Plan de evasión
Helati llevó a los niños al exterior y oteó el horizonte en la dirección que había tomado Kaz al partir, hacía ya tantos días. Sabía que no aparecería de repente, cabalgando hacia ella, pero su deseo de verlo era tan acuciante que no podía evitar concentrarse en la espera y en sus esperanzas. Los gemelos estaban inusualmente tranquilos, como si también ellos aguardaran el retorno de su padre.
—Todavía no ha regresado, ¿verdad?
Helati estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera había oído al recién llegado. Al volverse, sacudió la cabeza.
—No, Brogan —respondió—, pero aún es demasiado pronto. Ya sabes cuánto se tarda en llegar al imperio, y más aun a Nethosak. A estas alturas, seguramente acaba de entrar en la ciudad.
—Lo cual no contribuye en nada a tranquilizarnos. —Brogan se colocó a su lado y acercó el rostro al de Helati. Su voz era firme—. Sólo di una palabra, Helati, y reuniré a los otros. Cabalgaremos hasta Nethosak y lo ayudaremos.
—No puedo hacer eso, porque él no lo aprobaría. Kaz actúa mejor con poca ayuda de los demás.
—¿Y qué hay de ese kender? Aún no puedo creer que le confiaras a ese ladronzuelo dónde encontrar a Kaz y, en cambio, no nos permitas a nosotros seguirlo. ¿Qué ayuda puede proporcionar una de esas criaturas a un minotauro?
Los gemelos empezaron a protestar. Helati los arrulló para calmarlos.
—No conoces realmente a Delbin, de lo contrario no preguntarías eso. Es un kender, cierto, pero ha acudido al rescate de Kaz en más de una ocasión. —Brogan lanzó un bufido.
—Eso me resulta difícil de creer.
La conversación terminó bruscamente cuando el ruido de unos cascos atrajo su atención. El corazón de Helati latió con más fuerza, pero su insensata esperanza de que se tratara de Kaz y su hermano se desvaneció en cuanto comprobó que los jinetes no le resultaban familiares. Eran dos, sí, pero uno era un macho y el otro, una hembra. Las nuevas incorporaciones a su comunidad mostraban una expresión que ella había aprendido a reconocer.
—Que vuestros antepasados velen por vosotros —saludó Helati, aproximándose a ellos.
—Y los vuestros, por vosotros —respondió el macho. Miró brevemente a Brogan y volvió a concentrarse en Helati—. Soy Zurgas, y ella es mi compañera, Keeli. ¿Es éste el Clan Kaziganthi? Nos dijeron que aquí encontraríamos a otros como nosotros. Otros… que se han hartado de las antiguas costumbres.
Clan Kaziganthi. Helati miró de reojo a Brogan, quien, aun después de su conversación previa, no pudo contener una sonrisa. La fama de Kaz había aumentado más de lo que ninguno de ellos se había imaginado, si el poblado se conocía ya con tal apelativo entre sus congéneres.
—Este es el lugar, amigos —respondió Brogan—, y aquí sois bienvenidos.
Los dos jinetes parecieron aliviados, pero Helati, a pesar de su sonrisa forzada, no sintió lo mismo. Si estos dos minotauros conocían el poblado como el Clan Kaziganthi, los demás también. Pronto, si no habían empezado ya, los espías del emperador oirían hablar de este nuevo clan, que no reconocía el poder del emperador, del Círculo o del sumo sacerdote.
¿Qué ocurriría si se enteraban de ello mientras Kaz se hallaba todavía en Nethosak?
Hasta el día siguiente no reunieron a Kaz con Hecar.
Un minotauro envejecido al que le faltaban la mitad de los dientes cloqueó cuando fueron introducidos en el sector prisión del circo. Contempló a Kaz con gran regocijo.
—Me habían dicho que te tenían en sus garras. ¡Por Sargas! Me alegra verte en el circo de nuevo, ¡aunque sea por poco tiempo!
—¿Qué pasa, Molus? —preguntó uno de los guardias, intrigado por el comentario del carcelero—. ¿Quién se supone que es éste?
—Eres joven. Debías de ser un crío. ¡Éste es Kaziganthi, del Clan Orlig!
—Ya sé quién es. —Molus sacudió la cabeza.
—Conoces un nombre. ¡Él es Kaz, el Invencible! Conquistó luchando el título de Campeón Supremo. ¡Era el gladiador más grande de todo el imperio! Desde entonces no ha existido otro como él.
Kaz fingió indiferencia pero, a su lado, Ganth sonrió.
Los guardias se quedaron impresionados, mas el que había formulado la pregunta a Molus insistió:
—Si llegó a Campeón Supremo, ¿por qué no es emperador, o bien no está muerto? —Aquéllos eran los únicos dos caminos que normalmente le restaban al Campeón Supremo. Debía retar al emperador y vencerlo, o morir en el intento—. ¿Qué ocurrió?
Molus observó a Kaz con curiosidad.
—No sé por qué, pero rehusó. Se retiró del circo, renunció a todo aquello por lo que había luchado. Rechazó el nombramiento, los privilegios del rango e incluso la gloria que le correspondía. ¡Marchó a la guerra como un simple guerrero!
Los otros, con excepción de Ganth, miraron a Kaz como si de pronto se hubiera convertido en un apestado. Los guardias murmuraron entre sí, intentando comprender un acto tan inusual. De cualquier guerrero que alcanzara el título más elogiado, Campeón Supremo, se esperaba que aspirase al trono. Era una locura esforzarse tanto y llegar tan alto por otro motivo.
—¿Y por qué renunciaste? —preguntó Molus a Kaz—. No encontré buenas razones para continuar.
—Quizá se volvió cobarde —sugirió un guardia.
—¿Él? —El carcelero se rio—. No es probable. Pero ya no importa. De todos modos, volverá a luchar mañana. Y vosotros deberíais fijaros bien, chicos. Será un buen combate, aunque sea algo desequilibrado. —Se dio la vuelta—. Que vengan por aquí. Pueden compartir celda con su amigo.
Kaz y Ganth fueron arrastrados hasta la puerta de una mugrienta celda que contrastaba vivamente con el limpio entorno urbano de Nethosak. Molus la abrió e indicó por señas a los guardias que introdujeran allí a los prisioneros.
La celda estaba a oscuras, razón por la cual, al principio, no vieron a Hecar. Cuando las llamas de la antorcha de uno de los guardias iluminó finalmente al otro minotauro, Kaz y Ganth se quedaron apabullados ante el lamentable espectáculo.
—Era… más hábil… de lo que parecía —musitó Hecar, imponiendo una sonrisa a su rostro demacrado—. Les oí comentar… que os traerían aquí. Quisiera decir que me alegro de verte, Kaz, pero… —Hecar miró al otro minotauro y frunció el entrecejo—. ¿Ganth?
—Éstas no son formas de tratar a un minotauro —espetó Kaz a sus captores, perdiendo los estribos por primera vez desde que abandonaron las dependencias del sumo sacerdote—. Por derecho de victoria, aunque fuera un criminal, deberían curar sus heridas y lavar su cuerpo.
—Por derecho de victoria, ahora debería ser un guerrero libre —señaló Ganth, sin apartar la vista de Molus. Para su honra, Molus perdió parte del buen humor y, por un instante, incluso pareció sentirse culpable—. Debería ser de nuevo un miembro honorable de la raza.
—Las órdenes proceden del emperador y del sumo sacerdote —balbuceó el carcelero. A continuación, ordenó tajantemente a los guardias—: Encadenad a estos dos junto al otro. Así podrá distraerlos con los detalles de lo que les aguarda.
—¿Dónde está tu honor, viejo? —lo provocó Kaz, forcejeando para librarse de sus captores—. ¿Qué le ha sucedido al honor del circo?
Mientras los guardias empujaban a los nuevos prisioneros contra la pared y encadenaban sus extremidades, Molus susurró:
—Estúpidos idealistas…, no lo entenderíais.
Instantes después, Molus y sus guardias se marcharon, dejando al trío a solas. La vista de Kaz se iba acostumbrando a la penumbra de la celda. Miró alternativamente a Ganth y a Hecar.
—¿Qué te ha sucedido a ti, Hecar? ¿Cómo has acabado aquí?
—En realidad no lo sé. —La voz de Hecar sonó más firme, ahora que sus enemigos estaban lejos. Le brillaban los ojos. Estaba notoriamente exhausto, pero a todas luces era más resistente de lo que quería que supiese el carcelero—. No he infringido ninguna ley, que yo recuerde. Observé por ahí, pregunté un poco, y de repente eran otros quienes me hacían preguntas a mí. Me detuve para ver a un viejo amigo, pero no lo encontré. Fue entonces cuando cayeron sobre mí. —Hecar tomó aliento—. Kaz, ¿te acuerdas de Scurn?
—Ya nos hemos tropezado con él —intervino Ganth—. Él nos apresó.
Hecar observó al anciano minotauro unos instantes.
—¡Tú! Se supone que estabas muerto.
—Y tú también deberías estarlo. Dame tiempo.
—Pero el Gladiador…
—Te lo explicará más tarde, Hecar. Sigue con tu relato. —Kaz necesitaba enterarse de todo.
—Creo que les interesó que yo conociera a Jopfer, pero…
—Te dije que lo conocía, Kaz, ¿recuerdas? —interrumpió nuevamente Ganth, y luego preguntó a Hecar—: ¿Y llegaste a ver a Jopfer en algún momento?
—No.
—Lo habrías visto, si el sumo sacerdote hubiera requerido tu presencia. —Hecar lanzó un resoplido.
—¿Qué quieres decir?
—Se está yendo por las ramas para decir que tu viejo amigo Jopfer es el actual sumo sacerdote.
—¿Jopfer? —El otro minotauro lo miró con incredulidad—. ¿Jopfer es el sumo sacerdote? Se trata de una broma, ¿verdad? Una broma de mal gusto.
—Era él, no hay duda, aunque fingió no conocerme. Imagínatelo. ¡A mí!
—¿Jopfer? —Hecar seguía sin poder creérselo—. Jopfer nunca sintió una vocación demasiado honda. Era seguidor de Kiri-Jolith, si acaso seguía algo.
—Bien, pues ahora es el sumo sacerdote, un personaje extraño y muy poderoso —concluyó Ganth.
—Jopfer… —Hecar sacudió la cabeza—. Si es el sumo sacerdote, ¿qué se trae entre manos? ¿Y por qué me arroja a la arena del circo, simplemente por hacer unas cuantas preguntas inocentes?
—Están preocupados por el poblado, Hecar —dijo Kaz. Le explicó al otro minotauro lo que les había dicho el clérigo principal, así como que debían tener por lo menos un espía entre los colonos—. La nación está en guerra. Todo parece en tensión, dispuesto para un ataque por sorpresa. Esperan utilizar una flota, pero lo que no sé es si se dirigirán hacia el norte o hacia el sur.
—Yo creo que irán hacia el sur, muchacho. Hay buenas tierras, por allí. Tiene sentido expandir el imperio hacia donde se hallan los mejores recursos. Dudo que nadie de por allí espere una armada de minotauros.
—Tal vez, pero yo me inclinaría por el norte, padre. Ese lugar, Istar, también está creciendo, a pesar de las secuelas de la guerra. Probablemente será el próximo gran imperio. Yo iría hacia allí. Así colmaría su sed de venganza, puesto que en el pasado nos repelieron, y además suprimiría rápidamente la mayor amenaza para nuestra frontera occidental.
El viejo marino lo meditó.
—Quizá tengas razón.
—Lo cual no nos ayuda en nada —añadió Kaz. Tiró de las cadenas, pero eran de excelente factura minotauro y aguantaron tranquilamente sus esfuerzos más enérgicos.
—Yo lo he intentado una y otra vez con mis cadenas —le informó el hermano de Helati—. Finjo sentirme más débil de lo que en realidad estoy para que no me elijan rivales muy duros. Pero ahora que estáis aquí, supongo que ya no les interesará mantenerme con vida. —Lanzó un gruñido—. No era más que un cebo.
—El emperador pretende atar todos los cabos sueltos antes de iniciar su campaña. Kaz era un gran cabo suelto. Ofrecía al pueblo una alternativa a la ciega obediencia a la causa. Conminó a mi hijo a unirse a él o acabar en el circo.
—Ganth esbozó una sonrisa.
—Por extraño que parezca, me complace decir que rechazó la oferta de esa alimaña.
—No creo que la iniciativa parta tanto del emperador como del sumo sacerdote, padre —observó Kaz—. Me parece que él gobierna el imperio, al margen de qué idiota ocupe el trono.
—Sigue siendo Polik, hijo.
—¿Sí? —Kaz guardó silencio. A su lado, Ganth resolló con enfado.
—Polik, sí. ¡Accedieron a que ese canalla permaneciera en el poder después de haber sido más o menos un títere cuyos hilos movían los Señores de la Guerra!
—Sigue venciendo en todos sus combates amañados —intervino Hecar—. Con eso le basta para mantenerse en el poder, maestro Ganth. Es el vencedor en diez o doce combates al año, todos ellos concertados por él mismo.
—Y siempre gana…
—Él mató a Raud, padre —interrumpió Kaz, incapaz de guardar en secreto la rabia que lo consumía—. Desafió a Raud a un combate aun cuando éste no había alcanzado todavía el nivel de Gran Campeón.
—Raud… —Ganth miró fijamente a su hijo—. ¡Por los cuernos del Justo!
—Pensándolo mejor —prosiguió Kaz—, el combate tuvo que ser sancionado por el Círculo… y lo fue, tras el respaldo manifestado por el propio sumo sacerdote al desafío del emperador. No Jopfer, sino su antecesor, creo.
—Con lo que volvemos a los hijos de Sargas —masculló Ganth. Su voz todavía temblaba—. Tú acababas de convertirte en Campeón Supremo cuando…
—Raud habría derrotado el emperador, padre. Era lo bastante bueno para vencerme incluso a mí…, aunque no tenía intención de enfrentarse conmigo. Raud me dijo que quería llegar a ser un gran campeón y luego usar el título para conseguir el barco de sus sueños.
—¿Cómo perdió? ¿Cómo consiguió vencerlo Polik?
Eso, ¿cómo? Kaz recordó el día del combate. Por alguna razón, le habían impedido ver a su hermano, que se preparaba para el duelo. El emperador podía designar a sus contrincantes, eliminando así a posibles rivales antes de que estuvieran preparados para hacerle frente, pero nadie recordaba que alguien con un rango inferior al de Gran Campeón hubiera sido retado jamás. Los Grandes Campeones eran la élite de los gladiadores de los circos menores, de los cuales existían ocho en cada una de las principales ciudades, Nethosak y Morthosak. Sólo después de conquistar ese título podía un guerrero ascender al siguiente nivel, el Gran Circo.
Si bien Raud no era un Gran Campeón, ocupaba la cuarta posición en la lista particular de su circo, y habría alcanzado sus metas en menos de un año. Kaz conocía ahora la verdadera razón del desafío. Sus otros hermanos, todos menos una hermana, Fliara, que entonces era demasiado joven, habían actuado en los circos; pero ninguno había llegado tan alto en el escalafón como Kaz o Raud, los hijos mayores de Ganth y Kyri. Muchos apostaban por ellos, en secreto, como los campeones de Orlig con más posibilidades de suceder al emperador.
Raud fue desafiado. Kaz sufrió una gran conmoción. Algo iba mal, y trató de convencer de ello a su hermano menor, pero Raud era demasiado honorable y competitivo para rechazar un desafío tan importante. No quería ser emperador, pero tampoco estaba dispuesto a perder su prestigio.
No permitieron que Kaz viera a su hermano, de modo que tuvo que sentarse en las gradas como todo el mundo. Su hermano salió al campo del honor, pero sólo Kaz advirtió que se movía con más lentitud de lo habitual y parecía inseguro. Sin embargo, Raud se dirigió a la enorme plataforma giratoria donde siempre se celebraban los combates contra el emperador. Se encaramó a la plataforma y se plantó con determinación ante el emperador. Para todos, excepto quienes lo conocían como Kaz, Raud parecía dispuesto y en forma.
Murió un minuto después del inicio del combate. Sus reacciones fueron demasiado lentas, sus movimientos insensatos, atolondrados. Sólo existían dos maneras de finalizar un combate imperial: victoria o muerte. Kaz no pudo hacer nada cuando Polik descargó un hachazo y acabó con la vida de Raud. No podía hacer nada, ni siquiera proclamar la verdad. Le habían hecho algo a su hermano para evitar que estuviera en plenas facultades físicas y mentales. Era casi como si lo hubieran drogado o hechizado. El resultado estaba decidido desde el principio.
Furioso, Kaz no saltó a la arena por cuestión de segundos, pero Polik miró en su dirección, y la expresión de su mirada reveló muchas cosas al enfurecido minotauro. Comprendió que si desafiaba a Polik, no saldría a la arena en mejores condiciones que su hermano. Y lo más importante, sus otros hermanos y hermanas también estarían marcados, no porque supusieran una amenaza seria, sino por culpa de Kaz.
Poco después se retiró del circo, renunciando a su posición social, y se alistó en las filas de los soldados esclavos. El resultado fue que se vio envuelto en la guerra, participando en la última ofensiva. A Polik debió fastidiarle mucho que Kaz sobreviviera a la guerra. Paladine era testigo de que a Kaz le molestaba que Polik siguiera gobernando.
—De la única manera que podía ganar Polik —respondió finalmente a la pregunta de su padre. Su declaración fue suficiente para Ganth.
—Entonces no podemos esperar gran cosa cuando nos suelten allí. No habrá ninguna de las niñerías que le presentaban a Hecar mientras lo conservaban como cebo. No sé a qué nos enfrentarán, pero estará deseando matarnos y será muy capaz de ello. —Ganth tironeó de su cadena una vez más—. Vaya, yo haré que recuerden cómo caí. ¡Hablarán de eso durante años!
—Nos queda una esperanza. —Kaz les hizo señas para que se acercaran—. Pero tenemos que esperar hasta la noche para intentar algo.
—¿En qué estás pensando, muchacho?
—Con el arma adecuada, podríamos abrirnos paso hasta la salida. Por eso nunca nos entregan las armas hasta que nos mandan al campo de batalla. Pero no saben que yo tengo un arma a mi alcance. —Hecar inspiró bruscamente.
—¡Te refieres a Rostro del Honor!
—¿Rostro del Honor? ¿Qué es eso?
Kaz le contó a su padre la historia de cómo el noble elfo Sardal Espina de Cristal le había obsequiado con el hacha de combate, además de los poderes que poseía el arma, como había descubierto Kaz con el tiempo, incluyendo su capacidad de materializarse junto a Kaz siempre que el minotauro la necesitaba.
—¿Llevabas esa arma y no me lo habías mencionado, hijo? ¡Me habría gustado blandirla al menos una vez!
—Ya tendrás ocasión de hacerlo cuando salgamos de aquí.
—Ahora comprendo por qué no te mostraste más abatido cuando Jopfer ordenó que nos encerraran aquí.
—¿Dónde está ahora el hacha? —preguntó Hecar.
—La tiene Scurn. Por alguna razón, no vio su rostro muy bien reflejado en su superficie.
El hermano de Helati lanzó un gruñido de desagrado.
—No me sorprende…, pero supongo que se llevará un disgusto cuando el hacha desaparezca.
—¿Y qué hay de nuestro amiguito, muchacho? —preguntó Ganth de improviso a su hijo—. ¿Crees que estará bien? Lo siento por ese pequeñajo. He conocido a algunos kenders, y no están tan mal…, a cierta distancia. Aunque éste es de los buenos, una auténtica sorpresa. Espero que consiga ponerse a salvo.
—No nos han dicho nada, lo cual me hace pensar que ha logrado burlar a la guardia. Sólo espero que Delbin salga de Nethosak y se dirija hacia el oeste o hacia el sur. Si va al oeste, podrá reunirse con los de su especie y desaparecer. Aunque me pregunto si tal vez no debería encaminarse a las regiones humanas de Solamnia. Siempre le han caído bien los caballeros. Bien podría pedirles ayuda. —Kaz se estremeció, pensando en lo que podía ocurrir si lord Oswal o sir Bennett se tomaban en serio a Delbin. ¿Intentarían enviar ayuda? Esperaba que no. Eso sólo complicaría más la situación.
—¿Irá hasta allí él solo? —preguntó Hecar, asombrado de que el kender fuera capaz de completar un trayecto semejante.
—No te recomiendo que lo subestimes, Hecar. Scurn y su pandilla han cometido ese error, igual que muchos otros desde que conozco a Delbin. No puedo garantizar que lo consiga, pero tiene más posibilidades que la mayoría.
—Un kender. ¿Tanta devoción siente por ti?
—Sí. Nunca subestimes a los de su especie. Yo lo sé.
—Bueno, ahora mismo, sus oportunidades son mayores que las nuestras, muchachos, así que, ¿os parece que lo meditemos mientras esperamos el almuerzo? Porque nos traerán el almuerzo, ¿verdad, Hecar?
El otro minotauro lanzó un gruñido.
—Algunos lo llamarían almuerzo, maestro Ganth. Algunos incluso se atreverían a llamarlo comida. Ya verás lo que quiero decir, pero te advierto desde ahora que no lo huelas, ni abrigues esperanzas en cuanto a su sabor.
Ganth y Kaz intercambiaron una mirada. Finalmente habló el primero:
—Entonces será mejor que procuremos escapar cuanto antes. Morir combatiendo en el circo es una cosa, pero morir por comer alimentos en mal estado sería muy embarazoso de explicar a nuestros antepasados.
Delbin estaba sentado a oscuras en la pequeña habitación que había descubierto la noche anterior, mascando un trozo de carne que, de una manera inexplicable, había llegado hasta sus manos. Delbin Sauce Nudoso tenía una asombrosa tendencia a encontrar exactamente lo que necesitaba, justo cuando lo necesitaba.
«Espero que pueda sacarlo de allí».
Delbin estaba casi seguro de que Kaz se hallaba en algún lugar próximo al circo. ¿No había dicho Kaz que las cuestiones de justicia se dirimían allí? Como se lo había llevado la guardia, probablemente acabaría en el circo, tarde o temprano. Al kender le pareció razonable, siendo lo bastante ingenuo como para descartar miles de lugares distintos donde podían haber conducido a los prisioneros. También le pareció bien porque, de todos modos, quería ver el circo.
Delbin no tenía forma de calcular el tiempo con precisión, pero estaba convencido de que los minotauros habían renunciado hacía mucho rato a seguir registrando la zona. Aun así, salir a plena luz del día quizá fuera demasiado arriesgado, incluso para él. Eso era lo que habría dicho Kaz, y Delbin intentaba pensar cuanto podía como el minotauro.
Por lo menos no temía ser descubierto en su escondite. Delbin había encontrado una pequeña habitación en un edificio de almacenes abarrotado de material para la navegación…, o eso había decidido el kender, tras un somero examen de los artículos medio ocultos. Delbin no tenía ni idea de para qué servían algunos de los extraños objetos que se hallaban almacenados en el edificio, pero tenían un aire indudablemente marcial.
«Pronto tendré que salir —decidió Delbin—. Puede haberle ocurrido algo terrible a Kaz». Sin embargo, no se movió. Necesitaba un plan brillante.
Se comió una fruta que había «caído accidentalmente» en su bolsa y se preguntó de dónde salía tanta comida. La fortuna le sonreía.
Había pasado un rato muy entretenido recorriendo la ciudad, a pesar del peligro. Delbin había visto enanos gullys correteando por todas partes y recogiendo la basura, y empleó su similar estatura para despistar a dos de sus perseguidores. De hecho, cada vez que creía que alguien había reparado en él, se ponía en cuclillas y adoptaba una expresión embobada. Nadie lo detuvo, por lo que se convenció de que lo confundían con un enano gully, aunque opinaba que no era correcto obligar a aquellas pobres criaturas a barrer las calles, para empezar.
Pensó en Kaz y en su posible paradero. A los kenders les gustaba hablar, y por eso, al no tener a nadie con quien hacerlo, empezó a discutir la situación consigo mismo, el público más fiel de cualquier kender.
—Deberían de tenerlo en ese gran ruedo, lo llaman circo pero en realidad no lo es, porque siempre he creído que un circo es un sitio divertido con animales y juglares, pero se supone que este circo es un lugar verdaderamente grande, donde un montón de gente se dedica a luchar, unos contra otros, y a veces luchan con animales, porque se supone que ahí hay también un parque de fieras, pero no creo que…
Absorto, Delbin sacó de su morral otra fruta y le dio un mordisco. Tras engullirlo, prosiguió:
—Apuesto que hay celdas excavadas debajo del Gran Circo. Probablemente tienen a Kaz y a Ganth prisioneros allí. Apuesto que, si consiguiera colarme, encontraría el modo de liberarlos…
El kender se devanaba los sesos, con una expresión de concentración tan intensa como le resultaba posible a un miembro de su raza. Delbin deseaba poner todo su empeño en encontrar a Kaz y rescatarlo. Después de todo, Kaz haría lo mismo por él.
—Tengo que esperar hasta la noche, eso es lo que tengo que hacer, porque entonces puedo entrar en el circo a echar una ojeada sin que me moleste una pandilla de minotauros enormes. Al menos veré qué hay allí, y eso me permitirá idear un plan realmente bueno. —El kender frunció el entrecejo. Su alto copete de pelo se bamboleó adelante y atrás cuando sacudió la cabeza—. Pero Kaz quiere que permanezca alejado de allí, porque si voy ahora y me ven, puede que me atrapen…
Delbin se enderezó e hizo de tripas corazón. Aunque Kaz se enfadara con él, tenía que ayudar al minotauro. Sus ideas empezaron a cobrar forma: buenas ideas, ingeniosas…, es decir, por lo menos a lo ojos de un kender.
Lo haría de una manera tan sencilla, tan magistral…, y aunque implicaba cierto peligro, el kender sólo lo consideraba un emocionante aderezo para esta nueva gran aventura.
—No te preocupes, Kaz —murmuró a la oscuridad, con los ojos relucientes por la expectación—. Voy a salvarte.