Felipe tomó la mano de la muchacha.
Tú me has escogido, ¿no es cierto, Celestina? Y yo creo que te he escogido a ti. Ven, bebamos a nuestro amor. Trabajemos junto con nuestros nuevos amigos y terminemos de construir la barca del viejo: viajaremos a una tierra nueva y mejor. Nos hemos hecho buenos amigos; todos; los cinco: pero tú y yo, amor mío, nos amamos bajo las estrellas mientras el barco, suavemente, rompe las olas del mar desconocido.
También Ludovico, el estudiante, se ha hecho amigo nuestro; pero cada noche, mientras bebemos después de las duras faenas del día, yo miro tus ojos y él trata de esconderlos detrás de la copa; en ellos veo reflejado mi amor hacia ti.
Tú y yo no tenemos necesidad de explicarnos, Celestina; pronto, Ludovico se recuesta con nosotros todas las noches bajo las mantas; yo le quiero como a un hermano y tú amas lo que yo amo; no puede haber odio, sospecha o celo; sólo un deseo satisfecho cuando yo te hago el amor y luego permito que él te haga el amor.
A veces, te asalta la tentación de la duda: «Soy la única mujer a bordo. Es natural que los dos me deseen». Pero la pasión de Ludovico, su tierno tacto, aun sus palabras recién acuñadas, tan distintas de su acostumbrado verbo dogmático, la excelencia del placer que te da y de ti recibe, todo ello te dice que él te ama porque eres Celestina y que a ninguna otra mujer podría amar. Tú eres Celestina: tú eres mía: Ludovico es tuyo.
Entonces yo empiezo a pensar que quizás mi amigo te quiere más que yo, Celestina, pues él nos ama a ti y a mí, o a mí a través de ti; y tú temes que te estás acercando demasiado a él y alejándote de mí, a causa de tu sentido de libre lealtad hacia mí; yo le amo, él es mi hermano, tú debes agradarme amándole cada vez más a él.
Durante el día, el viejo Pedro permanece al timón y el monje ora y pesca. Ludovico y yo cumplimos las tareas fatigantes; subimos al palo mayor, aparejamos el velamen, oteamos el horizonte y preparamos el treo si vemos nubarrones, sondeamos y barremos, lustramos y miramos eternamente al océano sin fin de cuyo centro nunca parecemos alejarnos, como si hubiésemos puesto la nave a la corda. Nuestros hombros y nuestras manos se tocan constantemente; hemos aprendido a tirar con pareja fuerza de las cuerdas, a conocer el poder y la gracia de nuestro músculo común, pues ahora inclusive caminamos como gemelos, como si la distribución simétrica del peso de nuestros cuerpos fuese esencial para el equilibrio de la nave. Y nuestros cuerpos sudan juntos bajo el sol de verano; nuestras pieles están oscuras y nuestras cabezas teñidas por el oro del océano. Tú, Celestina: tú estás pálida; tú estás apartada de nosotros todo el día, en las sombras, salando el pescado y rebanando las hogazas endurecidas; ajena a nuestro trabajo activo; ajena a nuestras bromas culteranas, latinoides, y morosamente humillada porque no puedes participar de las agudezas y retruécanos de nuestra educación común cuando Ludovico me dice: —Crinis flavus, os decorum cervixque candidula, sermo blandus et suavis; sed quid laudem singula?; y yo le contesto, acariciando su nuca: —Totus pulcher et decorus, nec es ni te macula, sed vacare castitati talis necquit formula…
Ahora nos acercamos a ti cada noche para acercarnos el uno al otro; yo me excito pensando en él y entonces hago el amor contigo; él no necesita decirme que le sucede lo mismo. Las noches lentas pasan a la deriva; cada vez más, tú eres el pasaje de nuestro deseo, la cosa que debemos poseer a fin de poseernos. Y una noche, por fin, tú estás sola y nosotros estamos juntos. Los cuerpos musculosos y quemados han cumplido su deseo, pero han frustrado el tuyo.
Ahora sabes, acurrucada aparte de nosotros, que si tratas de alcanzar tu propio deseo otra vez, deberás herirme a mí o dañar a mi amante, mi hermano. Miras al otro lado de la oscilante cubierta, hacia donde está el monje. Vas y te sientas a sus pies y allí, nuevamente, empiezas a coser tus muñequitas de trapo y sientes una urgencia oscura y distante: aúllas, Celestina, aúllas como una perra perdida y buscas en el fosforescente rocío del mar que moja tus labios el beso de tu único amante, el Demonio.