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Según los Jane, el corazón de un niño puede soportar cuarenta y nueve golpes antes de sufrir daños permanentes para los que no habrá ya vuelta atrás. Imaginaos pues el corazón de Thomas Cale, que había sido vendido por seis peniques, curtido en palizas, fortalecido en el asesinato y después traicionado por el único ser que le había mostrado amor. (Esta última se las trae más que ninguna otra). La autocompasión, a la que hay que conceder el debido respeto, es el más corrosivo de todos los ácidos para el alma humana. Sentir pena por uno mismo es un disolvente universal para la salvación. Imaginad qué clase de veneno se vertió en el pecho de Cale aquella tarde y aquella noche en el monte del Tigre. Pensad cuál fue el daño causado, y cuál la medicina con la que se pretendió curarlo.

Los ingleses suelen decir que no es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo a un arañazo en el propio dedo; costará aún menos trabajo comprender que alguien pueda pagar ese mismo precio por un tajo en el alma.