4

Todos los pilotos del teléfono de Judy lanzaban destellos. Hablaba serenamente por el transmisor. El pincho de su escritorio estaba cargado de notas.

Colgó cuando Wilson entró en la oficina. Las luces siguieron parpadeando.

—La sala está repleta —informó—. Hay un mensaje urgente. Tom Manning tiene algo para ti. Dijo que era de suma importancia. ¿Le telefoneo?

—Continúa respondió Wilson. Yo me pondré en contacto con él. —Se sentó, acercó el teléfono y marcó—. Tom, habla Steve. Judy dijo que era importante.

—Creo que lo es —repuso Manning—. Molly tiene a alguien. Parece una especie de líder del grupo de Virginia. No sé cuáles son sus credenciales, si es que las tiene. Pero la cuestión es que quiere hablar con el Presidente. Dice que puede dar explicaciones. De hecho, insiste en darlas.

—¿Ha hablado con Molly?

—Un poco, pero nada importante. Eso lo reserva.

—¿Ha de ser forzosamente con el Presidente?

—Eso dice. Se llama Maynard Gale. Está con su hija, Alice.

—¿Por qué no le pides a Molly que los traiga? Por la puerta de atrás, no por la principal. Daré aviso a los vigilantes y veré qué podemos hacer.

—Hay algo más, Steve.

—¿De qué se trata?

—El fulano ese de Molly. Lo tiene escondido. Es su exclusiva.

—No dijo Wilson.

—Sí —insistió Manning—. Quiere participar en esto. Ha de ser así. Maldita sea, Steve, es justo. No puedes pedirnos que compartamos esto. Bentley lo descubrió primero y Molly llegó después.

—Lo que me pides me llevará a la ruina. Lo sabes tan bien como yo. Las demás agencias de Prensa, el Times, el Post, todos los demás…

—Podrías anunciarlo —señaló Manning—. Obtendrías la información. Sólo queremos una entrevista exclusiva con Gale. Nos debes eso, Steve.

—Estoy dispuesto a anunciar que Global lo trajo —respondió Wilson—. Los honores serán para vosotros.

—¿Y la entrevista en exclusiva?

—Al fulano ya lo tenéis. Hacedle la entrevista. Hacedla y traedlo luego. Ese será vuestro privilegio. No es que me guste, Tom, pero no puedo impedirlo.

—Pero no querrá hablar hasta que haya visto al Presidente, podrías entregárnoslo después de que haya hablado.

—No podemos disponer así de él, al menos por ahora. No tenemos derecho a entregarlo a nadie. A propósito, ¿cómo sabes que es quien dice ser?

—Naturalmente, no estoy seguro —respondió Manning—. Pero él sabe lo que está ocurriendo; es parte de ello. Conoce cosas que todos necesitamos saber. No te digo que compres el reportaje por adelantado. Podrías escuchar y decidirlo después.

—No puedo prometer nada, Tom. Tú lo sabes. Me sorprende que me lo hayas pedido.

—Piénsalo y llámame —concluyó Manning.

—Un momento, Tom.

—¿Qué ocurre?

—Me parece que podríais hallaros en una situación comprometida. Estáis reteniendo información de interés nacional.

—No tenemos ninguna información.

—Entonces, una fuente de información. Quizá deba intervenir la autoridad. Además, estáis reteniendo a un hombre contra su voluntad.

—No le estamos reteniendo. Es él quien se aferra a nosotros. Cree que somos los únicos que podemos conducirle a la Casa Blanca.

—Bueno, pues estáis coaccionándole. Os negáis a prestarle la ayuda que necesita. Y, aunque de esto no estoy seguro y es sólo una suposición, quizás estéis tratando con un embajador o algo parecido.

—Steve, no puedes hacerme esto. Hemos sido amigos durante tanto tiempo…

—Te diré una cosa, Tom: no quiero verme comprometido en esto. Amigos o no, sospecho que podría conseguir un mandamiento judicial en menos de una hora.

—No te saldrás con la tuya.

—Será mejor que hables con tu abogado. Esperaré tus noticias.

Colgó de golpe el teléfono y se puso en pie.

—¿Qué ocurre? —preguntó Judy.

—Tom ha intentado tomarme el pelo.

—Estuviste bastante duro con él.

—Maldita sea, Judy, tuve que hacerlo. Si hubiera cedido… no podía ceder. En este trabajo, no puedes hacer concesiones.

—Steve, los de ahí fuera están perdiendo la paciencia.

—De acuerdo. Hazlos pasar.

Entraron en grupo, serena y ordenadamente, acudiendo a sus puestos acostumbrados. Judy cerró las puertas.

—Steve, ¿tienes algo para nosotros? —preguntó el de la AP.

—Nada oficial —respondió Wilson—. En realidad, nada de nada. Creo que todo cuanto puedo decir es que os avisaré cuando haya algo que decir. Hace menos de media hora, el Presidente sabía de esto tan poco como vosotros. Más adelante, cuando haya base para una declaración, la hará. Lo único que puedo asegurar es que las fuerzas armadas cumplirán con la tarea de refugiar y atender a las necesidades de estas personas. Es sólo como medida de emergencia. Luego se elaborará un plan más amplio, que quizás incluya a diversos organismos.

—¿Saben quiénes son nuestros visitantes? —preguntó el del Washington Post.

—Nada definido —repuso Wilson—. Ni quiénes son, de dónde vienen, ni por qué o cómo llegaron.

—Entonces, ¿no cree eso de que vienen del futuro?

—No he dicho tanto, John. Mantenemos un criterio abierto frente a lo que desconocemos. Sencillamente, no sabemos nada.

—Señor Wilson —intervino el del New York Times—, ¿se ha establecido contacto con los visitantes para averiguar algo? ¿Se ha iniciado alguna conversación con esas personas?

—De momento, no.

—¿Podemos deducir de su respuesta que tal conversación es inminente?

—Por ahora, nada confirma esa deducción. Como es natural, el Gobierno quiere averiguar lo que ocurre. Pero los hechos comenzaron hace apenas una hora. No hemos tenido tiempo de hacer mucho. Creo que esto lo comprendéis.

—Pero, ¿supone que habrá conversaciones?

—Me limito a repetir que el Gobierno desea saber qué ocurre. Es posible que hablemos pronto con algunas personas. Ignoro si se ha iniciado alguna gestión pero creo que lo más lógico sería hablar con alguno de ellos. Creo que los miembros de la Prensa ya han hablado con algunos; tal vez hayáis logrado aventajarnos en eso.

—Lo intentamos, pero ninguno habla demasiado explicó el de la UPI. Se diría que tienen órdenes de decir únicamente lo esencial. Afirman que vienen del futuro, de dentro de quinientos años, y piden perdón por la molestia pero explican que hacerlo era cuestión de vida o muerte. No es posible sacarles nada más. Steve, ¿hablará el Presidente a través de la televisión?

—Tal vez sí. No puedo deciros cuándo. Os lo diré cuando se fije la hora.

—Señor Wilson —preguntó el del Times—, ¿puede decirnos si el Presidente consultará a Moscú, Londres u otro gobierno?

—Lo sabrá cuando él haya hablado con el secretario de Estado.

—¿Ha de hablar con el secretario de Estado?

—Tal vez esté haciéndolo ahora mismo. Dadme una hora y quizá tenga algo para vosotros. Ahora sólo puedo aseguraros que os tendré al corriente cuando la situación se aclare.

—Señor secretario de Prensa —dijo el de Tribune de Chicago—, supongo que el Gobierno habrá tenido presente que sumar dos millones y medio de personas por hora a la población mundial…

—En esto me lleváis la delantera —interrumpió Wilson—. Mi última cifra era de algo más de un millón por hora.

—En este momento hay aproximadamente doscientos túneles, puertas, o como quieran llamarlo —explicó el de Tribune—. Aunque no se multiplicasen más, ello significa que en menos de cuarenta y ocho horas habrán aparecido en la Tierra más de mil millones de personas. Mi pregunta es: ¿cómo podrá alimentar el mundo a toda esa población adicional?

—El Gobierno tiene muy presente el problema —respondió Wilson al de Tribune—. ¿Responde eso a su pregunta?

—En parte, señor. ¿Cómo piensan remediarlo?

—Eso tendremos que consultarlo —dijo Wilson rígidamente.

—¿Significa que no quiere responder?

—Significa que, por ahora, no puedo responder.

—Mi pregunta será parecida —señaló el del Times de Los Angeles—. Teniendo en cuenta los avances de la ciencia y la tecnología en un mundo de dentro de quinientos años, ¿se ha tenido en consideración…?

—No —interrumpió Wilson—. Todavía no.

El representante del Times de Nueva York se puso en pie.

—Señor Wilson —dijo—, creo que por ahora nos alejamos del asunto. Más tarde quizá le sea posible responder a preguntas sobre esta cuestión.

—Eso espero, señor —repuso Wilson.

Se puso en pie y contempló cómo regresaban al vestíbulo los representantes de la Prensa.