11

Un kender capturado

Kaz divisó a los soldados que transportaban el cuerpo inerte de Delbin por el corredor y luego por las calles. El sumo sacerdote quería a Delbin vivo e indemne, lo cual significaba que el amigo del minotauro estaba, como máximo, inconsciente. Aun así, Kaz deseó que sus captores pagaran cara su fechoría.

El corredor olía a fuego, humo y a otra cosa que picaba en la nariz del minotauro. Se dispuso a seguir a los guardias. Tenía que detenerlos antes de que se alejaran de la sombra del circo. En cualquier otro lugar, un ataque llamaría demasiado la atención. Los otros minotauros, ocupados con la carga que transportaban, no advirtieron que él salía furtivamente detrás de ellos. Kaz sólo contó dos. Un buen número. A dos podía neutralizarlos con facilidad.

De pronto se vio retenido por unos fuertes brazos, que le arrebataron el hacha de la mano, lo inmovilizaron y cubrieron su hocico antes de que pudiera hablar. Los minotauros que se llevaban al kender no oyeron el rápido y silencioso forcejeo que tenía lugar a sus espaldas. Ahora ya nadie podía salvar a Delbin de convertirse en prisionero del sumo sacerdote.

—Kaziganthi, el patriarca requiere tu presencia —le susurró al oído una recia voz femenina. ¿El patriarca?

¿Había sido capturado por su propio clan? Kaz se sintió como un idiota. Por supuesto, se hallaban entre el público. Posiblemente incluso el patriarca en persona.

—Danos tu palabra de honor de que no intentarás escapar y te permitiremos andar. Niégate y nos veremos obligados a atarte de manos y pies y llevarte a rastras. No disponemos de mucho tiempo, así que será mejor que te decidas pronto.

La hembra hablaba muy en serio, en especial sobre arrastrar a Kaz. El Clan de Orlig no formulaba amenazas hueras. Kaz asintió rápidamente.

Los minotauros aflojaron su presa aunque, por lo menos, una hoja afilada rozó su espalda. Kaz miró hoscamente a su alrededor. Los otros minotauros eran todos muy jóvenes, fuertes y delgados. Podía derribar a dos, posiblemente a tres de sus captores, pero el clan había mandado a seis de sus miembros para apresarlo, lo cual, en cierto modo, era un honor, supuso Kaz.

—¡Escuchadme! —dijo cuando por fin pudo hablar de nuevo—. ¡Esos dos se llevan a un kender! ¡Es importante que lo rescatemos! El sumo sacerdote no debe ponerle las manos encima a ese…

—Nuestras órdenes sólo se refieren a ti, Kaziganthi. El patriarca te vio huir de la arena y desea hablar contigo.

—El kender es mi…

—Has dado tu palabra. Resístete y tendremos que obrar en consecuencia, Kaziganthi.

En realidad no tenía elección. Kaz observó alejarse a los soldados, cargados con el kender. Ya era demasiado tarde. La guardia estatal se perdió entre la muchedumbre con Delbin. Era una suerte que sólo su clan hubiera detectado la fuga de Kaz, hasta el momento.

«Te sacaré de ahí, Delbin —prometió en silencio—. Yo haré que Jopfer se arrepienta de sus planes».

De pronto cayó en la cuenta de algo más. Ganth y Hecar. Por lo que él sabía, seguían en el interior del circo. Se volvió hacia la hembra.

—Los otros…

—Sólo nos han ordenado llevarte a ti. Ahora camina, antes de que alguien se dé cuenta de quién eres. Si te reconocen, no podremos ayudarte.

Kaz no rompió a reír por muy poco. Se había evadido, sólo para ser capturado justo delante del circo. Ahora no sólo había perdido a Delbin, sino también a los demás.

—Está bien —gruñó Kaz—. Vamos a ver al viejo Dastrun. Creo que ya va siendo hora de que mantengamos una pequeña charla.

Por primera vez, consiguió desconcertar a la hembra. Lo leyó en su expresión. Mirando a los otros, la joven ordenó:

—No lo perdáis de vista, pero procurad que parezca casual. —Volviéndose hacia Kaz, añadió—: No te resistas, Kaziganthi. Somos del mismo clan, recuerda.

—¿Dastrun también lo recuerda?

No hubo respuesta. La hembra echó a andar y los demás la imitaron. Había un largo camino hasta la casa solariega del clan, y Kaz decidió aprovecharlo para serenarse.

—¿Conque así es como acrecientas la gloria del Clan Orlig? —comentó sarcásticamente Dastrun.

Kaz recordaba a Dastrun desde siempre como un tipo enjuto, y en los años transcurridos desde la última vez que viera al anciano minotauro, éste se había vuelto todavía más flaco, casi demacrado. Su pelaje era casi enteramente blanco. No obstante, había vida en aquellas extremidades y en aquella voz, pese a las huellas de la vejez. Tuvo que reconocer que la figura de la toga que permanecía sentada se correspondía bastante bien con la imagen tradicional de un patriarca de clan. Pero este patriarca había sido elegido para su cargo por el emperador, posiblemente a instancias del sumo sacerdote.

El patriarca se sentaba en un trono de alto respaldo, situado sobre un reducido estrado. A ambos lados de la espaciosa sala a la que habían conducido a Kaz se hallaban otros ancianos del clan, también sentados. A lo largo de las paredes de la estancia se apostaba la guardia. Aparte de ellos, Kaz y sus captores eran los únicos ocupantes de la sala de reuniones. Dastrun pretendía mantener en secreto la presencia de Kaz todo el tiempo que le fuera posible. El prisionero no estaba tan seguro de que esa estrategia diera los frutos que el patriarca esperaba.

—No, así es como intento vivir —replicó finalmente Kaz—. Así es como defiendo el honor de Orlig.

Dastrun suspiró.

—El mismo Kaz de siempre. Nunca fuiste de los que se doblegan cuando es lo más aconsejable. Tu sentido del honor, tu personal sentido del honor fue siempre más importante que el bien del clan.

Kaz contempló a los minotauros congregados en la sala. Reconoció a la mayoría como seguidores de Dastrun. Algunos de ellos, y se alegró al comprobarlo, procedían de sectores del clan que nunca aceptarían al anciano como legítimo patriarca. A sus ojos, algunas tradiciones no debían ser objeto de burla.

—Lo único que pido es que me dejen en paz.

—Te dejamos en paz en el pasado.

—Sólo cuando resultaba conveniente, Dastrun. Sólo cuando resultaba conveniente.

El patriarca cambió de tema.

—Fui al circo para ver si al final morirías con tu honor intacto. Ni siquiera pudiste hacer eso. Cuando vi que pretendías huir, ordené a Fliara que no te perdiera de vista. Yo sabía que ella seguiría tus razonamientos.

—¿Fliara? —Kaz se envaró, y luego se volvió lentamente para estudiar a la hembra joven—: ¿Fliara?

El reconocimiento de la hembra fue estrictamente formal.

—Hermano.

—Fliara. —Se trataba de su hermana menor, que era poco más que un bebé la última vez que la vio. Entonces, Fliara se pegaba a menudo a sus talones para observar con gran interés lo que hacía su hermano mayor. Ahora, no parecía importarle—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—El patriarca me ordenó que no me identificara, a menos que me reconocieras. —Si sentía alguna emoción, la disimulaba muy bien tras su expresión indiferente—. No lo hiciste.

Desvió la mirada como si no tuviera nada más que decir.

—Nuestro padre estaba allí.

Los ojos de Fliara se clavaron en Dastrun, y luego en Kaz.

—Lo sé —respondió secamente.

—Fliara comprende que su deber hacia el clan es superior a todos los demás. La familia es importante, como nos enseña Sargas, pero no debemos olvidar que el clan es la mayor de nuestras familias. Se puede prescindir de un individuo, pero la integridad del clan debe preservarse. Sin ella, todo lo que hemos construido desde que Orlig se convirtió en patriarca se desmoronará.

Kaz se sorprendió preguntándose en silencio si Dastrun estaba informado de la inminente formación del Clan Kaziganthi. ¿Qué opinaría el anciano al respecto?

—Me he esforzado por mantener fuerte la Casa de Orlig. Tú no has pasado demasiado tiempo aquí, en la última década. —Su tono era prácticamente acusatorio—. Las cosas han cambiado, sobre todo en los últimos dos años. Las actitudes han cambiado. El modo de hacer las cosas ha cambiado. Para sobrevivir y prosperar, también Orlig tiene que efectuar algunos cambios.

—Sí, lo he notado —observó Kaz, haciendo caso omiso de la mueca de desaprobación que se plasmaba en las facciones de Dastrun. No se interrumpía al patriarca. Sencillamente, eso no se hacía—. Algunas tradiciones cambian también, cosas como la educación de los jóvenes, el significado de la palabra honor y el modo de elegir a quienes nos gobiernan.

—Podría entregarte directamente a la guardia estatal —recalcó el patriarca, todavía furioso por haber sido interrumpido—. Es lo que exige mi deber para con el glorioso imperio minotauro.

—¿Nos vamos ya, entonces? Puesto que voy a ser entregado a ellos cuando acabes de buscar excusas para justificarlo, bien podríamos empezar a andar.

Dastrun hizo ademán de ponerse en pie.

—Insolente… —De pronto, su ira se disipó, mostrando a un anciano minotauro cansado del mundo que desvió la mirada y suspiró hondamente con la frustración. Kaz notó que simpatizaba, brevemente, con aquel Dastrun vulnerable que se ocultaba detrás de una rígida máscara.

—Exponle lo que se ha decidido, Dastrun —intervino un anciano del clan, de los que se sentaban a un lado de la sala. Kaz escrutó con curiosidad al que había hablado y reconoció vagamente en el compacto y arrugado semblante a un antiguo tutor suyo, un maestro de esgrima. Seguía siendo un guerrero formidable, pese a la ausencia de un brazo.

—Lo haré, lo haré. —Recobrando en parte la compostura, el patriarca miró a Kaz de arriba abajo—. Ha habido cierto… debate en relación a la mejor manera de considerar tu presencia…

—Enviadme a casa.

—Eso no sería fácil. Kaziganthi, no te das cuenta de en qué te has convertido aquí. No te das cuenta de que ahora eres un símbolo. No te das cuenta de cuántas historias sobre tu… temeridad… han llegado hasta Nethosak. La mayoría de los relatos son pura fantasía, por supuesto…

Kaz resolló con sorna y repitió:

—Por supuesto.

—Pero a esos cuentos se les da más crédito cuanto más se repiten. El curso del destino ha empeorado más con tu presencia aquí que en todos los años de dominación bajo el yugo de los Señores de la Guerra, a las órdenes de la Reina de la Oscuridad.

—Ya he oído eso mismo de labios del sumo sacerdote, Dastrun. A menos que tengas una opinión original, puedes saltarte el resto del discurso.

—El pequeño Kaz, siempre tan arrogante —tronó uno de los otros ancianos—. Nunca ha sabido cuál era su lugar.

Kaz lanzó una mirada desafiante al anciano.

—Creía que se trataba de una de las fuerzas motrices que impulsan a nuestro pueblo, el hecho de que hemos osado esforzarnos por mejorar día a día y alcanzar cotas más altas… Naturalmente, eso ocurría en los viejos tiempos.

Varios ancianos mascullaron algo sobre insolencia, pero muchos asintieron, coincidiendo con Kaz. Fue entonces cuando éste comprendió la incómoda situación en la que se hallaba Dastrun. El padre de Kaz había comentado que la posición de Dastrun no era muy sólida; era el patriarca designado por el emperador, no el preferido por el clan. Tal vez las cosas habrían sido distintas si se hubiera ganado su puesto a la antigua usanza; pero ahora nadie confiaba plenamente en su buen juicio. Gobernaba sólo porque Polik había ordenado que lo hiciera.

«Un títere moviendo los hilos de otro títere», pensó Kaz. Sospechaba que todos los hilos, estuvieran atados al emperador, a los diversos patriarcas, a los militares o incluso al Círculo, convergían en Jopfer.

—Muy bien —rezongó el patriarca—. Cuando fuiste enviado al circo, hubo ciertas dudas sobre la justicia de tu sentencia, pero Orlig no es lo bastante influyente como para cambiar las órdenes del emperador o del clero estatal. Se esperaba que lucharas con honor y demostraras que los crímenes que hubieras podido o no cometer no tendrían consecuencias. Habrías figurado en los anales del honor, como un símbolo eterno de la grandeza de Orlig.

—Qué halagador.

—Pero, naturalmente, no podías resignarte a hacer lo más noble, ¿verdad? Me hallaba entre la multitud cuando empezó el caos. Abandoné el circo inmediatamente, por supuesto, pero dejé ordenado que te siguieran la pista. —El tono del anciano minotauro indicaba que sospechaba que el caos formaba parte de un plan ideado para facilitar la huida de Kaz—. Los guerreros del clan emplearon todos los medios que tenían a su alcance para traerte aquí antes de que volvieran a capturarte.

—Al parecer, te has olvidado de mi padre y de Hecar, que también son miembros del clan.

Dastrun miró a los otros ancianos. Una hembra de estrecho hocico, que Kaz creyó identificar como una tía segunda suya, le devolvió un gesto afirmativo. El patriarca se volvió hacia Kaz.

—Ya hay otros velando por ellos. Fliara y su grupo tenían órdenes de velar por ti. Eres tú quien más preocupa al clan.

Kaz miró de reojo a su hermana. Permanecía erguida e inexpresiva, un excelente ejemplo de la clase de guerreros que producía la patria últimamente. ¿Le importaba la suerte de su padre? Por descontado, gran parte de su educación primaria se debía a las enseñanzas impartidas por el Señor de la Guerra Crynus y su raza, pero los años transcurridos desde la partida de Kaz no habían mejorado a Fliara.

—Ya está casi decidido que solicitaremos una amnistía para tu padre. Se le concederá incluso la oportunidad de tripular su propio barco una vez más, a pesar de su negligencia anterior. —Varios ancianos protestaron por la elección de las palabras. Dastrun fingió no advertirlo—. Hecar podría unirse a él.

Serían virtualmente exiliados en alta mar. No sería la primera vez que los díscolos eran desterrados de ese modo. Lo más frecuente era que no regresaran, que cayeran por la borda durante las tormentas o que se consumieran, y no por propia voluntad, en alguna isla desierta.

—¿Y yo? El sumo sacerdote ya me ha ofrecido la oportunidad de unirme a su causa, para contribuir a que avancemos todavía más por el sendero de la destrucción. —Las palabras de Kaz deberían haberse considerado sacrílegas, pero en cambio cosecharon poco más que una mirada de cansancio, por parte de Dastrun, y expresiones de preocupación en los demás. Incluso Fliara lo observaba de una forma extraña—. Mis disculpas. Me refería al emperador, naturalmente. No osaría insinuar que él sigue las órdenes del clero, en lugar de ocurrir a la inversa.

El patriarca necesitó un rato para recobrar la compostura y poder continuar.

—Se ha solicitado desde el seno del clan que actuemos en tu nombre. Existe una posibilidad de que te salves, y es un camino que te sugiero que aceptes. Creemos que el emperador dará su consentimiento. Hay un barco de exploración, fletado bajo bandera de Orlig, que zarpará rumbo al continente que se encuentra al este de nuestras costas.

—¿Otro continente? —De vez en cuando corrían rumores de la existencia de un nuevo continente y, si bien con renuencia, Kaz admitió que el asunto despertaba su curiosidad. Observando la reacción de Kaz, Dastrun insistió.

—Sí, otro continente. Una oportunidad para expandirnos más aun. Ya hemos realizado algunas incursiones por ese territorio, jovencito. Los escasos habitantes descubiertos hasta ahora han sido… poco significativos. No obstante, sólo hemos explorado ligeramente el interior. Hay mucho margen para la aventura y nuevas oportunidades.

Navegar hasta otra tierra y convertirse en uno de los pioneros que abren camino para el resto de la especie. Era emocionante, una oferta que Kaz habría aceptado con gusto, en otras circunstancias. Pero varias cuestiones preocupantes lo retenían ahora. Una era que nunca podría abandonar a Helati y a los niños. Otra era que sabía, con independencia de lo que creyeran Dastrun y los otros, que Polik y Jopfer no accederían a respaldar la propuesta…, o bien dejarían marchar a Kaz con la única intención de que sufriera un «accidente» en cuanto se hallara lejos del hogar.

Kaz se preguntó si el propio Dastrun planteaba la oferta de buena fe o era consciente de lo que probablemente ocurriría.

—Un ofrecimiento tentador —comentó finalmente Kaz, sopesando todavía las implicaciones. Al margen de lo que le sucediera a él, se negaba a permitir que otros descargaran su culpa mandándolo a algún lugar remoto, donde su destino no estuviera unido al del clan y a su corrupto sentido del honor—. Pero da lo mismo que me devuelvas al circo, si eso es lo máximo que puedes conseguir.

—No seas necio, Kaziganthi —lo previno Dastrun. Se levantó de su silla—. Te ofrecemos una oportunidad, no sólo de conservar tu honor, sino de mejorar tu posición social. El honor del clan, como mínimo, debería significar algo para…

—¡El necio eres tú, Dastrun, si esperas que creamos que el honor posee todavía tal significación que estamos dispuestos a sacrificar así a uno de los nuestros!

Kaz y los demás buscaron el origen de la voz. De algún modo, Ganth había conseguido escapar del circo y se había colado en la sala de reuniones. No había ni rastro de Hecar; pero, por lo menos, el padre de Kaz estaba a salvo.

—¡Tú no formas parte de esta reunión, Ganth! —espetó el patriarca—. ¡Abandona la sala inmediatamente!

—¡Ganthirogani tiene tanto derecho a hablar como cualquiera de nosotros! —señaló un anciano—. Más que algunos, incluso.

El consenso de la mayoría de los ancianos fue unánime. Dastrun podía ser el patriarca, pero ni siquiera él podía discutir los precedentes claros. Una de las bases de la vida del clan era que cada minotauro estaba autorizado a expresar en voz alta su opinión, y quienes alcanzaban la edad y la posición del padre de Kaz estaban facultados para hablar durante las sesiones del consejo. La raza de los minotauros se consideraba la más democrática de todas las que poblaban Ansalon.

—Cierto. Me alegra ver que algunos no han olvidado. —Ganth avanzó con paso firme hasta situarse al lado de Kaz. Dedicó una breve mirada a su hija, que desvió la vista con aparente azoramiento, y luego otra a su hijo. En voz baja, explicó a Kaz—: Sólo puedo decir que Hecar espera fuera. El resto tendrá que esperar hasta que salgamos de ésta.

Para los demás, Ganth pronunció las palabras siguientes:

—Me he perdido unos cuantos años de la vida de mi especie y mi clan, soy el primero en reconocerlo, pero existen cosas que no deberían haber cambiado por completo en ese tiempo. Somos minotauros, la raza más grande que jamás ha caminado sobre la faz de Krynn, más grande que los antiguos ogros de los que descendemos. Sólo los dragones podrían considerarse superiores, y ahora nos han dejado este mundo a nosotros.

Kaz observó a su padre apelar a la vanidad de la raza. Para él, las palabras eran casi una chanza; pero para los demás, que jamás habían salido de su reducido mundo, eran verdades como templos.

—Pero ¿qué sucede ahora? —preguntó el anciano minotauro, ejecutando una actuación teatral de la que Kaz no le creía capaz, pero que captó toda la atención del público—. Ahora estamos dispuestos a renunciar al honor personal, a dejar de lado el clan y a nuestros venerados antepasados, incluyendo al gran Orlig, que una vez luchó contra una docena de ogros para proteger a sus hijos. Nuestros antepasados nos contemplan, Dastrun, ¿y sabes lo que ven? Ésa es la pregunta que deberíais haceros todos. ¿Estamos siendo fieles a nuestros antepasados? ¿Estamos siendo fieles al honor de Orlig?

Ganth había conseguido que la mayoría mostrara su aprobación, exceptuando a Dastrun, naturalmente. El patriarca soltó un bufido; a continuación, le replicó:

—Bonitas palabras, Ganth, pero no significan nada. ¿Debemos suponer que hablas en nombre de nuestros antepasados, muy especialmente en nombre del gran Orlig? Para ser más precisos, ¿has olvidado que también nosotros formamos parte de una familia más amplia? ¡Somos los hijos de Sargas! Incluso Orlig haría justicia a Sargas. —Meneó la cabeza y miró a Ganth como si el padre de Kaz fuera un niño bobo—. El sumo sacerdote nos enseña que, en ocasiones, deben hacerse sacrificios en favor de un bien superior. Eso es lo que todos debemos recordar, incluso tú y tu hijo.

—Sé cómo es el de Grandes Cuernos, Dastrun, razón por la cual he elegido a Kiri-Jolith como mi señor…, ¿o es que ahora también está prohibida tal elección?

—Ah, sí. —Dastrun inclinó la cabeza—. Los conociste a ambos, ¿verdad? —Soltó una risita—. Menuda aventurita, la tuya.

El viejo marino se mostró en toda su estatura. Aún tenía la presencia necesaria para impresionar a la mayoría de quienes lo rodeaban. Kaz se sintió orgulloso de su padre.

—Sí, los conocí a ambos. Tanto si decides creerlo como si lo descartas simplemente como una fábula de marineros, harías bien recordando una cosa: es el honor lo que nos han enseñado a valorar, más que nada en el mundo, más incluso que nuestro supuesto destino. Es el honor lo que reside en el corazón de nuestra especie, más incluso que entre los humanos de la caballería de Solamnia. «El honor es nuestra sangre y nuestra sangre es honor». ¿Lo recuerdas? A Orlig le gustaba citarlo. Está grabado en el exterior y en el interior del circo, así como en cada arena menor del país. Está grabado a gran altura en los muros del palacio y en la sede del Círculo Supremo. —Ganth se cruzó de brazos y alzó la cabeza—. Vaya, si incluso está grabado aquí.

Muchos miraron hacia arriba, asintiendo. Ni el propio Dastrun pudo contenerse de lanzar una rápida ojeada en la dirección que indicaba su rival.

—Naturalmente —añadió Ganth, observando a los demás minotauros—, sé que puede encontrarse incluso en el mismísimo edificio del templo, nada menos. El hogar de Sargas, lo llaman. —Miró de hito en hito al patriarca—. ¿Y sabes por qué es tan especialmente interesante que se encuentre allí, Dastrun? Porque se supone que es una cita literal de tu adorado Sargas, el de Grandes Cuernos. Se supone que pronunció estas palabras ante Istvanius, el primer sumo sacerdote, quien todos sabemos que constituía un dechado de virtud y fidelidad. Por lo tanto, esas palabras deben ser ciertas.

—¿Cuál es tu argumentación? —exigió saber Dastrun. El patriarca parecía haber encogido en un tercio de su tamaño.

—Que incluso Sargas hace hincapié en la importancia del honor para nuestra especie. Por eso pregunto, ¿ha olvidado el Clan de Orlig qué es el honor? ¿Hemos olvidado la más importante de las enseñanzas? Si Orlig no puede sobrevivir sin renunciar a su honor, ¿debería el clan seguir existiendo, siquiera? ¿Somos dignos de aquéllos que nos precedieron, no sólo Orlig, sino también Bestet el Manco, que siguió luchando contra los elfos incluso después de que un brazo le fuera cercenado por una espada mágica? ¿O Tariki? ¡Ella dirigió su navío en llamas contra el enemigo, tras ordenar al resto de su tripulación que lo abandonase! Dos barcos enemigos se incendiaron y otros se dispersaron antes de que finalmente consiguieran hundirla. Son sólo dos ejemplos de los frutos de Orlig. —Ganth miró a su hijo—. Y penséis lo que penséis de Kaz, éste ha encabezado unas cuantas victorias trascendentales, de las que nuestros antepasados se habrían sentido orgullosos.

Dastrun podía ser el patriarca del clan, pero se había quedado solo en sus opiniones. Las palabras de Ganth conmovieron hasta la médula a todos y cada uno de los minotauros congregados allí. Incluso Fliara asentía.

—¡Ganth dice la verdad!

—¡Es una cuestión de honor! ¡No podemos abandonar a Kaziganthi!

—¿Y el emperador? ¿Y el sumo sacerdote?

—¿Qué pasa con ellos? ¡Esto es por el honor del clan!

Los comentarios volaron de un lado a otro mientras los ancianos discutían. Ganth dirigió un gesto de confianza a su hijo. Ahora parecía que la influencia de Polik era tan cuestionable como su derecho al trono.

Viendo desmoronarse su apoyo, Dastrun actuó con brusquedad. Se puso en pie y reclamó orden. Al principio, nadie le hizo caso, hasta que Dastrun empuñó un báculo y empezó golpear el suelo con la punta.

—¡Orden! ¡Exijo orden!

Todavía conservaba la autoridad suficiente como para lograr que las voces discordantes bajaran de tono. Dastrun miró a su alrededor, buscando simpatizantes. Kaz dudó de que encontrara muchos. Casi sintió lástima por el patriarca. Irguiéndose dignamente, la figura togada habló:

—Nuestro apreciado Ganthirogani ha expuesto varios razonamientos. Su discurso nos ha conmovido a todos, estoy seguro. —Tras sus palabras se produjo un asentimiento generalizado, pero nadie lo interrumpió. Dastrun inspiró profundamente y trató de adoptar un tono imperioso—. Largo tiempo he reflexionado a conciencia sobre los mismos temas que él ha tratado, intentando decidir qué es lo correcto y qué es lo más honroso. —Ahora se alzaron renovados murmullos de desaprobación. El patriarca se apresuró a continuar—: Sargas nos predica la decisiva importancia del honor. Es la piedra angular de nuestra vida. ¿Quiénes somos nosotros para discutir la voluntad del de Grandes Cuernos? ¿Acaso no fue él quien consideró dignos a nuestros antepasados? Pero ¿no fue también su devoción y su sentido del honor lo que los hizo dignos desde un principio?

—Este viejo aún sabe hablar, cuando se trata de salvar el pellejo —susurró Ganth a su hijo.

—Lo he meditado a fondo —proseguía Dastrun— y debo expresar mi acuerdo. Deshonraríamos la memoria de nuestros antepasados si no actuáramos para proteger a un hijo de Orlig. Tal empresa no será fácil. Por lo tanto, debo pediros a todos que colaboréis en esto. La guardia, qué duda cabe, no tardará mucho en presentarse en esta casa. —Se concentró en la pareja que tenía delante—. Cuanto antes estéis listos para partir, mejor. Será difícil, mas sin embargo posible, ayudaros a cruzar las puertas meridionales de la ciudad sin ser vistos. Un puñado de voluntarios os conducirá hasta las montañas. Desde allí, podéis viajar a donde queráis, siempre que no regreséis jamás.

—¡Eso es ridículo! —gritó una anciana—. ¿Qué clase de solución es ésa para los problemas que afronta Kaziganthi, Dastrun?

—¿Tienes alguna mejor, la tiene cualquiera de vosotros?

Ninguno de los otros ancianos la tenía. Una cosa era animar a Kaz y a su padre a alejarse y desaparecer de la vista del emperador y de Jopfer, y otra muy distinta permitirles quedarse y desafiar abiertamente a Polik, al clero y al Círculo Supremo. En cuanto Kaz se hubiera ido, el clan podría negar todo conocimiento.

No es que importara realmente. Kaz no tenía intención de marcharse sin rescatar a Delbin, que se hallaba prisionero únicamente por ser demasiado fiel.

—No tenéis que preocuparos por mí, ninguno de vosotros. Dejadme libre y exoneraré al clan de toda obligación. En este momento sólo tengo un objetivo, y si casualmente sobrevivo, abandonaré la ciudad. Si no sobrevivo, tenéis mi permiso para condenarme por mi conducta deshonrosa. En este momento, no podría importarme menos.

Ganth se colocó más cerca de su hijo.

—Lo mismo reza para mí.

Fliara dejó escapar el aliento, mientras alzaba tímidamente una mano en señal de protesta. Ganth se volvió y le dedicó una sonrisa. La joven cerró la boca y fingió nuevamente indiferencia. La sonrisa de Ganth se ensanchó.

—¿Qué estás diciendo exactamente, Kaz? —preguntó la anciana—. ¿Sugieres que no emprendamos acción alguna? ¿Que te dejemos partir, sin saber qué ha sido de ti?

—Oh, podría contaros lo que he planeado, pero no os gustaría saberlo, créeme. —La anciana se disponía a objetar cuando Dastrun intervino tajante.

—No, no nos gustaría. Puedes ahorrarnos los detalles que podrían incriminarnos. ¿Deseas que no hagamos nada, entonces? ¿No importa lo que ocurra, el clan no estará obligado a defenderos, ni a ti ni a tus actos?

Kaz estudió a los ancianos reunidos.

—Nunca pretendí involucrar a Orlig en mis actividades. Sólo vine a buscar a un amigo, otro miembro de este venerable clan, que había desaparecido. Ahora descubro que tengo que encontrar a otro amigo, un inocente que no merece lo que le está sucediendo. El Clan Orlig puede lavarse las manos en lo que a mí respecta. Lo juro por el propio Orlig y por todos mis antepasados.

—¿Cuáles son tus planes? —preguntó la anciana.

—Eso no importa —la atajó fríamente el patriarca. A continuación, Dastrun se aclaró la garganta—. Está bien, Kaziganthi. Este asunto se resolverá de acuerdo con tus propios deseos. El clan no te pondrá impedimento alguno, pero tampoco te auxiliará en tu descabellado…, en tus actividades.

Se alzaron algunas voces de protesta, pero el propio Kaz las silenció con un gesto. El patriarca asintió.

—No se informará a la guardia sobre tu paradero. Eso también se aplica a tu padre y a tu amigo. Serás conducido a un lugar donde podrás ocultarte hasta que oscurezca. —Dastrun dedicó a la pareja un gesto condescendiente—. A partir de ahí, dependeréis de vosotros mismos. Si os capturan o matan, respetaremos tu decisión y no te defenderemos.

—Eres muy considerado —dijo Ganth, con algo más que un ligero sarcasmo. No haciéndole caso, Dastrun se volvió hacia los ancianos.

—¿Hay alguien aquí que discuta el pacto sellado entre yo mismo, en calidad de jefe del clan, y este guerrero renegado?

Nadie podía discutir la decisión, puesto que el propio Kaz había presentado la propuesta. Es decir, nadie excepto una joven guerrera.

—Patriarca, debo pedir que se me incluya en la decisión. Formulo esta petición por derecho de sangre.

Tanto Kaz como su padre contemplaron estupefactos a Fliara.

—¡Muchacha, piensa en lo que dices! ¡Esto es asunto nuestro y sólo nuestro!

La joven alzó la barbilla de un modo que recordaba enormemente a su padre y a su hermano.

—No haré nada menos que los de mi propia sangre. Estoy tan ligada a mi honor como cualquiera de vosotros.

—¡Convéncela, Kaz!

—Escucha a nuestro padre, Fliara. Si pudiera, lo obligaría a quedarse, pero ya está implicado y no hay manera de apartarlo de esto. Tú no tienes que seguirnos. Si sobrevivimos, fíjate que digo «si», nunca regresaremos a esta tierra.

—Ya he tenido eso en cuenta. —Fliara se irguió más aun—. Me reafirmo en mi petición.

—Y tu petición es aceptada —anunció Dastrun, antes de que nadie más expusiera su opinión—. Tu apasionamiento honra al clan.

—¡El mismo clan que se olvidará de ella si cae prisionera de la guardia! —gruñó Ganth—. ¡Haz algo, Kaz! Se me han agotado las ideas. ¿Qué mosca le ha picado a esa moza?

—Evidentemente, padre, ha salido a ti, después de todo.

Fliara se colocó junto a ellos, sin apartar la vista del patriarca. Dastrun miró en derredor, como si quisiera comprobar que nadie más pretendía desertar. Cuando vio que no era el caso, volvió a concentrarse en el trío.

—Por voluntad del clan, os ordeno y mando seguir vuestro propio camino. Vuestro sendero se separa aquí del nuestro, pero vuestro deber para con el honor permanece intacto. Se han pronunciado juramentos que deben mantenerse.

—Que no lo pongamos en un brete con el emperador, es lo que está diciendo —susurró Ganth. Soltó un resoplido—. Y luego habla de honor y deber.

Dastrun alzó una mano, señalando la puerta.

—Marchaos. Que Sargas y el espíritu de Orlig os guíen. Declaro finalizada esta sesión.

Aquello fue todo. Los ancianos congregados se levantaron y empezaron a abandonar la sala. El Clan Orlig siempre fue famoso por su disciplina y su eficacia.

—Venid conmigo —dijo Fliara. Ganth titubeó, con la vista fija todavía en el patriarca, pero Kaz negó con la cabeza y empujó suavemente a su padre hacia la entrada.

Kaz, aunque no estaba feliz, se sentía aliviado, por lo menos. El clan lo dejaría en paz, por el momento. Su intervención habría sido más un estorbo que una ayuda, en especial hallándose Dastrun al mando.

—¿Por qué has hecho eso, muchacha? —Preguntaba Ganth a Fliara—. No necesitabas involucrarte en nuestra insensatez. Ese nunca ha sido tu estilo.

La hermana de Kaz miró primero a su padre, después a su hermano, y, finalmente, dirigió la vista al frente.

—No, no lo es. No me reconociste en ningún momento, ¿verdad, Kaz?

La pregunta pilló por sorpresa al minotauro. Observó a su hermana menor. De cerca podía detectar algunas semejanzas familiares; pero, a decir verdad, era una completa desconocida para él.

—No, no te reconocí. Pero han pasado muchos años.

—Pero no me conocías.

—Es lo que acabo de decir.

Fliara los miró a la cara.

—Ésa es mi razón.

No quiso decir nada más. Kaz miró a su padre en busca de una aclaración, pero Ganth se limitó a encogerse de hombros. No entendía más que su hijo.

Llegaron a la sala donde aguardaba Hecar. El hermano de Helati se alegró de verlos. Ya empezaba a esperar lo peor.

—No me permitían salir de esta habitación —les explicó Hecar—. Había guardias en la puerta.

—Dastrun es meticuloso, eso se lo concedo —observó Ganth.

—¿Qué ha ocurrido aquí, Kaz? ¿Van a devolvernos al circo, para diversión del emperador?

—No, Hecar, nos permiten seguir nuestro camino. A cambio, no comprometeremos al clan en nuestros actos y ellos fingirán no conocer nuestro paradero.

—Muy amables. Mmmm. Es más de lo que esperaba del viejo Dastrun. ¿Quién es ésta? ¿Nos acompañará hasta la salida?

—Voy con vosotros, Hecariverani.

Hecar escrutó el rostro de la joven.

—Eh, yo te conozco.

—Es mi hija, Fliara. La viste un par de veces cuando la traía Kyri.

—Aquella pequeña… —Calló rápido cuando vio que Fliara se encrespaba. Era una hembra guerrera de la cabeza a los pies, esbelta y musculosa. Ya no era posible aplicarle ningún diminutivo—. Se ha convertido en una gran luchadora, ahora me doy cuenta. El mérito hay que atribuíroslo a ti y a tu compañera, Ganth.

El anciano cloqueó.

—Bien dicho, Hecar, y justo a tiempo. Es exactamente tan obstinada como mis otros hijos, razón por la cual es ahora un miembro del grupo. Esta hembra atolondrada acaba de abandonar el clan para ayudarnos.

—Es mejor seguirte a ti que al clan, últimamente —replicó Hecar—. Eso lo aprendí hace mucho tiempo. —Le tendió una mano a Fliara—. Bienvenida a la fiesta, pero temo que te arrepientas. Tu hermano y tu padre tienen la desagradable costumbre de meterse en los peores líos.

—¿Y de quién ha sido la culpa esta vez? —señaló Kaz.

—¿Qué ocurrió con Jopfer? —preguntó Ganth a su hija, cambiando de tema prudentemente—. ¿Por qué decidió sustituir el funcionariado del Círculo por el clero estatal, y cómo resultó elegido para suceder al anterior sumo sacerdote? Nunca había oído que nadie que no fuera ya clérigo ascendiera hasta ese cargo.

—Fue muy repentino —respondió Fliara—. El viejo clérigo todavía demostraba poseer energías, pero un día anunció de improviso que buscaba un sucesor. —Sus párpados se entornaron. Kaz y Hecar la escuchaban con gran atención—. El clero era reacio a apoyar a los Señores de la Guerra, y su posición era más débil después de la guerra por ello. Creo que él viejo sumo sacerdote decidió renunciar. El Círculo era distinto. Había muchos miembros nuevos. Jopfer formaba parte de la nueva generación, llena de vitalidad, y no tenía conexión alguna con los esbirros de la Reina de la Oscuridad. Eso fue decisivo a la hora de ganarse la confianza del pueblo. Se hizo muy popular con gran rapidez.

—Empiezo a olerme un trato entre partes interesadas —masculló Ganth.

Kaz coincidía con él.

—Parece que, o bien el Círculo presentó a Jopfer como sustituto, o bien el sumo sacerdote lo prefería a él como medio para evitar que los hijos de Sargas perdieran más apoyo entre la población. —Sacudió la cabeza con incredulidad—. Nada de esto tiene demasiado sentido. Debemos de estar pasando por alto algo importante. Ni aunque los clérigos hubieran perdido categoría, ¿por qué aceptar un esbirro del Círculo como superior?

—Jopfer no es un simple esbirro del Círculo —notificó a Kaz su hermana—. De hecho, ahora parecen tenerle miedo. Asumió el papel de sumo sacerdote como si hubiera nacido para desempeñarlo. No sólo ha situado al clero estatal en la vanguardia, además ha eclipsado a su predecesor.

—Entonces todo tiene aun menos sentido.

Fueron interrumpidos por un estrépito de guerreros armados que sonó a sus espaldas. Parte del grupo que había acompañado a Fliara al circo los aguardaba a la salida de la habitación. Uno de sus miembros se adelantó y señaló lacónicamente la puerta de salida.

—Creo, hijos míos, que nos han pedido que abandonemos este lugar —informó Ganth.

—El patriarca ha encontrado una casa donde estaréis a salvo hasta la noche —anunció un guerrero—. Debéis llegar a ella lo antes posible. Nos han ordenado escoltaros.

—¿Y luego, qué? —preguntó Hecar.

—Yo voy a buscar a Delbin —contestó Kaz—. Él nos liberó en el circo. Es por mi culpa que se halla en la ciudad, para empezar, y le debo sacarlo de allí.

—¿Sacarlo de dónde? ¿Quién lo retiene? ¿La guardia?

—No, yo diría que es el sumo sacerdote. —Al ver que Fliara se sobresaltaba, Kaz la tranquilizó—. No tienes ninguna obligación hacia nosotros. Obligaría a quedarse incluso a mi padre, si consiguiera convencerlo de ello.

Su hermana le devolvió una mirada parecida a las que solía el propio Kaz dirigir a la gente en determinadas situaciones.

—¿Y crees que yo podría hacer nada menos?

Ganth suspiró.

—¿Qué clase de hijos he criado?

—El sumo sacerdote —murmuró Hecar—. Tendremos que asaltar el mismísimo templo…

—Probablemente. No se me ocurre otro lugar donde podrían tenerlo preso. Se cree que hay celdas bajo el edificio principal.

—El templo… —El hermano de Helati soltó un gruñido—. De acuerdo, vale. ¿Cómo esperas introducirte en ese lugar? No podemos entrar sin más, ¿o sí?

Kaz bajó la voz, asegurándose de que los guerreros que esperaban impacientes junto a la puerta no lo oyeran.

—No, pero hay alguien que sí puede.

—¿Y quién es, un clérigo?

Kaz se apartó de él sin responder y dijo a los guardias:

—Esperamos que nos devuelvan nuestras armas antes de partir.

Varios minotauros trajeron Rostro del Honor y las demás armas.

—Os serán devueltas en la casa franca.

—Eso bastará. —Kaz miró a los otros. Hecar todavía esperaba una respuesta. Kaz sonrió tristemente—. ¿No te imaginas quién tiene la llave del templo? Te daré una pista. No es un clérigo.

—Muchacho, no estarás hablando de…

Kaz asintió.

—Sí, del capitán Scurn. No me cabe duda de que andará buscándonos en este mismo instante. Creo que debemos ayudarlo a encontrarnos.