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—Así pues —dijo el Presidente, reclinándose en su sillón—, la Tierra, dentro de quinientos años, será agredida por seres llegados del espacio. A los habitantes de esa época les resulta imposible hacerles frente, y el único recurso con que cuentan estriba en refugiarse en el pasado. ¿Es un resumen correcto de lo que ha explicado?

Gale asintió.

—Sí, señor; me parece que sí.

—Pero ahora que está usted aquí… y que muchos de los suyos están aquí y cada vez llegan más, ¿qué sucederá ahora? ¿Acaso no pudieron prever lo que iba a ocurrir?

—Tenemos proyectos, pero necesitaremos alguna ayuda —respondió Gale.

—Me gustaría saber por qué regresaron a nosotros —intervino el ministro de Justicia—. ¿Por qué a esta época, precisamente?

Porque ustedes tienen la tecnología y los recursos que necesitamos —respondió Gale—. Hicimos un exhaustivo análisis histórico y esta fecha en particular, con un error de diez años por exceso o por defecto, era la que parecía más adecuada a nuestros propósitos.

—¿A qué tipo de tecnología se refiere?

—A una tecnología capaz de fabricar otras máquinas del tiempo. Tenemos los planos, las condiciones y la mano de obra. Necesitaremos sus materiales y su paciencia…

—¿Más máquinas del tiempo? ¿Por qué?

—No nos proponemos quedarnos aquí —explicó Gale—. Sería injusto. Provocaría una tensión demasiado fuerte sobre la economía. De hecho, ya ha ocurrido. Pero tampoco podíamos quedarnos en el futuro. Comprendan que debíamos partir.

—¿A dónde irán? —inquirió el Presidente.

—Muy atrás en el tiempo —repuso Gale—. Hasta mediados del mioceno.

—¿El mioceno?

—Una era geológica. Comenzó aproximadamente hace veinticinco millones de años y duró alrededor de doce millones.

—¿Por qué al mioceno? ¿Por qué veinticinco millones de años? ¿Por qué no diez, o cincuenta, o cien millones?

—Por diversos motivos —dijo Gale—. Lo hemos estudiado muy a fondo. En primer lugar, yo diría que el motivo principal es que la hierba apareció en el mioceno. Los paleontólogos creen que la hierba apareció a comienzos de esa era. Basan esta hipótesis en el desarrollo de molares anchos en los animales de ese período. La hierba contiene minerales abrasivos y desgasta los dientes. El desarrollo de unos molares anchos y que crecieran durante toda la vida del animal sería una solución a esto. Es el tipo de dientes adecuado para criaturas que se alimenten sólo de hierbas. También hay indicios de que, durante el mioceno, el clima se hizo más duro y las grandes selvas fueron reemplazadas por extensas praderas donde pastaban inmensos rebaños de animales herbívoros. Según los paleontólogos, eso se produjo a comienzos del mioceno, hace veinticinco millones de años, pero nosotros hemos establecido la meta de nuestro viaje unos veinte millones de años atrás, por si los paleontólogos hubiesen cometido algún error, aunque no lo creemos.

—Si iban allí, ¿por qué se detienen aquí? —inquirió el ministro de Justicia—. Supongo que sus túneles del tiempo, los que han empleado para llegar hasta nosotros, podían transportarles más lejos.

—Es verdad, señor, pero llevábamos prisa. Nuestro primer movimiento debía realizarse con la mayor rapidez.

—¿Qué tiene que ver la prisa en todo esto?

—No podíamos ir al mioceno sin utensilios ni herramientas, sin provisiones de semillas ni animales para la agricultura. Naturalmente, teníamos de todo eso en nuestra época, pero se habría tardado semanas en reunirlo y transportarlo hasta las bocas de los túneles, cuya capacidad no es ilimitada, por otra parte. Cualquier utensilio, saco de semillas o cabeza de ganado habría supuesto la correspondiente demora en el traslado de los habitantes. Si hubiéramos tenido tiempo y no nos hubieran perseguido los extraterrestres, lo habríamos hecho así, yendo directamente al mioceno. Pero no pudimos organizarnos; los monstruos habrían averiguado lo que ocurría y atacarían las bocas de los túneles cuando descubrieran para qué servían. Por eso debíamos actuar con suma rapidez, para salvar el máximo de personas. Por eso llegamos con las manos vacías.

—¿Y espera que nosotros les suministremos todas las cosas que necesitan?

—Reilly, me parece que se está mostrando muy poco generoso —comentó el Presidente con calma—. Nosotros no buscamos ni esperábamos esta situación, pero es un hecho y debemos resolverla del modo más razonable y humanitario. Como nación, hemos ayudado y seguimos ayudando a otros pueblos menos favorecidos. Naturalmente, lo hacemos por política, pero también por la antigua costumbre norteamericana de tender una mano a quien necesite ayuda. Supongo que las personas que salen de los túneles situados en nuestro territorio son americanos auténticos, personas como nosotros, descendientes nuestros, y me parece que no debemos negarnos a hacer por ellos lo que hemos hecho por otros.

—Suponiendo que todo esto sea verdad —señaló el ministro de Justicia.

—Eso tendremos que decidirlo —admitió el Presidente—. Supongo que el señor Gale no espera que aceptemos sus explicaciones sin una investigación más detenida cuando nos sea posible. Señor Gale, hay algo que me preocupa sobremanera. Usted dice que piensan regresar a la época en que apareció la hierba. ¿Piensan lanzarse a ciegas? ¿Qué sucedería si, cuando llegan, descubren que los paleontólogos estaban equivocados con respecto a la hierba, o ignoraban otros factores que podrían dificultar el establecimiento de ustedes allí?

—Aquí vinimos a ciegas —respondió Gale—, pero era distinto. Contábamos con pruebas históricas bastante buenas. Sabíamos lo que íbamos a encontrar. En cambio, no se puede estar seguro cuando se trata de millones de años. Pero creemos tener datos bastante aproximados. Nuestros físicos y otros científicos han inventado, al menos teóricamente, un medio de comunicación a través de un túnel del tiempo. Esperamos enviar un grupo de exploradores para que nos envíen un informe. Todavía no he explicado que, por ahora, no podemos viajar en el tiempo sino en una sola dirección. Podemos ir al pasado; no podemos movernos hacia el futuro. De modo que, si enviamos exploradores y éstos encuentran que la situación es insostenible, no tendrán más remedio que permanecer allí. Nuestro gran temor sería tener que readaptar la finalidad de los túneles y enviar varias avanzadas para abandonarlas después. Como es natural, esperamos que no sea necesario, pero la posibilidad existe y, si no hay otro remedio, se hará. Señores, nuestro pueblo está totalmente preparado para hacer frente a esta situación. En nuestra época quedan hombres que vigilan las bocas de los túneles sin esperanzas de poder viajar a través de ellos. Saben que llegará el momento de destruir todos los túneles, y que ellos y todos los que no hayan pasado quedan condenados a muerte en ese momento. No digo esto para moverles a compasión, sino para convencerles de que estamos dispuestos a correr todos los peligros que sean necesarios. Naturalmente, agradeceremos la ayuda que puedan prestarnos.

—Aunque simpatizo con ustedes —intervino el secretario de Estado— y estoy dispuesto, salvo cierto escepticismo natural, a creer lo que nos ha dicho, algunas consecuencias que se desprenden de sus palabras me preocupan seriamente… Lo que ocurre ahora mismo tendrá que pasar a la historia a su debido tiempo. Parece razonable suponer que será parte de la historia que habrá de conocerse en el futuro. De modo que, antes de comenzar ustedes debían saber cómo salió todo. Debían saberlo.

—No —negó Gale—, no lo sabíamos. No formaba parte de nuestra historia. Aunque les parezca extraño, todavía no había sucedido…

—Pero si está sucediendo —interrumpió Sandburg—, para ustedes debió suceder.

—Han abordado un tema que yo no comprendo —contestó Gale—, el de los conceptos filosóficos y físicos, cuyas extrañas relaciones, por lo que a mí se refiere, son incomprensibles. Nuestros científicos dedicaron mucho tiempo a estudiarlos. Al principio nos preguntábamos si teníamos derecho a modificar la historia, a regresar al pasado e introducir factores que modificarían los acontecimientos. Nos preguntamos qué efectos tendría esta modificación de la historia y qué sucedería con la historia ya existente. Pero aseguran que no ejercerá efecto alguno sobre la historia que ya existe. Sé que todo esto debe parecerles imposible y reconozco que ni yo mismo lo comprendo en todos los aspectos. Cuando nuestros antepasados avanzaban hacia el futuro, la raza humana recorrió este camino y lo que está sucediendo ahora no aconteció entonces. De modo que la raza humana avanzó hacia nuestro futuro y llegaron los extraterrestres. Ahora regresamos para huir de los extraños y está sucediendo esto; la historia queda modificada y a partir de este momento nada será igual. La historia ha sido alterada, pero no por la nuestra, la que condujo al momento que abandonamos. Es la historia de ustedes la que ha sido alterada. Nuestra acción les conduce a otra senda del tiempo. No podemos saber si los intrusos atacarán también en esta otra senda del tiempo, si bien los indicios señalan que ellos…

—Todo esto es absurdo —comentó Douglas, lacónico.

—Créanme —pidió Gale—, no son tonterías. Los hombres que lo resolvieron eran sabios prestigiosos y reconocidos.

—No podemos decidir esto ahora —dijo el Presidente—. Puesto que ya está hecho, podemos aplazarlo un día más. Al fin y al cabo, lo hecho, hecho está y debemos aceptarlo. Hay otra cosa que me desconcierta.

—Por favor, dígalo, señor —pidió Gale.

—¿Por qué regresar veinte millones de años? ¿Por qué tan lejos?

—Deseamos ir lejos para que nuestra irrupción en ese período terrestre no influya en la evolución de la humanidad. Probablemente no permaneceremos mucho tiempo aquí. Nuestros historiadores afirman que el hombre, con el estado actual de nuestra tecnología, no puede subsistir más de un millón de años en la Tierra, quizá mucho menos. En un millón de años, o en un plazo muy inferior, todos habremos desaparecido de la Tierra. En nuestra propia época estábamos a pocos siglos de poder construir naves espaciales, si no nos hubiéramos visto amenazados. En pocos miles de años habríamos perfeccionado los medios para viajar por el espacio y probablemente habríamos abandonado la Tierra. Cuando el hombre esté en condiciones de abandonar la Tierra, probablemente lo hará. Denos un millón de años y, sin duda, ya no estaremos allí.

—Pero ustedes dejarán huellas allá —señaló Williams—. Consumirán los recursos naturales. Extraerán carbón y hierro, petróleo y gas. Harán…

—Muy poco hierro; tan poco que no se notará. Dado lo poco que teníamos en nuestra época, hemos aprendido a ser muy frugales. Y no usamos combustibles fósiles.

—Necesitarán algún tipo de energía.

—Tenemos la energía de fusión atómica —señaló Gale—. Nuestra economía les resultaría muy sorprendente. Ahora fabricamos cosas duraderas. No para diez o veinte años, sino para siglos. La obsolescencia ya no es un factor de nuestra economía. Por tanto, la producción del año 2498 no llega ni al uno por ciento de lo que hoy fabrican ustedes.

—Eso es imposible —exclamó Sandburg.

—Tal vez, según los métodos actuales —admitió Gale—. Pero no según los nuestros. Tuvimos que reformar nuestro estilo de vida. No nos quedaba otra alternativa. El expolio de los recursos naturales durante los pasados siglos nos condujo a la pobreza. Teníamos que arreglarnos con lo que nos quedaba, e inventamos la manera de hacerlo.

—Si es verdad que el hombre permanecerá en la Tierra menos de un millón de años —dijo el Presidente—, no comprendo por qué tienen que retroceder veinte millones de años. Podrían viajar sólo cinco y ya estaría bien.

Gale meneó la cabeza.

—Entonces quedaríamos demasiado cerca de los precursores de la humanidad. Es verdad que el hombre, tal como lo conocemos, apareció hace menos de dos millones de años, pero los primeros primates aparecieron hace aproximadamente setenta millones de años. Naturalmente, seremos unos intrusos para los primeros primates, aunque confiamos en no perjudicarles, y de todos modos no podemos retroceder más, pues ello nos situaría en la época de los dinosaurios, período nada favorable. No sólo por los dinosaurios, sino por otras razones. El período crítico para la humanidad, o sea la aparición de los antepasados del australopiteco, no pudo ocurrir hace menos de quince millones de años. No estamos muy seguros de estas cifras. Casi todos nuestros antropólogos creen que si regresáramos tan sólo diez millones de años, probablemente sería suficiente. Pero queremos estar seguros. Y nada impide que nos internemos más profundamente en el tiempo. De ahí los veinte millones. Y también hay otra razón. Queremos dejarles un hueco suficiente.

Douglas se puso de pie de un salto.

—¿A nosotros? —chilló.

El Presidente alzó la mano para imponer silencio.

—Espere, Reilly. Escuchemos hasta el final.

—Creemos que no sería mala idea. Piensen en esto: dentro de quinientos años se produce la invasión del espacio exterior. Aunque, como los hemos colocado en otra senda del tiempo, tal vez no ocurrirá, nuestros sabios creen, están casi seguros de que sí. ¿Por qué habrían de continuar hasta tropezar con ese problema? ¿Por qué no regresar con nosotros? Tienen un plazo de quinientos años. Podrían aprovecharlo. Podrían regresar, no con prisas como nosotros, sino tomándolo con calma. ¿Por qué no evacuar la Tierra y retornar a un nuevo principio? Sería un nuevo comienzo para la raza humana. Nuevas tierras que explotar…

—¡Es una locura! —gritó Douglas—. Si nosotros, sus antepasados, nos fuéramos, ustedes no estarían allí para comenzar y…

—Olvida lo que ha dicho sobre una senda de tiempo distinta —señaló Williams.

Douglas se sentó.

—Me lavo las manos —concluyó—. No quiero tener nada que ver con esto.

—No podemos regresar con ustedes —dijo Sandburg—. Somos demasiados y…

—Con nosotros, no. Como nosotros. Juntos seríamos demasiados. Hoy por hoy, ustedes ya son demasiados. Ahora tienen la oportunidad de reducir la población a cantidades más razonables, si lo desean. Nosotros retornaremos veinte millones de años. La mitad de ustedes podría hacerlo a diecinueve millones; la otra mitad, a dieciocho. Cada grupo estaría separado por un millón de años. No nos molestaríamos unos a otros.

—Hay un inconveniente —señaló Williams—. No seríamos como ustedes. Causaríamos un efecto desastroso sobre la humanidad. Agotaríamos el carbón, el hierro…

—No —interrumpió Gale—, si tuvieran nuestra filosofía, nuestra ciencia, nuestra tecnología…

—¿Ustedes nos darían todo eso? La energía de fusión…

—Si regresaran, tendríamos que hacerlo —respondió Gale.

El Presidente se puso en pie y dijo:

—Considero que por ahora es suficiente. Hay mucho que hacer. Señor Gale, agradecemos su visita y la de su hermosa hija. Me gustaría saber si tendremos el privilegio de volver a conversar con usted.

—Sin duda —afirmó Gale—. Será un placer. Deberían hablar con otros hombres y mujeres que saben mucho más que yo sobre muchos aspectos que les conviene conocer.

—¿Les gustaría ser mis huéspedes? —preguntó el Presidente—. Me alegraría hospedarlos.

Alice Gale habló por primera vez. Palmoteó encantada:

—¿Quiere decir aquí, en la Casa Blanca?

El Presidente sonrió.

—Sí, querida, en la Casa Blanca. Nos alegraría hospedarla.

—Debe disculparla —intervino su padre—. Sucede que la Casa Blanca es una de sus aficiones personales. Se ha dedicado a ella; lo ha leído todo sobre la Casa Blanca. Su historia, su arquitectura, todo.

—Eso es un gran cumplido para nosotros —concluyó el Presidente.