El ataque de los ogros
Transcurrieron escasos minutos antes de que el primer cazador apareciera. Sólo era una silueta oscura, pero Kaz no tuvo dificultades para identificarlo como otro ogro. El cazador llevaba consigo una red y un garrote.
Un instante después, una segunda sombra avanzó hacia el campamento, con lo que parecía un hacha en una mano y posiblemente una red en la otra. Eran sorprendentemente hábiles, para ser de su raza, pero para Kaz resultaban lo bastante ruidosos como para despertar a los muertos. Tras apoyar Rostro del Honor contra un árbol, extrajo un cuchillo del cinturón de su brial y se dirigió furtivamente hacia el ogro más cercano.
El ogro no lo oyó, atento como estaba a la solitaria figura que se acurrucaba junto a la hoguera. Kaz se situó detrás del acechante y, cuando el ogro se detuvo para inspeccionar la zona, el minotauro atacó. Con una mano le tapó la boca al ogro. A continuación, antes de que la criatura se diera cuenta de lo que sucedía, Kaz hincó la hoja en la garganta de su adversario. El minotauro no tuvo el menor reparo en ello: el ogro le habría hecho lo mismo a él…, o algo peor.
Con un estertor ahogado, el ogro se desplomó. Kaz lo sostuvo, amortiguando la caída del cuerpo para que no hiciera demasiado ruido. Depositó a su víctima suavemente en el suelo, limpió el cuchillo de sangre y miró a su alrededor.
El otro ogro ya no era visible, pero Kaz tenía una idea bastante exacta de adonde había ido. Agachándose cuanto pudo sin dejar de moverse con celeridad, el minotauro se internó entre los árboles. De pronto, divisó al segundo ogro, que aguardaba impaciente alguna señal. Kaz avanzó olvidando todo sigilo. Estaba casi encima del otro. Sólo unos pasos más…
Súbitamente, algo, un leve movimiento por parte del minotauro atrajo la atención del cazador, que se volvió con rapidez. El ogro vio a Kaz y vaciló. Sólo tardaría un instante en comprender que Kaz no era un aliado, por lo que el minotauro hizo lo único que podía hacer. Lanzó el cuchillo; la hoja se enterró hasta el final en el pecho del ogro. El monstruo soltó sus armas y trató de arrancarse el cuchillo, pero la vida se le escapaba por la herida. Se desplomó antes de que sus manos llegaran a la mitad del trayecto que las separaba de la empuñadura.
Kaz corrió hacia el cadáver, confiando en que nadie hubiera advertido el estrépito de su caída, y fue a recuperar su cuchillo.
Se oyó el canto de un pájaro. El minotauro se quedó inmóvil, sabiendo que los miembros de aquella especie de ave no tenían por costumbre dedicarse a gorjear en plena noche.
Desde el otro lado del campamento le llegó el rumor de la vegetación al agitarse y los gruñidos de unas siluetas en movimiento. Kaz oyó un jadeo que sólo podía ser de Delbin. Una voz gutural ladró una orden ininteligible.
El minotauro soltó una imprecación. Enfundó el cuchillo en la vaina de su cinturón y corrió hacia el campamento. Supo lo que estaba ocurriendo antes de llegar al claro donde se habían instalado. El corazón le dio un vuelco.
Eran cinco, dos minotauros y tres ogros. Un ogro intentaba sujetar a un forcejeante Delbin, mientras los demás buscaban impedimentos a su diversión. Todos parecían muy decepcionados.
Kaz no titubeó. Rugiendo con toda la fuerza de sus pulmones, se plantó en el claro de un brinco, justo detrás de uno de los ogros. Los cazadores se volvieron a tiempo de verlo levantar el brazo y mostrarles la palma de la mano abierta. La expresión de sorpresa que apareció en sus ojos cuando Rostro del Honor se materializó en su puño divirtió a Kaz, aunque en el pasado ya había presenciado aquella mirada estupefacta en innumerables ocasiones. El hacha mágica siempre regresaba a él cuando más la necesitaba, y sin duda éste podía considerarse un momento de necesidad.
Abatió al primer ogro mientras la criatura seguía boquiabierta. El que sujetaba a Delbin arrojó al kender a un lado y reorientó su arma. Uno de los minotauros dio unos pasos al frente mientras el otro retrocedía sin dilación, retirándose a la espesura.
Kaz recibió al ogro hacha contra hacha. El ogro era un guerrero veterano, por lo que al principio intercambiaron varios golpes. Pronto, el otro minotauro intervino para echar una mano al ogro, obligando a Kaz a retroceder. Detrás de ellos pudo ver al ogro restante dirigiéndose hacia Delbin con actitud amenazadora.
Forzado al máximo a concentrarse exclusivamente en sus dos contrincantes, Kaz no comprendió en un primer momento por qué el ogro del fondo resbalaba de improviso y caía de espaldas. Sólo cuando la menuda figura de Delbin cruzó como una exhalación su campo visual adivinó lo que había sucedido.
—¡Quieto ahí! —bramó el segundo ogro, incorporándose. Su espada era casi tan larga como el hacha de Kaz y trató de partir en dos al ágil kender. Kaz se habría echado a reír, de no ser por el hecho de que sus propios adversarios se estaban separando para dividir aun más su atención.
—Ríndete y procuraremos que tu muerte sea rápida —exigió el minotauro de los bosques.
—No me rendiré a quienes carecen de honor.
Sus palabras enfurecieron al otro minotauro, que blandió su arma descuidadamente. Kaz aprovecho su ira. Trabó el arma de su enemigo por el astil con el filo de su hacha y se la arrebató de la mano de un fuerte tirón. La hoja voló hacia el ogro, el cual, aunque no corría peligro de que le infligiera herida alguna, dio un paso atrás, atónito.
El minotauro agresor intentó contener la sangre que brotaba de su mano herida. Kaz se revolvió inmediatamente contra el ogro. Desaparecida la ventaja numérica, y en una postura inestable debida al retroceso, el ogro propinó su hachazo demasiado alto. Kaz se agachó lo suficiente para permitir que el arma pasara inofensivamente por encima de su cabeza y luego descargó su propia hacha sobre el antebrazo del monstruo.
Rostro del Honor seccionó el brazo con la misma facilidad que cortaba casi todo lo demás. El ogro aulló y se apartó, dejando tras de sí una mano y parte del antebrazo. El minotauro herido se había esfumado.
—¡Que Sargas os confunda! —maldijo el segundo minotauro desde las tinieblas; pero sus palabras iban dirigidas a sus compañeros, no a Kaz y Delbin. Viendo a Kaz dispuesto a cargar contra él, el último ogro decidió que la huida era la estrategia más prudente.
Kaz no tenía intención de dejar escapar a ningún otro enemigo y se precipitó tras el fugitivo. Apenas había llegado a los límites del campamento cuando, de repente, se vio frenado por varias ramas de árbol que se materializaron ante él. Intentó apartarlas de un manotazo, sólo para descubrir que se aferraban a él con la tenacidad de serpientes.
Uno de los árboles más próximos empezó a moverse, extendiendo las ramas en un aparente intento de arrebatarle el hacha a Kaz.
—¡Paladine! —gritó el minotauro. Tiró hacia atrás de Rostro del Honor antes de que el árbol se saliera con la suya, y luego efectuó un molinete con el arma, talando las opresivas ramas. Mientras éstas caían al suelo en un confuso montón, otras intentaron agarrar a Kaz, pero él las seccionó también. No había hacha normal alguna que hubiera podido cortar tantas ramas con semejante rapidez. Si el minotauro hubiese empleado cualquier otra arma, no le cabía duda de que habría sido apresado en cuestión de segundos…, o algo peor.
El árbol animado se inclinó súbitamente sobre Kaz, como una sombra negra en la negra noche. El minotauro levantó su hacha, pero cuando se disponía a asestar el golpe, otro árbol se precipitó sobre él. Ahora tuvo la sensación de que los árboles intentaban aplastarlo por todos lados.
Rehusando aceptar ese destino, el minotauro aferró su arma y saltó sobre el árbol más cercano, que intentó detenerlo sin conseguirlo. Kaz trepó por las ramas sin demora, esquivando las más bajas que intentaban derribarlo.
Al mirar hacia abajo, Kaz vio un resplandor rojizo muy poco natural. Y creyó distinguir la borrosa silueta de un minotauro que sostenía en alto, con la mano izquierda, un objeto causante del origen del resplandor…, y probablemente la razón de que los árboles hubieran cobrado vida. Tras enganchar el hacha en su arnés, Kaz gateó ágilmente por una gruesa rama que se extendía por encima del misterioso minotauro.
Un movimiento a su izquierda y otro a su derecha le informaron de que otros árboles se acercaban en apretadas filas. Kaz echó un vistazo a ambos lados, calculó la distan que lo separaba del otro minotauro y saltó.
Cayó un poco más cerca de lo que esperaba, pero su repentina aparición sobresaltó tanto al segundo minotauro que dejó caer el reluciente artefacto rojo: un cristal. Sin pérdida de tiempo, Kaz embistió. El otro minotauro intentó recuperar el talismán mágico, y tuvo tiempo de rozarlo con la mano antes de que Kaz se abalanzara sobre él. Ambos minotauros chocaron violentamente y la gema salió despedida por los aires.
Ninguno de los dos malgastó tiempo conversando. La oscuridad aumentaba la confusión de la refriega. Kaz intentaba sujetar el brazo del otro minotauro, con la esperanza de retorcérselo, cuando reculó hasta chocar con un árbol que no tenía que haber estado allí. Su sorpresa podía haber resultado beneficiosa para su adversario, excepto por el hecho que el árbol repelió a Kaz de un empujón, arrojándolo contra el otro minotauro. Ambos cayeron dando tumbos.
«En nombre de Kiri-Jolith, ¿qué es esto?», se preguntó Kaz. Entonces comprendió la verdad. La gema confería al minotauro un burdo control sobre los árboles a los que insuflaba vida. Los árboles habían recibido la orden de apresar, posiblemente de matar a Kaz, y si el otro minotauro se interponía en su camino, no notarían la diferencia.
Su enemigo salió a rastras de debajo de su cuerpo, pero en lugar de intentar proseguir con la lucha, lanzó una breve ojeada a los monstruos que se aproximaban y huyó en pos de sus camaradas. Kaz no sentía, de entrada, mucho respeto por el sentido del deber y el honor de aquel individuo, pero le reconoció un poco de sentido común. Era una estupidez morir inútilmente.
Nuevas ramas de árbol buscaron su cuerpo, pero consiguió alejarse rodando sobre sí mismo. Su rotación fue interrumpida por otro tronco, esta vez, uno que pertenecía a un árbol estático. El minotauro lo aprovechó para resguardarse momentáneamente.
Se le ocurrió atacar con Rostro del Honor, pero a Kaz no le entusiasmaba la idea de aventurarse entre aquellos monstruos, por muy formidable que fuera su hacha de armas. Tenía que haber otra forma. Podía dejar atrás a cualquier ogro por piernas, pero temía que entonces fueran otros quienes se tropezaran con aquellos engendros vivientes. Kaz no tenía modo alguno de saber cuánto duraría el hechizo. El único que podía responder a esa pregunta era el minotauro que controlaba la gema…
«¡La gema! ¡Qué estúpido he sido!». Escrutó rápidamente la oscuridad en busca del resplandor rojo. Una débil luz carmesí relucía entre el follaje, a su izquierda. Sólo podía ser el talismán.
Uno de los árboles se había acercado a Kaz para intentar retenerlo, pero éste consiguió sortearlo. A su espalda pudo oír a los árboles animados que lo perseguían. Le rechinaban los dientes. Ya no estaba lejos; sólo unos cuantos metros más.
Sus pies se enredaron en unas ramas. Kaz perdió el equilibrio y cayó de bruces. Casi antes de entrar en contacto con el suelo, el indefenso guerrero se vio arrastrado hacia atrás. Intentó alcanzar su hacha, pero le resultó imposible: estaba a merced de los árboles.
Una pequeña silueta se materializó de pronto a su lado.
—¿Kaz?
—¡Delbin! ¡Busca la gema roja, la que brilla en la oscuridad!
—¿De veras? —Incluso en aquellas desesperadas circunstancias, el tono del kender era alegre—. ¡Vaya, eso tengo que verlo! Yo…
Otro grupo de ramas apresó las piernas del minotauro. Kaz consiguió empuñar su hacha, pero dudaba que pudiera esgrimirla eficazmente en su actual posición, tendido boca abajo.
—¡Cállate, Delbin! ¡Encuentra la gema, deprisa! Tiene que estar por ahí.
Delbin describió un círculo con la mirada.
—¡No la veo!
En otras circunstancias, el kender habría encontrado el más diminuto de los abalorios, aunque llevara años perdido y enterrado. Kaz se preguntó si no debería simplemente resignarse a su suerte. En ese momento, su compañero giró la cabeza y exclamó:
—¡Ah! ¡Ahí está! —Se precipitó hacia la gema y la recogió del suelo—. ¡Ya la tengo, Kaz!
«Ya iba siendo hora», pensó el abrumado minotauro.
—¡Sostenla en alto y ordena a los árboles que se detengan!
—¿Tú crees que funcionará? Nunca he visto…
—¡Delbin!
El kender alzó la gema inmediatamente, gritando al mismo tiempo:
—¡Deteneos, árboles!
No ocurrió nada. Los árboles continuaron su labor. Uno de ellos intentaba levantar a Kaz por las piernas. El minotauro empuñaba el hacha, pero intentar utilizarla con éxito no era fácil, hallándose cabeza abajo, ni siquiera con su prodigiosa arma.
—¡He dicho que os detengáis, árboles! ¡Quietos! —Delbin hizo una pausa—. Me parece que no funciona, Kaz.
—¡Rompe ese maldito artilugio! —Fue lo único que se le ocurrió en aquel momento.
—No tengo nada con qué romperlo. ¡Es muy duro, Kaz!
El guerrero sólo podía pensar en un objeto, de los que portaban entre el kender y él mismo, que fuera capaz de destruir la piedra mágica. Por mucho que le doliera renunciar a su única defensa, Kaz se concentró en el kender, flexionó el brazo y lanzó Rostro del Honor en dirección al menudo personaje.
—¡Utiliza el hacha! ¡Deprisa!
Los demás árboles se agolparon a su alrededor e impidieron que siguiera viendo a Delbin. Continuó oyendo el ruido de sus atolondrados movimientos, pero nada más.
—¡El hacha pesa demasiado, Kaz!
—¡No tienes que levantarla mucho!
Sus inhumanos enemigos lo envolvían por todos lados.
Su situación era insostenible. En cuestión de segundos, los árboles lo aplastarían con sus troncos.
Un brillante fogonazo de luz carmesí alumbró la zona más inmediata.
Los árboles dejaron de moverse. Kaz contuvo el aliento, esperando que reanudaran el ataque, pero no fue así. Expulsó el aire retenido en sus pulmones y se rio con alivio.
—¿Kaz? ¿Estás bien? —La cabeza de Delbin apareció del revés entre dos de los árboles.
—Bastante bien. —Tenía una herida en el brazo y un dolor de cabeza insoportable, pero eso carecía de importancia, en comparación con lo que podía haber ocurrido—. Aunque creo que voy a necesitar tu ayuda para liberarme.
—De acuerdo.
Con el auxilio de su compañero, Kaz consiguió pronto desenredarse de la tupida maraña vegetal. No había ni rastro de los otros atacantes. Kaz supuso que era la última vez que los veían. No formaban un grupo demasiado competente, en su opinión, ni siquiera los minotauros. Pensó en salir en su persecución, pero decidió que no sería prudente buscar su rastro en la oscuridad.
—¿Y tú, qué tal? —preguntó a Delbin—. ¿Estás bien?
El kender asintió en silencio. Como máximo, parecía emocionado por los festejos nocturnos. Ése era otro rasgo distintivo de aquella raza que Kaz jamás entendería. Sintiéndose culpable por haber dejado solo a su compañero, el minotauro añadió:
—Siento haber tenido que actuar así. Creí que tendríamos más posibilidades si conseguía pillar desprevenidos a unos cuantos. Esperaba causar más estragos. —Pero estaba buscando excusas. El y su compañero podían perfectamente haber muerto. ¿Había embotado sus sentidos en alguna medida su intento de formar una familia?—. De veras, lo siento.
Delbin no pareció concederle importancia al asunto. Estudió al ogro muerto y examinó las demás secuelas del ataque.
—No pasa nada, Kaz. Sabía que nos salvarías.
Lo afirmó con tanta convicción que Kaz no pudo discutírselo. Delbin confiaba en él con los ojos cerrados. Kaz se azoró.
—Sabía que nos salvarías —repitió el kender, dedicándole una sonrisa—. El hombre de mi sueño me lo advirtió justo antes de despertarme.
—¿Que hizo qué? —Aquello sí que provocó resonancias familiares inquietantes—. ¿El hombre de gris?
—¡Sí, Kaz! Me dijo que no me preocupara, porque aún no ha llegado el momento de someter a prueba el equilibrio. Dijo que lograrías conducirnos sanos y salvos hasta ese punto. Tenemos que estar en otro lugar para la prueba de equilibrio.
—¡Por Paladine! ¡Hasta aquí podíamos llegar! —El minotauro alzó la vista al cielo—. ¡Dioses! ¡No sé cuál de vosotros es el responsable de esto, pero no volveré a ser vuestro títere! Voy a rescatar a Hecar y luego retornaré sin más dilación a mi hogar, junto a mi compañera y mis hijos. ¡Buscad a otro para vuestro juego infernal, cualquiera que sea!
Kaz dudaba de que el Gran Dragón, como algunos llamaban al dios del Bien, estuviera detrás de todo esto. Paladine era noble y justo, pero existían otros dioses, unos del Bien, otros de la Neutralidad y otros del Mal, que, a los ojos del minotauro, jugaban con los mortales cuando ellos mismos no podían actuar abiertamente.
El cielo nocturno, como era de esperar, no respondió. Kaz soltó un bufido de impaciencia y se volvió hacia su compañero. El kender parecía interesado por sus palabras pero no hizo ningún comentario, lo que Kaz le agradeció. En aquel momento, el minotauro tomó la decisión que le pareció correcta, dadas las circunstancias. Era lo que tenía que haber hecho desde el principio.
—Delbin, mañana irás hacia el sur y volverás al poblado con Helati. ¡Volverás allí y te quedarás allí!
El kender empezó a protestar, pero Kaz le dio la espalda e inició la repulsiva tarea de deshacerse de los restos del ogro. No volvió a mirar a su compañero ni a dirigirle la palabra en todo el resto de la noche.
A la mañana siguiente, Delbin presentó una queja formal:
—¡Quiero ir contigo!
—En el grupo de anoche había minotauros que querían capturarnos, tal vez incluso matarnos. No sé cómo sabían que estábamos aquí, o por qué querían hacernos prisioneros, de entrada, pero algunos consiguieron huir. —Era cierto que abrigaba ciertas sospechas, pero ninguna que quisiera expresar en voz alta en aquel preciso instante. Los únicos que sabían que se dirigía a su tierra natal eran los minotauros de su poblado—. Eso significa que quizá volvamos a tropezarnos con ellos, puede que en la misma Nethosak. Esos harían picadillo a un kender. Ya tengo preocupaciones de sobra, sin tener que preocuparme también por ti. Ve a visitar de nuevo a Helati, Delbin. Te tratará bien. Espérame allí.
—Pero, Kaz —lo interrumpió el kender, que ya traía los caballos por las riendas—, ya te lo he dicho. El hombre gris dijo que debo ir contigo para ayudarte.
—Quizá lo has interpretado mal, Delbin. Quizá quería que estuvieras aquí anoche para ayudarme. Ya lo has hecho, así que ya puedes regresar. —El kender meditó aquellas palabras.
—¿Tú crees?
—Estoy seguro.
—¡Pero yo no quiero irme! ¡Tú eres mi amigo!
El minotauro suspiró. Sentía un gran afecto por el kender, sin lugar a dudas, razón por la cual Delbin tenía que marcharse. Kaz no quería que le hicieran daño; por otra parte, tampoco se sentía excesivamente cómodo desnudando sus emociones de aquella guisa.
—Escúchame. El territorio de los minotauros está cerca. Es una tierra peligrosa. Y Nethosak es lo peor de todo. Ha sido una imprudencia por mi parte dejar que llegaras tan lejos, y el ataque de anoche no hace más que confirmarlo. No sé qué querían de nosotros…, pero creo que llevarte a mi patria sólo te hará correr mayores riesgos. Debes comprender que te envío al sur porque no quiero que te suceda nada malo.
—No quiero irme… —El menudo personaje bajó la vista.
—Delbin. —El kender levantó la cabeza—. Espero que comprendas la gravedad de este asunto. No quiero que te hagan daño.
—Lo sé, Kaz.
—¿Irás hacia el sur, como te he pedido?
—Sí, Kaz, pero…
—No. —El minotauro se cruzó de brazos, componiendo la expresión más severa e imponente que pudo—. Helati necesita tu ayuda, dado que yo no estoy a su lado. Tiene dos hijos a los que cuidar. —Por dentro, Kaz dio un respingo. Helati no le perdonaría fácilmente que convirtiera a un kender en invitado de su casa, aunque fuera por poco tiempo. Apreciaba a Delbin tanto como Kaz, pero los kenders tenían la costumbre de «guardar involuntariamente» cualquier artículo abandonado a su suerte durante más de un minuto. Aun así, Delbin tenía buena mano con los niños, incluidos los vástagos de minotauro, lo cual resultaba muy útil. Eso podía aplacar un tanto a Helati.
—Lo entiendo —replicó Delbin con expresión pretendidamente solemne, intentando crecerse ante la adversidad. Con una repentina sonrisa, añadió—: ¡Además, Helati me cae muy bien! Cocina estupendamente, para ser una minotauro, sabe cazar y conoce trucos muy hábiles con la daga, me lo demostró en cierta ocasión, acertando en una diana que estaba realmente lejos…
El kender siguió parloteando infatigablemente, y aunque el continuo barboteo distraía la atención de Kaz, el minotauro le permitió hablar sin interrupciones. Y cuando el kender se hubo marchado finalmente, Kaz sintió un extraño vacío en su interior.
«Domínate —se reprendió en cuanto Delbin desapareció de su vista—. Eres un minotauro, un guerrero. Así es como debes comportarte cuando cruces las fronteras del imperio minotauro. Hecar necesita que seas fuerte».
Pensar en el hermano de Helati contribuyó a reafirmar su determinación. Antes de partir, Kaz buscó rastros de la desbandada de los cazadores. Contó solamente cinco monturas. Era posible que tuvieran refuerzos apostados en cualquier punto. Aquello lo convenció de que su decisión de enviar al kender de regreso había sido la correcta. Ogros y minotauros no colaboraban voluntariamente, a menos que existiera una buena razón.
Encontraría a Hecar. De eso no cabía la menor duda.
El día transcurrió lentamente. Kaz descubrió que echaba de menos la compañía del kender más de lo que hubiera imaginado. Delbin era un camarada tan leal como cualquiera de los que había conocido…, más leal que la mayoría.
El bosque se fue aclarando progresivamente, hasta que no quedó nada más que simples colinas cubiertas de hierba, salpicadas por alguna arboleda ocasional. Las estribaciones meridionales de la cordillera que hacía de frontera natural entre los reinos de los minotauros se hallaban a pocos días de viaje. Mientras se dirigía hacia el norte, Kaz sufrió también las inclemencias del mal tiempo. Se levantó un fuerte viento, seguido a corta distancia por una densa capa de nubes. Empezó a llover justo antes de la puesta del sol, y la lluvia se intensificó al cabo de un rato, hasta convertirse en una tormenta en toda regla. La caída de un rayo en la colina que se erguía justo frente a Kaz fue la señal que decidió al minotauro a acampar.
Kaz localizó una cornisa lo bastante grande para darles cobijo a él y a su montura. Encontrarla no fue ninguna sorpresa: la recordaba de otro viaje efectuado mucho tiempo atrás. No había manera de encender un fuego, por lo que el minotauro se conformó con ingerir la carne guisada y la fruta que le quedaban de su parte de las provisiones. El resto se lo había llevado Delbin. El kender había tenido una suerte fuera de lo habitual en su recolección, con lo que ambos disponían de alimentos en abundancia.
La tormenta arreció. Incapaz de dormir aún, Kaz contempló el paisaje, identificando los puntos más destacados. Ponderó mentalmente lo que haría cuando llegara a Nethosak. Posiblemente, su mejor apuesta con el fin de obtener ayuda era la Casa de Orlig. Aunque sus relaciones con su clan no fueran tan cordiales como en otros tiempos, la casa no tenía motivos para volverle la espalda. Kaz había demostrado su inocencia de cualquier acusación de deshonra, y su reputación fuera de su patria le había granjeado un prestigio incomparable incluso entre los miembros de su especie. Era bien sabido que los Caballeros de Solamnia, una de las pocas organizaciones humanas que los minotauros respetaban, lo honraban como guerrero.
Naturalmente, aparte de Orlig, Kaz contaba con uno o dos contactos, siempre que aún vivieran. Acercó una mano a la bolsa donde guardaba el medallón que, según afirmaba Delbin, le habían entregado al kender en el transcurso de un sueño. Por mucho que aborreciera la idea de apelar a su antigua preeminencia en el circo, había quien lo ayudaría simplemente porque en un tiempo ostentó el título de Campeón Supremo.
Un relámpago particularmente refulgente iluminó todo el paisaje. Kaz se puso en pie de un brinco, asustando por unos instantes a su montura. Habría jurado que había una figura erguida en medio de la tormenta, a la que parecía inmune, una figura con barba, vestida con una larga túnica ondeante y que empuñaba un bastón. Era una figura que, aun desde lejos, se asemejaba mucho al hombre gris de su sueño.
—¡Pues bien, ahora estoy despierto! —exclamó. Olvidando momentáneamente los elementos, echó a correr bajo la tormenta, dirigiéndose al punto donde había visto al hombre gris.
Un nuevo relámpago restalló cruzando el cielo, pero nada iluminó la figura. Kaz avanzó con rapidez, temiendo no sólo perder su objetivo en la oscuridad, sino también habérselo imaginado desde un principio. No había recogido su hacha, pero el minotauro no se preocupó; Rostro del Honor acudiría a su mano en cuanto lo necesitara.
Retumbó un trueno. La lluvia era cada vez más copiosa, lo cual frenaba la marcha de Kaz. El minotauro se preguntó si el hombre gris era efectivamente un mago, a pesar de no vestir las prendas de color rojo, negro o blanco del oficio; sin duda lo parecía. Además, algo de él le resultaba familiar, y no sólo a causa del sueño. Algo que guardaba relación con Huma de la Lanza, de eso estaba seguro, aunque con toda sinceridad no supo decir por qué.
Otro brillante fogonazo iluminó el cielo entero, revelando a Kaz una figura que se acurrucaba cerca de donde había localizado al hombre gris. Pese a estar empapado, el minotauro se permitió una sonrisa que dejó al descubierto su dentadura. Por fin tenía a su merced al escurridizo personaje.
—¡Levántate! —rugió al acercarse a la oscura masa acurrucada—. ¡Levántate! Tienes que responder algunas preguntas.
Otro relámpago descargó y, por primera vez, Kaz vio que la figura que se hallaba ante él no era el hombre de gris.
Era Delbin… y estaba sangrando.