Los rumores

Alguaciles y capellanes, monjes y botelleros, Julián y Toribio, Guzmán y el Comendador, los alabarderos rodeando a los tres prisioneros, el joven peregrino, el flautista ciego, la muchacha de labios tatuados vestida de paje, las monjas revoloteando detrás de la celosía, el obispo y su acompañante el monje de la orden de los agustinos, las fregonas ocultas detrás de las columnatas, los monteros, parciales de Guzmán, huyendo, murmurando, perdidos en el asombro, la duda, la burla, la sordera, la credulidad, la incomprensión, el miedo, la indiferencia, huyendo, ligeros, de la vecindad de la recámara del Señor, ¿lograste oír algo?, yo no, ¿y tú?, tampoco, ¿qué dijeron?, nada, pura fantasía, ¿qué dijeron?, nada, pura mentira, tierras de oro, tierras de ídolos, playas de perlas, sangre, sacrificios, infieles, enseñarles la verdad, los evangelios, bárbaras naciones, exterminarlos a sangre y fuego, idólatras, puñetas, sueños, mentiras, ni una prueba, no logró traerse ni una pepita áurea, joder, jodieron, dos hombres, maricones, que no, mujer disfrazada, y un viejo flautista, y un joven marinero, todos en una cama, joder, babilón, date a placer, morirás viejo; juegos pendencias y amores igualan a todos los hombres, locos, mentiras, líbrenos Dios de locos en lugar estrecho, pero en este palacio, ¿eh?, fantasías, tesoro de duende, Dios Nuestro Señor, ¿qué pasó, Madre Milagros?, nada, hijitas, nada, la fe a prueba, otra vez, siempre, desángrase la cristiandad, a batallar contra infieles, el cuerpo de Cristo, el potro de la cruz, la redención de los pecados, alabado, alabado, alabado sea; huyendo como ratillas entre las suntuosas tumbas de los antepasados, pisoteando sin darse cuenta el bulto del mutilado cuerpo de la llamada Dama Loca, evitando la vedada escalera que conduce al llano, evitando mirar el extraño cuadro traído, dícese, de Orvieto, abandonando en la helada capilla a sus solitarios habitantes, el cadáver de la Dama Loca, Don Juan, estatua de sí mismo, descansando sobre una tumba, y en otra sepulto, por propia voluntad, el príncipe bobo, y cerca de él, escondida, lloriqueando, conteniendo la rabia, la enana carcavera y pedorra, otra vez por los túneles y patios, galerías y cocinas, establos y pasillos, alcobas y mazmorras, el rumor.

«Existe un mundo nuevo, más allá del mar»

—¿Qué pruebas hay?; ninguna; enredada fábula hemos escuchado y pura leyenda es, sueño, imaginación, delirio, peligro, pues ese peregrino de todos los diablos anda concertado con otros dos, sus gemelos, y uno de éstos ha sentado sus reales en la alcoba de la Señora, y el tercero metido anda con la chusma levantisca de los talleres; —Calma, don Guzmán, y beba usted; gracias por traerme a esta muda refrescante y sombreada; y gracias, sobre todo, por comunicarme mi nombramiento de Comendador; compláceme celebrarlo con usted aquí, en este lugar de trabajo, y no en lugar de lujo y holganza, pues así conviene a nuestros propósitos, que son los del ascenso en virtud del mérito, y sin olvidar nunca nuestros bajos orígenes y duros afanes, ¿cierto, señor sotamontero?; —Yo soy hijo de algo, yo, Guzmán;

—Peor, peor; si habéis descendido, con mayor energía debéis ascender…

«Existe un mundo nuevo, del otro lado del mar»

nononono, España cabe en España, ni una pulgada más de tierra, todo aquí, todo dentro de mi palacio, alíviame, Señor Mío, Dios y Hombre Verdadero, mírame postrado de vuelta ante tu altar de misterios, óyeme esta vez, contéstame esta vez, asegúrame que cuanto existe en la materia y el alma del mundo ya está contenido en este mí palacio, la razón de mi vida, la duplicación de cuanto existe, encerrado aquí, conmigo, para siempre, yo el último, yo sin descendencia, aquí en este reducido espacio, aquí a mi mano, todo, todo, todo, no en una extensión sin límite, inalcanzable, multiplicada, el mundo se me escapa de las manos, vida breve, gloria eterna, mundo inmóvil, aquí, no me cabe una idea más, un terror más, una alegría más, un desafío más, todo, aquí, todo cercado por los muros de mi mausoleo, aquí el lujo, aquí el duelo, aquí la guerra del alma, el arte, fray Julián, la ciencia, fray Toribio, el poder, Guzmán, el honor, Madre mía, la perversión, el juego y el placer, Señora mía, el amor, Inés, tu propio proyecto de salud eterna y redención humana. Cristo Salvador, aquí, ubicado, fijado, contenido, comprensible, destilado en sus esencias finales, aquí el bien, y el mal, y el juicio final de cuanto es, ¿no promuevo así tus obras, con mi razón?, todo aquí, hasta el final, hasta que al consumarlos nos consumamos y mi proyecto se cumpla: seremos los únicos y los últimos, lo habremos tenido todo, en este escenario tendrá lugar el acto final, para que todo se resuelva, todo sea comprensible, extínganse las ambiciones, las guerras, las lujurias, las dudas, las ofensas, los crímenes, sépase aquí, de una vez por todas, quiénes serán condenados y quiénes salvados, cuál es la cara de los hombres y cuál el divino rostro, una vida, Dios mío, una vida entera dedicada a adelgazar las premuras, fatigas y locuras del hombre, encerrarlas aquí, aquí darles todas sus oportunidades, hasta agotarlas y así, apresurar el acto final del mundo: el juicio de su Soberanía, la aclaración de todos los misterios, la certidumbre de que hemos alcanzado tu reino en el cielo, para siempre, pues la tierra habrá cesado de existir, nunca más se representarán en ella las burlas y tragedias de los hombres, todo será cielo o infierno, sin la maldita etapa intermedia de la vida en la tierra, y esto será porque nadie podrá ofrecernos un don superior a nuestra extinción, a nuestra propia ofrenda de cuanto existe y existe por última vez, para culminar aquí, conmigo, con nosotros, no en el ancho y espantable azar de un mundo nuevo donde todo pueda comenzar de nuevo, nononono…

«Existe un mundo nuevo…»

—¿Por qué no, fray Julián?; si todos los cuerpos del cielo son esferas, no será la tierra excepción, y podrá ser circulada de oriente a occidente y de poniente a levante, llegándose siempre al mismo punto de partida; —Te entiendo, hermano Toribio, mas no es eso lo que me espanta, sino otras cosas; —Di; —Si el mundo nuevo descrito por ese muchacho y el nuevo universo por ti descrito son reales, entonces son inmensos y fatalmente empequeñecen a los hombres y al Dios que los creó; —Dios no necesita recompensas ni excusas ni engrandecimientos, Julián, pues si es, Él lo es todo; —Pero el hombre, Toribio, el hombre; —Ahora nos toca engrandecerle y envanecerle con el arte y la filosofía y la ciencia del hombre: no nos empequeñecerán la materia y el espacio nuevos, hermano, no nos vencerán; —El alma, Toribio; —La soberbia, Julián, no temas a la soberbia humana; —Se nos va el alma, se nos cuela, pronto, haz por tapar ese hoyo…

«Allende el océano»

—Los hilos se me escapan de las manos, el azar disuelve mis proyectos, ¿cómo iba a prever lo que este náufrago había de contarnos?, ¿qué consecuencias tendrá en el ánimo del Señor?, pruebas, pruebas, necesito pruebas…; —¿Una máscara de plumas?; —Bah; este mozo ha hablado de fabulosas riquezas, cuartos tapizados de oro y plata, ricos adornos, playas cuajadas de perlas; quisiera ver con mis propios ojos la más diminuta pepita de oro, el más turbio y corcovado de los aljófares: nada, nada ha traído consigo, ni la menor prueba, nada sino un espejillo, unas tijeras y una máscara como puede fabricarla cualquier artesano oriental, ¡nada!, ¡no creo…!

«Existe…»

—¿Palacios de oro, templos de jade, orejeras de bronce, dices, Lolilla?; —Sí mi Ama, y playas donde crecen perlas, y todo cuanto puedan desear, en sus sueños, las más bajas fregonas cual nosotras o las más altas Damas cual vuesa merced; —Oh, Lolilla, Azucena, esta tarde lo soñé, de lejos me llega siempre el placer, todo lo que es gusto nos llegó de Oriente, antes no lo teníamos aquí, ¿qué placeres no guardarán estas nuevas tierras donde estuvo, dices, un muchacho rubio, con una cruz en la espalda y seis dedos en cada pie?, oh mis fieles, oh mis parciales, oh mis fregoncillas, y son tres, tres hombres distintos aunque iguales entre sí, ay Don Juan del alma mía, ya sé dónde buscarte, no eres único, te lo dije, nunca podrás escapar, siempre te volveré a encontrar, ay mi amo verdadero, mur, así me recompensas, me revelas la nueva tierra y sus placeres, el mundo nuevo de donde salieron mi amante, mis amantes, clavo ardiente, jugosa naranja, suave damasco, ay mi hombrecito, ay mi mandràgora, así te manifiestas ya, así empiezas a revelarme el lugar de los tesoros, eres fiel a tu leyenda; miradlo, Azucena, Lolilla, mirad lo que había enterrado en mi arena; —¡Ay, la culebra!; —No, sino su antídoto: la mandrágora; —¡Ay, el nabo pegajoso, la babeante raíz!; —No, sino el hombrecillo de los secretos; mirad cómo se anima su faz, conviértense en ojos las cerezas, en cabellera el pan, en boca el rábano; aparecióse él; llegóme la nueva de la tierra nueva y sus tesoros; todo concurre; mis prisiones se derrumban; ábrense los caminos de Indias, ingreso al Oriente, ay que sueño, ay que delirio, ay que mis plantas toquen esas tierras lejanas, donde todos los hombres son tú, Juan, pues si idénticos son ustedes tres entre sí, idénticos deben ser a todos los hombres del nuevo mundo, y mi placer no tendrá fin…

«Un mundo…»

—Levantáos, Sire, de esa postura inconveniente, que ésta no es hora de penitencias y quejumbres, sino de acciones por la salvación de las almas, que tarea más urgente no nos encomendó el Redentor, que por redimir las nuestras murió, que mucho hagamos por llevar la luz del Evangelio a las afligidas naciones que este joven peregrino, si verdad dice, ha dicho; —¿Quién sois, por Dios?, decídmelo vos, señor obispo, quién es este hombre que os acompaña, nunca le he visto antes, y no quiero ver nada nuevo aquí, ni cosa ni persona y menos a este ser que me habéis traído, un diablo, un demonio, el anticristo, haced por reconocerle, eso me dijo el Dulcísimo Jesús, haced por reconocerle, en ello os va la vida, y creo que éste es; —Calma, Señor, calma, es sólo el inquisidor de Teruel; —Un diablo, os digo, mirad su mirada roja, mirad cómo se le pega la piel al hueso, que el hueso es la piel y la apariencia de calavera; —Sire: debo obediencia a Vos y a mi orden, que es la del Santo Agustín, he sido profesor de teología, defensor de la fe, denunciador de herejes y, por todo ello, he sucedido en su posición al viejo inquisidor de Teruel y he seguido con admiración vuestra conducta admirable al preparar tan astuta trampa contra los heresiarcas de vuestros dominios, entregándoles a manos de vuestro padre que gloria haya después de exponer la vida uniéndoos a ellos; he celebrado vuestro celo en las campañas contra cataros pertinaces, valdenses redomados y sus deformes hijastros del norte, los adamitas de Flandes; grandes y buenas acciones todas, pero más completas fuesen si os hubiéseis valido de vuestro natural aliado, el brazo eclesiástico: no termina de erradicarse el error en Europa, y ya os veis frente a otra gigantesca empresa: la de evangelizar a las salvajes naciones de ese mundo nuevo, si existe, llevarles la luz de la fe y reconquistarlas para Cristo Rey y habiéndolo hecho, la tarea, no menor, de extirpar la idolatría pagana y proteger a la nueva fe, la nuestra, contra los peligros de la reincidencia en bárbaros y nefandos tratos, como los que hoy aquí se expusieron; —Sí, sí, eso siempre lo dije, eso siempre lo juré, guerra a la idolatría, eso nunca lo puse en duda; —Diríase, Sire, que de algo habéis dudado; —Nononono; —Levantaos, Sire, tomad mis manos, mirad conmigo al Dulcísimo Jesús en el altar de la Eucaristía y conmigo pensad que vuestras obligaciones se multiplican; —Nononono; —Que si el nuevo mundo existe deberéis cobrarlo para Vos, vuestra Hacienda y vuestra Fe; —Nononono; —Y que si este y aquel inundo han de ser gobernables, la misma rigorosa ley deberá regir para todos, los de allá y los de acá; no debe haber, acá o allá, vasallo por más independiente de vuestra potestad que no merezca trato de súbdito inmediato y ser sujeto a vuestros mandatos, censuras, multas y cárceles; mirad, Señor, con qué concierto se manifiestan las razones de Dios: podéis, de un golpe, someter toda disidencia, las leyes contra moros y judíos extiéndeme a idólatras, y las leyes contra éstos, aplícanse igualmente a aquéllos; paguen los hijos los delitos de los padres, ¿pues no manchó la sangre del Crucificado, para siempre, la estirpe de sus verdugos?, permanezca en secreto el acusador, ¿pues debe dar razón de sus actos quien obra en nombre de Dios?, ni se enfrenten nunca acusador y acusado, ¿pues enfrentaríais a vulgar reo con el Supremo Hacedor?, ni haya publicación de testigos, ¿pues confundiríase a quienes venden su alma al diablo con quienes se la venden a Dios?; y así, hágase pesquisa de todos, hasta que todos tengan miedo hasta de oír y hablar entre sí: cautívese el entendimiento a las cosas de la Fe; e impóngase, en fin, acá y allá, silencio a todos, pues por el menor resquicio pretextado de ciencia o poesía, cuélanse las heterodoxias, los errores, las taras judaicas, arábigas e idolátricas. Sire: haced lo que queráis con las riquezas que esos nuevos territorios escondan. Pero hacedlo en nombre de la Fe, pues si no, habréis ganado el mundo, mas perdido vuestra alma, y ¿de qué os valdrá haber ganado el mundo…?

«Nuevo»

—Oh mi señor don Guzmán, excelente es la duda cuando se trata de certificar lo que ya poseemos, mas puede ser nefasta si nos impide ir en pos de lo que carecemos; —¿Serás tan cascafrenos de tragarte esa sarta de embustes?; —No, sino que tendré la prudencia, sin ilusiones, de someter cuanto he escuchado a duras pruebas: las mismas que usted exige; mas ved las cosas a mi modo, don Guzmán; si el nuevo mundo no existe, nada habremos perdido; mas si, por casualidad, existiera, todo lo ganaremos; ah, mi querido amigo; yo no volveré a dormir tranquilo pensando que las riquezas enumeradas por ese joven viajero puedan existir, y esperar durante siglos, desperdiciadas, sin que mi mano las tome y encauce a su verdadero propósito, que no es el adorno de ídolos, sino el comercio, las artes, la prosperidad, el cambio… ¿Se apercibió usted de la sencillez con que se despojan esos naturales de sus alhajas a cambio de un espejo o unas tijeras? Mi señor don Guzmán: estos viejos ojos y estas débiles orejas no han visto ni entendido mejor negocio…

«Más allá»

—Azucena, Lolilia, si les digo que cuanto cuelga, sabe y huele viene de otra parte, hasta el rosario de las devociones, que viene de Siria, oh, yo lo desgranaré, yo lo tendré todo, guiada por mi hombrecico, fuera de aquí, lejos de este maldito claustro de la muerte, yo renazco, yo vivo, yo que sólo he anhelado un jardín de jazmines y mosquetes, yo que sólo he pedido que vengan los pastores con sus flautas y rebaños debajo de mis ventanas, yo que llegué de la brumosa Anglia en busca de la tierra del sol y sus naranjos, y en vez me encontré con un llano de jaramagos, mi carne punzada por las ortigas y los cardos, ahora tendré el más vasto jardín del mundo a mis pies, la tierra libre, la tierra nueva, sin las cargas y crímenes y prohibiciones de esta maldita meseta a donde me mandaron mis tíos ingleses, oh, Don Juan, el placer será de todos o de nadie, en la tierra libre la mujer, para serlo, no deberá vender su alma al diablo, oh, le ganaré al mismo demonio, le venderé mi alma por segunda vez, al cabo él lleva mal las cuentas, tal es su afán de adueñarse de las almas, que las compra una y dos y mil veces, engañaré al mismísimo coletudo, pues si al cabo, fregonas, estoy condenada, ¿qué pierdo?, y si engañándole, gano, gano nada menos que una segunda oportunidad: una segunda vida, en la segunda tierra, oh mis fregoncitas del alma mías, qué felicidad me habéis dado; —Ama, ama, recuerda que el diablo se niega a venir, a pesar de vuestras pociones y encantamientos y palabrejas, ya lo hemos probado todo, no pasa nada, dónde está el diablo, que no ha de ser este retacillo de hombre, esta raíz babeante, que a nadie inspira pavor, sino asco, y que mejor destino no tendría que hacer pareja con la zumbona Barbarica; —Ya lo sé, Azucena, Lolilla, va lo sé, ahora sí que lo sé, ya sé dónde anda el diablo…

«Del océano»

fuera, fuera, lejos de mi capilla, mi escondrijo de oruga, quédense con todo, el palacio, el servicio, la tierra, todo menos este lugar, mis muertos, mis escaleras, mi cuadro, mi alcoba, mi nido, mi angustia, exterminar la idolatría, sí, lo prometí, se lo dicté a Guzmán, y lo que está escrito, permanece y es, pero cómo iba a saber que había más paganos en el mundo, el mundo estaba ceñido, sus fronteras circunscritas, acorralados, vencidos, conocidos los herejes e idólatras, sí, mueran los idólatras por mi mano y me será perdonado el perdón que otorgué a los herejes, el verdadero perdón, no el de mis actos evanescentes en campos de Flandes, sino el de mis palabras eternas en este claustro final: ¿quién recordará un solo acto que no haya quedado escrito?, ¿será la necesidad de exterminar idólatras en el mundo nuevo el precio para perdonar herejes en el mundo viejo?, pero ese agustino, ese hombre con cabeza de calavera, acaba de decirme lo contrario, la misma ley para todos, exterminio para todos, judíos, árabes, idólatras, herejes, y si no es así, ¿deberá ser de la manera exactamente opuesta?, ¿perdón para todos, los de allá y los de acá?, oh, nononono, nada salvaré así, si el mundo nuevo existe, debe ser destruido, porque jamás he escuchado razón que tan ferozmente se burle de la mía: un mundo, dijo ese muchacho, un mundo en el que el orden natural debe ser recreado cada día, pues su vida depende del sol y la noche y el sacrificio; un mundo que perece con cada crepúsculo y debe ser reconstruido cada aurora; nononono; el fin de mi mundo, fijado para siempre, para siempre ordenado por el poder el crimen la herencia mi mundo igual a mi palacio el nuevo mundo lo más disimilar: lo otro, lo incomprensible, lo proliferante, flor de un día, muerte cada noche, resurrección cada mañana, lo mismo que vi en el espejo al ascender las escaleras, todo cambia, nada muere totalmente, nada se desperdicia, todo resucita transformado, todo se alimenta de todo, la extinción es imposible, todo se repite, oh mis teoremas, oh mis filosofías, quedaría desnudo, vencido, en verdad vencido, pues cuanto yo ofrezco al mundo para que el mundo diga no puedo pagarte, has ganado, tu extinción es mi derrota, yo seguiré viviendo, tú has logrado extinguirte, me has matado pues al morir tú yo muero para ti, pues al morir tú nada puedo convocar que tu lugar ocupe, nada es si ahora un vil mozo me ofrece un mundo entero, un nuevo mundo, Dios mío, ¿con qué pagaría yo semejante ofrenda, con que retribuiría don semejante?, ¿con qué llenaría el espacio del mundo nuevo?, ¿cuántos crímenes, amores, afanes, batallas, persecuciones, sueños y pesadillas no debería vivir de vuelta antes de poder llegar, otra vez, a esta concentración de temblorosa aguja que es mi existir entero? Oh Señor mío que me escuchas, dime por fin la verdad: ¿si conquisto al mundo nuevo, no lo conquistaré, seré conquistado?

«Del otro lado»

—Puesto que el hombre ha observado el orden de los cielos, Toribio, cuándo se mueven, hacia dónde se dirigen y con qué medidas, y lo que producen, ¿podrías negar que el hombre posee, por así decirlo, un genio comparable al del autor de los cielos?; —No, Julián, me limitaría a decir que de alguna manera, el hombre podría fabricar los cielos, si sólo pudiese obtener los instrumentos y los materiales divinos; —Yo me contentaría con fabricar un mundo nuevo con materiales humanos; —No lo dudes, fratre, pues todo es posible, nada debe ser desechado, la naturaleza y en particular la naturaleza humana contiene todos y cada uno de los niveles de lo existente, desde lo divino hasta lo diabólico, desde lo bestial hasta lo místico; nada es increíble; las posibilidades que negamos son sólo las posibilidades que desconocemos …

«Del mar»

—¿Negocio para quién, vejete? Yo te lo diré: para el Señor, para su caudal, que no para el nuestro, y así este mundo nuevo, una vez más, aplazará nuestro seguro ascenso, y a potestad señorial, con más vigor que antes, seguirá ciñiéndonos; —Ay don Guzmán, ¿tanto des-confías de mis argucias?; mira alrededor tuyo; mira a los príncipes, los monjes, el palacio, mira a la religión misma; ¿cuál es su sello común?; la improductividad; pues así como los monjes no producen hijos, el Señor no produce riqueza; no puede, es contrario a la razón más profunda de su existir; si cuanto de él sé por mi cuenta y cuanto de él tú me has contado, cierto es, entonces cierto es también que su rango, su poder, su culto, no dependen de la adquisición sino de la pérdida; la dinastía del Señor confunde honor con pérdida, gloria con pérdida, rango con pérdida, poder con pérdida, como la urraca que, sin provecho para nadie, roba y esconde en estéril nido cuanto brilla ante su mirada; mirad de cerca, don Guzmán, reflexionad seriamente sobre cuanto hemos oído y lo que ahora os digo, y encontraréis una espantable semejanza entre las razones que animan al Señor y las que rigen la vida del mundo nuevo: el poder es un desafío fundado en la ofrenda de algo para lo cual no existe contrapartida posible; desafío, digo, pues mayor es el poder de quien acaba por tener algo que nada es; al cabo, la pérdida; al cabo, la muerte; al cabo, el sacrificio: sacrificio, muerte y pérdida de los demás, mientras ello es posible: y si resulta imposible, entonces sacrificio, muerte y pérdida de uno mismo. Mi solución es muy sencilla; a estas prácticas negativas opongo la muy positiva tarea de cambiar para adquirir; a la pérdida, opongo la adquisición. ¿Quiere el Señor terminar su palacio de la muerte?; habéis visto que debió acudir a mí para un préstamo; ¿quiere enviar una expedición a cerciorarse de la existencia o inexistencia de un mundo nuevo?; deberá acudir a nosotros, los armadores, los comerciantes de víveres, los fabricantes de armas; ¿quiere colonizar tierras nuevas?; deberá acudir a hombres como usted, don Guzmán, y a toda la ralea de este palacio, y a los picaros de las ciudades, y a los nobles empobrecidos; el mundo nuevo será nuestro, de nuestros brazos y de nuestras cabezas, y seremos pagados por nuestros esfuerzos con el oro y las perlas que pasarán de manos de los naturales a las nuestras, que bien nos cuidaremos de reservarle un quinto real al Señor, y de cobrarle anticipadamente sus deudas, y de contentarle, y de engañarle; sí; —Bah, tú también sueñas, vejestorio; en malahora te abrí las puertas de este palacio; sueñas; exista o no ese mundo nuevo, el Señor ha decretado su inexistencia; tú lo oíste; —Un papel no detendrá a la historia; —Él así lo cree; sólo existe lo que queda escrito; —Con papel le venceremos, pues; encuéntreme usted pluma, tinta y pergaminos, y esta misma noche saldrán mis cartas a asentistas y navegantes de Genova y Oporto, Amberes y Danzigo; el rumor se esparcirá…

«Existe»

—El diablo, sí, Azucena, Lolilla, el diablo existe, lo sé, mas no en un solo cuerpo, el de un sabio y royente y pelraso mur, ni en dos, el del ratón que se le metió en las carnes a Don Juan y así lo animó, no, mirad, mis dueñas, mirad ese cuerpo de retazos reales que con alcoraque y goma arábiga he formado sobre mi lecho, miradlo, los ojos de uno, la canilla de otra, las orejas de éste, las manos de aquélla, igual es el diablo, ya lo conozco, es un alma, vive aquí, con nosotras, componedlo como yo compuse este cuerpo monstruoso: componed el alma del diablo con parcelas del alma del Señor, su Madre, la enana, Guzmán, Julián, el fraile estrellero, el Cronista, los obreros, Don Juan, el bobo, este peregrino del cual me habláis, la hembra de los labios tatuados, el ciego flautista de Aragón, vos mismas, yo misma: juntad vuestras almas, revolvedlas en olla alumbrada, y sin necesidad de añadir benjuí o acíbar, conoceréis el alma del diablo; —Su pasión, su sueño; —¡Ay mi ama! ¿Quién habló?; —Su terror, su cólera, su mortalidad, su inocencia; —¡Ay que me zurro del miedo!; —Su gula, su rebelión, su anhelo, su miseria, su necedad, su sabiduría; —¡Ay la voz de ultratumba, Lolilla!; —¡Ay que las arenas hablan, Azucena!; —Su insatisfacción, su servidumbre, su grandeza; —Óiganlo, mis fregoncitas, habla, óiganlo, él sabe; —Su afán de dejar huella de su paso por el mundo; pobrecito, todo esto es el diablo; —Habla, fregonas, el rábano convirtióse en boca, habla mi hombrecillo; —Y por ser todo esto nosotros mismos, intenta seducirnos, pactar con nosotros, completarse con nosotros; —¡Ay que me viene la pasacólica!; —Jugar, amar, llorar, reír, combatir, soñar, herir, matar, morir y renacer con nosotros; —¡Ay guayosa de mí, que sabe hablar el nabito!; —Y nada de esto es Dios, sino perfección eterna, cualidad sin contradicción, unidad sin oposición; —¡Ay que habla el dominguillo!; —Y por esto, amándonos, nos odia; —¡Ay que me da la carcoma!; —Y por esto, convocándonos, nos desdeña; —¡Ay puta injuina de mí, ver para creer!; —Dios nos pide ir hacia él, el diablo viene a nosotros: es nosotros, nuestro más ferviente, secreto y compasivo aliado; —¡Ay Azucena!; —¡Ay Lolilla!; —¡Ay Santo Tomás!; —¡Ver para creer!

«Un mundo»

mi marido, mi rey, sal ya, no te escondas, mira que ya se fueron todos, ya no queda nadie más que yo, tu Barbarica, tu reinecita, tu retacito de hembra, no me sigas negando tu dinguilindón sabroso, sal de tu escondite, no me estropees mi noche de bodas, ¿dónde te me fuiste?, ven, regresa a mí, mira que mucho sé para compensar mis defectos, mira que hondo y caliente es mi cufro, mira que mucho amor te tengo… y si no vienes a mí, maldito, que se te inflen las rodillas, se te enrojezcan los párpados, se te enverdezca la tez, se te pudra la sangre, se te caiga el tencón, y si te aventuras lejos sin mí, que todos te griten: «¡Maricón!»…

«Nuevo»

dímelo tú, azor, sañudo azor, mi bello halcón, ¿qué debo hacer? tú que eres mi único fiel, mi verdadero confesor y no ese fraile Julián que de tal hace las veces aquí, tú, azor, dímelo; cual topo he roído los cimientos del poder del Señor, con paciencia he preparado la intriga, de lejos me viene el rencor, no estoy con nadie, pero sé que del mucho desorden saldrá un nuevo orden, a mí favorable, sea cual sea el resultado, pues si triunfa el Señor, recordará en mí a un consejero prudente que a tiempo le hizo notar los peligros que le rodeaban, y si triunfan sus plurales enemigos —las ciudades, los mercaderes, los obreros— en mí reconocerán a un parcial que, desde adentro, preparó el camino para la rebelión, y a ella le abrió las puertas; no contaba con esta nueva: una tierra allende el gran océano, una segunda oportunidad para el Señor y su casa, Aún no, Aún no, ahora sí, ahora, si el señor extiende sus dominios, sobrevivirá, se adueñará de las fabulosas riquezas vistas por ese mozo, de nadie será deudor, y yo, nuevamente, ahora quizás para siempre, volveré a serlo de su ruin dinastía: Don Nadie; pero si ese mundo nuevo existe, azor, si el usurero tiene razón, entonces, ¿podría yo quedar fuera de la empresa de descubrirlo, conquistarlo y colonizarlo?, ¿me quedaría para siempre, ya sin oportunidades, al servicio del Señor, su fámulo, el aburrido escucha de sus necedades místicas, para siempre?, ¿otros ganarán la fama y la fortuna por las cuales tanto me he esforzado?, el nuevo mundo, el mundo nuevo, ¿quién lo ganará, si existe?, ¿este Señor sin arrestos, pusilánime, enfermo, cuyas plantas, lo juro, exista o no la tierra nueva, nunca la pisarán, nunca se expondrá su débil cuerpo a las fatigas y terrores del escorbuto, los sargazos, los leviatanes, las niguas, las fiebres, el combate cuerpo a cuerpo? El mundo nuevo, azor, gallardo azor, ¿sabrían ganarlo mis brazos, junto con todos los tesoros que encierra? ¿Guzmán, Don Nadie, el hombre nuevo, decidido, activo, aligerado de taras mórbidas y morbosas angustias, yo, una empresa a la altura de mi energía individual, yo, yo, yo? El mundo nuevo; si existiese, azor, ¿podría yo quedar fuera de él?; oh, azor, empiezo a creer que no sólo existe, sino que debe existir para mí, para la gente como yo, para demostrar allí, en esas selvas, esos mares, esos ríos, esas llanuras, esas montañas, esos templos, que el universo pertenecerá a la acción, y no a la contemplación, al esfuerzo, y no a la herencia, al azar, y no a la fatalidad, al progreso, y no a la fijeza; a mí, y no al Señor; oh mi falconcete, amigo mío, hermoso azor, ¿sueño yo también?, ¿derrotaré a Felipillo aquí y allá?; sí, obraré en su nombre, de palabra, y en el mío, de hecho; le escribiré largas cartas de relación, creerá que él es el soberano de las tierras que jamás conocerá, creerá en lo que queda escrito, oh azor, empiezo a arder en deseos de cruzar el gran mar, plantar mi espada en la ardiente ribera del nuevo mundo, quemar los templos, derrumbar los ídolos, sojuzgar a los idólatras: grandes hazañas nos esperan, azorcillo, pues tú viajarás conmigo, mi brazo será tu percha, y como tú vuelas, cual saeta, a trabar tu presa, así caeré yo, cual maldición, sobre los tesoros de las tierras nuevas; y entonces, azor, y entonces… ¿qué dijo ese peregrino?, una playa, una playa de perlas, con qué conquistar los favores de la dama más inalcanzable y fría, noble y desdeñosa, bañarla de perlas, de oro, de esmeraldas, hacerla mía, mis hazañas, la Señora, el mundo nuevo, conquistada la tierra, conquistada la mujer, azor…

«Aún No»

Barbarica, Barbarica, deja de lloriquear, ¿no me oyes, enanica?, ¿no me ves?, ¿sólo tienes ojos para esa tumba donde se encerró nuestro heredero?, ven a mí, tontuela, tu Ama te convoca, necesito tu ayuda, carezco de piernas y brazos, ven a mí, ahora que he vuelto a la vida, te necesito más que nunca, ¿por qué no me oyes?, ¿no te das cuenta?, yo ya estaba muerta, chiquitica, yo he acompañado, muerta, el cadáver de mi rey y señor por todos los caminos y monasterios de España, muerta llegué aquí, al mausoleo de mi hijo el rey, idiotas, las turbas, me hicieron caer del nicho, me pisotearon, tropel de mulas, creyeron que matándome me mataban, oh qué error, pequeñina, qué grande error, qué grave error, pues, ¿cómo ha de morir quien ya está muerta?, y estando muerta, ¿cómo no habría de revivir al ser asesinada?; ven, mi infantesca, vámonos las dos juntas, tenemos mucho que hacer, ¿no te lo dije siempre?, quizás al morir perdamos los cinco sentidos de la vida natural, pero ganemos el sexto sentido de la vida sobrenatural; ven a mí, recógeme, vamos a vivir de nuevo, vamos a empezar de nuevo, huelo la novedad, la huelo por todos lados, el mundo se ensancha, los imbéciles miran más allá, con ilusiones vanas, con grandes esperanzas, creen que podrán escaparse de nosotros, de nuestra ley: poder y pérdida, honor y sacrificio, nada, les venceremos, impondremos el reino de la nada donde ellos ponen los ojos de la esperanza, por cada paso que ellos den hacia adelante nosotros daremos dos hacia atrás, capturaremos el vuelo del porvenir en los hielos del pasado, deja ya a ese bobalicón en su tumba, abandónalo, te prometo cosas mejores. Barbarica, me las prometo a mí misma, ay: Nunca más me he de casar con marido que se me muera…

«Nondum»

—La piedra roja, el anillo de huesos, Guzmán, no puedo respirar, qué bueno que regresaste, me estaba asfixiando solo; —Beba, Señor, beba; —Hasta el agua se me hace pus en la garganta; —Se lo suplico: beba, y escúcheme; —Fiel Guzmán, ¿qué haría sin ti?, me has atendido, me has advertido, ¿sabrás ahora consolarme de algo peor que la locura o el desaliento: la pérdida de las razones que animan mi escaso existir y que, así, reúne locura y desaliento?; —Comprendo al Señor, pero no comparto su juicio, con perdón del Señor; —Guzmán, el mundo nuevo, un mundo nuevo para mí, para mi corona, yo que sólo pedí la reducción de cuanto existe al espacio de estas murallas y, dentro de ellas, la pronta extinción de mi persona y de mi casa; construí una necrópolis; me ofrecen un universo; el mundo nuevo no cabe en mis tumbas; —Señor: con grande respeto os digo que habéis triunfado; mirad las cosas de este modo: en ese mundo nuevo podéis duplicar y congelar el vuestro; —¿Qué dices?; —Algo muy sencillo, Sire: una vez me dijo usted que para que el cielo fuese verdaderamente cielo, el cielo no tendría cabida en la tierra; —Sí, te dije, me dije, construyamos el infierno en la tierra, para asegurar la necesidad de un cielo que nos compense del horror de nuestras vidas, merezcamos primero el infierno en la tierra, la tortura, la hoguera, liberemos primero las potencias del mal en la tierra a fin de merecer, algún día, la beatitud del cielo en el cielo; el cielo, Guzmán: olvidar para siempre que un día vivimos; —Y a Cristo Nuestro Señor dirigióse Vuesa Merced, y díjole…; —Los que intenten cambiar tu rostro, Dios mío, verán sus obras quemadas, derrumbadas, destruidas por la cólera y la piedad reunida de mis ejércitos; nunca más se levantarán nuevas Babilonias para deformar tu dulce efigie, mi Dios; —Señor: construya el infierno en el nuevo mundo; levante su necrópolis sobre los templos paganos; congele a España fuera de España; su triunfo será doble; no habrán visto los tiempos nada igual; nadie podrá superar vuestro don: el universo entero consagrado a la mortificación y a la muerte; nadie, Señor…; levántese vuestra razón de piedra y dolor sobre ambos mundos, el viejo y el nuevo; —El nuevo mundo. Guzmán; oíste a ese muchacho; un mundo que debe rehacerse cada día, al aparecer el sol; —Destruidlo, Sire, convertidlo en espejo de España: que cuantos en él se miren, miren la inmóvil piedra de la muerte, la estatua inmóvil, para siempre fija, de vuestra eterna gloria; —Amén, Guzmán, amén; —El nuevo mundo cabrá en vuestras tumbas…

«Plus Ultra»

esto temo, por encima de todo, hermano Toribio, que el mundo nuevo en verdad no sea tal, sino una terrible extensión del viejo mundo que aquí vivimos; ¿viste al Señor, viste cómo tembló cada vez que ese peregrino hizo notar las semejanzas entre los crímenes de allá y los de acá, las opresiones de allá y las de acá?; pues yo tiemblo también, fraile, aunque por razones distintas a las que azogan a nuestro soberano; el Señor quiere que su vida, su mundo, su experiencia toda sea única y final, una página definitiva, para siempre escrita, irrepetible; teme cuanto se desdobla y le arrebata ese sentido de culminación inapelable que es el suyo: cuanto él vivió, vivido fue para siempre, no sólo para él, no, sino para la especie misma: tal es el tamaño de su orgullosa voluntad de extinción: yo, en cambio, tiemblo porque temo que para vencer las tiranías del mundo nuevo las del viejo mundo se engrandezcan en fuerza y dimensión, alíense la codicia y la crueldad, y todo ello hágase en nombre de nuestra sacra Fe; crecen los poderes de Marte y de Mercurio; enmascárame con el rostro de Cristo; guerra, oro, evangelización: perderemos la oportunidad de extender al nuevo mundo el mundo nuevo que tú y yo, hermano, tan sigilosamente, hemos comenzado a fabricar con nuestros catalejos y pinceles, protegidos por las indiferentes penumbras de este palacio; teme, hermano; seremos vigilados, seremos perseguidos, cuanto te he advertido es cierto, seremos acusados, en la más inocua de nuestras preocupaciones será descubierto el error, la herejía, la tara judaica; así como en el mundo nuevo será destruido todo y en todo se verá la diabólica muestra de la idolatría, así como allá serán asesinados todos esos artesanos que dijo el peregrino, destruidas las obras de piedra y pluma y metal, fundido el oro, decapitadas las estatuas, todo signo del mal porque el mal es cuanto desconocemos y nos desconoce, así, aquí, seremos quemados tú y yo, hermano, y nada podremos hacer para defendernos, carecemos de la fuerza para rebelarnos, tu ciencia y mi arte detestan por igual el desorden y la opresión, anhelan un perfecto equilibrio de cuanto es necesario con cuanto es posible, del orden y la libertad; ay fratre, precaria es la armonía que precisamos, y al perderla, seremos a la vez víctimas y verdugos de la opresión, que sigue siendo orden, antes que serlo de la rebelión, que siempre significa desorden…

«Más allá»

Don Juan, Don Juan, ¿eres tú?, han descendido tal oscuridad y tales soledades sobre esta capilla, y sólo brillan las figuras de ese cuadro al fondo del altar, diríase que se mueven, que quisieran hablarnos, engaño es, como engañosa es la piedra con que tú te has revestido, te miré desde el coro, desde las celosías te divisé, recostado sobre la corona de una de las sepulturas, y te deseé de nuevo, mi amante, pero ahora, disfrazado de piedra, ¿cómo he de distinguirte, en la oscuridad, de las otras estatuas de los príncipes, señoras e infantes aquí representados?, iré de tumba en tumba, tocando las manos de todos los difuntos, besando los labios de todas las estatuas, hasta reconocerte, Juan, si te rescato de la piedra, si gracias a mis labios y mis manos te salvo de ser una estatua más en este panteón, eso me lo agradecerás, ¿verdad que sí?, eso merece una recompensa, ¿no?, yo te libraré del encantamiento de la piedra, tú me librarás del encantamiento de mi virgo nuevamente cerrado, Juan e Inés, Inés y Juan, nos desencantaremos el uno al otro, una noche más contigo, Juan, sólo eso pido, luego me recluiré para siempre, aquí, en el servicio monjil de este palacio a donde me trajo mi padre, ¿sabes?, para probar su fe, para que no quepa duda de la sinceridad de nuestra conversión, Juan, tú no sabes, yo sí, desde niña, no supe de otra cosa, cómo nos ordenaron llevar sobre los corazones un parche redondo de color amarillo, cómo nos nombraron cerdos, marranos, fuimos encerrados en las juderías, nos obligaron a ponernos ropas extrañas, nos forzaron a usar andrajos que atraían el desprecio sobre nosotros, y a los hombres les hicieron crecerse la barba y llevar el pelo largo, parecíamos seres dolientes, a todo el mundo se le notaba en la cara que pasaba hambre, nos obligaron a comer cerdo, hubo grandes matanzas, fueron totalmente arrasadas las juderías de Sevilla, Barcelona, Valencia y Toledo, y bajo nombre de devoción robaron con codicia nuestra hacienda, volvimos a ganarla, una y otra vez, esto me lo contó mi padre, prescindimos de nuestras ropas, ni siquiera nos atrevimos a conservar libros de oraciones en hebreo, no fuera a ser que un sirviente los encontrara por casualidad, ¿cómo no íbamos a renegar, a convertirnos todos, para sobrevivir? y convertidos, a recobrar desde la nada nuestra hacienda, en los oficios que los castellanos desprecian, pues de no cumplirlos nosotros nadie los haría, acusáronnos de buscar oficios holgados, de negarnos a cavar ni arar, mas lo que mi padre y los suyos hicieron, Juan, alguien debía hacerlo, aunque hacerlo nos delatase como judíos y gente vil; llegué tarde a mi hogar, viejo mi padre, muerta en el parto mi madre, tarde conocí estas historias, y apenas me hice mujer mi padre destinóme, como prueba de sincera confesión y fidelidad de cristiano nuevo, y esperanza de que se llegase a considerarnos, pasado el tiempo, cambiados los nombres, olvidadas las costumbres, como vieja cristiandad, a profesar votos y así, dijome, el día que vuelvan las persecuciones, que fatalmente habrán de volver, quizás yo va estaré muerto, o perseguido, sufriré, mas tú estarás a salvo, amparada por tu orden, oficio de fuego, oficio de tinieblas, entre las dos cosas debía elegir, oh Don Juan, beso tus labios de piedra, devuelvo la vida a tu estatua, Don Juan, entre los dos oficios, entre la persecución y el enclaustramiento, dame una sola noche más, sólo eso te pido, antes de resignarme a mi suerte, una noche más de amor, te toco, te beso, vuelves a ser carne, vuelves a ser mío, Don Juan, primero me desvirgó el Señor, ahora desvírgame tú, la segunda vez, Don Juan, y para siempre aceptaré mi destino: me casé con Cristo para poder amar a los hombres…

«Mudnon»

—Mirad las cosas como son, Señor; no os engañéis; y ved en mi atrevimiento prueba de la fidelidad que exigís a un perro, si pudiese hablar; —Tú tienes voz, Guzmán; —Y mi voz verdad os dice: mis monteros se mezclan entre la desasosegada ralea, la trápala murmuradora de los talleres y forjas, el descontento crece, algo se prepara, no sé con exactitud, pero aquello huele a gresca, debéis estar preparado, se suman los motivos del motín, el vergel destruido, el salario insuficiente, el contraste entre vuestro lujo y su miseria, las muertes accidentales, vos enterráis con pompa a vuestros muertos, ellos en la arena que les sofocó los abandonan, las viudas gimen, los crespones engalanan con burla la llanura, habéis previsto donaciones para los pobres de paso, mas nada para ellos, se preguntan quién os sucederá, desconfían de vuestra Dama extranjera, creen que al morir vos, ocupará vuestro solio ese bobo traído aquí por la señora vuestra madre, algo se trama; —¿Qué debo hacer, Guzmán?; —Lo mismo que de joven, Señor: abrirles las puertas, dejarlos entrar, acorralarles aquí, dentro del palacio, exterminarles; —Esta vez estarán precavidos; —La esperanza les ciega: nada se olvida más rápido que el pasado; nada se repite tanto como el pasado; —¿Otra vez?; —Esto es fatal, Señor; —Eso dices; mas tú no crees en la fatalidad; — Doy variados nombres a la acción; los medios justifican los medios; —¿Y el fin?; —Es sólo medio entre dos acciones que a su vez medio para otras son; —Guzmán: a ti te lo digo; de cuanto expuso ese pobre marinero, nada me impresionó tanto como esto: la muerte de los inocentes, en el nuevo mundo, es justificada por el orden mismo del cosmos; yo no tuve esa razón; cuántos sufrimientos me hubiese ahorrado; ¿recuerdas lo que dijo?; los pobladores del mundo nuevo están por igual dispuestos a honrar a la luz, si triunfa, o a la tiniebla, si vence; —Haced vuestra esa razón ahora, asimilad vuestras empresas, ya no sólo a la divinidad, sino a la naturaleza; —Lo has decidido, por ti, por mí, ¿verdad, Guzmán?, irás al nuevo mundo; — Seré simple soldado de las armadas del Señor, que son las del Dios evangelizador; —Guzmán, tú lo sabes, tú me lo dijiste, tú trajiste a ese vejete hasta aquí, me obligaste a contraer esa deuda, me sugeriste nombrarle comendador de la muy noble Orden de Calatrava: ¿con qué pagaremos las expediciones?; —Fin divino, medios humanos; ¿no os ha dado la solución el inquisidor de Teruel?: expulsad a los hebreos, Señor, adueñaos de sus riquezas, invocad la pureza de la sangre y la pureza de la fe, ambas peligran, portaremos al mundo nuevo la bandera inmaculada de Cristo Nuestro Señor, no deben colarse en la evangelización falsos conversos, falsos castellanos que nunca quisieron tomar oficios de labrador, ni andar por los campos criando ganados, ni los enseñaron a sus hijos, sino que todos han buscado oficios holgados, y modos de estar asentados ganando mucho con poco trabajo; y si no bastase lo que así reunáis para vuestro real peculio, pensad en las ciudades, Señor. os lo repito, allí se acumulan las riquezas, allí están los mercaderes y vendedores y arrendadores de alcabalas y ventas de achaques, y los hacedores de señores, y los oficiales, sastres, zapateros, curtidores, zurradores, tejedores, especieros, buhoneros, sederos, plateros, joyeros, físicos, tinterillos, médicos y oíros semejantes oficios; imponedles tributos exorbitantes, y negadles el amparo de fueros, justicias, tribunales, asambleas; mientras vuestros antepasados combatían a la morisma y perseguían al hebreo, mientras vos batallabais contra lejanos herejes y luego os encerrabais a construir vuestra necrópolis, los hombres de las ciudades gobernáronse solos, ganaron derechos, fueros, justicias particulares, reuniéronse en asambleas, practican audaces costumbres, hablan de la voluntad de todos, toman decisiones por mayoría de votos, niegan la razón de vuestra ordenación única e inapelable: imponed tributos, excluid justicia, bien os lo dijo el agustino de Teruel, la misma ley para los de acá y para los de allá, basta de veleidades, sometido el moro, expulsado el judío, doble la cerviz el hombre libre de los burgos, basta de contemplaciones, la empresa es demasiado grande, provechosa y santa; las acusaciones sobran, escogedlas: traidores, maricones, blasfemos, infanticidas, asesinos disfrazados de médicos, envenenadores, usureros, herejes, brujas, profanadores del Santo Espíritu; los métodos son los mismos, imponedlos: actuad por celo de la fe y la salvación de las almas, aunque actuéis en contra de muchos y verdaderos cristianos, aprovechando el testimonio de enemigos, rivales, simples envidiosos, sin pruebas de ninguna clase, encerradlos en prisiones eclesiásticas, torturadles, arrancadles confesión, condenadles como herejes y relapsos, privadlos de sus bienes y propiedades y entregadlos al brazo secular para ser ejecutados: fortaleceréis por igual nuestra santa Fe, nuestra unidad política y vuestras disminuidas arcas; —Guzmán, Guzmán, carezco de fuerzas, me pides reconstruir un reino y construir un nuevo mundo a su semejanza, yo sólo quería perderlo todo, yo quería culminar, tú quieres empezar de nuevo; —Dejadme obrar, Señor; firmad estos papeles, y yo actuaré en nombre vuestro, no os importunaré sino cuando sea indispensable, os lo juro, vuestra firma basta, seguid entregado a vuestras devociones, que todos conocen, y a vuestras pasiones, que todos desconocen: Inés, os la traeré de vuelta, Señor; —¿Inés? Calla, lacayo, Inés, nunca más, Inés, vendida por su padre, he pagado por una mujer, la deseo, lo admito, pero nunca más, Guzmán, nunca más, nunca toqué a la mujer que desde joven amé porque tal fue mi ideal caballeresco, nunca más tocaré a la mujer que amo, porque jamás pagaré los placeres de la carne: no toqué a la Señora, tomé a las aldeanas, tomé a Celestina, no tocaré a una mujer que me fue vendida a cambio de un préstamo y un título, no; —Otros las tocan, Sire; —Guzmán; calla…; —Queréis exorcizar al mundo ajeno a las murallas de este palacio; mas ese mundo ya se ha colado hasta aquí; conocéis a dos de los jóvenes hasta aquí llegados: el imbécil heredero con vuestra señora madre, el temible náufrago con la muchacha vestida de paje; —Los gemelos… la profecía… Rómulo y Remo… debiste advertirme… los usurpadores… los que fundan todo de nuevo…; —No, no los gemelos, sino los triates; un tercero…; —Calla, calla, atiéndeme, obedéceme; —Un tercero, Señor, debéis saber la verdad; un tercero, a los otros dos idéntico, y más temible que ellos, pues ha tocado lo tocable y lo intocable, acuéstase con Inés en las recámaras de la servidumbre, donde el Señor jamás ha entrado, acuéstase con la Señora en la alcoba de la Señora, donde el Señor tampoco ha entrado, este tercer mozo ha tocado el honor del Señor, su esposa y su amante, Señor, ambas amantes de este audaz burlador, Don Juan, que en sucesivas noches, además, ha saciado sus brutales apetitos con Sor Angustias, Sor Milagros, la enana Barbarica, las fregonas de palacio y, no lo dudéis, lo haría con vuestra propia madre, tal es su insaciable lujuria; —Oh, Guzmán, Guzmán, nononono, muy hondamente me has herido, Guzmán, ¿qué haré de ti?; —Os soy fiel; os digo la verdad, por desagradable que; —¿Debo recompensarte o castigarte?; —Estoy a los pies del Señor; —Creo que ya no tengo ánimos para ninguna de las dos cosas; construí este espacio para renunciar a la materia y consagrarme al espíritu; aquí exorcicé mi juventud, mi amor, mi crimen, mis batallas, mis dudas, para quedarme con mi sola alma, completa, libre, en vilo esperando su ascenso al paraíso; creo que ahora los hechos se precipitan, se cuelan por mil rendijas; tú abriste una de ellas, me trajiste a Inés, ¿debo castigarte o recompensarte?; los hechos se precipitan; creo que debo reservar mis escasas fuerzas para responder a uno solo de los mil desafíos que el mundo vuelve a proponerme, oré por un mundo inmóvil, agítase el mundo como Argos de mil ojos, todos esos ojos me miran, todos me convocan, todos me desafían; a uno sólo responderé; y seguramente ése, el hecho al cual debo contestar con toda la escasa fuerza que me sobra, no eres tú, ni lo que tú hagas, eterno lacayo, pobre Guzmán, pobre, te compadezco, tanto esfuerzo, tanta energía, tanta devoción, ¿para qué?, si nunca conocerás, como no lo conoció Boca negra, el instante de gloria, si ahora mismo, caprichosamente, como tú lo pides para judíos, herejes y hombres de los burgos, podría ordenar tu ejecución, la picota, el caballejo, el garrote, sin necesidad de explicar nada, quizás sólo diciendo, «Tenía rabia»; pobre Guzmán, has herido mi honor y yo te perdono; ¿no hiere eso el tuyo?; —¿El honor, Sire?; quisiera analizar ese concepto, que tanto invocamos en esta tierra y que tan poco se aviene con las empresas de la astucia y la ambición; —Ves, Guzmán, ves, quisieras descomponerlo, desmontarlo como si fuese reloj o grúa; no, Guzmán, quienes poseemos el honor sabemos que no es discutible o desmontable, el honor se tiene y se conoce sin explicaciones, y quienes quisieran explicarlo, jamás lo conocerán y jamás lo tendrán; y así, cuanto he dicho es cierto: no mereces que me ocupe de ti, Guzmán; —Ocupaos mejor, Sire, de estos papeles; firmadlos; —Lo haré, con gusto, fiel, pragmático Guzmán, porque en ellos veo actos que alejan al mundo de mí, me abandonan en esta recoleta soledad de mi alma; y si quieres que crea en cuanto me has dicho, traeme más papeles, Guzmán, en papel y con papel demostradme la realidad de cuanto has dicho sobre Inés y la Señora; —Así lo haré, Señor, en cuanto pueda; mientras tanto, ¿es tan poca vuestra curiosidad que…

«artlu sulp»

—Dices que el mundo es redondo, Toribio; te creo; ¿prueba ello que, redonda como lo es, la tierra contiene las tierras descritas por ese náufrago?; —No, de manera alguna; —¿Crees cuanto nos contó?; —Tampoco; quizás sólo lo soñó; —Y sin embargo, ¿saldrá España entera en busca de lo que quizás es sólo un sueño?; —Mucho oprobio contiene esta tierra, y una sola grandeza: creer en los sueños; —Gran locura, Toribio; —Enorme gloria, Julián…

«El gran Felipe, Señor

de España rey sublimado,

que la más parte del mundo

Dios en gobierno le ha dado…»

—¿Repetiste mis argumentos, esbirro?; —Con toda fidelidad, Vuecencia; —¿Firmó el Señor los papeles que te dicté?; —Aquí están, señor inquisidor; —¿La expulsión de los judíos?; —Firmado y lacrado; —¿La suspensión de fueros, justicias, cabildos y asambleas?; —Firmado y la; —¿Los tributos extraordinarios a las ciudades y los oficios burgueses?; —Firm…; —Dense a conocer en el acto; y sobre estos papeles fúndese la verdadera unidad de este reino, unidad del poder y la fe, unidad del poder y la riqueza; pues sólo sobre semejante poder, podrá, a la vez, someterse a nuestra voluntad el mundo nuevo, si existe; y si no existiera, sométase España, y basta; —Excelentes razones nos dio, sin sospecharlo, ese inocente viajero, Vuecencia; —Bien, bien, Guzmán; con acierto y prontitud has actuado; tómala para ti, toma esta taleguilla; cree en mi largueza…; —Señor inquisidor: con grande respeto os ruego dispensarme de recibirla…; —¿Qué quieres, entonces?; —Una promesa de vuestra parte: que se me tomará en cuenta, que podré encabezar expedición a las tierras nuevas, y allí probarme en el riesgo, y probar así mi lealtad a la corona y a la iglesia…; —Prometido, Don Nadie…

«Y así nuestro rey invicto

quiere estar siempre ocupado

en sembrar por todo el orbe

el Evangelio sagrado…»

pues bien, mi caro amigo, heme aquí de viejo gozando de nueva juventud, honores y, si obramos con discreción, fortuna luenga; no os podría escribir cuanto escuché, pues abundó el relato de ese joven navegante en fantasías evidentes y bárbaras teologías idolátricas, y los nombres que dijo resúltanme impronunciables, Mechicoño, Guzalgualt, Chipitetas, que son nombres de tierras e ídolos de allá; mas todo esto es secundario y sólo tres cosas son principales: existe una tierra nueva allende el océano; esta tierra es rica, no, opulenta; y se puede navegar hasta ella y regresar a Europa; escribo ya, como a vos en Génova, a nuestros amigos navegantes y asentistas del Mar del Norte, el Báltico y el Mediterráneo; debemos ser audaces y precavidos; las persecuciones que nuestra raza ha sufrido a manos de hispanos nos obligan a serlo; así veo las cosas: pasarán por alto, en la primera euforia de los descubrimientos, nuestro origen judío, pues los españoles deberán echar mano de lo que sólo nosotros les ofrecemos: el sostén del comercio, las infinitas naves cargadas de mercadería, con cuyos derechos, entradas y salidas se sustentarán las armadas; el trato de la mercancía y los arrendamientos de las reales rentas, y los asientos que se hagan fuera de España; mas una vez que el celo religioso se imponga a las consideraciones prácticas, no lo dudéis, caro Colombo, se volverán contra nosotros, recordarán nuestro origen, dudarán de la fidelidad de nuestra conversión, seremos perseguidos de nuevo, querrán, otra vez, como siempre, apoderarse de nuestra hacienda so pretexto de la pureza cristiana; estemos prevenidos: establezcamos nuestras casas principales en Flandes, en Inglaterra, en la Jutlandia, en los principados germanos, donde el impulso pragmático siempre será superior al celo religioso, para que llegado el momento, sólo mantengamos en España escasos factores y nos llevemos hacia el Norte la sustancia del Sur; estas empresas, y su mantenimiento a largo plazo, con los gastos de guerra y administración que suponen, costarán caro siempre; hagamos, vos y yo y todos los de nuestra profesión, porque las riquezas del nuevo mundo se empleen para pagar nuestros servicios, y aun falten, debiendo así endeudarse con los príncipes y capitanes, como sucedió durante las benditas Cruzadas, que de tal suerte nos favorecieron, convirtiéndonos en acreedores de esos atolondrados caballeros e incluso, caro Colombo, permitiendo deshacernos de hijos indisciplinados, y pasar por fieles cristianos, mediante el simple recurso de enviar a Palestina a vástago rebelde; cuidad al vuestro, caro amigo, que aunque testarudo y audaz, carece de discreción, y brilla en su mirada un fuego de incierta locura; la mía, hija tardana, profesa votos en este palacio desde donde os escribe, esta noche de julio, vuestro obedientísimo criado, segurísimo servidor y leal amigo, que besa vuestros pies, Gonzalo de Ulloa, Comendador de Calatrava…

«Y no más será Tule el fin del Orbe»

—Toma mi breviario, Guzmán; lee para mi reposo, se acaba esta jornada; —«Y para que muriendo seamos testigos fieles y leales de la infalible verdad que nuestro Dios dijo a los primeros padres, que pecando, ellos y todos sus descendientes moriríamos…» —Que pecando, que pecando…; —Así dice…; —No, Guzmán, no aceptes estas palabras, duda, duda, Guzmán, afirma que todo lo malo es hecho por nosotros, pero no nació con nosotros, pues nosotros nacimos sin más pecado que la capacidad para el bien y para el mal, y este nuestro pecado no es más que la libertad que igualmente nos asemeja y nos distingue de Dios, pues la suya es absoluta y la nuestra, triste, terrible, entrañable y tiernamente relativa; la libertad de Dios es atributo fatal, la libertad de los hombres es frágil promesa; pero fuimos concebidos sin vicio ni virtud, y antes de la actividad de nuestra personal voluntad no hay en nosotros sino lo que Dios almacenó en nosotros, para tentarnos, para probarnos, para condenarnos, para disminuimos frente a Él; las luces y las sombras del albedrío; escúchame, hermano Ludovico, perdido compañero de mi perdida juventud, escúchame y repite conmigo, dondequiera que estés: Adán fue creado mortal y hubiese muerto con o sin pecado; Dios jamás pudo concebir a un hombre inmortal; su infinito orgullo no hubiese tolerado el desafío; hubo hombres libres de pecado, hombres justos, antes de la venida de Cristo; Dios envió a Cristo para vengarse de la justicia, escasa pero cierta, de los hombres y para imponer el sentimiento de la culpa general: el redentor necesitaba redimir; pero los niños recién nacidos están tan libres de pecado como Adán al ser creado; la raza humana no pereció con la caída y muerte de Adán, ni se levantó con la tortura y resurrección de Cristo pues el hombre, siempre, puede vivir fuera del pecado si así lo desea, si así lo quiere; te amo, hermosa Inés, y no sé por qué amarte sería un pecado, sino porcjue más de mil años han fustigado mi carne y mi conciencia, doblándome al temor de la culpa que Cristo requiere para seguir prometiéndonos Su redención; te escucho, hermano Ludovico, te quiero como siempre y por fin te entiendo y repito tus palabras, las palabras que nunca nos dijimos porque fueron carne de nuestro encuentro a la orilla del mar, construyendo la barca del viejo Pedro para lanzarnos más allá del fin de la tierra, a buscar el principio de la tierra, la tierra anterior al pecado, la nueva fundación, la tierra nueva, ay de mí, Ludovico, imagen gemela de mi juventud, mi fuerza y mi aventura, ay de nosotros, que no habrá más tierra que ésta donde padecemos y lo perdemos todo; ¿los seguiría hoy a ustedes, al viejo Pedro que murió huyendo de mí, maldiciéndome, a ti, Ludovico, a ti, la embrujada muchacha, Celestina, al buen monje Simón, en esa aventura en busca del nuevo principio de todas las cosas?; humillóme, Ludovico, toco con la frente el frío suelo de esta alcoba y te digo que no lo sé, no lo sé, no lo sé, contigo creí que podría, creo que quería, soy que creí, y cuando estuve con Inés también; pero Dios ni quiere ni es; sólo puede, lo puede todo, ved nada más cómo ha determinado las cosas, unido y separado y vuelto a reunir nuestros destinos, pero de nada le sirve, pues ni quiere ni es: ni quiere ni es como ustedes y yo queremos y somos, ¿verdad hermano mío, verdad hermosa, suave, tibia muchacha, Inés, Celestina, verdad juventud perdida, verdad sueño compartido, perdido, olvidado, verdad imperdonable crimen mío?, debimos embarcarnos aquella tarde, en la playa, sobre la barca de Pedro, todos juntos, ustedes y yo, ¿verdad?, ustedes me perdonarían hoy, ustedes que quisieron y fueron mientras yo sólo les demostré, pequeño Dios de mi sombrío alcázar, que podía, podía, podía. Oh Ludovico, Pedro, Celestina, Simón… ¿en qué terminaron nuestras vidas, qué han hecho de nosotros la esperanza, el olvido, el tiempo?… a ustedes, no a Dios, debía pedirles perdón, y suplicarles a ustedes y no a la gloriosísima y purísima Virgen y Madre de Dios, abogada de pecadores y mía, que en la hora de mi muerte no me desamparen, sino que con el ángel de mi guarda y con San Miguel y San Gabriel y todos los otros ángeles del cielo, y con los bienaventurados San Juan Bautista, y San Pedro y San Pablo, San lago y San Andrés y San Juan Evangelista, San Felipe y San Bernardo, y San Francisco, San Diego, Santa Ana y Santa María Magdalena, mis abogados, y con todos los otros santos de la corte del cielo, me socorran y ayuden con su especial favor para que mi ánima por su intercesión y méritos de la pasión de Jesucristo Nuestro Señor, sea colocada en la gloria y bienaventuranza para que desde un principio fue creada. Amén, Guzmán, amén…; —Amén, Señor, y corred la cortina sobre vuestra existencia: el mundo corre, fatalmente, a su destino, y ese destino ya no es vuestro; —¿Qué haré contigo, Guzmán?; — Antes lo dijisteis: no merezco que os ocupéis de mí; —¿He de recompensarte, he de castigarte?; —Recompensa o castigo serían de mi fidelidad; —Me has mentido, Guzmán, crees saberlo todo, mientes, he estado en la alcoba de la Señora, he visto…; —Señor…; —Mi honor está intacto: veniales son las culpas de mi esposa: ha creado un rincón a imagen y semejanza del placer que desea; tú la acusaste de adúltera; —Os juro, Señor; —Tengo ojos, dijiste, tengo nariz, yo sé mirar, yo sé oler; —Trato de servir al Señor; si yerro, es porque soy hombre, y sin mala voluntad; —Ludovico, Celestina, mi juventud, mi amor, antes del crimen, mi proyecto se cumple, Guzmán, mi madre tiene razón, si no puedo culminar en la extinción, culminaré en el origen, regresaré a ese instan le privilegiado de mi vida, a esa playa, mis cuatro compañeros, renunciaré a mi heredad, mi poder, mi padre, Isabel, volverán a ser las seis de la tarde de un día de verano, en una playa, junto a una barca, nos embarcaremos, iremos al mundo nuevo, lo sonamos antes que nadie, lo pisaremos antes que nadie; —Deliráis, Sire, invocáis fantasmas, vuestros compañeros han muerto, están perdidos, nada son, se los ha tragado el tiempo, la peste, la locura; —Pobre Guzmán; mucho sabes de azores y alanos, mas nada de las cosas del corazón; anda, cierra el breviario, levántate, aparta el tapiz, di a los alabarderos que los suelten, déjalos entrar, entren ya, Ludovico, Celestina…

«Yo me era mora Moraima,

morilla de un bel catar.»

—¿Cantáis, Ama?; —Oh, Lolilla, ved a nuestra Ama alegre, vuelta a la vida, Ama, tu alegría nos contenta; — Canto, río, fregoncillas; —Mucho temimos por vos, Señora nuestra, al ver a vuestro marido, por primera vez, entrar a vuestra alcoba, sin tocar a la puerta, como buscando encontrar un…; —Mirad lo que encontró, mis dueñas; mirad a ese ser que yace sobre mi lecho, fabricado con los retazos que robé de los sepulcros; miradle como le miró el Señor, ¿es éste mi amante, esta momia, este monstruo?, sí, mi penitencia, Señor, mi prueba de lealtad a vuestros propósitos, Sire, el lujo oriental de una recámara y un cadáver en el lecho, mi compañía, Sire, la única que me habéis dejado, reflejo de vuestra fúnebre voluntad, el lujo habitado por la muerte, las obras de los sentidos sometidas al dominio de un cadáver, mirad cómo os entiendo, mirad cómo os sigo, mirad cómo me ciño a vuestros más íntimos mandatos, y ahora, Azucena, Lolilla, preparémonos para el gran viaje, todo ha concluido, prepara tú el baño con carbones calientes, el jabón más perfumado, Lolilla, limpia bien mi más lujoso traje, Azucena, ráspale bien las manchas de cera, el goteo de los cirios, báñenme, enjabónenme bien, toma el torche— cul, Lolilla, lávame bien mis partes, que no quede traza del olor de hombre en mis fondillos, ni gota de amor de hombre, mis perfumes, ese vestido, Azucena, el más descotado, que dícese son los ojos ventanas del alma y los descotes ventanas del infierno, y los guantes con joyas, y los zapatos muy apretados, para que el vulgo se pregunte cómo me los quito y pongo, y polvo de oro para mi cabellera, y desmontad los preciosos vidrios de mis ventanas, envolvedlos, que nadie más ha de mirar por esos cristales hacia un jardín inexistente: el jardín está más allá, en el otro mundo, y hacia él vamos; —¿Y esta verde botella sellada, mi Ama: algo contiene?; —Trájola Don Juan del mar; déjenla en la arena del piso; —¿Y el mostro, Señora, se quedará en vuestra cama?; —Oh, Azucena, Lolilla, mi hombrecito, todo lo sabe, todo lo entiende, él ya me dijo qué cosa haremos con mi real momia; tiempo habrá; preparaos; toma esa copa, Lolilla, esa de huevo de avestruz, llénala, dámela; —Beba, Señora; —Cante, Ama…