14

El emperador

—¡Ni siquiera deberías estar aquí! —insistió Kaz, luchando por dominar el miedo al dragón—. ¡Todos los dragones han abandonado Krynn, desde el final de la guerra!

—Los dioses nos ordenaron partir, sí —admitió el leviatán rojo—. ¡Nos obligaron! Los servimos bien, en ambos bandos, y como recompensa, ¡nos desterraron de este mundo! ¡Pero yo me rebelé! ¡Luché contra el impulso de partir! Uno por uno, mis hermanos emprendieron el vuelo, incapaces de imponer su propia voluntad, ¡pero yo conseguí resistir!

El Dragón Rojo bajó del estrado; sus ojos pasaron velozmente de un minotauro a otro. En cada ocasión, su mirada terminaba posándose en Ty. Kaz se percató de ello y empezó a preguntarse la razón.

—Mi ira era mi fuerza. Serví bien a mi señora, trabajando a lo largo de los siglos para alcanzar su meta, y ahora debía abandonar mi trabajo para ella, ¡todo aquello por lo que tanto había luchado! Ya era más mío que suyo y debía renunciar por completo, sólo porque ella había fracasado. ¡Yo, Inferno!

¿Dónde estaban los clérigos y los guardias? Kaz había calculado que enseguida entrarían en tromba otros minotauros. ¿Acaso no oían los bramidos? No podía creer que los minotauros que trabajaban para el templo conocieran el secreto de su sumo sacerdote. Quizá lo sabían algunos de mayor rango, pero incluso eso era dudoso.

Una vez más, Kaz deseó que su hacha apareciera en su mano. Esta vez notó un ligero tirón, como si Rostro del Honor intentase regresar pero algo se lo impidiera. No obstante, aquello le proporcionó un poco de esperanza. La voluntad del dragón no era invencible. Kaz quizá podía recuperar su arma, si lograba distraer lo suficiente al dragón.

Siempre que tuviera ocasión de ello.

Inferno parecía alegrarse de contar con espectadores, aunque fueran prisioneros, ante quienes alardear de sus proezas. Probablemente eran los primeros intrusos que conocían la verdad, sin duda porque el dragón pretendía matarlos a todos.

—Sois mis hijos, más que descendientes de Sargas o de su amante, la oscura Takhisis. Yo os he convertido en el terror que sois ahora, os he guiado en su nombre a través de generaciones, obedeciendo órdenes descabelladas, y os he entregado en calidad de esclavos para que os templaran los rigores de vuestra vida. ¡Todo para que os convirtierais en soldados más fuertes y combativos! Ahora puedo conduciros a la cita con vuestra gloria y con la mía. Yo gobernaré y vuestra especie será como mis garras, llegará cada vez más lejos hasta que todo Krynn se halle bajo nuestro control. ¡No os inclinaréis ante nadie, ni dios ni diosa, excepto ante mí!

Inferno alzó la vista hacia el techo. Si Kaz había entendido bien al dragón, la historia de la raza de los minotauros era una burla —siglos de manipulación interminable por fuerzas internas y externas— y el dragón era el mayor de los manipuladores. Cada sumo sacerdote, durante incontables generaciones, pudo ser este dragón con forma de minotauro.

El escalofrío que le recorrió el espinazo no lo provocó el miedo mágico al dragón, sino más bien la comprensión final de lo que les había sucedido a todos aquellos infelices, muchos de ellos sin duda buenos y leales clérigos. ¿Qué debió pensar Jopfer cuando le propusieron la oferta? ¿Creyó que era un modo de corregir los males del clero? ¿Creyó que podría trabajar con sus antiguos maestros y convertir el Templo de Sargas en un aliado del Círculo?

¿Cuándo descubrió por fin la verdad? ¿Justo antes de que Inferno robara su aspecto y lo destruyera?

La perversa mirada de la enorme criatura roja se clavó repentinamente en Kaz.

—Lástima que seas tan desafiante, Kaziganthi de-Orlig. Tu espíritu y el mío no son tan distintos, por eso no puedes obedecerme. Resultaste útil por un tiempo, no obstante, extendiendo la gloria de la destreza de los minotauros más allá de la patria. Durante un tiempo permití que esas historias circulasen entre los de tu especie, sabiendo que hazañas como las que se te atribuían sólo podían estimular a otros a esforzarse más. —Inclinó su voluminosa cabeza en lo que Kaz supuso que equivalía a una reverencia—. Me alegro de haber decidido dejarte vivir tras tu renuncia al circo. Habría sido lamentable tener que librarme de ti y de tu hermano al mismo tiempo. Hasta que empezaste a sentar cabeza y atraer a otros, que empezaron a abandonar la patria, representabas más una ayuda que un obstáculo para mis planes. Si hubieras aceptado mi propuesta, te habrías rehabilitado y hoy serías mi principal general. Confiaba en que aceptarías. De verdad lo esperaba. Eres lo que tanto he luchado por crear, Kaziganthi. ¡Eres el guerrero minotauro que no conoce la derrota, no reconoce desafío alguno que no pueda superar! —Inferno ladeó la cabeza—. Aún te queda una última oportunidad.

—¡Debes de estar loco! —exclamó Kaz, enfurecido—. Después de lo que nos has hecho a mí y a los míos, todavía tienes la arrogancia de ofrecer…

—¡Tú! —La voz era la de Ganth, como Kaz nunca había oído a su padre. El marino, con la espada en alto, miraba al leviatán con los ojos desmesuradamente abiertos. A pesar de su miedo inducido, el anciano minotauro empezó a avanzar hacia la bestia—. ¡Tú ordenaste matar a Raud! Y enviaste al Gladiadora, aquella misión condenada al fracaso, ¿verdad? ¡Recuerdo que el sumo sacerdote la aprobó! ¡Por las barbas del Justo! Recuerdo que el templo prácticamente insistió en que nos enviaran inmediatamente a aquellas siniestras aguas…, ¡sin un clérigo a bordo, como era práctica habitual en aquella época! Sabías que nos tropezaríamos con aquellos barcos, los merodeadores, y también con aquella tormenta, ¿no es cierto? Confiabas en que pereceríamos todos, ¿verdad?

Sin dejar de espiar a Ganth, el dragón respondió fríamente:

—Era mi obligación erradicar a los débiles, los inestables y los impredecibles de mis filas. Había que templar la raza constantemente, para que le resultara de alguna utilidad a mi señora. —Inferno miró ceñudamente, pero no a ellos—. ¿Y qué se hizo? —berreó el dragón—. ¡Fueron desperdiciados, utilizados como pienso por quienes no valoraban mi labor! Me esforcé por crear para ella una raza perfecta, a través de la cual pudiera conquistar Ansalon junto con su consorte. ¡Pero sus insulsos esbirros mortales malgastaron demasiado esfuerzo! Todos los siglos de trabajo, el fortalecimiento a través de la adversidad y la selección…

—Tú mataste a Kyri, reptil repugnante… —gruñó Ganth—. Mataste a mi tripulación. Has matado a centenares, a miles. Tú mataste a mi hijo…

Kaz reaccionó demasiado tarde para detener a su padre. El anciano minotauro embistió, ofuscado su juicio por la rabia. Alzó su espada al máximo y lanzó un antiguo grito de guerra minotauro.

Con una pata, Inferno apartó a Ganth de un solo golpe.

—¡Padre! —gritaron al unísono Kaz y Fliara. Ganth voló literalmente por encima de ellos, mientras su espada rebotaba contra el suelo con un gran estruendo metálico. Todos los presentes, con excepción de Ty, se olvidaron del dragón y contemplaron impotentes cómo Ganth se estrellaba desmadejadamente contra el suelo, a varios metros de distancia.

Incluso antes de llegar a su lado, Kaz supo que su padre estaba muerto.

Contempló el cuerpo exánime. Por las contusiones que presentaba, era posible que Ganth hubiera muerto antes de tocar el suelo. Un solo golpe de un dragón podía aniquilar fácilmente a la mayoría de los mortales.

En aquel instante, la aborrecida voz del hombre gris murmuró en el interior de su cabeza:

—Lo siento, Kaz. No pude controlarlo.

—¡Fuera de mi cabeza! —balbuceó el minotauro, volviéndose hacia el dragón. Inferno era personalmente responsable de la muerte de sus padres y de su hermano. Era, como había señalado Ganth, el responsable de la muerte de millares, todo en nombre de un perverso plan para crear una raza perfecta de guerreros que sirviera a una siniestra diosa. Kaz se enfrentó a la bestia asesina, deseando de nuevo que Rostro del Honor volviera a su mano. Por un momento, casi creyó que lo conseguiría, pero la voluntad del dragón seguía siendo demasiado fuerte, a pesar de que Kaz se sentía acicateado por el intenso pesar y la ira.

Cuando renunció a su empeño, reparó en una solitaria figura que se erguía ante el pavosoro monstruo.

Ty.

—¡No permitiré que les hagas más daño! —gritó la chica—. ¡Ty! ¡Aléjate de él! —aulló Kaz.

—Eres joven. Te perdono tu insensatez —dijo Inferno a la humana—. ¡Pero no abuses de mi buena voluntad!

—¡Has matado al padre de Kaz! —bramó Ty, haciendo caso omiso de las palabras del dragón.

Una bola de fuego lo bastante grande para consumir a un minotauro brotó de las manos de la hembra humana. Voló hacia Inferno y le alcanzó en pleno torso. El dragón lanzó un gruñido y apagó las llamas con las alas.

—Considérate afortunada porque el equilibrio debe ser mantenido, jovencita. Ahora compórtate como es debido.

Un escudo transparente de color rojo vivo cayó sobre la chica. No se detuvo; primero la envolvió y luego pasó a través de su víctima. Sus últimos rastros desaparecieron bajo el suelo, pero los efectos de su poder resultaron evidentes. Ty se desplomó, abrumada por una repentina somnolencia.

—Esto ya ha durado demasiado —declaró Hecar—. Tenemos que vencerlo o morir en el intento. ¿Qué alternativa nos queda? ¿Estáis conmigo?

«Hay que liberar a la chica —intervino de nuevo la voz del hombre gris—. Es necesario un equilibrio entre todas las cosas para que triunféis. El equilibrio conduce al equilibrio».

—¡Fuera de mi cabeza, he dicho! —Gruñó Kaz—. ¡Coge tu consejo y devuélvelo al sueño del que procedas!

Fliara le tocó el brazo.

—¡Kaz! ¿Qué te ocurre? ¿Con quién hablas?

No tuvo tiempo de responderle, pues Inferno había vuelto a centrar su atención en él.

—No debías morir en el circo, Kaziganthi, pero tu padre sí, como lección objetiva para ti. Eso ha sido rectificado. Sin embargo, ahora veo que quizá debí dejarte morir. Nunca te inclinarás. Nunca. Bastaría simplemente con eliminarte, junto con tu pequeño grupo, de una vez por todas, pero no sería muy satisfactorio eliminaros de una manera tan… dragontina. Vuestra muerte debe ser refinada para que inflame a las masas, algo más extravagante incluso que las ejecuciones rituales que había planeado. Tendré que pensar en ello.

Los tres minotauros se adelantaron, pero, esta vez, también era demasiado tarde. Unos escudos de color verde esmeralda, similares al rojo que había envuelto a Ty, los cubrieron a todos. Kaz notó que su cuerpo se envaraba y su mente se nublaba por momentos. El escudo lo atravesó y, cuando se hundió en el suelo, el minotauro no podía moverse, excepto para respirar. Por el rabillo del ojo veía una mano de Hecar, tan pálida y exánime como la suya.

—¿Por qué haces esto? —Era la voz de Ty—. ¡Permite que se marchen y haré todo lo que quieras! ¡Dejaré de resistirme!

Inferno pareció impresionado.

—Tenías que estar tan indefensa como el resto. Creía haber tenido en cuenta tu origen. Eres más fuerte de lo que aparentas, jovencita. ¡Bien! Eso significa que vivirás mucho, muchísimo tiempo para mí. ¡Muchos, muchísimos siglos!

—¿Qué quieres decir?

—¿Todavía no lo comprendes? —El gran Dragón Rojo soltó una ronca carcajada—. ¡Ah, la inocencia de la juventud! ¿No comprendes por qué eres tan importante para mí? ¿No te das cuenta de lo que ha sucedido? —Inferno echó la cabeza hacia atrás—. Todos los dragones fueron reclamados por los dioses. Yo sabía que me sentiría obligado a partir, pero me resistí. Como ves, jovencita mía, existe un equilibrio que debe mantenerse a toda costa. Para que yo pudiera permanecer en Krynn después de la llamada, debía existir también en este mundo un ejemplar opuesto a mí. Uno de los dragones del repugnante Paladine, ¿sabes? Aun así, para que éste no hubiese obedecido, tenían que darse circunstancias extraordinarias. Registré todo Krynn, en pos de fuerzas mágicas. ¿Dónde vivía el otro ser de mi especie, y cómo había logrado neutralizar la llamada?

Volvió a inclinarse, sonriendo. Una nueva oleada de miedo desencadenado por el dragón se abatió sobre el indefenso grupo, sin que nadie pudiera evitarlo. Inferno cloqueó de nuevo.

—Mis espías encontraron los restos de un cascarón. Un único huevo olvidado que había dado lugar a una cría. —Mientras hablaba, Inferno empezó a encogerse hasta adoptar otra vez su forma de minotauro. Era un proceso lento, con pequeños cambios a cada inspiración.

Utilizando su magia, explicó el dragón, reunió los fragmentos del cascarón y los empleó para buscar el escondite de la cría. Mientras el otro dragón existiera, Inferno podría permanecer en Krynn. Sin embargo, si algo le ocurría a uno de los dos, el otro se vería forzado, con toda probabilidad, a abandonar el mundo.

—Entonces encontré a la joven. O mejor dicho, mi hechizo encontró una criatura que parecía ser la cría. —Sonrió torvamente—. Te encontré a ti…, Ty. Qué nombre tan divertido.

—No soy ningún dragón. Si lo fuera, lo lamentarías.

A Inferno también le divirtió la amenaza. Parecía encontrarlo todo muy divertido.

—Yo pensé lo mismo, pero te observé. Te percibí. Reflexioné. Y por fin vi que era verdad. Eres una hembra de dragón, jovencita. Debes de ser uno de los abominables Plateados, que se transforman con más facilidad que la mayoría de nosotros. Sobre todo un recién nacido, sin nadie que se ocupe de él, puede cambiar sin proponérselo. Puede adoptar una forma basándose en el conocimiento interior que posee nuestra especie, o a partir de lo que vea casualmente. Un dragón joven puede asumir la forma de un humano, pues bien podría constituir el primer ser inteligente que recordara haber visto.

—¡Yo soy humana!

—Sólo pueden haber pasado unos ocho años desde la llamada, y sin embargo eres más alta de lo que deberías, tu aspecto es también el de alguien de más edad, cuando adoptas esa forma. Eso me desconcertó durante un tiempo pero, por fortuna, los dragones crecen con gran rapidez, al principio. Niégalo cuanto quieras, pero ¿no sientes la llamada de tu sangre? ¿No sueñas con volar por el cielo, remontándote a alturas insospechadas? Todos los dragones soñamos con eso desde que nacemos. Forma parte de nuestra herencia innata, ya seamos Dragones de la Luz o de las Tinieblas.

—No… —pero la voz de Ty evidenciaba su falta de convicción.

—Sí. No puedes negarlo.

Kaz se esforzó por moverse, pero el conjuro del dragón lo paralizaba. Una multitud de pensamientos se arremolinaba en su interior. ¿Ty era una hembra de dragón? Por descabellado que pareciera, tenía cierto sentido. La fantástica, si bien errática habilidad de la chica con la magia estaba fuera del alcance de alguien tan joven y sin entrenamiento…, de haber sido humana.

Inferno hablaba de equilibrio, al igual que la voz del hombre gris. ¿Qué relación había entre ambos? Kaz estaba seguro de que el personaje gris poseía alguna significación pasada. Algo de lo que le habló Huma de la Lanza en una ocasión, pero el recuerdo seguía siendo nebuloso.

Sus pensamientos se dispersaron cuando Inferno, ahora de un tamaño mucho más reducido, cambió repentinamente de forma. Las alas se arrugaron y encogieron, retrayéndose hacia el interior de su lomo. Su bestial morro se convulsionó hasta adoptar la forma, más reconocible, de un hocico de minotauro.

La cola del dragón fue el último elemento en desaparecer. Ante ellos se erguía el falso Jopfer, con sus hábitos ondeando y ciñéndose a su cuerpo.

—Tú y yo tendremos mucho tiempo para conversar sobre estos temas, Ty. Bajo mi tutela acabarás comprendiendo tu destino. En cuanto a estos cuatro… —El sumo sacerdote regresó a su escritorio y tiró de un cordón.

Transcurridos varios segundos, se abrieron las puertas y dos acólitos entraron apresuradamente. Se quedaron petrificados ante la visión del grupo que ocupaba la estancia.

—Llama a la guardia —ordenó Inferno en su papel de Jopfer. Uno de los acólitos obedeció. Cuando llegaron los guardias, el sumo sacerdote les dio instrucciones—: Encerradlos en celdas de un nivel distinto al que hemos destinado a la chica. Poned una atención especial cuando atéis al kender. Los quiero a todos aquí para sus respectivos combates rituales. Su muerte marcará el inicio del día del destino para la gloriosa raza de los minotauros… y para mí mismo.

De pronto recuperaron nuevamente el dominio de sus extremidades, aunque fueron rodeados de inmediato por los guardias del templo. Uno de los centinelas movió con el pie el cadáver de Ganth. Kaz lanzó un rugido y trató de apartarlo de un empujón, pero los demás soldados lo redujeron en el acto.

—Llevaos ese feo engorro y devolvédselo al Clan de Orlig. Informad a su patriarca de que el emperador y yo deseamos verlo dentro de unos días para que nos explique su participación en estas actividades. Recibirá una notificación oficial cuando yo reclame su presencia.

—Sí, Excelencia.

Para horror de Kaz, el cuerpo de su padre fue sacado a rastras y sin contemplaciones de la habitación. Lentamente, Kaz fue cayendo en la cuenta de que los otros minotauros no habían oído nada de lo que ocurría en la sala, incluyendo las revelaciones del sumo sacerdote.

—¡No seáis necios! —se atrevió a gritar—. ¡Ni siquiera sabéis qué ha sucedido aquí! ¡Ni siquiera sabéis la verdad sobre vuestro sumo sacerdote!

Todos lo miraban fijamente. Estaba a punto de proseguir cuando su mirada se encontró con la de Inferno. Y en los ojos del dragón detectó una expresión de inteligencia, un brillo malicioso que desafiaba a Kaz a decir cuanto quisiera. La figura de la toga no le impediría contar la verdad.

Kaz cerró la boca. El sumo sacerdote tenía buenas razones para no preocuparse por si Kaz informaba a los demás sobre su verdadera identidad. De no haber visto al dragón con sus propios ojos, jamás se habría creído una historia semejante. Todo el mundo sabía que los dragones se habían marchado, y ¿qué minotauro creería que todos los sumos sacerdotes de los últimos siglos fueron un mismo dragón disfrazado? Ésa era la grandeza del plan del dragón. La verdad era demasiado atroz.

Las comisuras de los labios del personaje de la toga se curaron en una sonrisa.

—Lleváoslos a todos, menos a la humana.

Los guardias se disponían a sacarlos de la sala cuando llegaron otros, encabezados nada menos que por Scurn, gravemente conmocionado. Contempló a Kaz y a los demás cautivos, y luego al sumo sacerdote.

—Excelencia… —empezó a decir.

—Capitán Scurn. Encuentro a estos intrusos en el templo y también te encuentro a ti aquí. ¿Existe alguna relación entre ambos encuentros?

Antes de que el minotauro de las cicatrices pudiera defenderse, uno de los guardias intervino:

—Excelencia, lo vimos conduciendo a este grupo al interior del templo, afirmando que este guerrero era un prisionero que querías interrogar y los otros, una unidad de la guardia estatal.

—¡Puedo explicarlo, Excelencia! ¡Los traje aquí y después alerté a la guardia de su ardid!

Inferno sonrió, frotándose la mandíbula.

—Entonces creo que te mereces una recompensa especial, algo que desees de veras.

Scurn dedicó a Kaz una sonrisa triunfal y a continuación inclinó la cabeza ante la figura de la toga.

—Te voy a conceder un combate personal contra cuatro de los grandes campeones actuales de las arenas de la comarca. Será uno de los atractivos del Gran Circo en los próximos días. Siento que no puedas enfrentarte al propio Kaziganthi de-Orlig, pero con esto deberías sentirte más que satisfecho, ¿no te parece? Si los matas, serás readmitido en la guardia con todos los honores y un rango lo bastante alto para permitirte acceder a un puesto de oficial al mando. Si mueres, no obstante… —Inferno se encogió de hombros. El minotauro de las cicatrices era un veterano del circo, pero no constituía un rival para cuatro grandes campeones.

La tensa voz de Scurn expresó su súbita comprensión de que prácticamente acababa de ser condenado a muerte.

—Pero…, pero, Excelencia…

—Guardias, escoltad al capitán Scurn junto con los otros. Aseguraos de que se le proporcione un alojamiento adecuado. Así tendrá tiempo para reflexionar acerca de sus opciones cuando se enfrenta a enemigos del estado.

—Excelencia, soy un capitán de la guardia estatal…

—Que obedece los dictados del emperador, del Círculo y, naturalmente, del templo. —Inferno agitó una lánguida mano—. Podéis retiraros. Preparaos para el circo. En esta ocasión no se producirán interrupciones en los combates.

Con un Scurn que no dejaba de protestar a remolque, los guardias empujaron a Kaz y a sus compañeros hasta la puerta de la sala de audiencias. Kaz pudo echar un último vistazo a Inferno cuando éste descendía de su estrado y avanzaba hacia la desventurada Ty. Las puertas se cerraron.

Kaz intentó una vez más conjurar a Rostro del Honor, pensando que daba lo mismo que libraran su último combate aquí o en el circo, pero sus pensamientos eran demasiado confusos. Les había fallado a todos, y a Ganth más que a nadie.

¿Y Ty? ¿Un dragón? No resultaba tan sorprendente, con todo lo que Kaz había pasado durante la guerra. El Dragón Plateado de Huma también fue una hermosa doncella humana. Kaz había visto a uno o dos dragones más adoptar forma humana.

Hecar se situó a su lado.

—Kaz, te acompaño en tu dolor. Juro que cada golpe que aseste en la arena será en honor de tu padre. Presenciarán un combate como jamás hayan visto.

—¡A callar! —espetó un guardia.

Concluyeron el trayecto en silencio, incluso Scurn, que seguía obviamente perplejo por su caída. Kaz casi sintió lástima por él.

Los guardias separaron a los prisioneros encerrándolos uno por uno en distintas celdas. Previamente, registraron a conciencia al kender y lo despojaron de diversos artículos, entre ellos una caja de yesca que uno de los guardias reconoció como de su propiedad.

Kaz y Scurn fueron los últimos en ser encarcelados.

—Adentro —ordenó a Kaz uno de los guardias. Lo obedeció con demasiada lentitud, por lo que ambos guardias le propinaron un empujón. Una vez en el interior de la celda, iluminada sólo por una antorcha que sostenía uno de los guerreros del templo, Kaz fue encadenado sin demora a la pared más alejada de la puerta.

El guardia examinó las cadenas para asegurarse de que resistirían y luego se dirigió al prisionero con una amplia sonrisa:

—Esta vez no irás a ninguna parte. Eso te lo prometo.

No recibió respuesta alguna de Kaz, lo cual le hizo fruncir el entrecejo. Un momento después, los guardias salieron, llevándose a Scurn con ellos.

Las tinieblas envolvieron a Kaz, pues la única luz procedía ahora de una mirilla provista de barrotes que se abría en la puerta. Sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la oscuridad. «¿Qué sentido tiene?», se preguntó con desesperanza. Inferno lo tenía todo bajo control. La raza de los minotauros era su instrumento, para manejarlo a su antojo. Nadie creería que el sumo sacerdote fuera otra cosa que uno de los suyos. Pocos se atreverían a contrariar al sumo sacerdote, ni aun conociendo su verdadero origen.

¡Menudo chiste era la historia de la noble raza de los minotauros! Todo lo que habían conseguido, todas las adversidades que habían padecido, eran por el bien de una siniestra diosa y sus servidores. Incontables guerreros habían vivido y muerto, generación tras generación, en la errónea creencia de que luchaban por el futuro de su propia especie.

Guerreros como Ganth.

Kaz cerró los ojos e intentó pensar. Se obligó a hacer caso omiso de las gotas de sudor que le resbalaban por el rostro y aguardó a que le sobreviniera el olvido del agotamiento.

En su lugar, lo que consiguió varias horas después de una infructuosa espera, fue una visita del hombre gris.

A Polik no le gustaba que lo sacaran de la cama antes del amanecer. De hecho, no le gustaba que lo arrancaran de la cama ni varias horas después de la salida del sol, pero Jopfer había solicitado su presencia y el emperador temía lo suficiente al sumo sacerdote como para obedecer.

Los acólitos lo trasladaron en secreto al templo con su habitual eficiencia. No sería conveniente que alguien viera al emperador acudiendo precipitadamente a una audiencia; era malo para la imagen que Polik había pulido con empeño hasta alcanzar la perfección. Por eso se había perpetuado en el cargo tanto tiempo. Tanto los Señores de la Guerra como el sumo sacerdote lo consideraron apropiado. Polik creía que su nombre figuraría en los anales de la historia de los minotauros como el emperador que había conducido a su pueblo a su destino, y lo único que tenía que hacer a cambio era hacer caso a tipos como Jopfer.

—Por aquí —indicó uno de sus guías cuando penetraron en el templo por una puerta oculta—. Su Excelencia espera con impaciencia.

Una cosa que le incomodaba era que pocos de los empleados del sumo sacerdote se tomaban la molestia de llamarlo emperador. Ya lo resolvería con Jopfer, recordándole diplomáticamente al sumo sacerdote que las apariencias son importantes en todo momento.

¿Qué querría aquel fanático demacrado a estas horas de la noche? ¿Había localizado por fin al detestable Kaz? La vergüenza que había supuesto aquella parodia en el circo aún enfurecía al emperador. ¿Cómo habían permitido a Kaz lucir aquel medallón? ¿De dónde lo había sacado? Por lo que él sabía, su antiguo rival arrojó el objeto al suelo tras la muerte de su hermano…, Raum, o algo parecido. Le inquietaba pensar que Kaz lo había guardado durante tantos años. ¿Planeó desde un principio regresar para desafiar a Polik?

Kaz no era tan tonto, pero…

Antes de darse cuenta, se halló en una de las habitaciones menores que había detrás de la gran sala de audiencias del sumo sacerdote. Eran las dependencias privadas de Jopfer, el lugar donde solían reunirse.

El sumo sacerdote en persona estaba sentado en una silla, detrás de un escritorio que constituía una réplica exacta del trono de piedra que reposaba sobre el estrado. Jopfer parecía sumido en sus pensamientos. El acólito que iba delante se aclaró la garganta respetuosamente.

—Estás aquí —observó Jopfer con satisfacción—. Te esperaba más pronto. Tenemos asuntos importantes que discutir.

—He venido en cuanto he podido. —El emperador no hizo ademán de sentarse. Nunca se sentaba, por mucho que le doliera, a menos que el sumo sacerdote le indicase que no tenía objeciones al respecto.

Jopfer no efectuó tal indicación. Despidió a los acólitos y, cuando se hubieron marchado, dijo:

—Kaziganthi de-Orlig y sus compinches están bajo la custodia del templo.

Polik se animó.

—¿Los tienes a todos?

—A todos. El viejo, Ganthirogani, del mismo clan, murió durante la captura. Su cadáver será devuelto al clan, que tendrá que dar algunas explicaciones.

El minotauro no envidiaba a Dastrun, pero se alegró de que fuera el patriarca de Orlig y no él mismo quien afrontara el disgusto del sumo sacerdote.

—Una noticia excelente. Agradezco que me lo hayas notificado.

—No deberías ser tan descuidado en el circo, Polik, cambiando mis órdenes. De no haber sido porque alguien confundió las órdenes y colocó a Kaz en una situación fatídica, me verías realmente enojado. Tenía que luchar contra un solo ogro, una victoria segura para él. Después, cuando se confiara, habría visto morir a su padre a manos de los gladiadores. Creo que eso habría destrozado su ánimo y se habría vuelto más maleable. —Jopfer se rascó distraídamente la mandíbula—. Merriq ya ha pagado no saber transmitir una orden adecuadamente.

De modo que, a pesar de la transgresión de Polik en el circo, el sumo sacerdote estaba dispuesto a perdonar y olvidar. Polik no estaba muy seguro de entenderlo, pero aceptó con mucho gusto su buena suerte.

—Si eso es todo…

—Hay más.

—¿Más?

—Se han cumplido ciertos planes. Un elemento que faltaba para mí…, para nuestro éxito ha caído por fin en mis manos. Creo que está preparado para ser utilizado. No veo por qué necesitamos demorarnos más tiempo. La flota está lista y nuestros guerreros se retuercen las manos de impaciencia, ávidos de sangre y de gloria. Es hora de que les dejemos rienda suelta.

Polik a punto estuvo de sentarse, tan asombrado estaba.

—¿Va a comenzar la campaña? El Círculo Supremo…

—Lo aprobarán todo, unos porque están tan sedientos de sangre como sus guerreros y los otros porque aparecerían como cobardes delante del resto. —Los ojos de Jopfer centelleaban anticipando las emociones futuras—. Para anunciarlo debemos planear una sesión especial en el circo, una demostración de nuestro poder ante la población en general. El evento realzará la muerte de los minotauros rebeldes, tu victoria definitiva en el combate, reforzando tu posición a la cabeza de nuestro pueblo, así como el anuncio de la inminente campaña.

La campaña. Polik apenas podía creer lo que oía. La campaña iba a comenzar por fin.

—¿Dónde atacaremos primero?

—He elegido a los humanos que se asientan al oeste —replicó el sumo sacerdote, reclinándose en su asiento—. El ataque consistirá en una maniobra de pinza, mientras el resto de la flota pone rumbo al norte y bordea la costa hasta allí. Transportarán un ejército, naturalmente. Mientras tanto, el resto de nuestras fuerzas atravesará las montañas y arrasará su frontera oriental.

—Un ataque en pinza como éste podría resultarnos tan ventajoso como perjudicial —se atrevió a señalar Polik—. Son sólo humanos, de acuerdo, pero siempre hay que contar con lo inesperado.

—El plan será un éxito. Te contaré los detalles por la mañana. Descansa bien, emperador. Nos respalda un poder tremendo, una fuerza comparable a cualquier ejército. El día del ataque conocerás todos los detalles. Por ahora no puedo decir nada más, pero será una señal para nuestro pueblo de que su paciencia ha sido recompensada. ¡Será una señal de que éste es el principio de nuestra conquista de Krynn!

—Por fin… —Polik se frotó sus descomunales manos con avidez, pero entonces recordó algo que acababa de oír—: ¿Has dicho «mi victoria en combate»? ¿En el circo?

—Te mereces de sobra una victoria, emperador. Este incidente con los herejes ha puesto un énfasis aun mayor en la necesidad de renovar la fe del pueblo en ti. Venciendo en un duelo justo antes del anuncio les dará el primer empujoncito en la dirección adecuada.

—¿Contra Kaz?

—Esa idea ha pasado por mi mente —replicó el sumo sacerdote—. Se ha vuelto incontrolable, ya no es una incorporación de fiar a nuestra oficialidad. Tiene que morir, pero temo que para asegurarnos el triunfo en un duelo como el que sugieres, tendríamos que drogado más de lo factible. Este combate debe parecer real a todo el mundo. No, su sino será otro. Para ti ya encontraré otro oponente más apropiado. Hay dos o tres candidatos entre los grandes campeones, en especial uno que se considera mejor candidato al trono del imperio que tú, Polik. De hecho, fue animado a presentar un desafío formal…, o mejor dicho, será obligado. Encárgate de que reciba su respuesta a tiempo para el acontecimiento.

—No faltaría más, Excelencia. —Otra victoria más en su haber. Nadie podía negar su destino, excepto Jopfer, naturalmente. Sin embargo, Polik no veía razón alguna por la que no pudiera buscar el modo de eliminar, tarde o temprano, el único obstáculo que se interponía entre él y el poder absoluto. No resultaría tan problemático eliminar a Jopfer.

—Puedes volver a la cama. —El sumo sacerdote se dio la vuelta, concentrándose en otra cosa. Entraron los acólitos y se situaron detrás de Polik.

El día del destino iba a dar comienzo. El emperador apenas podía creer en su suerte. Empezaba a preguntarse si ese día no llegaría nunca. Jopfer estaba en lo cierto: sería una buena prueba de su derecho a gobernar justo antes del anuncio. Un combate imperial era, decididamente, lo que se requería.

Mientras los acólitos lo acompañaban hacia la salida del templo, los pensamientos del emperador volvieron a lo fácil que resultaría librarse del minotauro al que temía…, en cuanto la campaña estuviera en marcha, por supuesto. Entre los miembros del Círculo había varios que agradecerían la defunción de Jopfer. Entre ellos conseguiría encontrar un asesino competente. Entonces, sería simplemente cuestión de tiempo. Pues aun con todo su poder, existían límites al control por parte del sumo sacerdote. No resultaría difícil matarlo.

Después de todo, bajo la capa de su autoridad, Jopfer no era más que un minotauro como cualquier otro.