Steve Wilson, secretario de Prensa de la Casa Blanca, se dirigía a su apartamento para pasar la tarde con su secretaria Judy Gray, cuando sonó el teléfono. Se volvió para descolgar.
—Habla Manning —dijo la voz.
—¿Qué puedo hacer por ti, Tom?
—¿Tienes la radio encendida?
—No, diantre. ¿Por qué habría de tener la radio encendida?
—Pasa algo raro —agregó Manning—. Quizá conviene que lo sepas. Parece ser que fuimos invadidos.
—¡Invadidos!
—No es lo que estás pensando. Es gente que sale de la nada y dice provenir del futuro. Escucha, si esto es una broma… Yo también lo pensé —dijo Manning—. Cuando Bentley llamó…
—¿Te refieres a Bentley Price, tu fotógrafo borracho?
—El mismo —respondió Manning—, pero no está borracho. Esta vez no. Es demasiado temprano. Molly ya está allá y he enviado a otros. La AP también ha llegado y…
—¿Dónde ha ocurrido todo eso?
—En este caso, al otro lado del río, cerca de Falls Church.
—¿Dijiste en este caso…?
—Hay otros. También en Boston, Chicago, Minneapolis. La AP acababa de recibir un informe de Denver.
—Gracias, Tom; te debo un favor.
Colgó, cruzó la estancia y encendió una radio.
…por lo que se sabe hasta ahora decía el locutor. Salvo que las personas salen de lo que un observador describió como un agujero en el paisaje. Salen en grupos de a cinco o de a seis. Como un ejército en marcha, uno tras otro, en corriente interminable. Les hablo desde Virginia, al otro lado del río. Recibimos noticias similares de Boston, Nueva York, Minneapolis, Chicago, Denver, Nueva Orleans, Los Angeles. Generalmente, no sucede en las ciudades sino en el campo, en las afueras de aquéllas. Aquí tenemos otro boletín. Esta vez, de Atlanta hubo un estremecimiento en la voz monótona, que traicionó una emoción momentánea no profesional. Nadie sabe quiénes son, de dónde vienen ni con qué medios llegan. Sencillamente, están aquí, entrando en nuestro mundo. Hay miles y cada vez llegan más. Podríamos decir que es una invasión, aunque no de carácter bélico. Vienen con las manos vacías. Son tranquilos y pacíficos. No molestan a nadie. Un reportaje no confirmado afirma que provienen del futuro, pero esto es imposible…
Wilson bajó el volumen de la radio hasta un nivel mínimo, se dirigió al teléfono y marcó un número. La centralita de la Casa Blanca respondió.
—¿Eres tú, Della? Habla Steve. ¿Dónde está el Presidente?
—Duerme la siesta.
—¿Podría encargarse alguien de despertarle? Dile que conecte la radio. Ahora salgo hacia allá.
—Steve, ¿qué pasa? ¿Qué es…?
Cortó la comunicación y marcó otro número. Judy respondió casi en seguida.
—¿Algo va mal, Steve? Estaba terminando de preparar la cesta para el picnic. No me digas que…
—Querida, hoy no habrá picnic. Volvemos al trabajo.
—¡Un domingo!
—¿Por qué no? Tenemos problemas. Voy en seguida. Espérame en la calle.
—Maldita sea —dijo—. Mi plan se va al diablo. Deseaba hacerlo contigo al aire libre, sobre la hierba, bajo los árboles.
—Todo el día me torturaré pensando en lo que me he perdido —comentó Wilson.
—De acuerdo, Steve —dijo—. Te espero fuera, en la esquina.
Steve conectó la radio:
…Huyendo del futuro. De algo que ocurrió en su futuro.
Huyen hacia nosotros, a esta época determinada. Naturalmente, no existe el viaje a través del tiempo, pero ahí están todas esas personas y de algún sitio deben provenir…