17

—¿Terry? Habla Sam Henderson —dijo el Presidente por teléfono.

—Me alegro de oírle, señor Presidente —respondió Terrance Roberts al otro lado de la línea—. ¿En qué puedo serle útil?

El Presidente rió entre dientes.

—Quizá pueda hacer mucho, aunque ignoro si querrá. ¿Se ha enterado de lo que pasa?

—Algo raro —respondió el dirigente sindical—. He oído muchos rumores. ¿Ustedes los de Washington han logrado sacar algo en limpio?

—Un poco —contestó el Presidente—. Por lo visto es verdad que estas personas vienen del futuro. Se les ha presentado una catástrofe y la única escapatoria consistía en regresar a través del tiempo. Todavía desconocemos muchos detalles y…

—¿Regresar a través del tiempo, señor Presidente?

—Lo sé, parece imposible. Aún no he hablado con nuestros físicos, aunque pienso hacerlo, y supongo que me dirán que es imposible. Pero uno de los que salieron por el túnel del tiempo jura que es así. Aceptaría cualquier otra explicación, si la tuviera. Pero las circunstancias me obligan a aceptar la idea, al menos por ahora.

—¿Quiere decir que regresan todos los de allá? ¿Cuántos son?

—Supongo que unos dos mil millones.

—Señor presidente, ¿qué vamos a hacer con ellos?

—Bien, Terry, en realidad era eso lo que deseaba consultarle. Parece ser que no piensan quedarse. Quieren regresar aún más atrás en el tiempo… aproximadamente unos veinte millones de años. Pero necesitan ayuda; quieren construir nuevos túneles del tiempo y tendrán que llevarse algunas herramientas…

—Nosotros no sabemos construir túneles del tiempo.

—Ellos nos enseñarán a hacerlo.

—Costaría mucho, tanto en mano de obra como en materiales. ¿Van a pagarlo?

—Lo ignoro. No se me ocurrió preguntárselo. Supongo que no. Pero me parece que no hay más remedio. No podemos permitir que se queden aquí. Tal como están las cosas, ya somos demasiados.

—Me parece, señor Presidente, que ya adivino lo que va a pedirme —comentó Terrance Roberts.

El Presidente se echó a reír.

—No sólo a usted, Terry. También a los empresarios. De hecho, a todos, pero antes he de asegurarme de su colaboración. ¿Le molestaría venir para hablar del asunto?

—Iré; dígame cuándo podrá recibirme. Aunque por ahora no le garantizo nada. He de consultarlo, hablar con los demás muchachos. ¿Qué se propone usted exactamente?.

—No estoy del todo seguro. Necesitaré que me ayuden a decidirlo. Salta a la vista que no podemos cumplir la tarea con los recursos actuales. El Gobierno no puede asumir sin ayuda el coste que esto supondría… y no hablo únicamente de los túneles. Por ahora ignoramos cuánto pueden costar. Pero tendríamos que proporcionar recursos para el trasplante de toda una civilización, y eso costará mucho dinero. Al contribuyente no podemos sacárselo, conque tendremos que pedir ayuda a otros sectores. Los trabajadores tendrán que ayudar, la industria tendrá que ayudar. Estamos ante una emergencia nacional, y esto exige algunas medidas extraordinarias. Ni siquiera sabemos por cuánto tiempo más podemos alimentar a estas personas y…

—No estamos solos en esto —intervino Roberts—; el problema es mundial.

—Exacto. Los demás países también habrán de contribuir. Si fuese posible, crearíamos algún organismo internacional, pero eso requiere tiempo y no lo tenemos. De momento, al menos, debe ser una acción nacional.

—¿Ha consultado al Gobierno de alguna otra nación?

—A Gran Bretaña y Rusia —respondió el Presidente—. Con otras lo haremos luego, aunque no sobre esto. Cuando tengamos una o dos ideas claras, averiguaremos lo que piensan los demás. Uniremos nuestras ideas, las intercambiaremos. Pero no podemos perder mucho tiempo. Cualquier cosa que hagamos debe comenzar en seguida y hacerse con la mayor rapidez.

—¿Está seguro de que los viajeros podrán explicarnos lo de los túneles? ¿Sabrán hacerlo de modo que nuestros científicos e ingenieros comprendan sus principios y su tecnología? Señor Presidente, ¡esto es una locura! ¡Los obreros americanos construyendo túneles del tiempo! Me parece un sueño o una broma pesada.

—Sospecho que no es ninguna de las dos cosas —puntualizó el Presidente—. Terry, estamos metidos en un lío. Y no sé hasta qué punto puede ser arriesgado. Supongo que dentro de uno o dos días conoceremos la historia completa y sabremos realmente a qué nos enfrentamos. Ahora sólo le pido que medite la cuestión. Piénselo y ya le diré cuándo puede venir. Por ahora sería inútil; antes hemos de solucionar algunas cosas. Le llamaré cuando sepa algo más.

—Cuando quiera, señor Presidente —respondió Roberts—. Avíseme y acudiré.

El Presidente colgó y llamó a Kim por el intercomunicador.

—Dígale a Steve que pase —dijo cuando ella abrió la puerta.

Se reclinó en la silla, cruzó las manos detrás de la nuca y contempló el techo. Hacía menos de cinco horas, pensó, se había echado a dormir la siesta, con la esperanza de pasar una tarde de domingo tranquila. No disfrutaba de muchas tardes libres y, cuando se le presentaban, las apreciaba como un tesoro. Apenas cerró los ojos, se le había venido el mundo encima. ¿Qué hacer? ¿Cómo acertar? Sin proponérselo, un hombre podía cometer errores, pero, en una situación como aquella, evidentemente, no podía permitírselos.

Steve Wilson llamó a la puerta. El Presidente bajó las manos y se irguió en el asiento.

—¿Ha recibido a la Prensa, Steve?

—No, señor. Están a punto de derribar la puerta, pero no los he dejado entrar. No me atrevía a salir con lo poco que me dieron. Esperaba que…

—De acuerdo —cortó el Presidente— Ha hecho bien en retrasarlo. Póngales al corriente de todo, salvo dos cosas. No debe decir por qué emplazamos las armas. Eso lo explicará como una precaución de rutina, según habíamos convenido. Y no se le ocurra mencionar que Gale propuso que les acompañásemos a través del tiempo.

—Entonces tampoco puedo decir por qué abandonan el futuro. ¿Nada sobre los…

—Diga que la razón no ha quedado clara y que continuará el interrogatorio.

—No les gustará —señaló Wilson—, pero supongo que será suficiente. ¿Qué hay de la televisión? He avisado a las emisoras que tal vez esta tarde hará usted una declaración ante las cámaras.

—¿Está bien a las diez? Quizá sea un poco tarde, pero…

—Está bien.

—Entonces, prepárelo. Dígales que no hablaré más de diez o quince minutos. Prepararé un texto para que lo lea.

—Steve, usted está muy ocupado. Que lo hagan Brad y Frank.

—Necesitarán saber a quiénes se ha consultado.

—Hablé con Sterling de Londres, y con Menkov de Moscú.

—Diga que Menkov se ha entrevistado con el equivalente ruso de Gale y obtuvo en líneas generales el mismo relato que nosotros. Cuando hablé con Sterling, en Londres aún no sabían nada. Diga también que pienso hablar hoy mismo con otros jefes de Estado.

—¿Piensa convocar una reunión de gabinete? Sin duda, me harán esta pregunta.

—He visto a todos los miembros del gabinete durante las últimas horas. Desde que esto comenzó, ahora es la primera vez que no está ninguno de ellos en esta oficina. Estaré en conferencia con los del Capitolio, naturalmente. ¿Se le ocurre algo más, Steve?

—Probablemente harán muchas más preguntas, pero creo que con esto basta; es imposible preverlo todo.

—¿Qué opina de Gale, Steve? Me refiero a su opinión personal. ¿Qué le parece?

—Es difícil responder —repuso Wilson—. Supongo que aún no me he formado una opinión. Pero no veo qué ganaría no diciendo la verdad o, al menos, la verdad que él conoce. De cualquier modo que se mire la cuestión, están en un grave aprieto y esperan que los ayudemos. Es posible que nos hayan ocultado algo; tal vez no sea todo como Gale lo explicó, pero me parece que es verdadero en conjunto. Aunque resulte difícil de comprender, me siento inclinado a creerle.

—Espero que tenga razón —dijo el Presidente—. Si nos equivocáramos, íbamos a quedar como unos tontos.