18

Cuando Renzi volvió al hospicio a visitar a Croce lo encontró solo en el pabellón, los otros dos pacientes habían sido trasladados y al cruzar el parque se le acercaron —el gordo y el flaco— y le pidieron cigarrillos y plata. En el fondo, entre los árboles, sentado en una especie de banco de plaza vio a otro de los internos, un tipo muy flaco, con cara de cadáver, vestido con un largo sobretodo negro, que se masturbaba mirando la sala de mujeres del otro lado de un paredón enrejado. Le pareció que en lo alto del edificio una de las mujeres se asomaba a la ventana con los pechos al aire, haciendo gestos obscenos, y que el hombre, con una mueca abstraída, la miraba mientras se tocaba entre los pliegues del abrigo abierto. ¿Pagarían por eso?, pensó.

—Sí pagan —dijo Croce—. Les mandan a las chicas plata o cigarrillos y ellas se asoman a la ventana de arriba.

En la amplia sala vacía, con las camas desarmadas, Croce se había armado una especie de escritorio con dos cajones de fruta y tomaba notas, sentado de cara a la ventana.

—Me dejaron solo, mejor, así puedo pensar y dormir tranquilo.

Parecía sereno, se había vestido con su traje oscuro y fumaba sus toscanitos. Tenía la valija preparada. Y cuando Renzi le confirmó que Luca había aceptado la intimación del tribunal, Croce sonrió con su aire misterioso de siempre.

—Es la noticia que estaba esperando —dijo—. Ahora el asunto se va a definir.

Tomó algunas notas en su carpeta; actuaba como si estuviera en su despacho. Los ruidos que llegaban desde la ventana —voces, murmullos, radios lejanas— se le confundían con los sonidos del pasado. Le pareció que los pasos en el corredor y el crujido del piso del otro lado de la puerta eran los pasos de la chica con el carro de llantas de goma que repartía café en las oficinas del pueblo, pero cuando se levantó vio que era la enfermera que le traía la medicina, un líquido blanco en un vasito de plástico que tomó de un sorbo.

Renzi entonces le hizo un resumen de sus investigaciones en el archivo. Había seguido una serie de pistas en los diarios de la época y las transacciones llevaban a una financiera fantasma de Olavarría que había comprado la hipoteca de la fábrica para apropiarse de los activos. La clave bancaria o nombre legal era, según parece, Alas 1212.

—¿Alas? Entonces la maneja Cueto…

—Aparece el nombre de un tal Alzaga.

—Claro, es su socio…

—Está esto en juego —dijo Renzi, y le mostró el recorte que había encontrado en el archivo—. Además especulan con los terrenos… El Viejo se opone.

—Bien —dijo Croce…

Cueto había sido el abogado de la familia y fue él quien comandó la operación de apropiación de las acciones de la sociedad anónima. Todo bajo cuerda, por eso Luca había culpado a su padre, con razón, porque el viejo confiaba en Cueto y tardó en descubrir que era el monje negro de la historia. Pero ahora parecía haber tomado distancia.

—¿Y el juicio? Luca no sabe lo que le espera…

—Pero sabe lo que quiere… —dijo Croce, y empezó a elaborar sus hipótesis a partir de la nueva situación. Desde luego habían querido impedir que el dinero llegara a Luca, pero el crimen seguía siendo un enigma—. El intrigante —escribió en un papel—. La fábrica, un Centro, los terrenos aledaños, la especulación inmobiliaria. —Se quedó quieto, un rato—. Hay que saber pensar como piensa el enemigo —dijo de pronto—. Actúa como un matemático y un poeta. Sigue una línea lógica pero al mismo tiempo asocia libremente. Construye silogismos y metáforas. Un mismo elemento entra en dos sistemas de pensamiento. Estamos frente a una inteligencia que no admite ningún límite. Lo que en un caso es un símil, en el otro es una equivalencia. La comprensión de un hecho consiste en la posibilidad de ver relaciones. Nada vale por sí mismo, todo vale en relación con otra ecuación que no conocemos. Durán —hizo una cruz en el papel—, un puertorriqueño de Nueva York, por lo tanto un ciudadano norteamericano, conoció en Atlantic City a las hermanas Belladona —puso dos cruces— y se vino por ellas. ¿Sabían o no sabían las muchachas lo que estaba pasando? Primera incógnita. Han contestado con evasivas, como si protegieran a alguien. El jockey fue el ejecutor: sustituyó a su equivalente. Puede ser que mataran a Tony sin razón, para impedir que se investigara la razón real. Una maniobra de distracción[39]. Lo mataron para desplazar nuestro interés —dijo—. Tenían el cadáver, tenían a los sospechosos, pero el motivo era de otro orden. Éste parece ser el caso. Motivación desviada —escribió, y le pasó el papel a Renzi.

Emilio miró el papel con las frases subrayadas y las cruces y comprendió que Croce quería que él llegara solo a las conclusiones porque entonces podía estar seguro —secretamente— de haber acertado en el blanco.

Croce encontraba un mecanismo que se repetía; el criminal tiende a parecerse a su víctima para borrar las huellas.

—Dejan ver a un muerto porque están mandando un mensaje. Es la estructura de la mafia: usan los cuerpos como si fueran palabras. Y fue así con Tony. Algo mandaron a decir. Tenemos la causa de la muerte de Tony, pero ¿cuál fue la razón? —Se quedó callado, mirando los árboles ralos del otro lado de la ventana—. No hacía falta matarlo, pobre Cristo —dijo después.

Parecía nervioso y agotado. La tarde caía y el pabellón estaba en sombras. Salieron a pasear por el parque. Croce quería saber si Luca estaba tranquilo. Se jugaba entero en ese juicio, ojalá pudiera ayudarlo, pero no había forma de ayudarlo.

—Por eso estoy aquí —dijo—. Imposible vivir sin hacerse enemigos, habría que encerrarse en un cuarto y no salir. No moverse, no hacer nada. Todo es siempre más estúpido y más incomprensible de lo que uno puede deducir.

Se había perdido en sus pensamientos y cuando volvió dijo que iba a seguir trabajando. El paseo había terminado; quería volver a su madriguera. Entonces se alejó solo por el sendero hacia el pabellón y Renzi lo miró irse. Caminaba en un zigzag nervioso mientras se alejaba, una especie de leve balanceo, como si estuviera por perder el equilibro, hasta que se detuvo antes de entrar, se dio vuelta y le hizo un gesto de saludo, un leve aleteo de la mano, a la distancia.

¿Se habían despedido? A Renzi no le gustaba la idea pero no le quedaba mucho resto, lo apretaban en el diario para que volviera a Buenos Aires, casi no le publicaban las notas, pensaban que el caso estaba cerrado. Junior le había dicho que se dejara de embromar y se ocupara del suplemento literario, y medio en joda le propuso, ya que estaba en el campo, que preparara un especial sobre la literatura gauchesca.

Cuando llegó al hotel, Renzi descubrió en el bar a las hermanas Belladona sentadas a una mesa. Se paró frente a la barra y pidió una cerveza. Las miró por el espejo entre el reflejo de las botellas, Ada hablaba con entusiasmo, Sofía asentía, mucha intensidad entre ellas, demasiada… If it was a man. Como siempre que estaba en problemas, Renzi se acordó de un libro que había leído. La frase le venía de un cuento de Hemingway, The Sea Change, que había traducido para el suplemento cultural del diario. If it was a man. La literatura no cambia, siempre se puede encontrar lo que se espera, en cambio la vida… Pero ¿qué era la vida? Dos hermanas en el bar de un hotel de provincia. Como si le hubiera leído el pensamiento, Sofía lo saludó sonriendo. Emilio levantó el chop con el gesto de brindar con ella. Entonces Sofía se incorporó y lo llamó, una llamarada. Renzi dejó el vaso en la barra y se acercó.

—¿Qué dicen las chicas?

—Sentate a tomar algo con nosotras —dijo Sofía.

—No, sigo viaje.

—¿Ya te volvés? —preguntó Ada.

—Me quedo para el juicio.

—Te vamos a extrañar —dijo Sofía.

—¿Y qué va a pasar? —preguntó Emilio.

—Se va a arreglar todo… siempre es así acá… —dijo Ada.

Se hizo un silencio.

—Ojalá fuera adivino… —dijo Emilio—. Para leerles el pensamiento…

—Pensamos una vez cada una —dijo Ada.

—Sí —dijo Sofía—, cuando una piensa, la otra descansa.

Siguieron bromeando un rato más y ellas le contaron un par de chistes nativistas, medio zafados[40], y al final Renzi se despidió y subió a su pieza.

Tenía que trabajar, ordenar sus notas. Pero estaba inquieto, disperso, le pareció que Sofía no había estado nunca con él. Estuve adentro de ella, pensó, un pensamiento idiota. El pensamiento de un idiota. «Te garchás una mujer y no te lo perdona nunca», decía Junior con su tonito cínico y ganador. «Claro, inconscientemente», aclaraba abriendo grandes los ojos, con aire de entendido. «Mirá, Eva tuvo el primer orgasmo de la historia femenina y se fue todo al demonio. Y Adán, a laburar…» Tenía minas a granel, Junior, y a todas les explicaba su teoría sobre la guerra inconsciente de los sexos.

Al rato Emilio pidió con su servicio de llamadas en Buenos Aires. Nada importante. Amalia, la mujer que le limpiaba el departamento, preguntaba si tenía que seguir yendo los martes y jueves aunque él no estuviera. Una chica que no se había identificado lo había llamado y le había dejado un número de teléfono que Renzi ni siquiera se tomó la molestia de anotar. ¿Quién sería? Tal vez Nuty, la cajera del supermercado Minimax de la vuelta de su casa, con la que había salido un par de veces. Había dos mensajes de su hermano Marcos que lo llamaba desde Canadá. Quería saber, le dijo la mujer del servicio de llamadas, si había desocupado la casa de Mar del Plata y si ya la había puesto en venta. También quería saber si era cierto que volvía Perón a la Argentina.

—Y usted qué le contestó —preguntó Renzi.

—Nada. —La mujer pareció sonreír, en silencio—. Yo sólo tomo los mensajes, señor Emilio.

—Perfecto —dijo Renzi—. Si mi hermano vuelve a llamar, dígale que no me he comunicado todavía con ustedes y que estoy fuera de Buenos Aires.

Luego de la muerte de su padre, la casa de la familia en la calle España había quedado desocupada varios meses. Renzi había viajado a Mar del Plata, se había desprendido de los muebles y la ropa y los cuadros de las paredes. Los libros los había dejado en un guardamuebles, en cajas, ya vería lo que iba a hacer cuando la casa al final se vendiera. Había también muchos papeles y fotos, e incluso algunas cartas que le había escrito a su padre mientras estaba estudiando en La Plata. Lo único que se había traído de la biblioteca era una vieja edición de Bleack House que su padre habría comprado en alguna librería de usados. Había descubierto o pensaba que había descubierto una relación entre uno de los personajes del libro de Dickens y el Bartleby de Melville. Pensó distraídamente que quizá se podría escribir una nota sobre el asunto y mandársela a Junior con la traducción del capítulo de la novela de Dickens para que lo dejaran en paz[41].

Por lo visto su hermano iba a cancelar el viaje. Si al final vendía la casa y dividían la plata, le iban a quedar unos treinta mil dólares. Con esa guita podía renunciar al diario y vivir un tiempo sin trabajar. Dedicarse a terminar su novela. Aislado, sin distracciones. En el campo. El chivo expiatorio huye al desierto… Derecho ande el sol se esconde / tierra adentro hay que tirar. Pero vivir en el campo era como vivir en la luna. El paisaje monótono, los chimangos volando en círculo, las chicas entretenidas entre ellas.