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Cuando todos quedaron reunidos alrededor de la mesa de conferencias, el doctor Samuel Ives inició la discusión.

—A pesar de la solemnidad de esta ocasión que nos reúne en plena noche, esta reunión constituye para nosotros un acontecimiento sensacional. Durante toda nuestra vida profesional, a la mayoría de nosotros nos ha preocupado el problema fundamental de la irreversibilidad del tiempo. Dos de nosotros, el doctor Asbury Brooks y yo, hemos dedicado muchas horas a su estudio. Creo que el doctor Brooks no se ofenderá si digo que hemos adelantado poco o nada en nuestro examen de esta cuestión fundamental. Aunque un lego podría negar la validez de tal estudio, al entender el tiempo como un concepto filosófico más que físico, es innegable que las leyes físicas que conocemos están en función de esta cosa algo misteriosa que denominamos tiempo. Puesto que es necesario definir de una manera satisfactoria los conceptos que utilizamos, tanto en nuestra vida cotidiana como en nuestras investigaciones dentro de las diversas disciplinas científicas, hemos de preguntarnos cuáles podrían ser las ecuaciones físicas que expliquen la expansión del universo, la teoría de la información y los vectores de tiempo termodinámicos, electromagnéticos, biológicos y estadísticos. En la descripción de cualquier fenómeno físico, la variable «tiempo» es un parámetro fundamental. Nos hemos preguntado si existe el tiempo como magnitud absoluta, o si es una característica de las condiciones límite. Algunos de nosotros creemos que la explicación auténtica podría ser la segunda, según la cual el factor tiempo quedó definido al azar desde el origen del universo, y ha persistido desde entonces. Creo que ninguno de vosotros ignora que nuestro pensamiento con respecto al tiempo se halla necesariamente afectado por las nociones intuitivas acerca del sentido en que discurre el tiempo. Quizá sea ésta una de las causas que nos impiden comprender y formular una teoría sobre lo que llamamos tiempo miró a los tres hombres del futuro, sentados enfrente. Les ruego que disculpen esta digresión preliminar teniendo en cuenta que, comparada con lo que ustedes saben, puede parecer algo estúpida. Creo que interesa exponer nuestras propias opiniones y plantear una perspectiva. Dicho esto, opino que les toca el turno de hablar, y les aseguro que serán escuchados con la mayor atención. ¿Quién desea hacer uso de la palabra?

Hardwicke y Cummings cambiaron una mirada interrogante. Luego, aquél empezó:

—Lo haré yo. Deseo manifestarles que todos apreciamos la buena voluntad de ustedes al acudir a esta reunión intempestiva. Sospecho que les defraudaremos, ya que sabemos poco más que ustedes sobre la naturaleza fundamental del tiempo. Nos hemos planteado las mismas preguntas que ustedes y no hemos hallado respuestas válidas…

—Pero ustedes son capaces de viajar a través del tiempo —interrumpió Brooks—. Esto implica que saben algo sobre ello. Deben poseer al menos ciertos datos fundamentales…

—Hemos descubierto que nuestro universo no es único —señaló Hardwicke—. Al menos dos universos coexisten en el mismo espacio, pero son tan fundamentalmente distintos que ninguno de ambos puede ser observado desde el otro, en condiciones normales. Por ahora no describiré cómo detectamos este otro universo ni lo que sabemos de él. Sin embargo, no se trata de un universo contraterrenal y, por lo que sabemos, su existencia no implica ningún peligro. Sólo diré que el primer indicio de su existencia surgió durante un estudio de ciertas partículas raras. No es que éstas formen parte del otro universo, pero bajo determinadas condiciones obedecen a ciertas leyes, aún no bien estudiadas, del universo complementario. Ambos universos difieren totalmente. El otro está definido por partículas e interacciones que guardan poca relación con las partículas e interacciones del nuestro aunque, como ya he señalado, existen algunas influencias. Pero bajo una probabilidad tan reducida, que sólo mediante un azar excepcional podía ser detectada. Por fortuna, nuestros investigadores tropezaron con ese azar excepcional. También fue prácticamente por azar cómo llegamos a saber algo más sobre el segundo universo. A veces me pregunto si el azar, a falta de un término más exacto, no podría ser un factor digno de estudio, al objeto de calcular con más aproximación sus parámetros. Como digo, descubrimos algo más sobre el otro universo, algo muy sencillo pero que, si se piensa a fondo, resulta un concepto devastador. Descubrimos que el vector de tiempo del segundo universo es de sentido opuesto al que define nuestro universo. Indudablemente, en ese universo se mueve desde su pasado hacia su futuro, pero en relación con el nuestro se mueve desde nuestro futuro hacia nuestro pasado.

—Hay una cosa que no entiendo —intervino Ives—. Estudiaban ustedes problemas muy complejos, pero en cuestión de veinte años pudieron resolverlos hasta el punto de…

—No es tan notable como parece —repuso Cummings—. Se trazó un programa de urgencia para conseguir el viaje a través del tiempo, pero antes de comenzar ya disponíamos de esos conocimientos que ha resumido el doctor Hardwicke. Siguiendo el cómputo de ustedes, el segundo universo será descubierto antes de cien años a contar desde ahora. Lo investigamos durante casi cuatro siglos, hasta que finalmente aprendimos a utilizar el vector tiempo del segundo universo. De hecho, casi todos los progresos importantes para la posibilidad de utilizar el decurso opuesto del tiempo en el segundo universo habían sido realizados ya. Lo único que hicimos fue dar el impulso definitivo a los trabajos. Supongo que habría sido posible hallar el método antes, incluso antes de la invasión de los extraterrestres, si hubiéramos tenido un motivo. Pero, exceptuando la curiosidad científica, no lo teníamos. En condiciones normales, el viaje a través del tiempo no es interesante si uno sólo puede desplazarse en un solo sentido y no se conoce el medio de regresar.

»Cuando llegamos a la conclusión de que nuestra única oportunidad para sobrevivir era retroceder en el tiempo, gran parte de la tarea estaba ya realizada intervino Hardwicke. Durante toda la historia de la investigación científica, han existido sectores de la población que han negado el valor de la investigación pura. ¿Para qué sirve?, preguntan. ¿En qué nos ayudará? ¿A qué podemos aplicarla? Considero que nuestra situación es un ejemplo perfecto del valor de la investigación fundamental. Los estudios realizados sobre el segundo universo y su acontecer temporal en sentido opuesto fueron investigación pura, inversión de medios y esfuerzos en algo que no parecía presentar oportunidades rentables. Pero no fue así, ya que ofreció a la raza humana la oportunidad de salvarse.

—Según lo entiendo —dijo Brooks—, ustedes utilizaron el sentido opuesto del tiempo del otro universo para llegar hasta aquí. De algún modo, sus túneles del tiempo captan el devenir opuesto; ustedes entran en su época actual y salen en nuestra época actual. Pero para ello han de acelerar enormemente el paso del tiempo y ser capaces de controlarlo.

—Eso fue lo más difícil —comentó Hardwicke—. No en teoría, pues la teníamos solucionada, sino en la aplicación. En realidad, resultó increíblemente sencillo, aunque al principio parecía complicado.

—¿Cree que está al alcance de nuestra tecnología actual?

—Estamos convencidos de ello —respondió Hardwicke—. Por eso escogimos esta época determinada. Debíamos elegir un objetivo que comprendiera hombres capaces de entender y aceptar la teoría y otros, los ingenieros, aptos para construir el material necesario. También tuvimos en consideración otros factores. Necesitábamos alcanzar una época que por su clima moral e intelectual estuviera dispuesta a proporcionarnos la ayuda necesaria. Esa época debía caracterizarse además por una productividad económica tal, que pudiera desprenderse de los elementos y utensilios que precisaríamos para rehacer nuestra vida en el mioceno. Tal vez hayamos sido injustos al esperar tanto de ustedes. Tenemos una justificación. Si no hubiéramos regresado a este u otro sector del tiempo, la raza humana desaparecería dentro de quinientos años a contar desde ahora. Tal como están las cosas, les hemos trasladado a diferente senda del tiempo, fenómeno que si lo desean podemos discutir luego. Ahora existe la posibilidad, aunque no la seguridad, de que puedan continuar hacia su futuro sin que se produzca la invasión de los extraterrestres.

—El doctor Osborne no ha participado hasta ahora en esta discusión —señaló Ives.

—¿Tiene algo que decir?

Osborne meneó la cabeza.

—Todo esto excede de mi competencia, caballeros. No soy físico, sino un geólogo aficionado a la paleontología. Me he limitado a acompañarles. Si luego alguno de ustedes desea hablar sobre el mioceno, que es nuestro destino final, podremos hacerlo.

—A mí me gustaría oírle ahora —dijo Brooks—. Tengo entendido que ustedes proponen que la población actual de la Tierra regrese también al mioceno. Supongo que esto podría interesar a los más aventureros. Muchas personas lamentan el no haber nacido en la época de los grandes descubrimientos geográficos. La posibilidad de retornar a una época donde la mayoría de las limitaciones actuales podrían dejar de existir, les resultaría muy atractiva. Deseo saber si va a informarnos acerca de lo que cabe esperar del mioceno.

—Si así lo desea —respondió Osborne—, no tengo inconveniente. Como es lógico, no podremos descartar una parte de conjeturas, aunque ciertos hechos están suficientemente demostrados. El motivo principal de escoger el mioceno reside en que durante esa época apareció por primera vez la hierba sobre la Tierra. Tenemos razones para creerlo, pero no voy a exponerlas ahora. En primer lugar, fue en esta época cuando aparecieron verdaderos herbívoros con dentadura adaptada a la ingestión de hierbas. Al comienzo de dicha era, los herbívoros por lo visto se multiplicaron rápidamente. El clima era bastante árido, aunque según nuestros cálculos las lluvias son suficientes para la agricultura. La mayor parte de las grandes selvas fue reemplazada por sabanas que sustentaban inmensos rebaños. Sabemos algo de estos herbívoros, aunque supongo que debieron existir más especies, de las que no poseemos fósiles. Habría gran número de oreodontes, animales del tamaño del carnero, que pudieron ser parientes lejanos de los camellos, y también camellos, aunque mucho más pequeños que los actuales. Esperamos encontrar pequeños caballos, con una alzada como la del «pony», y algunos rinocerontes. En cierto momento del mioceno, probablemente al principio, los elefantes pasaron a América del Norte por el istmo de Bering. También habría animales de cuatro colmillos, más pequeños que los elefantes actuales. Uno de los más peligrosos sería el cerdo gigante, grande como un buey y con un cráneo de un metro veinte de longitud. No sería muy agradable toparse con él. Con tan numerosas especies herbívoras, podemos esperar que el mioceno tenga una proporción de carnívoros, tanto caninos como felinos. Probablemente conoceremos a los viejos antepasados del tigre de dientes de sable. Esto no es más que un ligero repaso. Hay muchísimas más cosas. Sea como fuere, creemos que el mioceno fue una época de desarrollo evolutivo bastante rápido, con aparición de nuevos géneros y especies; época caracterizada, quizá, por una tendencia de los animales a aumentar de tamaño. Podría haber algunos supervivientes del oligoceno, incluso del eoceno. Algunos mamíferos quizá resulten agresivos. Podía haber serpientes e insectos venenosos… aunque no estoy del todo seguro. De hecho, tenemos pocas certezas en ese aspecto.

—Según sus cálculos, no obstante, sería posible vivir —intervino Brooks—. El hombre podría desenvolverse.

—Seguro —afirmó Osborne—. Los grandes bosques de eras anteriores cedieron terreno a las praderas y, aun quedando bosques suficientes para uso del hombre, grandes terrenos despejados admitirían el arado. Habría hierba para alimentar el ganado. Los terribles diluvios que caracterizaron algunas de las eras anteriores, habrían disminuido. Al principio, el hombre podría vivir de la tierra. Habría suficiente caza, nueces, granos, frutas, raíces. La pesca sería buena. No sabemos tanto como quisiéramos acerca del clima, pero algunas pruebas indican que sería más uniforme que el actual. Probablemente los inviernos no tan fríos. Como los veranos serían igual de cálidos y los comprenderá, esto no puede afirmarse con seguridad.

—Comprendo —dijo Brooks—. Pero, de cualquier modo, están decididos a hacerlo, ¿verdad?

—No tenemos otra opción —repuso Osborne.