Noche del retorno

Largas horas pasaría la Señora, solitaria, en su alcoba, sin más compañía que la del ser por ella fabricado, inánime, a todos los ritos impermeable, a todas las convocaciones sordo, sin mirarlo, atenta solamente, sentada sobre alcatifas, almohadas y arambeles, jugueteando distraídamente con las arenas del piso de su rica alcoba arábiga, al goteo del atardecer en la meseta y la sierra, cerca de su ventana, adivinando, escuchando, imaginando el origen de los escasos, líquidos rumores de esta tierra llana, polvosa, aplacada, inhóspita: aguzaba el oído: distinguía el origen del agua en el silencio de la tarde castellana.

—Azucena, Lolilla, ¿dónde estáis? Cuántas horas solitarias. ¿Dónde se han ido todos?

Se imaginó por un instante, abandonada, sin más compañía que la del ser fabricado por sus brujerías. Se imaginó única dueña del palacio. Oh, regresarían los pastores, los cantos, los bailes, los baños, los placeres… Caen las horas como monedas de plata. Luz de oro: piedra dorada por el sol del poniente; pezuñas de cabra en la sierra; patas de toro en el llano; el agua invisible: goteras de las mazmorras, gotas negras, escurriendo por los muros; desagües de las canteras, en la sierra quejumbrosa y nevada; estrechos, escasos ríos, agua de piedra; tormenta vecina, acumulándose hacia el oriente, lejanos truenos, el agua…

No miraba hacia la figura yacente en el lecho.

Miraba por la ventana entreabierta, oliendo el anuncio de la lluvia, la tempestad de verano, el agua llegada de oriente, el gran baño de la tierra sucia que prohibía las abluciones, el desgaste por agua de las fuerzas indispensables para la guerra, la santidad, el tormento: el tamborileo creciente de las gotas sobre la tierra seca, los toldos de las fraguas y tabernas de la obra, las baldosas del palacio. Cada gota: un placer; no pidió más, no había solicitado estos amores, estos pactos diabólicos, estas negras artes: había pedido, nada más, un poco de alegría para sus sentidos.

Soñó, con la cabeza reclinada sobre el puño, con el oriente, las Indias, las Cruzadas; ella, una castellana en tiempos de las Cruzadas, descubriendo los placeres desconocidos, gota a gota, un rosario de placeres; todo lo grato es extraño, nos llega de muy lejos. Mijail, Juan: el rosario, el rosario vino de Siria, granos del rosario del placer, arroz, azúcar, sésamo, melón, limón, naranja, durazno, alcachofas; goteo de las especias delectables, clavo, gengibre, perfume; el algodón, el satín, el damasco, los tapetes; goteo de nuevos colores: índigo, carmín, lila.

—Todo lo que cuelga, sabe y huele, nos llegó de muy lejos.

Agua, amor por agua; mares, océanos, ríos, velámenes y gobernalles, brea y lejanas golondrinas, remos y anclas, navegad, navegad, lejos de aquí, a los lugares del placer, lejos de mí, brumas inglesas, sombras españolas, lejos, lejos; aquí el placer es el mal, nacen los fantasmas en la bruma y en la sombra, tierras del sol, donde el placer es el bien, a ellas quiero ir, el oriente; las Indias, ¿quién me embarcará?, Mijail, al sur, a Andalucía, a Cádiz, partamos, amémonos en el mar, nunca debiste venir aquí, debiste quedarte cerca del mar, amor por agua…

Bebió apresuradamente de su cántaro; luego vació el resto sobre las arenas, como si quisiera inventar una playa, una orilla, un lugar desde donde zarpar, desde el encierro de su alcoba de arenas y azulejos y almohadones y en el lugar mismo donde vació el cántaro, en el centro de esa mancha de agua sobre la arena inmediatamente humedecida, algo se removió, como si la arena germinase, una planta naciendo de esta esterilidad, un brote, una semilla de vida, una oruga abriéndose paso entre las empapadas arenas, los granos mojados, un hombrecillo, ínfimo, diminuto, una raíz con vida, emergiendo con esfuerzos, bautizado por el agua que ella bebió, convocado por el agua, un nabo húmedo, la mandràgora, la que me dieron mis camareras después del suplicio en el patio, al finalizar mis treinta y tres días y medio de humillación, la mandràgora, arrancada a las tierras de la muerte, nacida de las lágrimas de un ahorcado, de un hombre quemado en vida, la mandràgora, por fin lo entiendo, arrancada de la tierra quemada al pie de las cenizas de Mijail-ben-Sama, Miguel de la Vida, cenizas mezcladas con la arena, la raíz de la mandràgora, pronto, dos cerezas en los ojos: verá, un rábano en la boca: hablará, trigo, trigo sembrado en su cabecita, no tengo eso, pan, costras de pan, migajas de pan en la cabeza: le crecerá su cabellera, verá, hablará, me dirá los secretos, sabe dónde están los tesoros, nabito, hombrecito, aquí estabas, todo este tiempo, sepultado en mi recámara, ¿de dónde vienen estas arenas?, oh, han de ser arenas de la muerte, cenizas y polvo traídos del pie de todos los potros, todas las estacas donde los hombres han muerto, mandràgora, llorando, mandràgora, para darte su vida final, gotas de lágrima, gotas de esperma, mandràgora, que el ahorcado, el quemado, el empalado, mandràgora, es cosa bien sabida, se mueren con su última erección…