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Desde primeras horas de la mañana, la multitud empezó a congregarse en el Parque Lafayette, frente a la Casa Blanca.

Era el mismo grupo silencioso pero desafiante que había montado guardia todo el domingo. Ahora llevaban algunos carteles. Uno, escrito con letras muy burdas, decía: RETORNO AL MIOCENO.

Otro: TRAED VUESTROS DIENTES DE SABLE. Y un tercero: QUEREMOS DEJAR ESTE PIOJOSO MUNDO.

Un periodista se abrió paso entre el grupo y se acercó al melenudo que portaba el cartel de RETORNO AL MIOCENO.

—¿Quiere explicarme qué ocurre? —preguntó.

—Hombre —respondió el joven con impaciencia—, aquí lo puede leer. Lo dice bien claro.

—No entiendo qué pretenden manifestar —dijo el periodista—. ¿O no hay nada que manifestar esta vez?

—Esta vez no —replicó el portador del cartel—. Otras veces hemos intentado manifestar algo y nunca nos hicieron caso apuntó con el pulgar hacia la Casa Blanca. Ese fulano parece estar sordo. Todos parecen sordos.

—Esta vez —intervino una muchacha que se hallaba junto al portador del cartel— no nos manifestamos. Sencillamente, exigimos retornar al mioceno.

—O al eoceno —dijo otra muchacha—. O al paleoceno. A cualquier sitio que esté lejos de este maldito lugar. Queremos dejar este mundo cruel y empezar de nuevo. Deseamos regresar y fundar la clase de mundo que queremos. Hace años que intentamos reformar la sociedad y no hemos conseguido nada. En vista de que no podemos cambiarla, hemos intentado salir de ella. Por eso se fundaron las comunas. Pero la sociedad no nos deja tenerlas. Van y nos devuelven a casa. No quieren soltarnos.

—Pero ahora tenemos la solución —intervino el portador del cartel—. Si la gente del futuro se va al pasado, a nosotros no pueden prohibírnoslo. A nadie le molestará que nos larguemos. La mayoría lo celebrarán.

—Creo que podríamos llamar a esto un movimiento —resumió el periodista—. Casi todo lo que ustedes hacen recibió ese nombre. ¿Les molestaría decirme cuántos son?

—En absoluto —respondió la muchacha—. Ahora no seremos más de quince o veinte. Pero escriba usted su artículo, consíganos un espacio en televisión, y seremos miles. Vendrán de Chicago, Nueva York, Boston y Los Angeles. Seremos más de los que esta ciudad pueda contener. Porque, como comprenderá, esta es nuestra primera posibilidad auténtica de irnos.

—En efecto —admitió el periodista—. Lo entiendo. Pero, ¿qué piensan hacer? ¿Echar abajo la puerta de la Casa Blanca?

—Si quiere decir que nadie nos hará caso, tal vez tenga razón —repuso el portador del cartel—. Pero dentro de veinticuatro horas, nos harán caso. Y dentro de veintiocho saldrán a la calle para parlamentar con nosotros.

—No ignoran ustedes que todavía no existen los nuevos túneles del tiempo. Y tal vez no lleguen a existir. Se necesitarían materiales y mano de obra…

—Aquí está la mano de obra, señor. No tienen más que pedirla. Entréguennos picos y palas. Entréguennos llaves inglesas. Entréguennos cualquier cosa y digan qué hemos de hacer. Trabajaremos sin parar. Haremos cualquier cosa con tal de salir de aquí. No pedimos ni salario ni nada, sólo que nos dejen ir.

—Escríbalo —dijo la muchacha—. Póngalo tal como se lo hemos explicado.

—No queremos crear dificultades —agregó el melenudo—. No somos alborotadores. Sólo deseamos que ellos se enteren y éste es el único modo de hacerlo.

—Si nos dejan, no pediremos nada —afirmó la muchacha—. Nos gustaría tener algunas azadas y hachas, y quizás ollas y sartenes. Pero si no nos lo dan, nos iremos con las manos vacías.

—Los hombres prehistóricos se las arreglaron con hachas de piedra —comentó el portador del cartel—. Podemos hacer lo mismo si es necesario.

—¿Por qué pierde el tiempo escuchándoles? —terció un individuo corpulento, de cuya boca colgaba un cigarro—. No saben más que hablar. Son unos cagones. No quieren ir a ningún sitio; lo único que quieren es fastidiar.

—Se equivoca —dijo el hombre del cartel—. Queremos que se nos haga caso. ¿Por qué íbamos a quedarnos, habiendo idiotas como usted?

El hombre del cigarro intentó agarrar el cartel y una de las muchachas le dio un puntapié en la espinilla. Retrocedió y se le escapó el cartel. El melenudo le golpeó en la cabeza con el palo, y un hombre que acompañaba al tipo del cigarro golpeó al portador del cartel en la mandíbula.

Estalló una pelea, pero llegó la policía y los disolvió.