El futuro
Kaz no podía evitar sentir admiración por Nethosak cuando el barco que los transportaba a él y a los otros zarpó hacia el sur. Su pueblo había logrado mucho, efectivamente, en muy pocos años, mas si conseguían superar su histórico afán de poder y dedicar más tiempo a mejorar su vida, Kaz creía que lograrían mucho, muchísimo más. La raza de los minotauros estaba sin duda destinada a la gloria. Sin embargo, uno no tiene que alcanzar necesariamente la gloria mediante la conquista.
Esperaba que algo de lo que había dicho al Círculo Supremo y al resto hubiera hecho mella en ellos, pero eso sólo lo diría el tiempo.
—No puedo creer cuánto les has sacado, teniendo en cuenta que has rechazado el trono en su propia cara —observó Hecar, que se hallaba junto a él—. Este barco, cancelar la invasión, la pira funeraria para vuestro padre…, que por cierto fue una despedida magnífica, conmovedora.
Kaz asintió. Él, Fliara y la familia de Toron habían representado a los hijos de Ganth y Kyri, pues los demás estaban muy lejos, en otros puntos del país. No obstante, recibirían la noticia al mismo tiempo que otros parientes. La pira había rivalizado con las de los grandes emperadores del pasado. Dastrun, con gran placer por parte de Kaz, se había visto obligado a pronunciar un grandilocuente discurso ensalzando las proezas de viejo marino. Pero había realizado un trabajo excelente, tal vez esperando que lograría conservar su posición como patriarca a pesar de que sus dos protectores habían muerto.
Hubo otras piras: una para Scurn, a quien Kaz se aseguró de que honraran adecuadamente por su valor, y una, no muy bien atendida, para el difunto emperador. La quema del cadáver de Inferno requirió mucho más esfuerzo, a tenor del tamaño del dragón y de su inmunidad natural al fuego. Un surtido de aceites inflamables habían contribuido a dicho empeño.
Kaz se volvió hacia su amigo.
—¿Tenía que haber aceptado?
—No. Yo, al igual que muchos otros, me sentí orgulloso de que te quisieran a ti, pero no estás hecho para eso. Tú quieres algo diferente. No deseas conquistar un mundo. Además, Helati nos habría matado a ambos si hubieras aceptado.
Kaz soltó una risita.
—Ya está hecho. En cuanto a las conquistas, esperemos que el Círculo Supremo y el nuevo emperador se lo piensen mucho antes de embarcarse en inciertas aventuras. El hombre gris aseguró que si proseguían con la invasión, fracasarían.
—Me gustaría conocer a ese hombre gris… y decirle unas cuantas cosas de lo que pienso de él. Todavía no le he perdonado que te utilizara a ti, tal vez a todos nosotros, de aquel modo. No, he cambiado de opinión. Preferiría mostrarle de lo que es capaz mi puño.
Ahora que las cosas estaban más calmadas y Kaz podía reflexionar, sintió que comprendía al mago mucho mejor. Siempre hubo un rastro de pesar en aquellos ojos; pesar y, por encima de todo, frustración.
Pensar en el mago le recordó a Ty. La mayoría de los minotauros había aceptado su palabra de que el Dragón Plateado se había esfumado porque su misión había concluido, pero Hecar y el kender quisieron saber un poco más, en especial el kender. Le había costado cierto esfuerzo explicárselo todo al kender, pero cuando Kaz hubo terminado, Delbin buscó inmediatamente su libreta de notas…, y en ese momento el kender descubrió uno o dos objetos que resultaron ser propiedad de Athus.
—Perdona al mago —pidió Kaz a su compañero—. Hizo lo que tenía que hacer. —Tras una pausa, añadió—: ¿Crees que me escucharon realmente?
Kaz se había visto forzado a pronunciar un discurso rechazando la corona por el bien del pueblo, al tiempo que intentaba evitar que se ofendieran. Sabía, así lo dijo, que no sería un buen emperador. Bastante le costaba dirigir su pequeño asentamiento. Recomendó algunos cambios inmediatos en relación con uno o dos miembros del Círculo, que se ahorraron un deshonor más grande dimitiendo en el acto. En cuanto a los clérigos, necesitaban dedicar cierto tiempo a congraciarse de nuevo con la gente.
Hacia el final del discurso, tras contar a todo el mundo lo que había hecho Inferno, Kaz recordó a los minotauros lo más importante. Ahora eran sus propios gobernantes, posiblemente por primera vez desde el origen de su nación. Si cometían errores, sólo podían culparse a sí mismos.
—Recordad que la vida sin verdad o sin honor no es nada —fue su conclusión—. Si somos hijos del destino, debemos actuar en consecuencia.
—Eh, vosotros dos, ¿vais a continuar con la misma cantilena durante todo el viaje? —bramó Toron desde detrás de Hecar y Kaz. El hermano de Kaz había decidido unirse al poblado, llevándose consigo a su familia (su compañera y tres hijos de corta edad), que a todas luces estaban abajo, posiblemente con Fliara, de cuya compañía parecía disfrutar mucho Hecar.
De hecho, había más de un centenar de minotauros a bordo del barco, apodado Exterminador de Dragones en honor a Kaz, e incluso entre la tripulación había nuevas incorporaciones al poblado. Algunos pertenecían a su anterior clan, pero muchos procedían de otros clanes. Acudirían más a medida que transcurrieran las semanas. Kaz podía haber rechazado el papel de emperador, pero no había descubierto el modo de dar la espalda a la aldea que había crecido alrededor de su morada. Con otros cien minotauros, a partir de ahora sería más bien una pequeña villa.
Esperaba que no tuvieran que llamarla ciudad al cabo de poco tiempo.
Por lo menos no había enanos gullys a bordo. El Clan Orlig y el Círculo se habían comprometido a escoltar a las criaturas en el viaje de regreso a su hogar. Galump se había convertido, sin elección previa, en jefe de los esclavos ahora liberados, que ya casi habían olvidado su esclavitud; ésa era la ventaja de una memoria de tan corto alcance.
—Estamos contemplando Nethosak por última vez —respondió Hecar finalmente a Toron.
—¡Puedo pasar sin ella y sin el resto de la patria! Existen aventuras mejores que luchar en una ignominiosa guerra tras otra. Prefiero que mis hijos sean exploradores, cuando crezcan.
Viniendo de Toron, que siempre asumía el papel de guerrero, incluso cuando era sólo un niño, la declaración no era baladí. Kaz asintió, corroborándolo.
—Explorar estaría bien. Existe otro continente. ¿Por qué iba a ser Nethosak la única en enviar naves a cartografiarlo?
Hecar los estudió con curiosidad.
—Antes deberás dedicar algún tiempo a criar a tus hijos, Kaz, de lo contrario Helati nos arrancará el pellejo…, y tú harías bien en seguir su ejemplo con tu pareja, Toron. En lo referente a la familia, parece de las obstinadas.
El hermano de Kaz se echó a reír jovialmente.
—Creo que bajaré a ver si mi compañera me necesita. Os dejaré solos admirando Nethosak. —El fornido minotauro abandonó la cubierta.
—Tardaré un tiempo en acostumbrarme a él, Kaz.
—Piensa en él como en un yo más joven.
—Prefiero no hacerlo. Tú nunca has podido ser así.
Kaz soltó una carcajada. Los dos minotauros volvieron la vista hacia la costa. Kaz sabía que el grueso de la historia futura de los minotauros siempre emanaría de Mithas y Kothas, en especial de Nethosak. No obstante, para bien o para mal, el futuro lo decidirían los propios minotauros. Kaz sospechaba que su naturaleza básica no cambiaría mucho.
El sueño del destino, naturalmente, proseguiría sin Inferno. En lo más profundo, Kaz sospechaba que la mayoría de su pueblo necesitaba ese sueño, aunque sólo fuera porque se sentía demasiado distinto a las demás razas para convivir con ellas cómodamente.
—Hemos sido esclavizados, pero siempre nos hemos liberado de nuestros grilletes —se descubrió murmurando Kaz—. Hemos sido repelidos, pero siempre regresamos a la contienda más fuertes que antes. Nos hemos remontado a nuevas alturas cuando todas las demás razas han sucumbido a la decadencia. Somos el futuro de Krynn, estamos predestinados a ser los amos del mundo entero. Somos los hijos del destino.
—¿De veras? —masculló Hecar con desaprobación.
Kaz se encogió de hombros. Nethosak se veía ahora diminuta en la distancia, aparentemente insignificante. El minotauro forzó la vista y creyó que aún podía distinguir lo que podría ser el techo en ruinas del templo.
—No lo sé —murmuró el minotauro, más para sí mismo que para su compañero—. No lo sé. Tendremos que esperar a verlo, ¿no crees?
Contemplaron Nethosak mientras seguía empequeñeciendo, sin pensar más en el futuro de la capital imperial. Después de todo, Kaz y los demás, incluyendo a Helati y el resto de los que ya habitaban el poblado, tenían un futuro propio en el que pensar…, y eso era más acuciante en aquel momento.