El espíritu libre

De provincia en provincia avanzaron, con una rapidez que los demás atribuían a la asistencia diabólica; devastaron las tierras, destruyeron las iglesias, incendiaron los monasterios, al frente de ellos iba un heresiarca joven y rubio, con la cabellera reunida en tres bandas doradas que lo coronaban, la espalda desnuda para mostrar el signo de su elección, los pies descalzos para maravillar con sus doce dedos, el rostro pintado de blanco para brillar de noche, el profeta del milenio humano para unos, el anticristo para otros, el predicador para todos, la tierra sin hambre, sin opresión, sin prohibiciones, sin falsos dioses ni falsos papas ni falsos reyes, familias enteras se unieron a él, monjes renegados, mujeres disfrazadas de hombres, asaltantes, prostitutas, damas de gran alcurnia que renunciaron a sus bienes para encontrar la salvación en la pobreza, que en verdad buscaban noches de placer con él, el joven heresiarca, aquí llamado Tanchelmo, más allá Eudes de la Estrella, nombres que le dieron los demás, Balduino, Federico, Carlos, él sin nombre, acompañado siempre por dos féretros y un mendigo ciego que en ocasiones hablaba por él, agitando a las multitudes de los pobres que les seguían, sólo los pobres alcanzarán el reino de los cielos y el reino de los cielos está aquí, en la tierra, tornadlo todo, cada uno es Cristo, el paraíso está aquí, disolved los monasterios, tomad a las monjas como mujeres, poned a los monjes a trabajar, en verdad os digo: que monjes y monjas hagan crecer la viña y el trigo que nos alimenten, derrumbad a hachazos la puerta del rico, vamos a cenar con él, perseguid al clero, que cada sacerdote nos tenga tal miedo que esconda su tonsura aunque deba cubrirla con mierda de vaca, marchad día y noche, por toda la tierra, de Lovaina a Haariem, de Brujas a San Quintín, de Gante a París, aunque nos degüellen y arrojen al Sena; París es nuestra meta, allí donde el pensamiento es placer y el placer pensamiento, la capital del tercer tiempo, el escenario de la lucha final, la última ciudad, allí donde el persuasivo demonio inculcó una perversa inteligencia a algunos hombres sabios, París, fuente de toda sabiduría, marchemos con estandartes y cirios encendidos en pleno día, flagelémonos en plena calle, amemos a campo abierto, dolor y encanto de la carne, de prisa, sólo tenemos treinta y tres días y medio para culminar nuestra cruzada, es la sacra cifra de nuestra procesión, los días de Cristo en la tierra, el emplazamiento para barrer la podrida iglesia del anticristo en Roma, no hay más autoridad que la nuestra, nuestra vida, nuestra experiencia, no reconocemos nada por encima de eso, síganme, sólo soy uno más de ustedes, no soy el jefe, hagan lo mismo que yo, seduzcan a las mujeres, todas son de todos, tejedores, ahujeros, pifres, mendigos, turlupines, los más pobres, igual que yo, nada es mío, todo es común, no hay pecado, no hubo caída, tomad posesión conmigo del imperio visible que prepara el fin del mundo, predicaba el joven heresiarca mientras el mendigo ciego le acompañaba con la musiquilla de una flauta, sois libres, el hombre consciente es en sí mismo cielo y purgatorio e infierno, el hombre libre de espíritu no conoce el pecado, toma para ti cuanto es y nada es pecado sino lo que imaginas como pecado, regresad conmigo y mi padre ciego al estado de inocencia, desnudaos, tomaos de ]as manos, hincaos, jurad obediencia sólo al espíritu libre, disolved todo voto anterior, matrimonio, castidad, sacerdocio, Dios es libre, luego todo lo creó en común, libremente, para todos, lo que el ojo ve y desea, tómelo la mano, entrad a las posadas, negaos a pagar, dad de palos al que os pida cuentas, sed caritativos, mas si os niegan la caridad, tomadla a la fuerza, mujeres, comida, dinero, las hordas de Flandes, Brabante, Holanda, Picardía, al frente los reyes tahúres, un muchacho con una cruz en la espalda y un flautista ciego: el fin del mundo…