—No podemos cancelar la alocución televisada —informó Wilson al Presidente—. El asunto está muy feo, y será peor si la cancelamos. Podríamos arreglarlo en pocas palabras. Decir que lo de Virginia es demasiado reciente y no se tienen comentarios. Asegurar que se ha iniciado la persecución. Que ya lo estamos cercando…
—Pero no es así —le interrumpió el Presidente—. Ni siquiera sabemos dónde diablos está. No hemos recibido ninguna noticia al respecto. Recuerde que según Gale podían moverse con mucha rapidez. Viajando de noche, la bestia podría refugiarse en las montañas de Virginia occidental para esperar a que se haga de día.
—Por eso es más importante que nunca hablarle al pueblo —intervino Frank Howard, que había preparado con Reynolds el texto de la alocución—. Todo el país estará alarmado y debemos evitar que cunda el pánico.
—Le aseguro que ahora me importa poco tranquilizar al país —afirmó el Presidente—. ¿No comprende que no estamos ante un conflicto corriente? Es mucho más grave. Desconozco la gravedad del peligro, pero sé que existe un peligro. Que baje Gale y nos dé su opinión. Sabe más que nosotros.
—Comprenda, señor, que el país espera oír sus palabras —señaló Wilson—. Necesitan alguna garantía, pero si no podemos dársela, al menos diga que nos ocupamos del problema. Bastará que le vean y le oigan para dar a entender que no todo se ha ido a pique. Necesitan una demostración de que el Gobierno se ha enterado de lo que ocurre…
Se oyó el zumbido del teléfono presidencial.
—Diga —respondió el Presidente.
—Una llamada urgente para el señor Wilson. ¿Puedo pasarla?
El Presidente cogió el auricular y se lo pasó a Wilson.
—Habla Henry —dijo la voz de Hunt—. Disculpa la interrupción, pero creí que debías saberlo. Un túnel se ha quebrado en Wisconsin. Es una información de la AP.
—¿Dices que se quebró? No es como en Virginia. ¿No salió nada?
—Por lo visto, no. La noticia dice que se quebró. Desapareció, dejó de estar allí.
—Gracias, Henry. —Se dirigió al Presidente—: Se ha cerrado un túnel. Lo cortaron o desapareció. Supongo que lo haría la gente del otro lado. Gale dijo que había dejado hombres dispuestos a destruir los túneles si algo salía mal,
—Lo recuerdo —asintió el Presidente—. Los invasores deben estar cerca. Es desagradable pensarlo. Se necesita mucho valor para sacrificarse así. A lo que parece, los que vigilaban el túnel de Virginia no pudieron hacer lo mismo.
—Hablemos del discurso, señor —rogó Reynolds—. Se acerca la hora.
—De acuerdo. Supongo que no habrá más remedio. Hagan lo que puedan, pero no mencionen para nada que lo hayamos rastreado y cercado.
—Habrá que decirles la verdad —observó Wilson—. Es necesario admitir que existen esos monstruos, y explicarle al pueblo que son ellos los que persiguen a la gente de los túneles.
—Exigirán que sean cerrados los túneles —intervino Reynolds.
—Que lo hagan —dijo el Presidente—. No hay manera de cerrarlos, salvo a cañonazos, y no podemos disparar sin más ni más contra unos refugiados… nuestros refugiados.
—Tal vez no sea necesario, dentro de poco —intervino Howard—. Uno de los túneles se ha cerrado por sí solo. Quizás ocurra lo mismo con otros. Tal vez con todos, dentro de pocas horas.
—Espero que no —opinó el Presidente—. No importa lo que suceda ni los problemas que puedan presentarse, pero yo espero que se salven todos esos seres humanos.
Kim asomó la cabeza por la puerta.
—El señor Gale está aquí, señor.
—Hágale pasar.
Gale entró en la sala. Se aproximó con alguna vacilación, pero luego se irguió y no se detuvo hasta llegar junto al escritorio.
—Lo siento muchísimo, señor —se disculpó—, No acierto a manifestarle la condolencia que sentimos mi pueblo y yo. Creímos que nuestras precauciones serían suficientes.
—Siéntese, por favor, señor Gale —dijo el Presidente—. Ahora puede ayudarnos. Le necesitamos.
Gale tomó asiento en el sillón.
—Se refiere a los seres extraterrestres. Quiere saber más cosas sobre ellos. Quise explicarle más cosas esta tarde, pero había tanto que decir, y cómo iba yo a figurarme…
—Acepto su palabra; ustedes tomaron sus precauciones lo mejor que pudieron. Ahora necesitamos su ayuda para localizar a esa bestia. Hemos de conocer sus costumbres, saber a qué nos enfrentamos. Debemos cazarla.
—Afortunadamente —dijo Reynolds, sólo hay una—. Cuando la hallemos…
—Lo malo es que son hermafroditas —interrumpió Gale.
—¿Qué significa eso?
—Que se reproducen espontáneamente. Cualquier adulto puede poner huevos fertilizados, y en gran cantidad. Una vez puestos, las crías no necesitan cuidados; mejor dicho, no reciben cuidados y…
—Entonces —dijo el Presidente—, hay que matarlo antes de que comience a poner huevos.
—Exacto —concedió Gale—, aunque temo que ya sea demasiado tarde. Por lo que sabemos de ellos, el animal debió aovar pocas horas después de salir del túnel. Sería la mejor solución para él. Sobre todo, no crean que esos extraterrestres son nada más que unos monstruos. Poseen una inteligencia muy desarrollada. Sus procesos mentales y físicos se fundan en la agresión, o al menos así lo suponemos, pero eso no significa que sean estúpidos. Esta bestia, sabiendo que es el único individuo de su especie en este momento, y que quizá no reciba refuerzos, habrá comprendido que el futuro de la especie en este sector del tiempo podría depender de ella. Y no sólo eso, sino que su organismo, de acuerdo con lo que sabemos, también se adaptará a la situación encaminando todas sus fuerzas a producir tantos huevos como pueda. Además, al comprender que luego va a ser perseguida y muerta, dispersará los huevos para evitar que sean destruidos. Buscará sitios aislados y deshabitados donde hacer los nidos, los ocultará con cuidado y los emplazará en lugares poco accesibles. Como comprenden, no sólo lucha por sí misma sino por la especie. Quizá lo haga sólo por la supervivencia de la especie.
Sus cuatro oyentes guardaban silencio, anonadados. Por último, el Presidente se sobrepuso y habló:
—Entonces, ¿cree que no podremos encontrarla antes de que inicie la puesta?
—Creo que no hay ninguna probabilidad —opinó Gale—. Quizás haya puesto ya algunos, y seguirá haciéndolo. Supongo que debería darle algún consejo, aunque sólo fuese por reducir mi culpa y la de mi pueblo. Pero sería peor no decirle la verdad. Lo siento muchísimo, señor.
—Imagino que se habrá encaminado a las montañas —dijo el Presidente—. Pero esa teoría se funda en que yo sé que hacia el oeste hay montañas.
—Ella también lo sabrá —dijo Gale—. Sus conocimientos geográficos de esta zona son tan exactos como los nuestros. En quinientos años la geografía apenas habrá variado.
—Suponiendo que se haya dirigido hacia las montañas, para matarla tendremos que evacuar la zona dijo el Presidente.
—¡Está pensando en la bomba atómica! —exclamó Wilson—. Aniquilar la zona con bombas. No puede hacer eso, señor. Sólo como último recurso, y aún así la potencia destructiva tendría que ser enorme, y la precipitación radiactiva…
—No se precipite en sus conclusiones, Steve. Estoy de acuerdo con usted… sólo como último recurso y tal vez ni aun así.
—Quiero decir algo —pidió Gale—. No subestimen la inteligencia ni la ferocidad del enemigo. Aun cuando se vea en desventaja, es un asesino. Aunque bajo las presentes circunstancias, tal vez prefiera evitar el enfrentamiento, huir y no luchar, salvar la vida para asegurar el mayor margen posible a la supervivencia de la especie. Pero si lo cercan, devolverá el golpe. No le importa morir. No tienen miedo a la muerte.
El Presidente asintió con gravedad.
—Agradezco sus palabras, pero deseo exponer algo por mi parte.
—Lo que quiera —respondió Gale.
—Nos dijo que ustedes podían enseñarnos a construir los túneles.
—Es verdad —afirmó Gale.
—Esta es la cuestión —prosiguió el Presidente—. Lo que hagamos, debe hacerse pronto. De lo contrario puede producirse una peligrosa situación social y económica, por no hablar de la política. Estoy seguro de que me comprende. Lo del monstruo nos deja menos tiempo del que pensábamos. Por eso me parece importante que recibamos instrucciones y hablemos pronto con personas que sepan ayudarnos.
—Señor Presidente —intervino Reynolds—, nos quedan menos de dos horas para preparar su alocución.
—Es verdad —dijo el Presidente—. Lamento haberlos entretenido. Steve, por favor, tenga a bien quedarse un momento.
—Gracias, señor —saludó a Howard y siguió a Reynolds hacia la salida.
—Bien, ¿dónde estábamos? —preguntó el Presidente—. ¡Ah, sí! Decía que necesitamos ponernos a trabajar en los túneles. Creo que algunos de nuestros físicos e ingenieros podrían venir y hablar con los suyos.
—Señor, ¿eso significa que nos ayudará?
—En efecto, señor Gale, aunque por ahora no puedo formular un compromiso definitivo. Me parece que no hay otra solución. Es imposible tenerlos aquí para que se sumen a nuestra población. Será el hundimiento económico. Lo más urgente, pues, será hablar con sus físicos y averiguar qué se necesita: qué instalaciones, qué maquinarias, cuánta mano de obra. Mientras no lo sepamos no se podrá organizar nada. Además, habrá que estudiar los emplazamientos.
—Nosotros lo hemos resuelto —señaló Gale—. Nuestros geólogos han realizado un estudio a fondo de los estratos del mioceno. Existe el peligro de que algún túnel desemboque en el mar, en medio de un lago o en una zona volcánica. Los terrenos estables fueron señalados en mapas. Como es natural, no podemos estar del todo seguros, pero nuestros científicos han apurado al máximo sus conocimientos.
—Entonces, dejémoslo —decidió el Presidente—. Pero hemos de saber por dónde comenzar.
—Los hombres que necesita fueron de los primeros en pasar —respondió Gale—. Estarán donde hayan concentrado a la gente que salió del túnel de Virginia.
—En Fort Myer —dijo el Presidente—. La mayoría fueron trasladados allí. El ejército instaló unos refugios inflables.
—Puedo darle sus nombres —dijo Gale—, pero será preciso que yo acompañe al representante de su Gobierno para ponerle en contacto con ellos. De lo contrario, se negarían a venir. Comprenda nuestra situación, señor. No podíamos arriesgarnos a que cayeran en manos de personas no autorizadas.
El Presidente frunció el ceño.
—No quiero que se vaya, aunque por supuesto puede salir de aquí si lo desea. No crea que le retenemos. Pero podríamos necesitar sus consejos en cualquier momento. Por ahora, disponemos de poca información. Claro que usted ya nos ha ayudado bastante, pero podrían surgir situaciones…
—Lo comprendo —resumió Gale—. Que vaya Alice. La conocen, y si llevara una nota mía en un papel con membrete de la Casa Blanca…
—Sería la solución, si ella no tiene inconveniente —comentó el Presidente—. Me gustaría saber si Steve querría acompañarla.
—Cómo no, señor. Pero no dispongo de mi coche aquí. Se lo llevó Judy.
—Tome un coche con chofer de la Casa Blanca. Quizá sea mejor que le acompañe un agente del servicio secreto. Puede parecer una precaución absurda, pero no es cuestión de exponerse —alzó la mano y se la pasó por la cara—. Quiera Dios, señor Gale, que usted y yo, que su pueblo y el nuestro, podamos colaborar. Nuestro trabajo no ha hecho sino comenzar; será muy difícil. Habrá obstáculos de todas clases y oposiciones frenéticas. ¿Tiene buena espalda y capacidad de aguante?
—Creo que sí —respondió Gale.