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Sandburg, secretario de Defensa, y Williams, secretario de Estado, estaban sentados en un canapé frente al escritorio presidencial. Reilly Douglas, ministro de Justicia, ocupaba una silla a un lado del escritorio. Saludaron con la cabeza a Wilson cuando éste entró en la sala.

—Steve —dijo el Presidente—, supongo que le trae algo muy importante era casi un reproche.

—Eso creo, señor Presidente —respondió Wilson—. Molly Kimball ha acompañado hasta aquí a uno de los refugiados que dice ser portavoz, al menos del grupo de Virginia. Pensé que tal vez querría usted recibirle.

—Siéntese, Steve —le invitó el Presidente—. ¿Qué sabe acerca de ese hombre? ¿Es realmente un portavoz acreditado?

—Lo ignoro —repuso Wilson—. Imagino que traerá algunas credenciales.

—De todos modos —intervino el secretario de Estado—, habremos de escuchar lo que tenga que decir. Sabe Dios que nadie ha sido capaz de explicarnos nada.

Wilson tomó asiento al lado del ministro de Justicia.

—El hombre envió un mensaje previo —explicó—. Pensó que era urgente. Nos pide que coloquemos piezas de artillería cargadas con munición altamente explosiva delante de las puertas, túneles del tiempo o como se llamen esos sitios por donde sale la gente.

—Entonces, ¿hay algún peligro? —preguntó el secretario de Defensa.

Wilson meneó la cabeza.

—No lo sé. No dio más explicaciones. Sólo dijo que si algo ocurría en algún túnel debíamos disparar directamente un obús, aunque hubiera gente dentro. No hacer caso de las personas y disparar. Dijo que así se destruiría el túnel.

—¿Qué podría ocurrir? —inquirió Sandburg.

—Tom Manning se limitó a transmitir el mensaje que le dio Molly. Dijo que el portavoz afirmó que ya nos daríamos cuenta. Me parece que se trata de una precaución. Él llegará dentro de pocos minutos y podrá explicárnoslo.

—¿Qué os parece? —preguntó el Presidente a los demás—. ¿Debemos recibir a este hombre?

—Considero que sí —repuso Williams—. No hemos de pensar en el protocolo puesto que, dada la situación, ignoramos cuál pudiera ser el protocolo. Aunque no sea quien dice ser, quizá nos proporcione la información de que carecemos por ahora. No se trata de reconocerle como embajador o representante oficial de estas personas. Queda a nuestra discreción el aceptar o no sus explicaciones.

Sandburg asintió seriamente.

—Considero que debemos recibirle.

—No me gusta el detalle de que lo traiga una agencia de Prensa —se opuso el ministro de Justicia—. No son gente imparcial. Algún redactor querrá sacar provecho de esta oportunidad.

—Conozco a Tom Manning —aseguró Wilson—. Y también a Molly. No querrán explotarlo. Tal vez lo intentarían si le hubiera declarado algo a Molly, pero no quiso hablar con nadie. Afirmó que sólo hablaría ante el Presidente.

—Así debe actuar un ciudadano responsable.

—Por lo que se refiere a Manning y a Molly, supongo que sí —señaló Wilson—, aunque ellos no opinaron lo mismo, seguramente.

—Al fin y al cabo —dijo el secretario de Estado—, la entrevista no tendrá carácter oficial salvo que lo decidamos así. No nos compromete nada de lo que él o nosotros digamos.

—Me gustaría saber algo más sobre la eventual voladura de los túneles —agregó el secretario de Defensa—. Admito que me preocupa. Supongo que todo irá bien mientras sólo salgan de ellos seres humanos. Pero, ¿qué haríamos si saliese otra cosa?

—Por ejemplo, ¿qué? —preguntó Douglas.

—Lo ignoro —respondió Sandburg.

—Reilly, ¿tiene algo serio que objetar? —preguntó el Presidente al ministro de Justicia.

—No demasiado serio —dijo Douglas—. Simplemente ha sido la reacción de un abogado frente a una posible irregularidad.

—Entonces, considero que debemos recibirle —concluyó el Presidente—. ¿Sabe cómo se llama?

—Maynard Gale —contestó Wilson—. Le acompaña su hija. Alice.

El Presidente asintió.

—¿Tenéis tiempo para tomar parte en la entrevista?

Los hombres hicieron un gesto afirmativo.

—Quédese usted, Steve —agregó el Presidente—. Usted ha sido el padre de la criatura.