CAPÍTULO VIII. LA SOCIEDAD HUMANA
[1] F. H. Giddings, The Principles of Sociology, p. 7, Nueva York 1926. <<
[2] R. M. Maclver, Society, pp. 6-7, Nueva York 1937. <<
[3] Muchos economistas, Adam Smith y Bastiat entre ellos, eran creyentes y los descubrimientos que iban efectuando les hacían admirar cada vez más la benévola atención «del gran Director de la naturaleza». Sus críticos ateos les reprochan tal actitud, sin advertir que el burlarse de la referencia a una supuesta «mano invisible» en modo alguno invalida las enseñanzas esenciales de la filosofía social racionalista y utilitaria. Nos hallamos ante una precisa alternativa: o la asociación de los individuos se debe a un proceso humano puesto en marcha porque con él se sirven mejor los deseos personales de los interesados, quienes comprenden las ventajas que derivan de adaptar la vida a la cooperación social, o un Ser superior impone a unos reacios mortales la subordinación a la ley y a las autoridades sociales. El que a tal Ser supremo se le denomine Dios, Weltgeist, Destino, Historia, Wotan o Fuerzas Productivas carece de importancia, como tampoco la tiene el título que se les dé a los representantes terrenales del mismo (los dictadores). <<
[4] V. Max Stirner (Johann Kaspar Schmidt), The Ego and His Own, traducido por S. T. Byington, Nueva York 1907. <<
[5] W. James, The Varieties of Religious Experience, pp. 31, 35.a impresión, Nueva York 1925. <<
[6] Ibídem, pp. 485. <<
[7] Ver, más adelante, pp. 244-254. <<
[8] Tal pretende Leopold von Wiese, Allgemeine Soziologie, cap. I, pp. 10 ss, Múnich 1924. <<
[9] Georges Sorel, Réflexions sur la violence, p. 269, 3.a ed., París 1912. <<
[10] Bentham, «Anarchical Fallacies; being an Examination of the Declaration of Rights issued during the French Revolution», en Works (ed. por Bowring), II, 501. <<
[11] Bentham, «Principles of the Civil Code», en Works, I, 301. <<