Celestina

La novia pálida y delgada se metió en la cama y allí, de día y de noche, tembló. Su novio intentó acercarse a ella; pero cada vez Celestina gritó y rechazó la cercanía de su esposo. El joven herrero bajó la mirada y la dejó en paz.

Cuando se quedaba sola, Celestina se acercaba al fuego, constantemente atizado para calmar los temblores de la enferma; tocaba las llamas con sus pálidas manos y ahogaba sus gritos y quejas mordiendo una soga. Así siguió quemándose, mordiendo y quemando, hasta que la soga no era más que un hilo húmedo y las manos una llaga sin cicatrices. Cuando el virginal marido vio las manos de su esposa y preguntó qué cosa ocurría, ella le contestó:

—He fornicado con el Demonio.