Se refugiaron en la judería de Toledo. Los hebreos, al principio, les recibieron por piedad, viéndoles en tal estado de fatiga, vestidos como mendicantes y con un niño de brazos, mas luego quisieron inquirir sobre esta pareja, y les visitaron. Celestina bañaba al niño y los judíos vieron lo que Ludovico y Celestina habían visto, con asombro, al clarear el día en el bosque, cuando cubiertos de sangre y ceniza escaparon de la carreta: el niño tenía seis dedos en cada pie y una cruz de carne roja en la espalda.
—¿Qué quiere decir esto?, se preguntaron los visitantes, y lo mismo se preguntaban Celestina y Ludovico.
—¿Es vuestro el niño?, les preguntaron, y el estudiante dijo que no, sino que él y su esposa le habían salvado de la muerte, y por tanto le querían como a cosa propia.
Pero a los pocos meses todos notaron que la muchacha esperaba otro niño, esta vez de ella, pues sus rasgadas vestiduras no alcanzaban a esconder el crecimiento de su vientre. Y todos dijeron:
—Vaya; el Señor sea con vosotros; ahora sí que tendréis hijo propio, que bendiga vuestra casa.
Vivían en un solo cuarto detrás de unos altos arcos de piedra. Poca era la luz, altas y pequeñas las ventanas, y cubiertas de papel aceitado; poca luz y mucho olor despedía la mecha de algodón que flotaba en una jofaina de aceite de pescado, pero quemaba largamente.
—Nos robamos al niño, le dijo Ludovico a Celestina, pero Felipe nos robó nuestras vidas.
Los doctores de la sinagoga del Tránsito llegaron a verle, y casi todos se encogieron de hombros, y dijeron no comprender estas anomalías de los seis dedos en cada pie y la cruz en la espalda. Pero uno de ellos guardó un grave silencio, y un día buscó a Ludovico y habló con él. Así supo que el estudiante traducía con facilidad el latín, el hebreo y el arábigo, y le llevó consigo a la sinagoga, y allí le encomendó varios trabajos.
—Lee; traduce; hemos salvado muchos pliegos que de Roma viajaron a la gran biblioteca de Alejandría y de allí, salvados de las grandes destrucciones durante la guerra civil bajo Aureliano y más tarde del incendio cristiano, fueron traídos a España por sabios hebreos y arábigos, salvados aquí también de bárbaros godos y celosamente guardados por nosotros, pues las distintas fes se alimentan de una común sabiduría. No sé cuál sea la tuya, ni te interrogo al respecto. Hijos del libro somos todos, judíos, moros y cristianos, y sólo si aceptamos esta verdad viviremos en paz unos con otros. Lee; traduce; vence tus propios prejuicios, que todo hombre los tiene; piensa que muchos hombres vivieron antes que nosotros; no podemos despreciar su inteligencia sin mutilar la nuestra. Lee; traduce; encuentra por ti mismo lo que yo sé y no te diré, pues mayor será tu alegría si llegas a saber quemándote las pestañas, y sólo así, acaso, sabrás algo que mi vejez no supo.
Era este doctor un letrado judío de avanzada edad y luenga barba blanca, tocado siempre con un gorro negro y vestido con una negra túnica cuyas telas se reunían, drapeadas, bajo una estrella de plata que él usaba sobre el pecho; y en el centro de esta estrella estaba inscrito y realzado el número uno.