Adentro del molino

Dícese que hace apenas tres años, la misma carreta se arrastraba lentamente por los campos de La Mancha cuando se desató una temible tempestad, que parecía derrumbábanse las lejanas cimas de las sierras, convirtiéndose en trueno seco y luego en aguacero duro y calador.

El mendigo y el muchacho que viajaban en la carreta descubierta buscaron refugio en uno de los molinos de viento que son los centinelas de ese llano árido y allí hacen las veces de árboles.

Apartaron las lonas que cubrían la carretas y revelaron dos féretros que con esfuerzo transportaron a la entrada del molino. Adentro, los depositaron entre la paja seca y, sacudiéndose como perros, subieron por la crujiente escalerilla de caracol a la planta alta del molino: el viento agitaba las astas y el ruido dentro del molino semejaba el de un ilusorio enjambre de avispas de madera.

Sombría era la entrada donde dejaron las dos cajas de muerto. Mas al atardecer, ensordecidos por el rumor de las aspas, una extraña luz les iluminó.

Un hombre viejo yacía sobre un camastro de paja en la planta superior. Al acercarse a él el mendigo y el muchacho, la luz del accidental aposento comenzó a apagarse; las sombras se pertrecharon; ciertas formas invisibles se insinuaron apenas en la penumbra; luego desaparecieron, como tragadas por la oscuridad, como desvanecidas en los descascarados muros circulares del molino.