Y así sucedió que una noche, al regresar a la pieza que compartían, Ludovico encontró a Celestina arrojada junto al fuego de un brasero, llorando y quemándose las manos sobre las brasas, y mordiendo una cuerda, insensible a los gritos de los dos niños y rodeada de muñequitas de trapo rellenas de harina.
El estudiante quiso socorrerla, y apartarla del fuego, más la muchacha estaba poseída de una fuerza irresistible, y le dijo que la dejara, que el recuerdo volvía a ella, lo había olvidado todo, el sueño se había realizado, un amor sin prohibiciones, el cuerpo libre, ella, Ludovico y Felipe, fue como una droga, se había dejado adormecer por una falsa ilusión, ahora volvía a recordar, fue atropellada por el Señor don Felipe, el Hermoso, tomada fría y brutalmente por ese príncipe putañero, incontinente, apresurado, la noche misma de su boda con Jerónimo, en la troje, y ella se dijo, me entrego al demonio, no tengo más amigo que el diablo, sólo Satanás ha de ser más fuerte que este inmundo Señor, Dios no me ha creído digna de su protección, quizás el diablo me defienda, seré su esposa, él me dará los poderes para vengarme del Señor y su casa, del Señor y sus descendientes, y acercó las manos al fuego, las retiró, tomó la cuerda, la mordió para aliviar su tormento, hundió las manos en el fuego, invocándole, ángel del veneno y de la muerte, ven, tómame, y entre las llamas, Ludovico, apareció una sombra, sólo visible en medio del fuego, como si requiriese la más ardiente luz para aparecerse y ser vista, y esa forma de pura tiniebla, sin rostro ni manos ni piernas, pura oscuridad revelada por las llamas, me habló y me dijo:
No llores, mujer. Hay quien se apiade de ti. Ya sabes lo que el mundo te ofrece si obedeces la ley de Dios y en recompensa sufres la crueldad de los hombres. Piensa que en otro tiempo la mujer fue diosa. Lo fue porque era dueña de una sabiduría más profunda. Sabía la antigua sabia que nada es como aparenta ser y que detrás de todas las apariencias hay un secreto que a la vez las niega y las completa. Los hombres no podían dominar al mundo mientras las mujeres supieran estos secretos. Se unieron para despojarlas de dignidad, sacerdocio, privilegio; mutilaron y enmendaron los antiguos textos que reconocían el carácter andrógino de la primera Divinidad, suprimieron la mención de la esposa de Yavé, cambiaron las escrituras para ocultar la verdad: el primer ser creado era a la vez masculino y femenino, hecho a imagen y semejanza de la Divinidad que unía ambos sexos; inventaron en su lugar un Dios de venganza y cólera, un cabrío barbado; expulsaron a la mujer del Paraíso, la hicieron culpable de la caída. Nada de esto es cierto, es sólo la mentira indispensable para fundar el poder de los hombres, un poder sin misterio, cruel, divorciado del amor, separado del tiempo real, que es el tiempo de la mujer, que es tiempo simultáneo: el poder del hombre, capturado dentro de la mera sucesión de hechos que al progresar en línea recta, a todo y a todos conduce a la muerte. Escúchame, mujer: te diré cómo vencer a la muerte; te diré cómo vencer a este atroz orden masculino; te daré a conocer los secretos, ve qué haces con ellos, pronto, tu tiempo es breve, mucho te exijo, quedarás exhausta, sólo podrás iniciar lo que yo te pido, no podrás terminarlo, es demasiado para una sola persona, date cuenta a tiempo, transmite lo que sabes a otra mujer, a tiempo, antes de que los hombres vuelvan a arrebatarte las fuerzas que hoy te otorgo; recuerda, que otra mujer continúe lo que tú inicias, pues tú sólo continúas lo que otras iniciaron en mi nombre. La mujer fue Diosa. Yo fui Ángel.
—¿Qué?, gimió Celestina, ¿qué me enseñas, qué debo saber, no entiendo…?
—Tus manos llagadas son el signo de nuestra, comunión: el fuego. La mujer que las bese heredará lo que yo te dé.
—¿Cuándo? ¿Cómo sabré?
—Búscame en las calles de Toledo. Allí me encontrarás, cuando la fortuna allí te lleve.
—¿Qué haré mientras tanto?
—Huye al bosque. Allí habitan los duendes y súcubos, familiares de las brujas. Pídeles consejo. Son los viejos dioses paganos, expulsados de sus altares por la cruel cristiandad. Reconocerán en ti a las antiguas diosas del mundo mediterráneo, condenadas a la hechicería por los poderes cristianos, y ejecutadas en las plazas públicas con tanta crueldad como lo fue Cristo en el Gólgota. Adora a las diosas prohibidas. Disfrázalas de inocente juego. Fabrica unas muñecas de trapo. Rellénalas de harina. Es el color de la luna. Allí habita la diosa oculta de todos los tiempos.
—¿Dónde? ¿En el bosque? ¿En la luna?
Pero la visión invisible en medio del fuego había desaparecido.