inexistencia; gustoso accedió el Señor, dando pruebas de gracia y munificencia e instando a Guzmán a embarcar con él a mucha trápala de estos reinos, a hombres de excesiva energía capaces de perturbar el sosiego, de modo que las oraciones y la paz de su necrópolis no se viesen más perturbadas por herejes, rebeldes, locos y enamorados: «Pues tu mano es dura, Guzmán, sabrás disciplinar a estas raleas, y aprovecharlas en empresas de gran riesgo que sólo acometen quienes nada tienen que perder»; supervisó Guzmán en Cádiz la construcción de una armada de carabelas de tres palos con velas triangulares, envergadas de entenas dispuestas en el plan longitudinal de los navios; gran novedad fue esta de la carabela, pues con anterioridad se utilizaban en expediciones el varinel, buque de remos y de vela, y la barca, cuya forma y velamen redondo hacían lenta su maniobra y su marcha; recordó Guzmán, sonriendo para sus adentros, los trabajos del viejo Pedro en la playa del Cabo de los Desastres y dictó la construcción de estas nuevas naves, largas como el varinel y de bordo alto como las barcas, que reunían las ventajas de ambos cascos y suprimían sus inconvenientes, pues el velamen triangular de estilo latino le permitiría acercarse más al viento y aprovecharlo mejor, y por su forma ligera resultaban más ágiles de marcha y de maniobra. Dispuso el Señor un caudal de dos millones de maravedíes, expropiado a tres familias de ricos judíos expulsados, los Santángel, los Santa Fe y los Belez, para los gastos de la expedición, y por cédula mandó a las autoridades de las villas y lugares del litoral andaluz que suministrasen a Guzmán cuantos efectos pidiese para su flotilla, y los dejasen sacar libres de alcabalas. Por otra cédula, prometió el Señor que a todos los que se enrolasen en las carabelas les daría seguro y promesa de que nadie podría dañarles en sus personas ni en sus bienes por razón de ningún delito que hubiesen cometido. Enroláronse así trescientos hombres y al verles montar a las carabelas con sus raquíticos equipajes, Guzmán sonrió adivinando aquí al comunero vencido y allá al criminal del orden común, en éste al noble empobrecido y en aquél al converso disimulado, en uno al collazo de la tierra y en otro al herrero rencoroso. Si sólo hubiesen esperado un poco; Jerónimo, Nuño, Martín, Catilinón… No había vuelto a ver a ese servicial picaro dado a hablar en refranes. ¿Murió por equivocación en la matanza del palacio? Distraído, Guzmán no notó a la extraña pareja que, abrazada, subió a una de las carabelas. Un hombre encapuchado, de lento andar, doblado sobre sí mismo, con dolor, con una mano protegiendo su sexo y la otra apoyada sobre el hombro de un mozalbete de corta estatura y andar feminoide, vestido de trapos, con la cabeza rapada y el rostro disfrazado por la mugre. Estaba a punto de zarpar. Por las estrechas ventanas de Cádiz, detrás de los verdes batientes de sus casas, se asomaban pálidos rostros sospechosos. Sabía Guzmán lo que pensaban: éstos van al desastre, están locos, y no les volveremos a ver. Izó los pendones de las carabelas. Llegó un mensaje del Señor: que esperase aún dos días. El fraile Julián, el iconógrafo de palacio, se uniría a la expedición. La boca de Guzmán le supo a hiel.