[p. 280] La ley de Gresham dice que «la moneda mala expulsa del mercado a la buena». La frase, al parecer dicha por Sir Thomas Gresham (1519-1579), distinguido comerciante de la época, a la reina Isabel de Inglaterra (1533-1603), es válida siempre y cuando se matice con la consideración de que es la paralela intervención estatal, al pretender equiparar coactivamente la mala a la buena, lo que desplaza a ésta de la circulación. En ausencia de tal intervención, ambas se emplearían indistintamente, aunque con diferente poder adquisitivo.
Gregory King (1684-1712), como otros precursores —Martín de Azpilcueta (1556), Juan Bodino (1530-1569), Bernardo Davanzati (1529-1606)—, entrevió la teoría cuantitativa del dinero afirmando que todo aumento del mismo tiene que hacer subir proporcionalmente los precios del mercado, pero quedaba reservado a Mises el descubrir la íntima realidad del proceso apelando también aquí a la doctrina marginal y subjetiva del valor, principio que anteriormente nadie había creído aplicable a los temas monetarios.
[p. 429] La célebre ecuación de intercambio, formulada por el americano Irving Fisher (1867-1947) en 1911 para explicar las variaciones del «nivel general de precios», dice en síntesis que MV = PT, representando M la masa dineraria, V su velocidad de circulación, P el nivel de precios y T el volumen del tráfico mercantil. Mises refuta este planteamiento, que no es sino pobre e inexacta representación algebraica de la moderna teoría cuantitativa del dinero.
[p. 479] Los términos monetarios empleados en este capítulo XVII merecen una breve aclaración. Cuando Mises habla de dinero, sin precisar más, se refiere a cualquier medio de intercambio de uso generalizado. Pero, seguidamente, distingue diversos tipos de dinero, cada uno con su significación particular. En primer lugar (sección 9), habla del dinero-mercancía, es decir, de aquél que comenzó a manejarse —oro, plata, cobre, sal, pieles— comúnmente como medio de intercambio. De él deriva el dinero-crédito, es decir, un instrumento, cualquiera que sea su aspecto formal, que da derecho a cobrar, sin cargo y a la vista, de un deudor de plena credibilidad, la correspondiente cantidad de dinero-mercancía; así, por ejemplo, el decimonónico billete de banco. De éste se deriva lo que el autor denomina dinero-fiat, un instrumento que, pese a no suponer ya exigencia o crédito alguno contra nadie, continúa siendo dinero por el simple hecho de seguir utilizándose como medio general de intercambio; tal es, por ejemplo, el moderno papel moneda «de curso legal». Vienen más adelante (sec. 11) los medios de pago que Mises denomina sustitutos monetarios, instrumentos que prácticamente son dinero, pero que quien pretenda emplearlos en el mercado debe canjearlos por numerario. Son de dos tipos: de un lado, los certificados de depósito, emitidos por los bancos y transmisibles por endoso, y, de otro, los que el autor califica medios fiduciarios, constituidos, a su vez, 1) por los créditos que la banca concede contra cuentas ajenas, 2) por la moneda fraccionaria, al no gozar ésta, en ciertos casos, de pleno poder liberatorio, pues, en distinto supuesto, esta última sería dinero-fiat, según la nomenclatura misiana.
[p. 480] Ecuación de intercambio, nivel de precios, neutralidad del dinero, son expresiones que Mises da por conocidas pero que conviene aclarar. La ecuación de intercambio (ver nota a p. 429), MV = PT, fue formulada por Irving Fisher en su obra Purchasing Power of Money (1911), siendo M la masa monetaria existente, V su velocidad de circulación, P el nivel general de precios y T el total volumen comercial. Tal planteamiento no sólo incurre en tautología, al proclamar que el precio pagado por todo lo comprado es igual al precio percibido por todo lo vendido, sino que además se basa en la supuesta existencia de identidad valorativa entre las partes en el acto de la compraventa, olvidando que el intercambio, ya sea directo o indirecto, exige invariablemente que las partes valoren de modo diferente lo que dan y lo que reciben, pues, en otro caso, no habría operación posible. Presupone, además, como destaca Mises, lo que precisamente quiere probar, es decir, la existencia de un cierto nivel de precios, concepto también rechazable, pues lo que hay de verdad en el mercado son multiplicidad de bienes con sus respectivos precios que, efectivamente, tenderán a subir, ceteris paribus —nótese bien esto último— si se incrementa el volumen monetario, pero, en ningún caso, lo harán uniformemente ni de modo coetáneo. Mises ataca también la tan generalizada idea de la neutralidad del dinero, según la cual éste no sería más que un simple factor multiplicador o divisor de los precios, en caso de aumento o reducción de su cuantía. Cualquier aumento de las existencias dinerarias influye, desde luego, sobre los precios, pero siempre en forma dispar y en momentos distintos, en razón a que, en caso de inflación, los nuevos medios de pago jamás engrosan, de golpe y en la misma cuantía, las tesorerías de todas las personas actuantes, enriqueciendo, primero, a ciertos grupos que, con sus compras, hacen subir específicos precios; y el alza sólo paulatinamente va afectando a los demás sectores del mercado. No se trata de una marea, que inexorablemente subiría o bajaría, sino más bien de un terremoto, que trastroca todos los precios. Y, en caso de reducción de las disponibilidades dinerarias, sucede lo mismo, sólo que al revés.
[p. 532] John Fullarton (1780-1849) fue un destacado representante de la Escuela Bancaria inglesa. De joven trabajó como cirujano en la India (1802-1813), para después asociarse con un banco de Calcuta. Vuelto a Inglaterra, publicó The Regulation of Currencies (1844). Su principio afirma que el crédito concedido a corto plazo (noventa días) por la banca, mediante el descuento de letras libradas y aceptadas, con motivo de operaciones mercantiles efectivas, no incrementa la cuantía de los medios de pago en circulación y, por tanto, no tiene efecto inflacionario alguno. Esta tesis, acogida por la British Bank Charter (Peel’s Act) de 1844, que reguló el funcionamiento del Banco de Inglaterra y de la banca británica en general hasta la Primera Guerra Mundial, si bien prohibía la emisión de billetes carentes de pleno respaldo de oro, abría la vía a la concesión de lo que Mises denomina crédito circulatorio, es decir, facilidades concedidas sin contrapartida de depósitos efectivos, intocables por el depositante durante el periodo convenido.
[p. 564] Los greenbacks fueron papel moneda puesto en circulación por los Estados del Norte para financiar la Guerra de Secesión (1861-1865). Comoquiera que no eran convertibles en oro, a diferencia de los billetes anteriores, aunque sólo 450 millones de dólares habían sido emitidos, al finalizar el conflicto cotizábanse al 40 por 100 de su nominal. A partir de 1879 volvieron a ser transformables en metal noble hasta 1933, fecha en que Roosevelt abandonaría el patrón oro. Todavía circulan algunos, equiparados al presente dólar, aunque en realidad no son ya más que piezas de museo.
[p. 639] La continental currency fue un papel moneda puesto en circulación por el Continental Congress para financiar la Guerra de Independencia de las colonias norteamericanas; teóricamente, su valor nominal podía ser transformado a la vista en «dólares españoles o su correspondiente importe de oro o plata», previsión que jamás fue respetada. Una primera emisión, por dos millones de dólares, la autorizó el Congreso en junio de 1775; cuatro años después habían sido ya emitidos casi doscientos cincuenta millones; pero en 1781, perdido todo valor en cambio, desapareció de la circulación. Los mandats territoriaux fueron también papel moneda emitido, en febrero de 1796, por el gobierno revolucionario francés, valuta supuestamente respaldada por las fincas (de ahí su nombre) confiscadas a la corona, al clero y a la nobleza. Se emitieron unos 2500 millones de francos, pero en poco más de un año quedaron enteramente desvalorizados, dejando oficialmente de gozar de curso legal en mayo de 1797. La evolución del Mark alemán desde 1918 hasta 1924, cuando fue sustituido por el Reichsmark, es demasiado conocida para que valga la pena detenerse en ella.