A los tres días, descendieron Ludovico y los tres muchachos a la playa de Spalato, extendida bajo las altas murallas de la ciudad-palacio, en busca de los restos descuartizados del mago griego. Los tres jóvenes concurrieron en decirle a Ludovico que al abrazar a uno, besar al otro e hincarse ante el tercero, el tuerto les pidió que así lo hicieran.
Las sucias arenas estaban desiertas. Ludovico y los muchachos buscaron entre los despojos de la marea los miembros del mago, y al no encontrarlos, se sentaron a descansar y admirar la puesta de sol sobre las aguas amarillas del Adriático.
Entonces, como si surgiera de la nada (mas las arenas sofocaban sus pasos) caminó hacia ellos una gitana, de la raza así llamada por haber llegado de Egipto, envuelta en ropajes de color rojo y azafrán: una de tantas prostitutas y ladronas, de orejas perforadas y bárbaros aretes, que pululaban por las calles y casas de Spalato, vendiendo sus favores, tirando las cartas y a veces empleándose como criadas, pues no hay mejor guardián de lo robable que el ladrón mismo, y ésta es vieja sabiduría: hijos de la noche, guardianes de su madre.
Mas al acercarse la mujer, Ludovico sintió miedo: la gitana tenía los labios tatuados con los mismos colores de su agitado vestido. La luz se volvió incierta; la mujer les preguntó si querían que les echara los naipes, que es palabra que viene de naibi, que es el más viejo nombre oriental de las diablas, las sibilas y las pitonisas. Ludovico le dijo que no, la corrió con un ademán brusco, aunque por dentro temía todo anuncio de nueva suerte que desviase la de sus tres hijos.
—¿Buscan los restos del tuerto?, preguntó entonces la gitana.
Ludovico calló, esperando, pero los muchachos, entusiasmados, dijeron que sí. La gitana habló simplemente:
—Están en los naipes.
—¡Échalos!, dijo impulsivamente uno de los muchachos.
—¡Sí, que los eche!, gritaron a coro los otros dos.
La gitana sonrió enigmáticamente:
—Sólo traigo tres cartas.
Los jóvenes hicieron un gesto infantil de desilusión.
—Pero bastan tres cartas para alcanzar todas las combinaciones del tarot; el número tres significa solución armónica del conflicto de la caída, incorporación del espíritu al binario, fórmula de cada uno de los mundos creados y síntesis de la vida: el hombre con su padre y su madre; con su mujer y su hijo; con su padre y su hijo… Así habló el tarot, que contiene todos los enigmas y sus soluciones.
La mujer movió las manos en el aire, como si barajara; los tres muchachos rieron y se burlaron, ¡ni siquiera las tres cartas tenía!, ¡sus naipes eran de puro aire!, ¡burladora, ladrona, puta!, pero ella no rio, miró a uno y le dijo, corre a la orilla del mar, recoge esa botella encallada en la arena, y al segundo, zambúllete en el agua, hay otra botella atrapada en el fondo, y al tercero, nada más lejos, veo el brillo del cristal verde de la otra botella, que viene bogando. Así lo hicieron los muchachos. Regresaron a la playa con las tres botellas, limosas, verdes y selladas con lacra roja. Uno de ellos sólo se mojó los pies; los otros dos, empapados, sin aliento, se sacudieron como perros, en cuatro patas, sobre las sucias arenas.
—¡Levántense!, les gritó Ludovico con creciente temor. ¡Como hombres, sobre dos pies!
La gitana sonrió y dijo:
—Éstos son los restos del mago. Su cabeza y su tronco partido en dos por un hacha.
Rieron de nuevo los muchachos, y dijeron que sólo eran tres botellas viejas; las miraron, las agitaron: adentro había algo, ni siquiera vino, ni siquiera agua, un tieso rollo de papeles dentro de cada botella. Rieron. Se miraron. Se disponían a arrojarlas de regreso al mar. La gitana chilló, gritó tres palabras, tiko, tiki, taka, es palabra de Dios, que en todas las lenguas se dice igual, teos, deus, teotl, y sólo los hijos del demonio la disfrazarán, llamando a Dios perro al revés, sí, levántense, no me tienten, sean hombres, no perros, tú, muchacho, tu botella, tiko, que es destino en lengua china, tú, muchacho, tu botella, tiki, que es azar en lengua egipcia, tú, muchacho, tu botella, tika, que es suerte en lengua gitana, guárdenlas bien, nunca las abran o se quedarán sin suerte, azar o destino, han estado embotellados largo tiempo, uno llega del pasado: el destino, otro del presente: el azar, otro del futuro: la suerte, éste es el regalo del mago tuerto al que ustedes le dieron un abrazo, un beso, una caricia, mientras los demás se burlaron de él y lo mataron de nuevo…
—Pero dijiste que éstas eran las partes de su cuerpo, murmuró uno de los muchachos.
Y la gitana respondió:
—El mago era de papel. Siempre fue de papel: héroe o autor de papel. Primero protagonizó. Cuando regresó de las guerras y las aventuras a su hogar, escribió. Una cosa es lo que vivió como héroe: los siglos lo cantan. Otra lo que escribió como poeta: las letras son mudas. Ha vivido lo que corrió de voz en voz. Ha muerto lo que fue escrito sobre un papel. Cuando descubrió la infidelidad de su mujer, aburrida de esperarle, volvió a vivir todas sus aventuras en sentido contrario. Y al revivirlas, las escribió. No se taponeó los oídos: fue seducido por el canto de las sirenas. No resistió la belleza de los lotos: los comió y desde entonces vive soñando. Se presentó inerme ante Polifemo: el cíclope le arrancó un ojo. Se remontó al origen: Oulixes, hijo de Sísifo, para siempre arrojado entre Scyla y Caribdis, entre el monstruo de la imaginación, la criatura con doce pies y seis cabezas y cuellos de serpientes y dientes de tiburón y perros ladrantes en el sexo, y el monstruo de la naturaleza, la enorme boca que traga y vomita todas las aguas del universo; hijo de Sísifo, se remontó al origen, condenado a escribir sus propias aventuras una y otra vez, creer que ha terminado el libro sólo para empezarlo de vuelta, relatarlo todo desde otro punto de vista, de acuerdo con una posibilidad imprevista, en otros tiempos, en otros espacios, aspirando desde siempre y para siempre a lo imposible: una narración perfectamente simultánea. Era de papel. Su cuerpo era su muerte. Cuando lo mataron y lo arrojaron al mar, volvió a ser papel. Volvió a vivir. Guárdenlo. Es su ofrenda.
Se fue sin hablar más, y uno de los muchachos juró que se internó en el mar hasta desaparecer, pero otro dijo que no, que se fue caminando por la playa, seguida por un tropel de cerdos, y el tercero aseguró que no, se internó en una cueva entre las rocas, una cueva cubierta y descubierta por las olas, por donde se escuchaban espantosos rugidos de leones y aullidos de lobos, pero Ludovico se quedó mirando las huellas de los pies de la gitana en la arena, y sopló viento, y las olas lavaron las huellas mas las huellas impresas nunca se borraron de allí.