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—Hemos tenido tres contactos con los monstruos —dijo Sandburg—. Los resultados están por verse. Nadie pudo dispararles. Desaparecen y eso es todo.

—Querrá decir que se escabullen —señaló Thorton Williams.

—No, señor —repuso el secretario de Defensa—. Simplemente desaparecen, los que lo vieron juran que no se habían movido. Primero están y luego no están. Los observadores, que dieron parte independientemente y sin conocer el resto de los informes, coinciden en ello. Un solo hombre pudo equivocarse, y hasta es posible que dos fallen. Pero parece difícil que tres observadores se equivoquen exactamente en el mismo punto.

—¿Ustedes los militares, tienen alguna teoría, alguna opinión acerca de lo sucedido?

—Ninguna —repuso Sandburg—. Debe ser que han desarrollado una nueva adaptación defensiva. Como ahora sabemos, esos seres están a la defensiva. Saben que deben sobrevivir. Por el bien de la especie, no pueden arriesgarse. Supongo que si se les acorralase lucharían, aunque sólo si no hubiera otra salida. Evidentemente, han inventado una nueva táctica para esta clase de situación. Hemos consultado al doctor Isaac Wolfe, el biólogo refugiado que sin duda es quien más sabe sobre los monstruos, y este asunto de la desaparición lo desconoce por completo. Ha sugerido, sólo como conjetura, que tal vez sea una aptitud que sólo poseen los monstruos jóvenes, un mecanismo juvenil de defensa. Quizá los del futuro no tuvieron suficientes oportunidades de observar a los monstruos jóvenes. Estaban ocupados luchando contra los adultos.

—¿Cómo va la movilización en esta zona? —preguntó el Presidente.

—No tengo datos —respondió Sandburg—, pero los trasladamos allí con la mayor rapidez posible. Los campamentos de refugiados han creado su propio servicio de orden y eso facilita las cosas y nos permite disponer de más tropas. Agricultura y seguridad social se encargan de buena parte de los transportes de alimentos y otros artículos de primera necesidad a los campamentos, y eso también libera personal militar. Suponemos que esta noche empezarán a regresar las primeras divisiones aerotransportadas y podremos contar con más hombres.

—Morozov estuvo aquí esta mañana y nos ofreció ayuda —informó Williams—. De hecho, insistió en ello. Nosotros, naturalmente, rechazamos la oferta. Pero eso nos crea un problema. ¿Es conveniente pedir ayuda al Canadá, o quizás a México, Gran Bretaña, Francia, Alemania u otros países amigos?

—Seguramente podrían sernos útiles —señaló Sandburg—. Me gustaría sondear a los jefes de Estado Mayor. Lo que necesitamos y no hemos podido obtener son fuerzas numerosas en los límites norte y sur… digamos en Georgia y Nueva York. Hemos de frenar la dispersión de los monstruos… si es, como supongo, lo que se proponen. Si logramos contenerlos, podremos exterminarlos.

—Si no se escapa ninguno —agregó el Presidente.

—Exacto —admitió Sandburg—. Si no se escapan.

—Pasemos a otro asunto —propuso el Presidente—. Reilly, creo que tienes una noticia.

—Todavía no estoy demasiado seguro, pero se trata de una cuestión a discutir —dijo Reilly Douglas—. Sinceramente, opino que se podrían suscitar dificultades jurídicas bastante complicadas, pero todavía no he podido analizar este aspecto. Clinton Chapman me visitó anoche. Creo que casi todos ustedes conocen a Clint.

Miró en torno; la mayoría de los hombres asintieron con la cabeza.

—Vino a verme —repitió Douglas—; más tarde hablamos tres o cuatro veces por teléfono y hoy hemos almorzado juntos. Creo que algunos de ustedes saben que fuimos compañeros en Harvard y tenemos amistad desde entonces. Supongo que por eso se dirigió a mí. De buenas a primeras, se ofreció para la construcción de los túneles, asegurando que financiaría su coste sin recurrir al crédito federal. A cambio, conservaría la tenencia de los túneles una vez evacuados al mioceno los refugiados, y nos pediría una licencia para explotarlos. Desde entonces…

—No entiendo de qué iban a servirle —le interrumpió Williams—. ¿Qué diablos va a hacer con los túneles? La fuerza de tiempo, o como se llame, según tengo entendido sólo funciona en una dirección: hacia el pasado.

Douglas meneó la cabeza.

—Clint no lo cree. Ha hablado con sus investigadores, que son probablemente los mejores del mundo, y le han asegurado que si existe el viaje a través del tiempo, debe funcionar en ambas direcciones: hacia el pasado y hacia el futuro. De hecho, le explicaron que parecería más sencillo viajar hacia el futuro, ya que el discurrir natural del tiempo es hacia el futuro.

Williams lanzó un suspiro ruidoso.

—No sé —murmuró—. Suena raro. ¿Cómo podemos ceder a un hombre o a una empresa la exclusiva de los viajes a través del tiempo en ambos sentidos, suponiendo que sea realizable? Imaginen los abusos a que podría dar lugar…

—Durante el almuerzo hablé de eso con Clint —agregó Douglas—. Le expliqué que, si se llegaba a ello, habría de ser bajo estricto control. Se habrían de crear comisiones para redactar un código de viaje a través del tiempo. El Congreso tendría que legislar. Además, tanto el código como la legislación tendrían que ser internacionales; habría que llegar a un acuerdo mundial y es fácil suponer lo que eso podría tardar. Clint estuvo de acuerdo en todo y dijo que esperaría lo que hiciese falta. Está obsesionado por esta idea. Como viejo amigo, intenté convencerle de que lo dejara, pero está empeñado en continuar. Es decir, si le permitimos hacerlo. Al principio quería financiarlo él sólo pero, evidentemente, ahora ya sabe qué cantidad de dinero expondría. Creo que está intentando formar una sociedad para hacerse cargo de la fabricación.

Sandburg frunció el ceño.

—A primera vista diría que no. Los viajes a través del tiempo han de estudiarse más a fondo. Es algo que no habíamos pensado en serio. Tendríamos que estudiarlo de cabo a rabo.

—Podría tener aplicaciones militares —señaló Williams—. No estoy seguro de cuáles serían.

—Se necesitarían acuerdos internacionales bajo garantías adecuadas, para impedir su uso militar —puntualizó el presidente—. Si tales acuerdos fuesen rotos en algún momento futuro, poco importaría quién tuviera la licencia. Las necesidades nacionales siempre tendrían prioridad. No importa lo que ocurra, pero el viaje a través del tiempo es algo que ya tenemos aquí. Habremos de plantearnos la cuestión y mirar de solucionarla.

—¿Apoya usted la propuesta de Clint, señor Presidente? —preguntó Douglas algo sorprendido—. Cuando hablé con usted…

—Yo no he dicho que la apoye —respondió el Presidente—. Pero, dada la situación, opino que nos interesa considerar todas las posibilidades y propuestas. Será muy difícil obtener los capitales y créditos necesarios para construir los túneles. No sólo para nosotros, sino para todo el mundo. Quizá le sea más difícil al resto del mundo que a nosotros.

—Este es otro problema —apuntó Williams—. Imagino que Chapman y sus socios sólo se proponen construir los túneles en los Estados Unidos.

—No puedo responder a eso —señaló Douglas—. Supongo que si Chapman lograse formar sociedad, podría incluir capital extranjero y establecer acuerdos con otras naciones. No creo que países como el Congo, Portugal e Indonesia cerrasen las puertas a quien se ofreciese a construir sus túneles. Otras naciones podrían dudarlo pero, si lleváramos a cabo el plan y se nos unieran un par de grandes potencias, por ejemplo Alemania o Francia, supongo que la mayoría de las demás nos seguirían. Después de todo, si alguien realizara un plan así, ninguna nación querría quedarse sin un túnel.

—Esto costará mucho dinero —intervino Manfred Franklin, secretario del Tesoro—. Miles de millones…

—Hay muchos jugadores en el mundo financiero —observó Ben Cunningham, de Agricultura—, pero en su mayoría juegan con inteligencia. Chapman parece bastante seguro de sí mismo. ¿Es posible que él sepa algo que nosotros ignoramos?

Douglas negó con la cabeza.

—Creo que no. Como dije, se funda en las afirmaciones de sus investigadores, principalmente de los físicos, en el sentido de que los viajes a través del tiempo han de ser posibles en ambos sentidos. Es el primer invento nuevo, realmente la primera idea nueva desde hace cincuenta años o más, con verdaderas posibilidades tecnológicas y de explotación comercial. Clint y su pandilla quieren sacar tajada del negocio.

—La cuestión es si debemos permitírselo —explicó Williams.

—Aunque nos sepa mal —contestó el Presidente—, quizá tengamos que hacerlo. Si nos negamos, la población lo sabrá y ya pueden imaginar cuál será su reacción. A algunos les parecería bien, pero serían anulados por los que verían el asunto como una solución para que alguien corra con un gasto gigantesco que, de lo contrario, saldría del Tesoro y sería cubierto mediante impuestos. Sinceramente, caballeros, podría crearse tal situación, que oponernos a la sociedad equivaldría a nuestro suicidio político.

—Esto no parece preocuparle demasiado a usted —murmuró Williams con acidez.

—Thornton, cuando lleves en la política tanto tiempo como yo te tomarás las cosas con más calma. Aprenderás a ser práctico. Contemplarás los asuntos con ecuanimidad. Admito que particularmente, este negocio me repugna un poco, pero soy políticamente realista para saber hasta dónde se puede llegar nadando contra la corriente. Hay casos en que no puedes echarlo todo a rodar.

—Sigue sin gustarme —aseguró Williams.

—Ni a mí —agregó Sandburg.

—Sería una solución —dijo Franklin—. Los obreros estarán a nuestro lado. Si la alta finanza mundial llegase a un acuerdo con nosotros, como ocurrirá si se constituye la sociedad, nuestro principal problema quedará resuelto. Queda lo de alimentar a la gente del futuro, pero tengo entendido que podremos hacerlo durante más tiempo del que suponíamos. Luego habremos de suministrarles todo lo que necesiten para establecerse en el pasado, pero bastan para ello nuestras capacidades normales de producción. Alguien tendrá que darse prisa en calcular qué proporción de nuestras instalaciones fabriles y nuestros recursos tendrá que dedicarse a la fabricación de carretillas, azadas, hachas, arados y otros artículos similares, y durante cuánto tiempo; pero esto es sólo una cuestión económica. Supongo que los próximos años nos enfrentaremos a una carestía notable de carne, productos de granja y otros recursos agrícolas, pues tendremos que enviar ganado reproductor al mioceno, pero no es imposible, aunque hayamos de apretarnos un poco el cinturón. Los túneles eran lo importante, y la sociedad de Chapman los construirá si se lo permitimos.

—¿Qué hacemos con esos jóvenes manifestantes que quieren regresar al pasado? —preguntó Cunningham—. Yo opino que les dejemos ir. Se despejarían las calles y, por otra parte, hace tiempo que muchas personas se quejan de la superpoblación. Quizá sea éste el remedio.

—Naturalmente, está bromeando —dijo el Presidente—, pero…

—Le aseguro, señor, que no bromeo. Hablo en serio.

—Y yo estoy de acuerdo —agregó el Presidente—. Quizá nuestros motivos no sean los mismos, pero creo que no debemos detener a quienes quieran dejarnos. Quizá no convenga que vayan a la misma época que la gente del futuro. Sería mejor un millón de años después. Pero antes de dejarles partir, deben poseer las mismas convicciones y la visión ecológica de la gente del futuro. No podemos enviarlos para que agoten los recursos que nosotros ya hemos utilizado. Esto sería una paradoja, que no pretendo entender, aunque supongo que podría resultar fatal para nuestra civilización.

—¿Quién va a enseñarles esas convicciones y esa visión ecológica?

—Los hombres del futuro. No todos han de regresar en seguida al pasado. Naturalmente, la mayoría deben hacerlo, pero algunos se quedarán aquí. De hecho, han ofrecido dejar un grupo de especialistas que nos enseñarán la mayor parte de lo que se ha… No, supongo que debo decir de lo que será descubierto durante los próximos quinientos años. Personalmente, me parece que esta oferta debemos aceptarla.

—A mí también —corroboró Williams—. Lo que nos enseñen tal vez altere en parte las actuales instituciones económicas y sociales, pero a la larga habremos adelantado. En veinte años o menos podríamos recorrer esos quinientos años sin cometer los errores en que cayeron nuestros descendientes.

—No sé —murmuró Douglas—. Hay demasiados factores en una cuestión así. Debe meditarse.

—Se nos olvida una cosa —recordó Sandburg—, nada nos impide adelantar y proyectar, pero hagámoslo con rapidez. La solución debe ponerse en marcha antes de un mes pues, de lo contrario, se nos acabará el tiempo. Lo que quiero decir es esto: que nuestras previsiones pueden quedar destruidas si no logramos exterminar a los monstruos, o al menos dominarlos.