Judy ocupaba su escritorio. Empezaban a acumularse notas en el pincho. Los avisadores de la centralita lanzaban destellos.
—¿Has dormido? —preguntó Wilson.
Ella le miró.
—Un poco. Me desvelé pensando. Tuve miedo. Esto no marcha, ¿verdad, Steve?
—No marcha —respondió—. Es demasiado para nosotros. De no existir el factor tiempo, sería más fácil. Si tuviéramos un poco de tiempo…
Judy indicó la puerta que daba a la sala.
—No les dirás eso, ¿verdad?
Wilson sonrió.
—No, eso no.
—Han preguntado cuándo hablarías con ellos.
—En seguida —informó.
—Será mejor que te lo diga, pues no serviría de nada ocultártelo —agregó la muchacha—. Me voy a casa. Regreso a Ohio.
—Pero si te necesito aquí.
—Pide otra secretaria. Dentro de dos días no notarás diferencia.
—No quise decir eso…
—Ya te entiendo. Me necesitas para la cama. Así hemos pasado… ¿seis meses? Es esta maldita ciudad, que ensucia todo lo que toca. En otro lugar nos habríamos entendido bien, pero no aquí.
—Maldita sea, Judy —dijo—, ¿qué te pasa? Sólo porque no fui a tu casa anoche…
—Quizá sea eso, en parte. Pero naturalmente hay más. Tenías que cumplir con tu deber. Pero me sentí muy sola y habían ocurrido demasiadas cosas. Estuve pensándolo y me asusté. Quise llamar a mi madre pero las líneas estaban ocupadas. Una pobre muchacha asustada, corriendo a reunirse con su mamá. Fue como si hubiera cambiado de repente. Ya no era la eficaz y desenvuelta ciudadana de Washington, sino una chiquilla pueblerina de Ohio. Eso fue porque estaba asustada. Dime, ¿no es normal que tuviera miedo?
—Es natural —respondió, lacónico—. Yo también estoy asustado. Todos tenemos miedo. ¿Qué va a pasar ahora? Que me parta un rayo si lo sé. Pero no hablábamos de eso.
—Monstruos sueltos —agregó Judy—, exceso de bocas que alimentar. Y todos luchando contra todos o preparándose a luchar.
—Estábamos en que te ibas a Ohio. No te preguntaré si lo has dicho en serio, porque me consta. Es una suerte que sepas dónde refugiarte. La mayoría de nosotros no tenemos adónde ir. Querría convencerte, pero eso sería injusto y egoísta de mi parte. Sin embargo, te ruego que te quedes.
—He reservado pasaje —explicó—. Con todo ese lío del teléfono, lo conseguí de milagro. El pánico está cundiendo por todo el país. En momentos así, una se siente muy desvalida.
—Ohio no te gustará. Te arrepentirás en seguida. Si tienes miedo en Washington, también lo tendrás en Ohio.
—Me voy, Steve. Tomaré el avión a las seis y cuarto de esta tarde.
—¿No hay nada que hacer?
—Está decidido —repuso.
—Entonces, será mejor que hagas pasar a los periodistas. Tengo algunas novedades para ellos.