Fyodor Morozov era buen diplomático y buena persona —dos cosas no tan incompatibles como pudieran parecer—, y no le hacía muy dichoso aquella gestión. Además, se dijo, conocía a los americanos, y con ellos no serviría. Evidentemente, los pondría en un aprieto y los haría quedar mal a los ojos de todo el mundo; normalmente, eso no le habría importado. Pero en las circunstancias actuales los americanos, por lo que hacía al caso, cualquier otro país, no estarían para florituras diplomáticas, y por tanto era imposible prever qué resultaría de aquella reacción.
El Presidente le esperaba; cuando entró vio que le acompañaba el secretario de Estado, como era de esperar. El Presidente se deshizo en amabilidades, pero Fyodor notó que Thornton Williams estaba algo desorientado, si bien hacía grandes esfuerzos por ocultarlo.
El Presidente inició la conversación después de los saludos protocolarios.
—Siempre es un placer su visita, señor embajador —comenzó—, cualquiera que sea el motivo. Dígame, ¿podemos complacerles en algo?
—Mi Gobierno solicita entablar conversaciones con el suyo, tan extraoficiales como lo permitan nuestros respectivos cargos oficiales, sobre una cuestión de seguridad que a mi entender concierne a ambos, si no a todos los gobiernos.
Hizo una pausa y ellos aguardaron a que continuara. Si algo adivinaban, no lo dieron a entender. Aquello no facilitaba su papel.
—Se trata del monstruo extraterrestre que escapó de un túnel del Congo —explicó—. Según nuestras referencias, no cabe duda de que los monstruos deben ser exterminados. Puesto que el Congo no tiene fuerza militar ni policía suficiente para hacerlo, mi Gobierno ha ofrecido enviar voluntarios, y nos disponemos a consultar a Gran Bretaña, Francia y otras naciones, para saber si desean tomar parte en una expedición conjunta para cazar al monstruo.
—Señor embajador —intervino Williams—, no creo que su Gobierno haya estimado necesaria nuestra autorización para emprender tan humanitaria iniciativa. Supongo que asumirá la responsabilidad de retirar todas las fuerzas tan pronto como el monstruo haya sido capturado.
—Claro que sí.
—Entonces, no comprendo el motivo de su visita.
—También hay que contemplar la cuestión del monstruo, o de los monstruos, pues según tengo entendido hay varios, que andan sueltos por el territorio de ustedes —explicó Fyodor—. Estamos dispuestos a prestarles la misma ayuda que ofrecimos al Congo.
—Es decir, que estarían dispuestos a prestarnos algunas fuerzas para perseguir a los monstruos —resumió el Presidente, divertido.
—Creo que preferimos una palabra algo más enérgica que la de «dispuestos» empleada por usted —especificó el embajador—. A menos que puedan garantizar una eficacia absoluta en la contención y destrucción de los monstruos, tendremos que exigirlo. El problema no es de orden nacional; afecta a la comunidad internacional. Esos animales deben ser aniquilados. Si no pueden asegurarlo, deberán aceptar cualquier ayuda que se les ofrezca.
—Naturalmente, se habrá enterado de que repatriamos nuestras tropas de ultramar —comentó Williams.
—Lo sé, señor secretario; pero faltaría saber en qué plazo podrán hacerlo. Nuestros militares calculan que tardarían ustedes treinta días como mínimo, Y que quizá no sean suficientes. También faltaría saber si tienen bastantes efectivos para cubrir el territorio amenazado.
El Presidente dijo:
—Le aseguro que agradecemos su interés.
—Mi Gobierno opina que, si bien ustedes preferirán emplear sus propias tropas, como es natural, el terreno quedará controlado mejor y más pronto si aceptan la ayuda que ofrecemos y que, sin duda, también ofrecerán otras naciones si ustedes se muestran dispuestos a…
—Señor embajador —le interrumpió el Presidente—, estoy convencido de que usted sabe que no debía proponernos una oferta tan improcedente. Si la buena voluntad de su Gobierno fuese sincera, habrían planteado la cuestión de un modo muy diferente. El único propósito de su visita es ponernos en apuros. Naturalmente, ha fracasado. No nos sentimos apurados en lo más mínimo.
—Me alegro de que así sea —respondió Fyodor con serenidad—. Pensamos que lo correcto era hablar extraoficialmente, antes de tomar otras medidas.
—Supongo —dijo Williams— que ahora presentarán la cuestión ante la ONU, donde intentarán ponernos en aprietos ante la opinión mundial.
—Caballeros, no se empeñen en tergiversar la cuestión —señaló el embajador—. Es verdad que nuestros países han tenido diferencias en el pasado. No siempre nos hemos sentado a «pensar juntos». Pero en las circunstancias actuales, todo el mundo debe estar unido. Tal es el único motivo de nuestra proposición. Para nosotros está totalmente claro, aunque no lo esté para ustedes, que la rápida eliminación de los monstruos es de interés internacional, y que están obligados a aceptar toda la ayuda que puedan necesitar. No nos gustaría tener que comunicar a las Naciones Unidas que no cumplen con sus obligaciones.
—No nos corresponde sugerirles lo que deben comunicar a la ONU —señaló Williams, cortante.
—Si deciden aceptar nuestra oferta —agregó el embajador—, permitiríamos que la iniciativa quedara en sus manos. Si desean ser los primeros en solicitar a otras naciones, como por ejemplo el Canadá, Gran Bretaña, Francia y nosotros, la formación del cuerpo expedicionario que precisan, no mencionaremos esta conversación extraoficial. Naturalmente, los periodistas sabrán de mi visita, y me harán preguntas, pero les diré que era parte de los contactos permanentes entre ambos países sobre el problema de los refugiados. Es algo lógico.
—Querrá comunicar una respuesta a su Gobierno —comentó el Presidente.
—No es preciso que sea en seguida —respondió Fyodor—. Entendemos que han de deliberar. La ONU no se reúne hasta mañana a mediodía.
—Supongo que si pidiéramos a nuestros amigos en la comunidad de naciones que nos suministraran fuerzas y no les incluyéramos a ustedes, lo considerarían como una ofensa y publicarían una nota de protesta.
—No puedo responder con seguridad, aunque creo que sí.
—Esto me parece una triquiñuela diplomática —comentó el secretario de Estado—. Hace años que le conozco, y le apreciaba. Son tres o quizá cuatro… en fin, más de tres años los que lleva entre nosotros, y sin duda habrá aprendido a conocernos. Espero que personalmente no estará de acuerdo con la índole de esa propuesta.
Fyodor Morozov se puso lentamente en pie.
—Les he comunicado el mensaje de mi Gobierno —dijo—. Agradezco su atención.