Capítulo IX

De cómo Pedro Saputo se hizo estudiante de la tuna

OBRÉ mi sexo, dijo; o al menos su dignidad y su decoro; ése es el sol: a toda la tierra alumbra, y toda la tierra es mía. Perdone mi madre, no vuelvo por ahora a su cariño. Y diciendo esto menudeaba el paso y caminaba con nuevo sabor y contento pareciéndole que era la primera vez que hacía uso de su agilidad. No sabía a dónde iba, y sólo cuidaba de dar la espalda a su tierra, viniese lo que viniese. Pero vio no lejos una sierra toda vestida de árboles y muy cerrada, y enderezó a ella para atravesarla con propósito de desayunarse en lo alto mirando atrás y delante para ver el país y el cielo que dejaba y el que iba a registrar por primicias de su viaje. Acometió a subir la cuesta; y viendo a un lado una quebrada con una selva espesísima se fue allá, y la amenidad del sitio le convidó a sentarse, y luego sacando su provisión, fineza de sor Mercedes y la madre priora, comió para todo el día, porque en levantándose de allí no pensaba parar sino para beber de la primer agua que encontrase; y se puso a reflexionar en la temeridad de haberse metido en el convento pareciéndole entonces tan grande arrojo, que temblaba de pensarlo. Había dormido poco la noche pasada; y hallándose muy cómodamente sentado y recostado contra un terreno se quedó dormido.

No hacía aún una hora que dormía, cuando acertaron a pasar por allí cerca unos estudiantes que iban de motus, que como jóvenes y de pies ligeros buscaban los atajos aun en donde no los había por el gusto de no ir por el camino. Viéronle y se acercaron; le miraron un rato, y él dormir que dormirás. Su apacibilidad, su juventud, su hermosísimo rostro, aquel negro cabello suelto que tanto le había adornado de mujer y ahora hacía gloria a la vista, encantaron a los estudiantes, y uno de ellos dijo: —¿Qué le falta a este mozo para ser un ángel? ¿Qué no daría por serle padre el mismo rey de España e Indias? —Dejémosle en paz, dijo otro. —No, replicó otro, que le hemos de despertar y llevar con nosotros. Habló el cuarto (pues no eran más) y dijo lo mismo, y pareciendo bien a los dos primeros le despertaron gritando uno de ellos: expergiscere, frater, et surge. (Que quiere decir: despierta hermano y levántate). Despertó en efecto, no por la fuerza del latín, que él no entendía, sino por el sonido de las palabras que entraron en sus oídos; y al verse delante los cuatro licenciados, pensó de pronto si serían alguaciles; pero violes algunos instrumentos músicos y reparando en el traje adivinó lo que eran. —Noli turbari, dijo el mismo, escolastici enim sumus, et te miramur et amore prosequimur. (Quiere decir: no te turbes, pues somos estudiantes y te contemplamos admirados y te queremos). —Señores, dijo él ya levantado: si vuesas mercedes no me hablan en mi lengua, no entenderé lo que me dice. —Non licet nobis, dijo siempre el mismo, alio sermone uti quam latino. (No nos es permitido o no podemos hablar sino en latín). —Señores, dijo él un poco entero; si vuesas mercedes me hacen la burla, díganmelo en lengua que lo entienda, y veré lo que me conviene. —Callad por vuestra vida, dijo uno de ellos al latino; el mozo tiene razón. ¿Qué vais a hablalle en latín? Sabed, joven excelente, que os hemos topado acaso y nos habéis parecido bien. Sentimos que no seáis de la profesión, porque os veníades con nosotros, y os certifico por la experiencia que de ello tengo, que pasaríades la vida más alegre que habéis de conocer en el mundo. —La profesión, señores, dijo él entonces, no me parece a mí cosa necesaria; ese latín es el que me pone algún estorbo al paso, porque se ofrecerá alguna vez hablalle y descubriré mi falsa ropa. —Yo os lo enseñaré, dijo uno de ellos, en quince días. —Pues yo, contestó Saputo, os doy palabra de aprendello en ocho, y os sobran siete para mirar y remirar la obra que habredes hecho. Fue tanto el gusto que les dio a los cuatro esta respuesta, que le abrazaron con mucha alegría llamándole ya de compañero. —La primera dificultad, dijo él, está en el vestido, pues no tengo manteo. —Eso es lo que no os faltará, respondió uno; el mío es entero; venga una navaja o tijera y lo partiremos. Y diciendo y haciendo tomaron entre dos el manteo, le cortaron de alto abajo, recorrieron las nuevas orillas más que de hilván, le tomó Pedro Saputo, y poniéndoselo y haciendo con él tres o cuatro plantas, quedó ordenado de estudiante. Luego de un retazo de otro manteo vistieron de luto la gorra con una funda, y echan a andar, bendiciendo primero uno de ellos con muchas cruces las nuevas prendas y la persona del nuevo compañero.

Por el camino y antes de salir de la floresta o selva les dijo: —Yo no dudo, señores, que vuesas mercedes sabrán muchas habilidades; yo veré también de unilles algunas mías. Por ejemplo: tened firme (dijo a uno de ellos), y terciándose el trozo de manteo, luego dejándolo caer da una corrida de tres pasos y le salta en los hombros. —Andad, compañero, le dijo, que yo voy aquí tan formal y seguro como en su litera una matrona romana. Anduvo el estudiante algunos pasos, y Pedro Saputo hizo el águila, el mono, el cochino, el tornavos, el ama que cría, el sastre, el zapatero, y otras cosas y figuras, todo con grande admiración de los compañeros, los cuales dijeron que sólo con aquello pensaban ganar la renta de un canónigo de Toledo aquel verano. —¿Sabéis, compañero, dijo el que llevaba, que me parece que sois espíritu según lo poco que pesáis? —Pues, ahora, dijo Pedro Saputo, formad corro; le formaron y daba la vuelta por los hombros y aun por las cabezas de todos. Hízoles formar el púlpito, y trabando entre sí las manos en medio, cubriendo la cabeza a todos con su manteo menos al que miraba delante, dijo en voz de tono de predicador, que aquél era el ángel conductor que le llevaba a hacer misión al mundo perdido. Y principia de repente un sermón burlesco tan disparatado, que de risa no pudieron mantener la trabazón los compañeros y se cayeron todos largos riéndose medio cuarto de hora. —Agora, pues, les dijo, quiero haceros ver si soy espíritu como decís, compañero, o si tengo huesos y músculos. Venid acá, y no seáis torpe. Le hace poner en pie a su lado, le echa la mano en el trasero y alzándole de tierra y librándolo como un barrón, le arroja a diez pasos de sí como si fuese un figurón de paja o de otra más liviana materia. Miráronle entonces los estudiantes, y se acordaron de la entereza con que les preguntó si le hacían la burla en su latín que no entendía. Con todo les gustó la prueba, y para perfeccionarla quisieron que la hiciese muchas veces con todos ellos, porque podría venir al caso alguna vez para dejar admirada a una sala. No a la verdad pesaba ninguno de ellos diez arrobas, ni la mitad, y todos estaban entre los dieciséis y veinte años; pero uno en particular, el más gracioso cabalmente, y como músico era pito, dijérase que dejó en su casa las carnes y que se trajo sólo consigo para el viaje los huesos y la piel; al cual tomó diferentes veces y le arrojaba muchos pasos, y él se ejercitaba en caer de pies ya como una estatua, ya de otras diversas maneras, borneándose muy bien al mismo tiempo, y pareciendo según jugaba los miembros que los tenía pegados de sábado en el cuerpo.

—Vive Dios, dijo uno de ellos, que vos, compañero, sois desde hoy el faraute, el maestro y cabeza de la compañía. Decid quién sois, de dónde y cómo os llamáis; porque nada le habían aún preguntado. Y él respondió: —Lo que soy, señores ya lo veis; de dónde vengo, se me está olvidando a toda prisa y ya no podría decillo; mi nombre, el que quisiéredes, porque tales vueltas he dado al que solía tener, que por todas sus letras se va deshaciendo. No reparéis en bautizarme de nuevo y ponerme el nombre que os parezca, aunque sea de mujer, porque cuando menos os catárades os toparéis con una muchacha más gachona que una gitana y más sandunguera que una bandera de regimiento; o bien por el contrario, más modesta y gazmoña que una beata. Lo que os aseguro es que vuestro nuevo compañero es honrado y viene de buenos, y que no se halla tan desastrado por lo presente. Si algún día falta la providencia tunesca, traigo aquí conmigo la santa compañía de veinte a treinta escudos en oro y plata que no hay cosa más sana y pura en los cerros de América ni por lo que son ni por medios que se encuentran en mi poder y dependencia.

Los estudiantes al oír tantas discreciones y al ver tantísimas gracias y tal nobleza no acababan de admirarse y de manifestar el contento que tenían, pusiéronle nombre; y porque no fuese difícil hacerle masculino y femenino aprobaron unánimemente el de Paquito. No quiso él aceptar la dirección de la compañía excusándose con que era el último que había venido a ella y con que en realidad no era estudiante. Mas con estos juegos y olvidos no repararon en que el día había corrido mucho, y recordando comieron de los relieves de Pedro Saputo y de lo que ellos traían, que se reducía a pan y vino, porque también llevaba una bota de cuartillo y medio; bien que todos piaban por agua, secos del mucho hablar y del calor del día que no fue poco. Salieron en fin de la sierra y prosiguieron su camino.