Esa noche, Felipe escapó del castillo junto con los dos muchachos campesinos. Los tres se escondieron en el bosque vecino y aspiraron su abrazo fuerte y verdoso. No durmieron, pues Felipe les interrogó y los jóvenes, con todo detalle, le contaron dónde podían encontrar a los ejércitos de los hombres libres, de los alumbrados y de los reyes tahúres del interreino que preparaba la segunda visita de Cristo a la tierra.
Al acercarse la aurora, tres de los cazadores del Señor entraron al bosque, guiados por canes feroces; Felipe se encaramó a un alto pino y allí se escondió, pero los dos hijos de Pedro fueron cazados y devorados por los mastines.
Cuando los cazadores partieron, Felipe descendió del árbol y siguió camino por su cuenta al lugar que los dos hijos de Pedro habían descrito. Al caer la noche, escuchó una música y se acercó a un claro donde los hombres y las mujeres bailaban desnudos y cantaban, la esencia divina es mi esencia y mi esencia es la divina esencia, pues toda cosa creada es divina y la reencarnación será universal. El joven recordó los cuerpos sangrientos y desmembrados de sus desafortunados amigos; se desvistió y se unió a los danzantes. Se sintió embriagado, bailó y gritó como ellos.