Alice Gale se acercó a la ventana para ver por el lado de la Avenida Pennsylvania a la multitud que se manifestaba en el parque. Se ciñó el cuerpo con emocionado éxtasis, casi dudando de que no fuera un sueño. Allí estaba ella, en el Washington del siglo veinte, en la histórica residencia donde habían vivido tantos hombres legendarios, y en el mismo dormitorio que había alojado a muchas testas coronadas.
Testas coronadas, pensó. Qué expresión tan rara, casi medieval. Pero tenía cierto tono, cierta elegancia que su época no había llegado a conocer.
Había logrado entrever el monumento a Washington mientras ella y su padre eran trasladados a la Casa Blanca. Fuera tenían una estatua de Lincoln sentado, con los brazos apoyados en el sillón, y su rostro rudo y de grandes patillas con aquella expresión de grandeza, dolor y comprensión que inspiraba un silencio respetuoso a tantos millares de visitantes mientras subían la escalera para encontrarse con él.
Al otro lado del pasillo, su padre ocupaba el dormitorio de Lincoln, con su maciza cama victoriana y los sillones tapizados en terciopelo. Recordó que, en realidad, Lincoln nunca había dormido allí.
Era como revivir la Historia; una Historia resucitada. Y era algo magnífico, que siempre recordaría, por muchas vicisitudes que pudieran ocurrirle. Sería un recuerdo para conservar durante el mioceno. ¿Y cómo sería el mioceno?, se preguntó con un ligero estremecimiento. ¿Lo alcanzarían alguna vez, si las personas de este siglo accedían a ayudarles?
Pero, en todo caso, ella siempre podría decir: una vez dormí en la Alcoba Real.
Se alejó de la ventana y contempló con renovada admiración la inmensa cama de cuatro columnas con su dosel y su colcha rosa y blanca, el secreter-librería de caoba situado entre las ventanas, la mullida alfombra blanca.
Sabía que era una muestra de egoísmo el pensar en ello cuando tantos habitantes del mundo, en aquellos instantes, se hallaban perdidos y sin hogar, sin saber si recibirían buena acogida, preguntándose tal vez cómo cenarían y dónde dormirían esa noche. Sin embargo, no logró sentir ningún remordimiento.