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La multitud se manifestaba en el parque Lafayette, pacífica y silenciosa como tantas manifestaciones de masas al correr de los años; miraban hacia la Casa Blanca sin exigir ni esperar nada. No era más que una inútil muestra de solidaridad ante la crisis nacional. Dominaba la multitud, como siempre, el presidente Jackson sobre su corcel encabritado; tanto el caballo como el jinete, amigos de los pájaros, ostentaban la pátina del tiempo.

Nadie sabía en realidad lo que significaba la crisis, o si era una verdadera crisis. Todavía ignoraban cómo se había producido o qué consecuencias podía representar para ellos, aunque algunos lo habían meditado a fondo desde sus particulares puntos de vista y estaban dispuestos a compartir sus opiniones con los vecinos, con gran insistencia en ocasiones.

En la Casa Blanca empezaba a amontonarse un aluvión de mensajes: llamadas de los miembros del Congreso o de correligionarios del partido, llenas de sugerencias y consejos; consultas de hombres de negocios e industriales inquietos; cartas de pobres diablos que ofrecían soluciones radicales.

La unidad móvil de la televisión avanzó y se dispuso a trabajar, filmando a la multitud del Lafayette frente a la Casa Blanca, bajo el resplandor del sol estival, mientras al fondo un periodista improvisaba su reportaje ante el micrófono.

Algunos turistas despistados recorrían la avenida, un poco confusos al verse así metidos en una acción histórica; las ardillas de la Casa Blanca saltaban la cerca para sentarse en la acera, con un gesto gracioso, pidiendo más migajas a los transeúntes.