CAPÍTULO XXIV. ARMONÍA Y CONFLICTO DE INTERESES
[1] V. Montaigne, Essais, ed. F. Strowski, I, cap. XXII, Burdeos 1906, I, pp. 135-136; A. Oncken, Geschichte der Nationalökonomie, Leipzig 1902, pp. 152-153; E. F. Heckscher, Mercantilism, trad. de M. Shapiro, Londres 1935, II, pp. 26-27 [tr. esp., FCE, 1943]. <<
[2] V. Luis Napoleón Bonaparte, Extinction du pauperismo, ed. popular, París 1848, p. 6. <<
[3] En la frase transcrita, H. G. Wells (The World of William Clissold, Libro IV, sec. 10) quiso resumir la opinión de un típico representante de la nobleza británica. <<
[4] La ley de Malthus es una ley biológica, no praxeológica. Su conocimiento, sin embargo, resulta indispensable para la praxeología al objeto de precisar debidamente, contrario sensu, las notas típicas de la acción humana. Los economistas hubieron de formularla ante la incapacidad de los cultivadores de las ciencias naturales para descubrirla. Tal averiguación de la ley de la población destruye, por otra parte, el mito popular que considera atrasadas las ciencias de la acción humana, las cuales —supone— han de apoyarse en las ciencias naturales. <<
[5] Malthus, igualmente, le empleó sin ninguna implicación valorativa ni ética. V. Bonar, Malthus and His Work, Londres 1885, p. 53. Podría sustituirse la expresión freno moral por freno praxeológico. <<
[6] Por intereses «rectamente entendidos» entendemos los intereses «a largo plazo». <<
[7] V. Bentham, Principles of the Civil Code, en Works, I, 309. <<
[8] La doctrina oficial de la Iglesia Católica se halla contenida en la encíclica Quadragesimo anno, de Pío XI (1931). La teoría de la religión oficial inglesa halló su mejor expositor en el arzobispo de Canterbury, William Temple; v. su libro Christianity and the Social Order, Penguin Special, 1942. El más destacado representante del protestantismo continental europeo es Emil Brunner, autor de Justice and Social Order, trad. por M. Hottinger, Nueva York 1945. Documento especialmente significativo es el aprobado por el Consejo Mundial de las Iglesias en septiembre de 1948, que, al tratar de «La Iglesia y el desorden de la Sociedad», señala las normas que deben guiar la actuación de las confesiones religiosas (más de ciento cincuenta) representadas en dicho Consejo. Nicolás Berdiaef, el más caracterizado defensor de la ortodoxia rusa, expone sus ideas en The Origin of Russian Comunism, Londres 1937, especialmente pp. 217-218 y 225. Los marxistas —suele afirmarse— se distinguen de los demás socialistas y de los intervencionistas en ser partidarios de la lucha de clases, mientras lo que quieren los segundos es superarla adoptando las oportunas medidas, pues sólo la consideran lamentable fruto derivado del irreconciliable conflicto de intereses que desata el capitalismo. Los marxistas, sin embargo, no preconizan y propugnan la lucha de clases per se; recurren a ella sólo por considerar que es el único mecanismo que puede liberar las «fuerzas productivas», esos misteriosos poderes que regulan el desarrollo histórico de la humanidad y que inexorablemente pugnan por instaurar una sociedad «sin clases» que, como es natural, desconocerá los conflictos de intereses clasistas. <<
[9] La evidencia de que el cálculo económico es imposible bajo el socialismo proporciona sólidos razonamientos para refutar semejante falacia. Véase más adelante la Quinta Parte de este tratado. <<
[10] V. pp. 711-718. <<
[11] El expositor más brillante de la idea criticada fue John Stuart Mill (Principles of Political Economy, pp. 126 ss, Londres, ed. de 1867 [tr. esp., FCE, México 1951]). Mill pretendía discutir la objeción generalmente opuesta al socialismo según la cual la supresión de todo incentivo egoísta reduciría la productividad laboral. Mill, sin embargo, jamás llegó a cegarse hasta el punto de suponer que el socialismo haría aumentar la producción. La tesis de Mill es objeto de detallado examen y refutación por Mises, Socialism, pp. 173-181 [tr. esp., Unión Editorial, 5.a edición, 2007]. <<
[12] Éste es el argumento esgrimido por muchos y renombrados socialistas cristianos. Los marxistas comenzaron asegurando que la propiedad pública de los medios de producción enriquecería a todos en forma sin precedentes. Sólo más tarde variaron de táctica. El obrero soviético —aseguran ahora— es mucho más feliz que el americano pese a su menor nivel de vida; trabajar bajo un régimen socialmente justo le compensa ampliamente de otras ventajas puramente materiales. <<
[13] V. pp. 357-358. <<
[14] V., al respecto, la Sexta Parte de esta obra. <<
[15] V. Spann, Der wahre Staat, Leipzig 1921, p. 249. <<
[17] Rappard, en Le Nationalisme économique et la Société des Nations, París 1938, enjuicia los escasos y fallidos intentos realizados por la Sociedad de Naciones para poner fin a la guerra económica. <<